Cardenal Müller: «Solo la verdadera sucesión apostólica garantiza la fidelidad al Evangelio»

Cardenal Müller
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(Cardenal Gerhard Ludwig Müller en Il Timone)-El Magisterio de la Iglesia, intérprete auténtico de la Palabra de Dios, no es superior a ella, sino que está a su servicio.

La sucesión apostólica sigue siendo el vínculo de necesaria identidad histórica con la Iglesia de los Apóstoles, con el papel de primacía del sucesor de Pedro.

Sin Cristo no hay Iglesia

Una Iglesia que no cree en Cristo ya no es la Iglesia de Cristo. Los obispos que traicionan su misión divina para evitar ser acusados de «proselitismo» olvidan la finalidad y la razón de su propia existencia. En efecto, los obispos puestos por el Espíritu Santo para «pastorear la Iglesia de Dios» (Hch 20,28) no son otros que los legítimos sucesores de los Apóstoles (cfr. I Carta de Clemente, 42-44), a quienes el Señor resucitado dijo: «‘Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo’. Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: ‘Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos'» (Jn 20, 21 ss). Los obispos y teólogos que han olvidado que solo en Cristo se nos ha dado la plenitud de la gracia y de la verdad, deberían volver a descubrir la conversión con las palabras de Pablo: «Si siguiera todavía agradando a los hombres, no sería siervo de Cristo. Os hago saber, hermanos, que el Evangelio anunciado por mí no es de origen humano; pues yo no lo he recibido ni aprendido de ningún hombre, sino por revelación de Jesucristo» (Gal 1,10 ss.).

Solo porque Cristo se ha revelado como «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6), la «Iglesia del Dios vivo» puede ser «columna y fundamento de la verdad» en el Espíritu Santo (1 Tim 3,15). La «verdad del Evangelio» (Gal 2,14), que en su día Pablo se vio obligado a defender incluso frente a Pedro, no es la expresión del espíritu cambiante de los tiempos según la teoría del desarrollo dialéctico-procesual de Hegel. La verdad que la Iglesia proclama y testimonia es la persona y la obra de Cristo. En Él la insuperable novedad de Dios y la plenitud de su verdad han llegado irreversiblemente al mundo (cf. Ireneo de Lyon, Adversus haereses, IV, 34.1). Por eso a los creyentes en Cristo se les enseña: «Jesucristo es el mismo ayer y hoy y siempre. No os dejéis arrastrar por doctrinas complicadas y extrañas» (Heb 13,8-9). 

Los obispos en la sucesión apostólica como servidores de la verdad de Cristo

La Sagrada Escritura y la tradición apostólica no presentan puntos de vista humanos cambiantes acerca de Dios y el mundo, sobre los que los obispos y teólogos deban mantenerse constantemente «al día». Es más bien a través de estos medios que Cristo es anunciado, que nos habla con la «palabra divina de la predicación» (Is 2,13) y que comunica su salvación a cada creyente mediante los siete sacramentos de la Santa Iglesia.

Por eso el Concilio Vaticano II enseña: «La Sagrada Tradición, pues, y la Sagrada Escritura constituyen un solo depósito sagrado de la palabra de Dios, confiado a la Iglesia […]. Pero el oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios escrita o transmitida ha sido confiado únicamente al Magisterio vivo de la Iglesia, cuya autoridad se ejerce en el nombre de Jesucristo. Este Magisterio, evidentemente, no está sobre la palabra de Dios, sino que la sirve, enseñando solamente lo que le ha sido confiado, por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo la oye con piedad, la guarda con exactitud y la expone con fidelidad, y de este único depósito de la fe saca todo lo que propone como verdad revelada por Dios que se ha de creer» (Dei Verbum, 10).

El Concilio Vaticano II no parte, pues, de una determinación sociológico-inmanente de la Iglesia en la Constitución dogmática sobre la Iglesia, porque el papa y los obispos no pueden responder a la pérdida de significado social de la Iglesia con un ajuste modernista, cambiando su misión para la salvación del mundo en Cristo e intentando justificar su existencia con una contribución religioso-social a objetivos e ideologías intramundanas e inmanentistas (como el gran reinicio de la élite ateo-filantrópica, la eco-religión y el movimiento anti-racional woke que contradice diametralmente la antropología natural y revelada). La Iglesia no es una organización puramente humana que tenga que demostrar su utilidad al mundo. Su esencia y su misión se basan en su sacramentalidad, que resulta de la unidad divino-humana de Cristo y la hace visible en el mundo (Ecclesia-Christus praesens).

