Exorcismos y endemoniados

Padre Pío
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Hoy les ofrecemos este extracto del libro Padre Pío contra Satanás de Marco Tosatti. Les contamos una historia extraordinaria, un duelo de tiempos antiguos, una lucha que parece increíble en nuestro tiempo y que, sin embargo, es real. Es la historia del combate entre los santos y el demonio.

En el caso de San Pío de Pietrelcina fue una batalla incluso física, una lucha que comenzó cuando el protagonista era un muchacho y que terminó sólo con su muerte. El santo del Gargano padeció todo tipo de sufrimientos, físicos y espirituales, ante los cuales demostró una resistencia que asombró a los hermanos y fieles de este «Job del siglo XX» que vieron cómo, a pesar de todo, permanecía incondicionalmente fiel a Jesucristo.

Junto a la del Padre Pío, este libro recoge también las historias de santos que sufrieron los ataques más duros que el Maligno puede hacer a un alma: poseerla.

Exorcismos y endemoniados

Eran las almas las que estaban en juego en la lucha épica prefigurada por la «visión» de enero de 1903. La batalla se producía cada día, durante horas, en el confesionario. Un enfrentamiento que duró cincuenta años, salvo el periodo en el que se prohibió al Padre Pío ejercer el ministerio de la reconciliación. Sin duda, ese fue el terreno principal en el que el Padre Pío y su enemigo se enfrentaron duramente. Este y el personal de las dudas y las tentaciones que el demonio quería sembrar para debilitar al adversario. Habría sido lógico esperarse que el monje santo, precisamente por su facilidad para conciliar lo extraordinario con la normalidad cotidiana, le dedicase una forma especial de lucha al diablo, es decir, la «liberación» ritual. La relación del Padre Pío con los exorcismos ha llamado siempre la atención de los biógrafos, aunque, por lo visto, los practicó de manera esporádica. De todas formas, se encuentran episodios excepcionales de su ya de por sí extraordinaria lucha. Uno de los más llamativos ocurrió en 1964, es decir, cuatro años antes de la muerte del monje santo. Era verano, y entre as mujeres que esperaban en la sacristía pequeña a que llegase el Padre Pío, había una chica de dieciocho años, del norte de Italia, poseída. Cuando el fraile entró, el demonio se puso a dar gritos y a insultar. El Padre Pío hizo como que le oyó. Pero, durante la noche del 5 y el 6 de julio, el convento se vio sacudido por un gran estruendo, un trueno que hizo temblar las paredes y el suelo. Y un instante después se oyeron los gritos del Padre Pío: «¡Hermanos, ayudadme!… ¡Hermanos, ayudadme! …». los religiosos corrieron a su celda y encontraron al anciano en el suelo, boca abajo, semiinconsciente; le salía sangre de la boca y la nariz, y en la arcada superciliar derecha tenía una gran herida, como de un puñetazo. La mañana siguiente, el Padre Pío tuvo que guardar cama y no pudo bajar a la capilla para celebrar misa.

El hecho fue narrado por muchos testigos; el padre Eligio D’Antonio, en concreto, lo incluyó en su Diario. Asimismo, Luigi Peroni proporciona una versión llena de detalles: «Al día siguiente, el padre Dellepaine vio, en el primer piso, al Padre Pío andando sujeto por dos hermanos. Al verlo en tan mal estado, le preguntó alarmado: “¿Qué ha pasado, Padre?”. “¡Nada, me he caído!”. Pero uno de los frailes añadió: “… y ha recibido un montón de palos”. Mientras bajaban las escaleras, se oyó la voz de la joven, poseída por el demonio, gritando desde el pasillo: “esa alma ya era mía; me la ha quitado por la fuerza, en el último momento, ¡ese viejo tonto! Quería destruirlo esta noche; y sin duda le habría arrancado los ojos si esa mujer no le hubiera puesto una almohada debajo del rostro…”. Luego se supo que el Padre Pío había sido encontrado debajo de la cama, lleno de golpes, con los ojos hinchados y con signos evidentes de que unos dedos habían intentado dejarlo ciego. Para cerrar la herida de una arcada superciliar los médicos le pusieron dos puntos en carne viva. Esa misma mañana del 6 de julio, el demonio, por boca de la posesa, confirmó lo ocurrido: “… Ayer por la noche, a las diez, fui a visitar a alguien… me he vengado… así aprenderá la próxima vez”. Realmente el que aún no había aprendido era el demonio, porque aunque el Padre Pío le había dejado que le pegara, no se iba a achantar con setenta y siete años».

