Giotto y san José

Giotto y san José
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(La Nef)- Con ocasión del 150 aniversario de la proclamación, por el beato Pío IX, del Esposo de la Virgen María como Patrono de la Iglesia Universal (8 de diciembre de 1870), el papa Francisco ha promulgado un año dedicado a san José, que comenzó el 8 de diciembre pasado y se concluye el 8 de diciembre de este año. Para contribuir a este año «josefino», proponemos el comentario de tres de las obras pictóricas más célebres que representan a san José. Este mes, una Natividad de Giotto.

Contemplemos el misterio de la Natividad con los ojos de José a partir del fresco de la Natividad de Giotto que se puede contemplar en la Capilla de los Scrovegni, en Padua.

En este fresco, José está en primer plano porque, efectivamente, tiene un papel decisivo. Hace las veces no tanto de padre como del Padre. Ocupa las veces no tanto del padre humano como del Padre que está en los cielos. En este sentido, José bien podría ser designado como «el vicario del Padre», el que hace las veces del Padre. Es él quien, conjugando el sentido cívico, con el cumplimiento de la orden de empadronamiento emitida por César Augusto y la obediencia al diseño divino, según el cual Jesús debía ser reconocido como hijo de David, lleva a María y al niño que lleva en su seno a Belén, precisamente la ciudad de David.

Es él quien, experimentando que el Verbo «vino a su casa, y los suyos no lo recibieron», al estar todas las posadas y alojamiento llenos, encuentra el establo de Belén como el lugar improvisado menos apropiado para el parto del niño.

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Aunque en el fresco de Giotto José esté en primer plano, en cambio no está en el centro de la escena. José está allí. Giotto resalta su presencia, aunque a menudo José está ausente en las escenas de la Natividad. Pero José se mantiene voluntariamente en una posición discreta, sabe que el misterio que contempla le supera. El centro, el corazón de la escena, son Jesús y María. José es el que asume perfectamente el hecho de no ser el protagonista, el que se queda en su lugar, el que jamás usurpa un rango que no es el suyo. En una tal proximidad con lo divino, él es la figura antitética de Lucifer, que quiso tener para sí lo que había recibido y ser «como Dios».

Curiosamente, a primera vista, José le da la espalda a María, que está tumbada, atendiendo al niño al que acaba de traer al mundo. José está de espaldas como Moisés en la teofanía del Sinaí. Y José lo hace porque sabe que hay un vínculo inefable entre María y Jesús y no quiere profanar, de alguna manera, esa intimidad sagrada con una mirada indiscreta. Sin duda José no tiene el arte de la palabra como Juan Bautista: «Él tiene que crecer, y yo tengo que menguar» -en realidad, José no dice nada-, pero comprende que el niño deberá crecer y que él deberá menguar proporcionalmente por lo que, poco a poco, se borrará: este es el secreto de la educación. José se parece al centinela que permanece en el exterior del campamento que está protegiendo, y este campamento es la tienda de la humanidad que el Verbo ha levantado entre nosotros.

No es verdad, como se puede leer en ciertos comentarios bastante baladíes, que en el fresco de Giotto José en el fondo está deprimido. No, ¡José no está enojado en su rincón! Su expresión es apacible. Incluso está sentado en el suelo y se ha adormecido. Sus ojos están cerrados porque dirige su mirada hacia dentro. José, nos dice en esencia san Mateo, es el que considera por sí mismo lo que debe hacer como hombre justo. Es aquí donde pone en marcha los dos rasgos que, según Benedicto XVI, le son característicos: su facultad de percibir lo divino y su capacidad de discernimiento. Como María, José «conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón».

Suponiendo que duerma, todos sabemos que el sueño de José es paradójico porque es un sueño vigilante. José, cuando se duerme, se pone en situación de recibir instrucciones porque, efectivamente, el ángel instruye siempre durante el sueño. ¿Tal vez el ángel del Señor le está advirtiendo que debe huir a Egipto? Sea lo que sea, es realmente «el sueño del justo» porque José es el «Justo» por excelencia, y el sueño del hombre, como prueba de confianza, abandono y esperanza, es, según Péguy, «el amigo de Dios».

Publicado por el padre Christian Gouyaud en La Nef

Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana

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Comentarios
1 comentarios en “Giotto y san José
  1. A mí, en lo personal, no me gusta nada que lo pongan encanecido, como si poniéndolo joven, rompiera con éso la promesa de virginidad que se dice que los dos hicieron. El hombre casto lo es desde su juventud,, no porque ya sea viejo, éso sería otra cosa.
    Y si es el hombre que escogió Dios para esposo de la Virgen María, es lógico que fue de una castidad a toda prueba.
    Y ahora se dice que él es el famoso katejón, que el 8 de diciembre que termine su año, se vendrá todo lo malo como un alúd. Lo malo está, entonces,
    ¿ qué se avecina? Sólo Dios lo sabe,, pero nada agradable seguro.
    ¡Qué viva San José ¡
    Castísimo y purismo esposo de la siempre Virgen María, madre de Dios , y nuestra.

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