Historia financiera (VI): Marcinkus, hijo del chófer de Al Capone

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Marcinkus

1964: El hijo de un gángster se convierte en guardaespaldas de Pablo VI. A los pocos años maneja a su antojo las finanzas de la Santa Sede, abriendo la puerta a la mafia y el blanqueo de capitales.

Lea los capítulos anteriores de esta serie:

I: Siglo XIX, arranca la historia financiera del Vaticano

II: Caída de los Estados Pontificios y de la Banca Romana

III: Bernardino Nogara, el primer laico al frente del oro de San Pedro

IV: Creación del IOR o Banco Vaticano

V: Así se hizo la logia P2 con el control del dinero del Vaticano

En el capítulo anterior de esta serie desgranábamos la figura de Roberto Calvi y Michele Síndona, dos personajes oscuros. Bajo la sombra de Pablo VI ascendió y prosperó dentro de la Curia otro personaje que merece atención: Paul Marcinkus.

Estadounidense, nacido en Chicago pero de padres lituanos, había llegado a Roma en 1950, como sacerdote, con 28 años. Tras pasar por las nunciaturas de Bolivia y Canadá, regresó a Roma en 1959.

Marcinkus se hizo amigo del Padre Pasquale Macchi, secretario del papa, por lo que fue, poco a poco, ocupando puestos cada vez más destacados. Trabajando en la Secretaría de Estado, Marcinkus fue el encargado de organizar el viaje de Pablo VI a Tierra Santa en 1964, actuando además de como guardaespaldas del Papa (lo que le valió el sobrenombre de ‘El Gorila’) como intérprete en inglés. A su regreso a Roma, cuando el papa lo nombró secretario del Pontificio Consejo de la Ciudad del Vaticano, el Banco de Italia y la magistratura de Roma empezaron a observar con sospecha sus manejos financieros, hasta que en 1971 pasó a dirigir el IOR, sin tener Marcinkus ninguna experiencia financiera.

En esta misma época conoció a quien posteriormente sería su principal mentor, David Matthew Kennedy, de quien se hizo amigo. En aquel momento, Kennedy ya ocupaba un importante puesto en el Continental Bank de Chicago y más adelante llegaría a ser secretario del Tesoro durante la presidencia de Nixon.

Poco después de acceder al cargo Marcinkus comenzó una serie de movimientos que tenían como objetivo reorganizar y jerarquizar la red de pequeñas instituciones financieras del Norte de Italia que en aquel momento colaboraban informalmente con el Vaticano o bien dependían de él en algún grado.

Visto con la perspectiva del tiempo parece que buscaba que el Banco Ambrosiano pasase a ser el elemento que permitiese al IOR operar de forma internacional fuera de la Ciudad del Vaticano. De cara a ello, usando los fondos del IOR, Marcinkus afianzó la posición de la Iglesia como principal accionista en el consejo de administración del Banco Ambrosiano.

Tras eso, el Ambrosiano inició un proceso de expansión que, como he insinuado previamente, contrastaba con el perfil bajo que había desempeñado durante las décadas previas. Así, el antes mencionado Roberto Calvi se lanzó a crear una red de cuentas y filiales para el banco en países lejanos y paraísos fiscales.

En adelante el IOR sería el corazón, protegido dentro de las pequeñas fronteras vaticanas, mientras que el Ambrosiano pasó a ser la primera de una red de arterias en crecimiento que permitiría al departamento de finanzas de la Curia operar y llevar a cabo transacciones a escala mundial sin depender de instituciones bancarias ajenas.

De este modo se explica la maniobra que enfrentó a Marcinkus con quien luego sería Juan Pablo I: En 1972 y “por las malas”, Marcinkus le quitó el control de la Banca Cattolica del Veneto al por entonces patriarca de Venezia, Albino Luciani, solo para a continuación entregarle el 37% de las acciones de dicha entidad financiera al Banco Ambrosiano, poniendo de facto a la banca véneta bajo control del Ambrosiano. Esto causó un duro enfrentamiento entre el hijo del gangster y el Papa de la sonrisa.

En esa época, el Ambrosiano abrió una filial en Nassau, bajo el nombre de Cisalpine Overseas Bank; en cuyo consejo de administración aparecieron dos extraños personajes, Michele Sindona (del que ya nos hemos ocupado) y Licio Gelli, un “conseguidor” ligado a la masonería y las logias anticomunistas de la Italia del período y del que se podrían escribir, de hecho, así ha sido, miles de páginas.

En los años 70, por mediación de Gelli, empezaron a llegar al IOR como clientes personalidades de la alta sociedad romana atraídos por el secretismo y las ventajas de depositar parte de su dinero en una institución libre de cargas fiscales y ligada a la Iglesia. En la prensa de la época se dijo que Giulio Andreotti tuvo depositados allí el equivalente a 50 millones de dólares en liras de aquel tiempo. Dinero que estaría interesado en ocultar debido a que procedería de retribuciones recibidas a cambio de “favores políticos”.

Es decir, la Santa Sede sirvió durante décadas como refugio para capitales procedentes de la mafia y la delincuencia. Capitales que, tras atravesar la Puerta de Santa Ana, quedaban debidamente blanqueados. En todos los casos, y como pago a ese tipo de servicios oscuros, el IOR se quedaba con una pequeña parte de esos depósitos realizados por gentes de fuera del Vaticano.  La suma de esas pequeñas mordidas servía para nutrir los balances de beneficios del IOR y estos a su vez para sostener el presupuesto anual de algunos departamentos de la Curia permitiendo algunos lujos. En cierto momento se fue un paso más allá y parte del capital disponible empezó a moverse a otras instituciones en la órbita de la Iglesia, muy especialmente el Banco Ambrosiano, de cara a “reinvertirlo”.

Así, con el propósito de maximizar los beneficios de tales fondos especiales, Roberto Calvi empezó a prestar fondos a alto interés a empresas en apuros con agujeros contables y que necesitaban una inyección urgente de dinero que les permitiese maquillar provisionalmente sus balances de cara a una junta de accionistas o una inspección por parte de alguna institución financiera.

Se había llegado así al estadio último en el desarrollo de un complejo y moderno sistema bancario y financiero al servicio de los intereses de la Iglesia. Un proceso que había comenzado a finales del s. XIX, que Bernardino Nogara había ayudado a encauzar definitivamente y que en manos de Marcinkus alcanzaba una dimensión definitiva.

Sólamente había un problema: que todo era tremendamente inmoral y muy complejo y arriesgado: todo se basaba en un castillo de naipes de blanque de capitales, relaciones con la mafia, inversiones temerarias, cuentas secretas y transferencias bancarias, orquestado en base a depósitos realizados por gente muy peligrosa, poco de fiar y corrupta. Si algo se filtraba a la opinión pública o la policía italiana comenzaba a indagar en el entramado podía desencadenarse un escándalo sin precedentes.

Si bien es cierto que ya desde el año 67 el nombre de Sindona había despertado interés de la Interpol como posible blanqueador de dinero sucio proveniente del tráfico de estupefacientes, en 1973 el nombre de Marcinkus apareció en una investigación del Departamento de Justicia de los EE.UU. en relación a más de 900 millones de dólares vinculados a la mafia neoyorkina que se habían esfumado en dirección a alguna institución financiera en Italia. Protegido por su posición en la Curia y su pasaporte diplomático vaticano, dicha investigación fue cancelada.

Sin embargo, como cuando algo puede salir mal, tarde o temprano sale mal, llegó un momento en que las cosas se torcieron definitivamente. Como veremos en el siguiente capítulo de esta serie…

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