Luigi Peroni recogió este testimonio directamente del padre Pío Dellepiane, de los Frailes Mínimo de San Francisco de Paula, el primer domingo de mayo de 1973. Después de ese ataque, hicieron algunas fotos al Padre Pío, en las que resultan evidentes las marcas de la agresión dejadas en el rostro. Pero la historia de esa endemoniada y de su «huésped», especialmente feroz, no acabó ahí. En efecto, cuenta Alberto D’Apolito que algunos sacerdotes, capuchinos y conventuales, intentaron exorcizar a la endemoniada, con permiso del obispo. El diablo les tomaba el pelo: «¡No tenéis vergüenza! Habéis comido y bebido y ahora queréis echarme de este cuerpo. No lo conseguiréis». El padre Dellepaine también cuenta que el demonio presumía, por boca de la posesa, de haberle dado un fuerte puñetazo en la espina dorsal al Padre Pío y que, gracias a la paliza, le había impedido bajar a la iglesia a celebrar la misa. La historia termina algunos días más tarde. El Padre Pío, restablecido, pasó de nuevo por la sacristía, para ir a la iglesia a decir misa. La joven endemoniada le vio salir vestido con los paramentos sacerdotales: dio un grito enorme y se desmayó. Cuando recuperó los sentidos, era libre.

La Positio contiene un episodio que parecería increíble si el Padre Pío no se lo hubiese contado al padre Tarsicio, que nos lo recuerda así: «Una mañana, mientras estaba confesando a los hombres ─dice el Padre Pío─, se me presentó un señor alto, delgado, vestido con una cierta elegancia y de maneras educadas, amables. Este desconocido se arrodilló y empezó a revelar sus pecados, que eran de todo tipo contra Dios, el magisterio de la Iglesia y la moral de los santos, este enigmático penitente rebatía mis palabras justificando, con extrema habilidad y rebuscada amabilidad, todo tipo de pecado, vaciándolo de toda malicia e intentando, al mismo tiempo, convertir en normales, naturales y humanamente indiferentes todos los actos pecaminosos. Y esto no sólo para los pecados que eran gravísimos contra Dios, Jesús, la Virgen y los Santos, a los que se refería con perífrasis irreverentes sin nombrarlos nunca, sino también para los pecados que eran moralmente tan sucios y groseros que tocaban el fondo de la más nauseabunda cloaca. Las respuestas que daba este enigmático penitente a mis argumentaciones, con hábil sutileza y suavizada malicia, me impresionaron. Me preguntaba a mí mismo: ¿Quién es este? ¿De qué mundo viene? ¿Quién podrá ser?, e intentaba estudiar bien su rostro para leer algo entre los pliegues de su cara; y al mismo tiempo agudizaba el oído para que no se me escapara ninguna de sus palabras, de forma que pudiera sopesarlas en toda su magnitud. De repente ─dice el Padre Pío─, gracias a una luz interior intensa y brillante, me di cuenta de quien estaba delante. Y con tono decidido y autoritario le dije: “Di viva Jesús, viva María”. Nada más pronunciar estos dulces y poderosos nombres, Satanás desapareció al instante con un salto, dejando detrás de sí una estela de fuego y un insoportable e irrespirable hedor». Así se lo narró al padre Tarsicio da Cervinara, ya desaparecido, amigo del padre Amorth, exorcista en San Giovanni Rotondo y autor de un pequeño estudio sobre las relaciones entre el Padre Pío y el diablo. 

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Este fragmento ha sido extraído del libro Padre Pío contra Satanás (2018) de Marco Tosatti, publicado por Bibliotheca Homo Legens.

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