El articulista de ABC Hughes ha escrito un artículo en su blog en el que analiza el ‘funeral’ de Estado celebrado esta mañana, que no ha dejado a nadie indiferente, sobre todo por sus tintes neopaganos, vacíos, algunos incluso lo han tildado de masónico. Recordemos que en el acto han estado presentes el cardenal Osoro, arzobispo de Madrid, y el secretario de la CEE y obispo auxiliar de Valladolid Luis Argüello. El acto tuvo lugar delante de la catedral de la Almudena de Madrid, en la Plaza de la Armería del Palacio Real.
Se celebró el funeral de Estado aconfesional, es decir, según los ritos de la propia religión estatal. En este sentido, fue una ceremonia histórica y reveladora.
Oficiante: Ana Blanco, la voz de Estado que han compartido PP y PSOE. Emblema de eternidad.
Disposición: en el patio de armas del Palacio Real alrededor de un fuego, círculos concéntricos de sillas con, como dice un amigo, todo Pichichi estatal y extraestatal.
Al fondo, todas las banderas autonómicas, confundidas.
Sin duda por casualidad, el plano televisivo mostraba, confundidas, isomorfas, la española, la vasca y la catalana.
Habló un representante de las víctimas. El hermano del periodista Calleja, fallecido. Después, una representante del personal sanitario (“cuidador”). Se supo que era de Barcelona porque dijo “brutal”. En un momento dado citó a Vetusta Morla. Esto no es casual, Vetusta Morla es el grupo autor del himno del patriotismo sanitario. El autor colectivo de la letra es un conjunto de autores entre los que se encuentra el poeta Benjamín Prado que, casualmente, comentaba la ceremonia en La Sexta. Volveremos a él.
Las víctimas oficiales de la socialdemocracia representan la única versión humana posible: en su queja y en su hondo sentimiento herido, irreprochablemente civil, hay una nueva mansedumbre que los siglos nunca conocieron.
Pese a la aconfesionalidad, el lamento de las dos personas dejó un arañazo metafísico. “La memoria como obligación”. Pues no somos alma, sino memoria.
“Cuidar del que cuida”. La portavoz hizo una pregunta, lanzó quizás la única interrogación, el único dilema vibrante de la mañana: ¿Quién cuidará del que cuida? Se acercó, por este vericueto, al sinsentido humano: ¿quién cuidará al que cuida del que cuida? ¿Y a ese?
Dos dimensiones metafisicas dejó el acto: la memoria y el cuidado, ambas, curiosamente, las ofrece el Estado. Por abajo: el cuidar; por arriba: la memoria.
El poeta Benjamín Prado, Pemán del patriotismo sanitario, afiló el concepto: “El hombre se distingue de otros bichos, porque es capaz de cuidar”. El hombre, ser que cuida. Y cuida “lo público” a través del presupuesto y mediante impuestos.
¿Cómo va a privatizarse esto?
Ante la muerte, el ser humano mantiene una zozobra bípeda: quiere ser memoria y exige, agitado, cuidado. Esa sed solo la puede calmar el Estado, a través de “lo público” y de la “memoria oficial”.
Ferreras, con enrevesamiento teológico, trataba de ser más humano, menos raro: “cuidarlos a ellos es querernos a nosotros”.
Las dos lecciones humanas, humanoides, que dejaba la mañana: somos memoria, y somos cuidado, incumbían al Estado directamente.
Entre nosotros y la Nada, la voz de Ana Blanco, el lenguaje de Más Madrid, el verso estremecido recitado por José Sacristán, ¡pero ya no el de “Vente a Alemania, Pepe”!
Los intervinientes, en parejas, se fueron acercando a la pira, al fuego central. Simbología racional-republicana, sospechosísima. Los círculos bien podían ser los círculos del Averno, el fuego bien podía ser el elemento Mundo, o la luz de la razón. Si en ese fuego central se hubiera sacrificado una virgen o, por no caer en el machismo, a Errejón, pongamos por caso, quizás se hubiesen abierto allí mismo los cielos madrileños y el mismísimo Satán se hubiera manifestado.
A ese fuego, seguramente no contaminante, desde los distintos círculos acudieron a dejar una rosa blanca los asistentes. Ya era un detalle que la rosa no fuera roja PSOE.
Sonó, entre otras, la música de la Lista de Schindler. La Covid es Hitler. El coronavirus no es un parásito más, sino la representación de la maldad. Lo nefando, lo odioso es el virus, no la acción negligente o criminal de gobierno alguno.
El número de víctimas era 27.136. La azarosa exactitud recordaba a un número de la lotería.
La música, el gesto, las palabras de poso y techo estatal, todo parecía el sedimento de cuarenta años de cultura prisaica, de achatamiento socialista del mundo. En ese plano temporal, la idea de lo monárquico ya era extraña. El Rey personificaba una relación con el tiempo demasiado distinta, chirriante.
El dolor del alma socialdemócrata española en su mirar a la cara al horror de la vida arrojó dos mandamientos: memoria y cuidado. ¡Más Estado!
Ofició la misa Ana Blanco, como un telediario. No somos más que un telediario. Entre esto y aquello, que será la Nada, un telediario, la voz oficial. Ella, dadora del parte y quizás la mayor representación de la eternidad del régimen.
En el plató de la tele, ¡Ferreras y el Padre Ángel!
