“No hay santo sin pasado, ni pecador sin futuro”

|

VAT01 CIUDAD DEL VATICANO (VATICANO) 13/04/2016.- El papa Francisco saluda a los fieles durante la audiencia general de los miércoles en la plaza de San Pedro, Ciudad del Vaticano, hoy, 13 de abril de 2016. EFE/Angelo Carconi El Papa Francisco recuerda en su catequesis de este miércoles que «ser cristianos no nos hace impecables» y que «la Iglesia no es una comunidad de perfectos, sino de discípulos en camino, que siguen al Señor porque se reconocen pecadores y necesitados de su perdón».  Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! Hemos escuchado el Evangelio de la llamada de Mateo. Mateo era un “publicano”, es decir un cobrador de impuestos por parte del imperio romano, y por esto, considerado un pecador público. Pero Jesús lo llama a seguirlo y a convertirse en su discípulo. Mateo acepta, y lo invita a cenar en su casa junto a los discípulos. Entonces surge una discusión entre los fariseos y los discípulos de Jesús por el hecho de que ellos comparten el comedor con los publicanos y los pecadores: “pero tú no puedes ir a la casa de estas personas”, decían ellos. Jesús, de hecho, no los aleja, más bien los frecuenta en sus casas, se sienta al lado de ellos; esto significa que también ellos pueden ser sus discípulos. Y además es verdad que ser cristiano no nos hace impecables. Como el publicano Mateo, cada uno de nosotros confía en la gracia del Señor, a pesar de los propios pecados. Todos somos pecadores, todos hemos pecado. Llamando a Mateo, Jesús muestra a los pecadores que no mira su pasado, a la condición social, a las convenciones exteriores, sino que más bien les abre un futuro nuevo. Una vez escuché un dicho hermoso: “no hay santo sin pasado y no hay pecador sin futuro”. Es bello esto. Esto es lo que hace Jesús. “No hay santo sin pasado, ni pecador sin futuro”. Basta responder a la invitación con corazón humilde y sincero. La Iglesia no es una comunidad de perfectos, sino de discípulos en camino, que siguen al Señor porque se reconocen pecadores y necesitados de su perdón. La vida cristiana, entonces, es escuela de humildad que se abre a la gracia. Un comportamiento tal no es comprendido por quien tiene la presunción de creerse “justo” y creerse mejor que los otros. Soberbia y orgullo no permiten reconocerse necesitados de salvación, más bien, impiden ver el rostro misericordioso de Dios y de actuar con misericordia. Son un muro. La soberbia, el orgullo son un muro que impiden la relación con Dios. Y sin embargo, la misión de Jesús es esta: ir en búsqueda de cada uno de nosotros, para sanar nuestras heridas y llamarnos a seguirlo con amor. Lo dice claramente: «No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos» (v.12). ¡Jesús se presenta como un buen médico! Él anuncia el Reino de Dios, y los signos de su venida son evidentes: Él sana las enfermedades, libera del miedo, de la muerte y del demonio. Frente a Jesús ningún pecador es excluido, ningún pecador es excluido, porque el poder curador de Dios no conoce enfermedad que no pueda ser curada. Y esto nos debe dar confianza y abrir nuestro corazón al Señor para que venga y nos cure. Llamando a los pecadores a su mesa, Él los cura restableciéndolos en aquella vocación que ellos creían perdida y que los fariseos han olvidado: aquella de los invitados al banquete de Dios. Según la profecía de Isaías: «El Señor de los ejércitos ofrecerá a todos los pueblos sobre esta montaña un banquete de manjares suculentos, un banquete de vinos añejados, de manjares suculentos, sustanciosos, de vinos añejados, decantados. Y se dirá en aquel día: Ahí está nuestro Dios, de quien esperábamos la salvación: es el Señor, en quien nosotros esperábamos; ¡alegrémonos y regocijémonos de su salvación!». (25, 6.9). Así dice Isaías. Si los fariseos ven en los invitados sólo pecadores y rechazan sentarse con ellos, Jesús por el contrario les recuerda que también ellos son comensales de Dios. De este modo, sentarse en la mesa con Jesús significa ser transformados por Él y salvados. En la comunidad cristiana la mesa de Jesús es doble: está la mesa de la Palabra y la mesa de la Eucaristía (cfr Dei Verbum, 21). Son estas las medicinas con las cuales el Médico Divino nos cura y nos nutre. Con la primera -la Palabra- Él se revela y nos invita a un diálogo entre amigos. Jesús no tenía miedo de dialogar con los  publicanos, los pecadores, las prostitutas, Él no tenía miedo, amaba a todos. Su Palabra nos penetra y, como un bisturí, actúa profundamente para liberarnos del mal que se anida en nuestra vida. A veces esta Palabra es dolorosa porque incide sobre hipocresías, desenmascara las falsas excusas, mete al desnudo las verdades escondidas; pero al mismo tiempo ilumina y purifica, da fuerza y esperanza, es un reconstituyente valioso en nuestro camino de fe. La Eucaristía, por su parte, nos nutre de la vida misma de Jesús y, como un poderoso remedio, renueva en modo misterioso continuamente la gracia de nuestro Bautismo. Acercándose a la Eucaristía nosotros nos nutrimos del Cuerpo y la Sangre de Jesús, y sin embargo, viniendo a nosotros, ¡es Jesús que nos une a su Cuerpo! Concluyendo aquel diálogo con los fariseos, Jesús les recuerda una palabra del profeta Oseas (6,6): «Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios» (Mt 9,13). Dirigiéndose al pueblo de Israel el profeta le reclama que las oraciones que hacía eran palabras vacías e incoherentes. A pesar de la alianza de Dios y la misericordia, el pueblo vivía frecuentemente con una religiosidad “de fachada”, sin vivir en profundidad el mandamiento del Señor. Es por eso que el profeta insiste: “Yo quiero misericordia”, es decir la lealtad de un corazón que reconoce los propios pecados, que se arrepiente y vuelve a ser fiel a la alianza con Dios, “y no sacrificios”: ¡sin un corazón arrepentido cada acción religiosa es ineficaz! Jesús aplica esta frase profética también a las relaciones humanas: aquellos fariseos era muy religiosos en la forma, pero no estaban dispuestos a compartir la mesa con los publicanos y los pecadores; no reconocían la posibilidad de un arrepentimiento y por eso, de una curación; no colocan en primer lugar la misericordia: siendo fieles custodios de la Ley, ¡demostraban no conocer el corazón de Dios! Es como si a ti, te regalaran un paquete, donde dentro hay un regalo y tú, en lugar de ir a buscar el regalo, miras sólo el papel que lo envuelve, sólo las apariencias, la forma, y no el centro, el regalo que viene dado. Queridos hermanos y hermanas, todos nosotros estamos invitados a la mesa del Señor. Hagamos nuestra la invitación de sentarnos al lado de Él junto a sus discípulos. Aprendamos a mirar con misericordia y a reconocer en cada uno de ellos un comensal. Somos todos discípulos que tienen necesidad de experimentar y vivir la palabra consoladora de Jesús. Tenemos todos necesidad de nutrirnos de la misericordia de Dios, porque de esta fuente brota nuestra salvación. (Traducción del italiano por Mercedes De La Torre – Radio Vaticano).

