No hay paz sin verdad

No anteponer nada a Cristo
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Hoy les ofrecemos este extracto del libro No anteponer nada a Cristo, de Cardenal Carlo Caffarra. Esto dijo Juan Antonio Reig Pla sobre el libro: «Considero este libro una verdadera joya. No lo digo sólo por su altísimo valor o por la rareza de un pensamiento tan profundo. Este libro contiene, en pequeños retales, las fibras más íntimas del alma de este gigante del espíritu que fue el Cardenal Carlo Caffarra, considerado uno de los mejores teólogos moralistas del momento presente.

Indiscutiblemente el Cardenal Caffarra tenía alma de Quijote, siempre dispuesto a «desfacer entuertos y a socorrer a los huérfanos», los huérfanos provocados por una cultura nihilista que socava las raíces del alma y nos hace perder el horizonte de la verdad y de la eternidad junto a Dios nuestro Padre. Como el Quijote, Caffarra ha sido un hombre libre».

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No hay paz sin verdad

No todo es negociable entre las personas. Existe un orden inherente a la naturaleza de las personas humanas que están relacionadas las unas con las otras. Es decir, existe un bien inherente a las relaciones entre las personas, inscrito en la naturaleza propia de estas relaciones. Ignorarlo, negarlo o alterarlo significa dar origen a relaciones sociales falsas y, a menudo, con resultados conflictivos. Negar que existe una verdad del hombre y de la sociedad humana constituye un peligro perenne para la paz. «La auténtica búsqueda de la paz requiere tomar conciencia de que el problema de la verdad y la mentira concierne a cada hombre y a cada mujer, y que es decisivo para un futuro pacífico de nuestro planeta».

San Benito no habla de su Regla de la escuela, de la necesidad de aprender. En cambio, habla del trabajo. Es un dato históricamente aceptado que la visión benedictina del trabajo fue un acontecimiento espiritual que supuso un cambio en el camino del hombre. Se cambia la concepción misma del trabajo: no es opus servile, no es distracción de lo que es propiamente humano. Es la continuación humana de la obra creadora de Dios. El quaerere Deum exigía una nueva visión y cultura del trabajo y, recíprocamente, esta podía salvaguardarse sólo si no se desarraigaba del quaerere Deum. Dicho de otro modo: si desaparece la idea de la creación ─de la naturaleza como creación─, el trabajo se convierte o en indigno del hombre o en dominio del mundo y afirmación de sí mismo.

Vemos las consecuencias de las premisas. Recuerdo muy bien cuando se redactó la Constitución Europea, que debía ser aprobada por todos pero fue rechazada por Francia y Holanda ─por lo que no fue aprobada─, que no quisieron incluir las raíces cristianas de Europa, que son un hecho histórico. Siempre que daba catequesis a los jóvenes les explicaba este hecho histórico y les decía: «Intentad cerrar los ojos un momento e imaginad que elimináis todo lo que ha sido realizado por la fe en Bolonia a nivel de monumentos artísticos ─hacedlo ahora vosotros para vuestra ciudad─; después, abrid los ojos. ¿Qué queda?». Una chiquilla una vez me dijo: «Eminencia, sólo queda ese horrible monumento dedicado a Giuseppe Garibaldi». Le respondí: «Brava, tú misma lo has dicho».

Nuestra nación es lo que es porque el Evangelio ha estado activo en lo más hondo de su ser. Respecto a esta herencia, veo una doble responsabilidad. La primera es propiamente de la Iglesia: salvaguardar este principio de vida. El servicio más grande que la Iglesia puede proporcionar a la comunidad civil es anunciar el Evangelio para generar comunidad de creyentes. Pero cada italiano, creyente o no, tiene una responsabilidad respecto de esta herencia. Sería bastante peligroso para el destino de nuestra nación si un concepto mal entendido de laicidad excluyera a los cristianos del debate y la discusión pública a causa de su fe, si las leyes, los decretos administrativos y la jurisprudencia oscureciesen la presencia pública de los signos de la fe y, sobre todo, de los valores que el cristianismo ha depositado en nuestra conciencia pública.

La revelación evangélica ha liberado a las leyes humanas de su inmediata sacralidad. Las leyes del Estado están hechas en nombre de una soberanía que no es sagrada. Están, por lo tanto, confinadas a nuestra razón y a nuestra libertad. Pero si la una y la otra están arraigadas en la luz y la fuerza de una justa relación con Dios, aprenden a discernir lo que es justo y bueno. En caso contrario, es fácil que el derecho de la fuerza sustituya a la fuerza del derecho. La fuente y el fundamento último de una buena convivencia social es la comunión de mente y de voluntad con Dios que nos dio Jesús. A partir de ella, los hombres son más capaces de elaborar estos ordenamientos jurídicos y de producir esas normas que corresponden a la dignidad del hombre.

La pluralidad de las «visiones de la vida» es un dato que no puede ser negado. Ignorarlo genera una sociedad de «extraños morales» en la que la persona humana no puede vivir. Resolverlo mediante «reglas» neutrales ante cada visión [=laicidad excluyente] es prácticamente imposible y socialmente perjudicial: no existe ninguna regla que me haga capaz de observar las reglas. Va también contra la dignidad del hombre resolverlo imponiendo una visión de la vida sobre las otras: las más grandes tragedias del siglo XX ─el nacionalismo y el comunismo─ nacieron de esta decisión. Existe una sola vía: entrar en el debate público exhibiendo las razones que demuestran la verdad y la bondad de la visión cristiana de la vida.

A medida que mi vida avanza, más descubro la importancia que tienen en la vida del hombre, para tener una buena vida, las leyes civiles. He entendido lo que dijo Heráclito: «Es necesario que el pueblo combata por la ley como por los muros de la ciudad». Cuánto más envejezco, más cuenta me doy de la importancia de la ley en la vida de un pueblo. Hoy parece que el Estado ha abdicado de su tarea legislativa, de su dignidad, reduciéndose a ser una cinta grabadora de los deseos de los individuos, cuyo resultado es la creación de una sociedad de egoísmos opuestos, o de frágiles convergencias de intereses contrarios.

Tácito dijo: «Corruptissima re publica, plurimae leges». Muchísimas son las leyes cuando el Estado es corrupto. Cuando el Estado es corrupto, las leyes se multiplican. Es la situación actual.

No tengo ninguna duda en afirmar que [la gran movilización del 20 de junio de 2015, Family day] es una manifestación positiva porque no nos podemos callar. ¡Ay de nosotros si el Señor nos reprendiera con las palabras del profeta: «Perros mudos, incapaces de ladrar»! (Is 56, 10). Ya sabemos que en los sistemas democráticos la deliberación política se basa en el sistema de la mayoría. Y me parece bien, porque es mejor contar cabezas que cortarlas. Pero frente a estos hechos no hay mayoría que pueda hacerme callar. En caso contrario sería un perro incapaz de ladrar.

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Este fragmento ha sido extraído del libro Misión de audaces (2022) de Óscar Rivas, publicado por Bibliotheca Homo Legens.

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Comentarios
2 comentarios en “No hay paz sin verdad
    1. Querrá usted decir que ya sabe «qué no piratear», porque todo el mundo sabe que los rojos anticatólicos (valga la redundancia), como usted, son más rácanos y más «agarraos» que un chotis, además de la alergia que les produce la verdad (ante la cual van a tener que hincar la rodilla más pronto que tarde, les guste o no; cuanto antes se haga a la idea, mejor para usted).

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