Los cardenales están con el Santo Padre

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Aparte de la información objetiva sobre la visita del Cardenal Müller a Chile, puedo decirles que fue una ocasión más para experimentar la triste división en la Iglesia. Algunos chilenos —a quienes estimo— ya han manifestado su disgusto por el mensaje del Cardenal (no doy link), mientras que otros hemos quedado agradecidos. Sigo pensando que me parece de locos pensar que los Cardenales «se oponen» al Papa, y que el Papa, no obstante eso, los deja en sus puestos. Sin embargo, que algunos tienen opiniones distintas sobre diversos asuntos, es algo que el mismo Santo Padre ha manifestado ya en alguna entrevista, y que agradece. El Papa Francisco ha dicho más de una vez que los «Yes Man» no le gustan, y que, en cambio, le divierte discutir con Obispos conservadores (él ha usado esta expresión política, y otras, como «zurdos», coloquialmente). Por eso, los clérigos que no merecen confianza son aquellos que, en tiempos de Benedicto XVI, pensaban una cosa, y ahora, quizás creyendo agradar al Santo Padre, piensan otra contraria. ¿Cómo puede cambiar tan pronto su visión de la Iglesia y del mundo un señor de 50, 60 o 70 años? Ese acomodarse a lo que se intuye que piensa el superior es una forma de adulación, que envilece a quien la practica; en cambio, seguir los mandatos del superior e identificarse con sus objetivos, es obediencia, y enaltece. El único caso límite es aquel en el que, por obediencia de fe, uno debe abandonar el error en el que ha incurrido. Este asunto no tiene nada que ver con ese continuo acomodo del pensamiento y del discurso en que incurren los hipócritas y arribistas. Y que ha sido particularmente notorio desde la elección del Papa Francisco. Quienes advertimos desde lejos la adulación al Papa percibimos, junto con ella, la ridiculez humana del hombre ambicioso y trepador. Uno de los mejores ejemplos de esa zalamería vergonzosa, ridícula, y hasta insultante para la inteligencia del Papa, es la carta de los hermanos Boff, comentada por don Jorge González. ¿No resulta patética la adulación al Papa, la apelación a lo bueno que es él y lo humilde y lo revolucionario…? ¡Más cuando sabemos que estas víboras no dan un peso por el Papa, sea quien sea, sino que lo usan para su diabólica labor de destrucción de la fe! El Papa Francisco, ¿qué pensará de cartas como esa y de los fieles que lo alaban tan rastreramente? Me lo imagino sonriendo, haciendo un esfuerzo de caridad hacia el interlocutor, pero realmente incómodo por dentro. Me lo imagino ejercitando ese consejo de san Ignacio, de salvar la intención del otro. Si yo pudiera estar con el Papa, le diría que lo quiero y que rezo por él, porque es verdad. O quizás ni se lo diría, porque para qué insistir en lo obvio. Pero no sería tan imbécil de alabarlo. O quizás me tiento y le digo: «¡Ay, Santo Padre, qué humilde es Usted que abomina de los aduladores!».

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