Junto a los dos mandatos de tipo espiritual, apelaciones constantes a la unidad. Más unidad. Toda la unidad. Unidad de uno.
En los planos televisivos, la representación concéntrica y las mascarillas recordaban a la solemnidad truculenta pero sexy de Eyes Wide Shut. El Maligno otra cosa no, pero sexy…
“Hay que cuidar a los que nos cuidan”, susurraba una voz. “Mucho”.
“Que los geriátricos no sean un corredor de la muerte”, hipnotizaba otra.
Al acabar el acto, un plano recogía a los asistentes caminando hacia un interior. ¿De qué? Era como el plano del inicio de “centauros del Desierto”, pero al revés. No había la promesa de la búsqueda, ni esperanza alguna. Cuerpos iban de la luz a una oscuridad. Una sensación de opresión casi física.
Entre esto y el Islam, el Islam.
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Leyendo el artículo, me he sentido friamente desplazado a cualquiera de los actos políticos descritos por Benson en su magistral distopia «Señor del Mundo».
¡Casi se comprende la observación final que hace el articulista al Islam!
Gran espectáculo. Han elevado la dignidad de los rituales de los apaches a los que no se le daba ya importancia.
Me han recordado mas a los funerales de estado del régimen nacional socialista alemán. Esa magnificencia fría que lleva a la nada, es fruto de una religión pagana como tantas otras, masonería, nacional socialismo, qué más da, volvemos a la catacumbas de la historia, ni siquiera al neoplatonismo clásico, vamos a un cutrerío repugnante de filosofastros sin esperanza alguna y sin alma, que solo te inclina al suicidio. Cuanto antes nos liberemos de esta pesadilla mucho mejor.
Gentes sin Cristo,
gentes sin Dios,
vacío eterno,
silencio opresor…
¿qué hacemos aquí en medio?
el panipé para quedar bien,
y qué nos importan los muertos,
el vivo al bollo y al pastel.
no hay vida después de la muerte,
la nada inunda su ser,
tristeza y desesperanza,
dinero, poder y mujer.
pero párate un rato a pensar,
¿no ves la Mano que todo provee?
La odio, no sé ni porqué,
no quiero oir, ni hablar, ni ver.
La ceremonia de esta mañana me ha recordado a no sé qué político de la segunda República, creo que Indalecio Prieto, quien fue invitado a una tenida masónica y a la salida resumió su impresión: «la verdad es que, para esto, prefiero la misa».
Brillante, entre los argentinos se cuenta una anécdota de la guerra del ´36, que no se si será cierta, pero es verosímil: Cuando unos misioneros protestantes pretendían convertir a los rojos a su religión, y éstos les contestaban, que no creían en la religión verdadera…iban a creer en la de ellos !!!
Qué papelón… Qué manera de arrastrar por el lodo a la Iglesia…
Exacto, hoy ese mismo personaje, saliendo de misa diría: «la verdad es que, para esto, prefiero un concierto una tenida masónica, o un concierto de rock».
Viendo el espectáculo, se entiende perfectamente la decisión de VOX de no participar en el mismo. VOX, el único partido que respeta los derechos de la fe y la Iglesia ante el mundo, Los otros partidos, incluido el PP prefieren la patochada masónica,
No son, en general víctimas del coronavirus; son víctimas de tantas imprudencias e irresponsabilidades, especialmente del Gobierno de la nación. Se ha aplicado a tantos de nuestros ancianos una auténtica eutanasia de Estado, al descartarlos de tratamientos intensivos. La jerarquía ha callado miserablemente. Su silencio es cómplice. El homenaje no lava la cara a unos ni a otros. Los deja en evidencia, todavía más. Un funeral laico, será laico, pero no funeral.
Un acto masónico, en círculo y sentados en sillas de plástico. Frío como un témpano de hielo, donde parece que entregaban unas rosas a alguna deidad o como si fuera algo de la religión de Zoroastro. Hubo alguien no se si ministra o quien que se ha persignado, algunos han depositado la rosa con cierta dignidad pero el señor Sánchez nervioso y de refilón.
Han hecho bien algunos hoy en no asistir ya que es una falta de respeto a la memoria de los fallecidos y a todos los españoles que nos e quieran decir el número real de muertos por COVID. Ha sido un acto de maquillaje de Sánchez y de vergüenza el doctor Simón con mascarilla de tiburones, los modelitos inapropiados de la presidenta del Parlamento y etc.
Pues señores, yo he visto un acto respetuoso y quizá elegante, aunque entiendo que para gustos los colores. Ni siquiera me ha rechinado el pebetero, es verdad que a lo primero me he acordado de la escena de Ben hur de una pompa pagana, pero para ser justos hace mucho que en todas las capitales luce la llama por el soldado desconocido, no es por tanto un símbolo tan chocante. Y en cuanto al trasfondo, ya desde Pío XI se reconoce por la Iglesia, dentro de unos límites y siempre que no quiera autoendiosarse, que el estado tiene derecho a una simbologia y valores propios. Con un 20 por ciento practicante tampoco tenemos que rasgarnos las vestiduras de que por una vez no hayan hecho la hipocresía de organizar una misa. Cuando lo hacen también nos quejamos…
Esto es un acto conmemorativo y por lo mismo no es religioso.
Exacto Saulo!!!
el corro de la patata