Ayuda a Infovaticana a seguir informando

Comentarios
0 comentarios en ““No hay santo sin pasado, ni pecador sin futuro”
  1. Pues pedir que la iglesia sea de pecadores es en realidad es omitir su realidad de esposa de Cristo, construir una iglesia sin religion, una ong…

    “No una Iglesia de puros sino de pecadores” es contrario a lo que fue la primitiva Iglesia, porque esta era de los santos, todos se tenian por santos, porque seguian las enseñanzas recientes de Cristo, y eso dignificaba mas la vocacion..
    Y no estaba cimentada en personas observantes sino que procedia muchas veces de judios pero tambien de samaritanos conversos, der prostitutas conversas como Magdalena, de cobradores de impuestos coonversos, de fornicarios como la de mujer del pozo, que habia tenido 4 hombres pero que conocio a Jesus y suponemos que volveria ya con su marido y ademas de los paganos conversos que aun comian carne ofrecida a los dioses… una situacion de paganismo similar a la de nuestra epoca o peor , pero que una vez bautizados entraban en una vida de perfeccion, segun vemos en las cartas de los apostoles a quienes exhortaban a la santidad y a la caridad.

  2. Catecismo de la Iglesia Catolica: “¿Qué es la Iglesia, sino la asamblea de todos los santos?”

    Después de haber confesado “la Santa Iglesia católica”, el Símbolo de los Apóstoles añade “la comunión de los santos”. Este artículo es, en cierto modo, una explicitación del anterior: “¿Qué es la Iglesia, sino la asamblea de todos los santos?” (San Nicetas de Remesiana, Instructio ad competentes 5, 3, 23 [Explanatio Symboli, 10]: PL 52, 871). La comunión de los santos es precisamente la Iglesia.

    947 “Como todos los creyentes forman un solo cuerpo, el bien de los unos se comunica a los otros […] Es, pues, necesario creer […] que existe una comunión de bienes en la Iglesia. Pero el miembro más importante es Cristo, ya que Él es la cabeza […] Así, el bien de Cristo es comunicado […] a todos los miembros, y esta comunicación se hace por los sacramentos de la Iglesia” (Santo Tomás de Aquino, In Symbolum Apostolorum scilicet «Credo in Deum» expositio, 13). “Como esta Iglesia está gobernada por un solo y mismo Espíritu, todos los bienes que ella ha recibido forman necesariamente un fondo común” (Catecismo Romano, 1, 10, 24).

    948 La expresión “comunión de los santos” tiene, pues, dos significados estrechamente relacionados: “comunión en las cosas santas [sancta]” y “comunión entre las personas santas

  3. En pocas palabras nos tomamos una pizza o un cafe con los pecadores y LOS LLAMAMOS A LA SANTIDAD..si verdaderamente los amamos.

    Y en nuestras Comunidades Cristianas vivimos lo mismo que la iglesia primitivas escuchamos la palabra..compartimos la fraccion del pan..nos amamos y celebramos…como hijos de Dios…y enseñamos lo que Cristo nos enseño…confesamos Amaras al Señor tu Dios con todo tu corazon y al Projimo…esto es siguiendo sus Mandamientos..del 1o al 10o y los de la Iglesia…

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

 caracteres disponibles