Historia financiera (VII): De Pablo VI a la llegada de Juan Pablo II

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Tras el fallecimiento de Pablo VI y el brevísimo pontificado de Juan Pablo I llegó al papado uno de los más grandes papas de la Historia de la Iglesia. El cardenal Wojtyla se propuso tirar el telón de acero, y para ello necesitaría dinero.

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Tras cinco años de mandato, haber concluido el Concilio Vaticano II, la reforma litúrgica y, sobre todo, Humanae Vitae, el Papa Pablo VI falleció el seis de agosto de 1978 en Castel Gandolfo. En su testamento, pidió ser enterrado en «tierra verdadera» y por lo tanto, no tiene un sepulcro, solo una tumba en el suelo. A las pocas semanas, y elegido en la cuarta votación del Cónclave, le sucedió el Cardenal Albino Luciani, por entonces patriarca de Venecia, que adoptó el nombre de Juan Pablo I.

Su carácter austero y la conocida inquina que profesaba por Marcinkus, a quien se había enfrentado años antes cuestionando sus decisiones financieras, llevan a los medios del momento a especular sobre las intenciones del nuevo Papa de cara a limpiar y poner orden en la gestión financiera del Vaticano, especialmente en lo que se refiere al IOR, institución en torno a la que, como hemos visto anteriormente, se habían concentrado personas sobre las que planeaba la sombra de la sospecha.

Sin embargo, durante la noche del 28 al 29 de septiembre, apenas un mes después de ser elegido, Luciani falleció en sus aposentos vaticanos como consecuencia de un infarto. Si bien es cierto que existen varias teorías que explicarían su muerte como una consecuencia de las reformas que iba a emprender, lo cierto es que no es este el momento de detenernos en su muerte, algo que quizá hagamos en otro reportaje ad hoc.

Lo que nos interesa es que tras la muerte de Juan Pablo I, y después de un cónclave sorprendente e histórico, el 16 de octubre el cardenal Karol  Wojtyła accedió al pontificado con el nombre de Juan Pablo II, que sería uno de los papas más grandes de la historia de la Iglesia Católica, venido de «un país lejano».

El nuevo Papa, que los comunistas pensaban que sería dócil a su totalitarismo, se caracterizó pronto por una firme toma de postura frente al comunismo, toma de postura que no pretendía quedarse en el mero plano dialéctico sino que fue llevada a la práctica, con una lucha intelectual, estratégica y efectiva para tirar el telón de acero, lo cual le valió un atentado en la Plaza de San Pedro que, de no ser por la mano de la Virgen de Fátima, le habría costado la vida.

Una de las vías por las que el Papa combatió a la Unión Soviética fue mediante la financiación del sindicato polaco Solidarnosc, de su amigo Lech Walesa. Hoy ya se sabe que el Vaticano financió al sindicato que logró la caída del telón de acero, así como otras organizaciones que combatían el comunismo en Hispanoamérica, que a su vez trataba de destruir la fe católica mediante lo que Ricardo de la Cierva ha calificado de infiltración marxista en la Iglesia: La teología de la liberación.

Para llevar a cabo sus planes, Juan Pablo II necesitaba  dinero. Más dinero del habitual, ya que se trataba de gastos “especiales” que no se podían contabilizar oficialmente. ¿Y de dónde podía salir ese dinero? Entre otros sitios, del IOR.

Es así como el polémico -pero más necesario que nunca- Marcinkus fue refrendado en su cargo pese a que llevaba años en el ojo del huracán. Su red de cuentas secretas y sucursales medio clandestinas creadas en el extranjero a través del Banco Ambrosiano se volvía de un interés estratégico para proveer y luego distribuir por el mundo esas partidas de fondos. La lógica de Marcinkus seguía siendo la de siempre: el fin justificaba los medios, todo era por una buena causa. Pero claro, cuando uno juega con fuego acaba quemándose.

Ya en abril del propio 1978, todavía durante los meses finales del Papado de Pablo VI, el Banco de Italia elaboró un informe sobre el Banco Ambrosiano en el que se denunciaban múltiples irregularidades. Sin embargo al poco tiempo el magistrado de Milán que empezó a investigar el caso, Emilio Alessandrini, fue oportunamente asesinado por un supuesto grupo terrorista de extrema derecha.