Por eso el Vaticano II declara que a la Iglesia «se la compara, por una notable analogía, al misterio del Verbo encarnado, pues así como la naturaleza asumida sirve al Verbo divino como de instrumento vivo de salvación unido indisolublemente a El, de modo semejante la articulación social de la Iglesia sirve al Espíritu Santo, que la vivifica, para el acrecentamiento de su cuerpo (cf. Ef 4,16).

Esta es la única Iglesia de Cristo, que en el Símbolo confesamos como una, santa, católica y apostólica, y que nuestro Salvador, después de su resurrección, encomendó a Pedro para que la apacentara (cf. Jn 21,17), confiándole a él y a los demás Apóstoles su difusión y gobierno (cf. Mt 28,18 ss), y la erigió perpetuamente como columna y fundamento de la verdad (cf.1 Tm 3,15). Esta Iglesia, establecida y organizada en este mundo como una sociedad, subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él» (Lumen gentium, 8). La sucesión apostólica de los obispos es un elemento constitutivo del ser y de la misión de la Iglesia visible y garantiza su necesaria identidad histórica con la Iglesia de los Apóstoles. Ireneo de Lyon, proclamado oficialmente Doctor de la Iglesia por el papa Francisco, en su debate con los gnósticos desarrolló en líneas generales su auténtico significado, precisamente correlacionando la Sagrada Escritura, la tradición apostólica y el magisterio de los obispos en la legítima sucesión oficial de los Apóstoles. «Por este motivo es preciso obedecer a los presbíteros de la Iglesia. Ellos tienen la sucesión de los Apóstoles, como ya hemos demostrado, y han recibido, según el beneplácito del Padre, el carisma de la verdad junto con la sucesión episcopal. En cambio a los otros, que se apartan de la sucesión original y se reúnen en cualquier parte, habrá que tenerlos por sospechosos, como herejes que tienen ideas perversas, o como cismáticos llenos de orgullo y autocomplacencia, o como hipócritas que no buscan en su actuar sino el interés y la vanagloria. Todos estos se apartan de la verdad. Los herejes ofrecen ante el altar de Dios un fuego profano, o sea doctrinas ajenas: los consumirá el fuego del cielo, como a Nadab y Abihú (Lev 10,1-2). A aquellos que se yerguen contra la verdad y acicatean a otros contra la Iglesia de Dios, los tragará la hendidura de la tierra y se quedarán en el infierno, como todos aquellos que rodeaban a Coré, Datán y Abirón (Núm 16,33). Aquellos que rasgan y separan la unidad de la Iglesia, recibirán de Dios el mismo castigo que Jeroboán (1 Re 14,10-16)» (Contra los herejes, VM, 26.2)

El criterio definitivo de la sucesión apostólica en la primacía romana

Las Iglesias locales individuales forman la única Iglesia católica de Dios en la comunión de las Iglesias episcopales. La Iglesia local de Roma es una entre muchas Iglesias locales, pero con la particularidad de que su fundamento apostólico a través del martirio verbi et sanguinis de los Apóstoles Pedro y Pablo le confiere la primacía en la comunidad de todas las Iglesias episcopales en el testimonio global y en la unidad de vida de la comunión católica. Por este potentior principalitatis toda Iglesia local debe estar de acuerdo con la Iglesia romana (Adversus haereses, III, 3, 3). Puesto que el colegio episcopal está al servicio de la unidad de la Iglesia, él mismo debe responsabilizarse del principio de su propia unidad, pero esta tarea solo puede ser desempeñada por el obispo de una Iglesia local, y no por el presidente de una federación de asociaciones eclesiales regionales y continentales. Y esta tarea no puede limitarse a la adopción de un principio puramente objetivo (decisión por mayoría, delegación de derechos a un órgano elegido, etc.). Puesto que la esencia interior del episcopado es un testimonio personal, el principio de la unidad del episcopado mismo se encarna en una persona, es decir, en el Obispo de Roma. Como obispo ordenado, y no simplemente un «no obispo» designado para este cargo, él es el sucesor de Pedro, quien, como primer apóstol y primer testigo de la resurrección, encarnó en su persona la unidad del colegio de los Apóstoles.

Lo que es crucial para una teología de la primacía es la caracterización del ministerio de Pedro como misión episcopal, así como el reconocimiento de que este oficio no es un derecho humano sino divino, en el sentido de que solo puede ejercerse con la autoridad de Cristo en virtud de un carisma en el Espíritu Santo otorgado personalmente a su portador: «Pero para que el mismo Episcopado fuese uno solo e indiviso, [Jesucristo, eterno pastor] puso al frente de los demás Apóstoles al bienaventurado Pedro e instituyó en la persona del mismo el principio y fundamento, perpetuo y visible, de la unidad de fe y de comunión» (Lumen gentium, 18).