A continuación, Mario Sarcinelli, el funcionario del Banco de Italia que elaboró el citado informe, resultó oportunamente encarcelado por cargos que fueron desestimados cinco años más tarde.

En paralelo a lo anterior, por mediación del líder socialista Bettino Craxi, Roberto Calvi consiguió empréstitos del Estado por valor de 200 millones de euros, que le sirvieron para camuflar temporalmente la situación real de las cuentas del banco, de las cuales faltaba dinero que nadie ha sabido nunca dónde acabó, a la vez que se recibían partidas de capital cuya procedencia todavía hoy se desconoce.

Pero cuando esa primera vía de agua parecía contenida surgió un nuevo foco de problemas. En julio del año siguiente fue asesinado en Milán, por orden de Michele Sindona, Giorgio Ambrosoli, un abogado que le estaba causando problemas. Además, debido a una serie de malas inversiones en Bolsa y otras cuestiones, las sociedades financieras a través de las que Sindona movía dinero habían entrado en quiebra técnica. La suma de ambos hechos puso a las justicias italiana y estadounidense tras su pista, hasta que fue detenido en 1980 en los EE.UU.

Tras haber fingido su propio secuestro para poder arreglar unos asuntos en Sicilia, donde Licio Gelli intervino para tratar de evitarle la cárcel, Síndona fue condenado en Estados Unidos por 65 delitos, incluyendo estafa, perjurio, falsa declaración de estados bancarios y apropiación indebida de fondos bancarios. Le representó uno de los abogados más importantes del país, Ivan Fisher. Mientras penaba en una prisión federal estadounidense, el gobierno italiano solicitó la extradición de Sindona a Italia para ser juzgado por asesinato. Allí, fue sentenciado a 25 años de prisión el 27 de marzo de 1984

El 18 de marzo de 1986 fue envenenado con cianuro en su café en su celda en la prisión de Voghera mientras cumplía sentencia.

En el transcurso de su interrogatorio Sindona había dado varios nombres, entre ellos los de Licio Gelli y Roberto Calvi, poniendo a las autoridades tras la pista de ambos hombres e iniciándose nuevas pesquisas en torno al Banco Ambrosiano.

Para entonces la cosa ya no tenía remedio y a comienzos de 1981 los funcionarios del Banco de Italia volvieron a la carga sobre el Ambrosiano, encontrando un agujero contable que en ese momento ya ascendía a 1.400 millones de dólares. En base a ello, el 21 de mayo de ese mismo año, Roberto Calvi fue detenido y condenado a cuatro años de cárcel mientras el Banco Ambrosiano era intervenido y puesto bajo el control de Carlo de Benedetti -un ejecutivo y hombre de negocios muy bien relacionado- al que se le adjudicó un 2% de las acciones con el propósito de que sanease las cuentas de la entidad.

Solo dos meses después, Carlo de Benedetti dimitió precipitadamente de su cargo en el Ambrosiano, se supone que tras recibir amenazas de la mafia. Poco después, a comienzos de 1982, su sustituto -Roberto Rosone- fue tiroteado por Danilo Abbruciati, un significado miembro de la Banda della Magliana, potente organización criminal que operaba por entonces en Roma.

A la vez que esto sucedía Roberto Calvi obtuvo mágicamente la libertad condicional y, una vez en la calle, volvió a intentar controlar el Banco Ambrosiano.

Sin embargo nadie de los que lo respaldaban contó con la tenacidad a prueba de bombas de los inspectores y funcionarios encargados del caso, entre ellos Roberto Rosone, el cual había sobrevivido a sus heridas. Las pesquisas judiciales continuaron y pocas semanas después se supo que Calvi no podía explicar la procedencia de 1.287 millones de dólares de las cuentas del Ambrosiano.

Ese fue el final, porque en esta ocasión Calvi perdió completamente la sangre fría, se asustó y comenzó a hacer cosas equivocadas, lo que a su vez empezó a intranquilizar a mucha gente.

 

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