 

Publicado por el cardenal Gerhard Ludwig Müller en Il Timone

Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana

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Comentarios
11 comentarios en “Cardenal Müller: «Solo la verdadera sucesión apostólica garantiza la fidelidad al Evangelio»
  1. Magistral el cardenal Müller. Realmente los obispos deben posicionarse cuanto antes. Han perdido el temor de Dios? No vale la pena inquietarse por ellos, ya que parecen haberse quedado sordos, cegados en su soberbia.
    Cantaban estos días las maravillas
    de la sinodalidad en artículos de la Cataluña Cristiana.
    A partir de ahora que respondan por lo suyo. Tiempo han tenido.

  2. En esto radica el problema del Papa Francisco, en que al traicionar la sucesión apostólica con los cambios que quiere implementar, se está separando de la verdad y por ello no debe ser secundado por los fieles.

  3. Hay que recordar que Benedicto XVI dijo recordando a las etapas del arrianismo, que el pueblo de Dios es un soldado de Cristo, y como tal, si bien carece de función magisterial, tiene derecho a la resistencia, a la oposición y a la desobediencia contra cualquier clérigo, sea la sacerdote, obispo e incluso el mismo Papa, si se apartan con cualquier herejía o con cualquier verdad errónea o temeraria.

    Esta condición de soldados de Cristo como defensor de cualquier verdad divinamente revelado y de doctrina católica frente a cualquier herejía de cualquier consagrado, incluido el Papa, procede del sacramento del bautismo y de la confirmación.

    Por lo tanto, si los obispos los cardenales y el papas son herediarcas o va en contra la doctrina católica, el fiel como soldado de Cristo por el bautismo tiene derecho y la obligación de desobedecerlos, resistirse y oponerse contra ellos.

  4. Obispos verdaderos, no como ésos sólo preocupados en un tal «Francisco». Porque éstos al único que no quieren ofender, al único que siguen y al único que no se quedan sin nombrar varias veces en sus prédicas y charlas, es a Bergoglio, el polémico, cuya carrera al obispado y demás, dio lugar a vídeos llamativos.

  5. Pensaba que el Sínodo de la Sinodalidad pondría cada cosa en su lugar, que el orden prevalecería ante tanto lío que hay en la Iglesia actualmente; pero leyendo un poco a tantos cardenales avisando del peligro de romper la moral perenne de la Iglesia, o escuchándoselo al padre Santiago Martín o a Fray Nelson, y a otros tantos sacerdotes, el peligro de la moral de situación es real en el Sínodo.

  6. Muchas gracias Cardenal Müller, qué reconfortantes palabras de un verdadero pastor que aclara y orienta, sin ambigüedades. Gracias Señor Jesús por tus verdaderos apóstoles

  7. Estamos en plena criba de la iglesia. Sólo unos pocos obispos serán capaces de darle su primacía al magisterio bimilenario que se nutre del evangelio y lo salvaguarda de corrupción. Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres y sus procesos, no deben ser la bestia de pequeños cuernos que habita en la tierra y se hace cómplice de la gran bestia del mar. Si son tragados por el mar ¿de qué les servirá entonces la quietud de la no persecución ni entredicho? ¿de que les servirá que Jesús Bastante no los fusile al amanecer?

  8. «Sólo la verdadera sucesión apostólica garantiza la fidelidad al evangelio». ¿No estamos viendo justamente lo contrario?. La Iglesia está llena de sacerdotes, legítimos sucesores de los apóstoles, cuya fidelidad al Evangelio la mantienen mientras éste no enseñe cosas diferentes a las que enseñan los poderes de este mundo. Por el contrario, vemos mensajes de personas ajenas a la Iglesia (protestantes evangélicos principalmente) que se oponen a lo que dictan estos poderes, en especial a la glorificación de la sodomía. No estoy de acuerdo en absoluto con la frase inicial del artículo. La legítima sucesión apostólica no garantiza nada en cuanto a fidelidad al Evangelio, pero nada de nada. La fidelidad al Evangelio queda patente cuando el que predica no contradice al Evangelio y punto. ¿No tenían los fariseos, escribas y doctores de la ley la autoridad religiosa legítima?¿No había acaso levitas y descendientes de Aarón? ¿Y qué?. Mataron a un profeta tras otro.

  9. Soy laica y seguiría el Verdadero Evangelio de Cristo como lo menciona el Cardenal Muller. Es lo mejor que nos ha dejado un Jesucristo verdadero.

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