Viktor Orbán, un líder con destreza

Orban
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(Leone Grotti en Tempi)-¿Es Hungría realmente la tumba de los derechos? Y si Orbán es realmente el «autócrata» condenado por media Europa, ¿por qué goza de un consenso tan grande en su país? Vicios y virtudes (y astucia) del hombre que se atrevió a arrebatarle la hegemonía a la quebrada izquierda postsoviética.

A Viktor Orbán no le gusta perder. El primer ministro de Hungría no solo es competitivo en política, sino también en su vida privada. Según algunos, la necesidad de imponerse a toda costa del que es considerado el «hombre malo» de Europa es una herencia de la infancia. Nacido siete años después de la invasión de Budapest por el Ejército Rojo, en 1963, en un pequeño pueblo en la época de la colectivización agrícola, Orbán fue golpeado repetidamente por su padre, un «hombre violento», según admite el propio primer ministro, que le pegaba tan duramente que a veces tenía que permanecer en cama durante días, lo que le causó enormes «problemas de autoestima». Esto quizás explique un episodio emblemático relatado en una entrevista con la revista húngara Story por su esposa Anikó Lévai. Una vez ambos participaron en una carrera de esquí, Lévai quedó primera y Orbán segundo. Incapaz de soportar el desaire, el primer ministro húngaro se dirigió a los jueces y les convenció de que concedieran los premios en dos categorías diferentes para hombres y mujeres. «Así consiguió no quedar segundo detrás de mí».

La determinación, la destreza política y la cara dura con los que Orbán consiguió no perder aquella inútil carrera de esquí son los mismos con los que el fundador de Fidesz, la Federación de Jóvenes Demócratas fundada en 1988 con carácter antisoviético y con financiación de George Soros, se atrevió a desafiar abiertamente al régimen en un discurso público en 1989. Y son también los que le han permitido liderar con firmeza Hungría desde 2010, desarticulando el sistema de poder monolítico que la izquierda postcomunista había construido ocupando todos los ganglios del Estado y de la sociedad civil. Pero también son las habilidades que le han llevado a sustituir el fallido sistema socialista por otro opuesto, exitoso pero igualmente ramificado, que ha despertado tantas iras entre los miembros del Parlamento Europeo y la Comisión. Instituciones que desde hace una década, con el apoyo de la prensa, critican cada vez más duramente a Orbán y sus gobiernos, a veces basándose en hechos y datos inquietantes, dejándose guiar a menudo por posiciones ideológicas.

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«Hungría ya no es una democracia, sino un régimen híbrido de autocracia electoral». Con 433 votos a favor, 123 en contra y 28 abstenciones, el Parlamento Europeo aprobó el 15 de septiembre una resolución explosiva, quizás la más dura jamás adoptada contra un Estado miembro, para acusar a Orbán de ser un dictador a la altura de Vladimir Putin. La lista de agravios es muy larga y a veces sorprendente. Según los eurodiputados, la equidad del sistema electoral, la independencia del poder judicial, el respeto a la privacidad, la libertad de expresión, el pluralismo de los medios de comunicación, la libertad académica, los derechos LGBT, la protección de las minorías e incluso la libertad religiosa están amenazados en Budapest. Una larga lista de la que estaría orgulloso el entonces presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, que en 2015 saludó así a Orbán en una cumbre oficial: «¡Hola, dictador!».

La resolución de septiembre es solo el último cruce de espadas entre Budapest y Bruselas, que nunca ha visto con buenos ojos la vuelta al poder de Orbán, que ejerció un primer mandato entre 1998 y 2002. El inicio de la disputa se remonta a 2011, cuando el Parlamento húngaro, donde el Fidesz y sus aliados habían obtenido una abrumadora mayoría de dos tercios, aprobó una nueva Constitución. La Carta, entre otras cosas, reconoce «el papel del cristianismo en la preservación de la nación», protege la vida «desde el momento de la concepción», define la familia como «la base de la supervivencia de la nación» y designa el matrimonio como la unión entre un hombre y una mujer.

Cuando la Constitución entró en vigor en 2012, la Comisión Europea abrió inmediatamente un procedimiento de infracción contra Budapest, denunciando que algunos de los cambios introducidos podían perjudicar la independencia de los jueces y del Banco Central húngaro, pero el Consejo Europeo rechazó todas las acusaciones. Al año siguiente, en 2013, el Parlamento Europeo aprobó el llamado Informe Tavares sobre el retraso democrático de Hungría, en el que se pedía a la Comisión que hiciera uso del artículo 7 del Tratado de Ámsterdam, que prevé sanciones para los países sospechosos de violar los valores europeos consagrados en el artículo 2 del Tratado de la Unión Europea. Entre ellas, la llamada «opción nuclear», la suspensión del derecho de voto en el Consejo Europeo. Pero, una vez más, no se llegó a nada, gracias en parte a que Fidesz era entonces miembro del Partido Popular Europeo.

El arma de la «condicionalidad»

Ante los repetidos intentos fallidos de sancionar a Budapest, la UE se dio cuenta con el paso de los años de que se estaba quedando sin instrumentos eficaces. Y por eso, a caballo entre 2020-2021, aprobó el Reglamento sobre la condicionalidad vinculada al respeto del Estado de Derecho. El reglamento permite a la Comisión Europea suspender el pago de los fondos presupuestarios de la UE a los Estados miembros que infrinjan determinados valores. A pesar de la amplia interpretación ofrecida por el Parlamento Europeo, el Tribunal de Justicia subrayó que la Comisión solo puede intervenir en aquellos aspectos del Estado de Derecho que pongan en peligro el buen uso de los fondos de la UE: la falta de un poder judicial independiente, la presencia en la legislación de obstáculos a la investigación y persecución de los delitos y las dificultades para corregir las decisiones ilegales tomadas por las autoridades.

La Comisión de Ursula von der Leyen utilizó por primera vez el reglamento el pasado mes de abril contra Hungría. Paradójicamente, lo hizo bajo la presión del Parlamento europeo y por razones ajenas a los objetivos fijados por el Tribunal de Justicia. De hecho, fue la Ley de Protección de la Infancia que entró en vigor en julio de 2021 en Hungría, calificada por sus detractores como «anti-LGBT», y la postura cada vez más crítica de Orbán hacia las sanciones económicas a Rusia lo que  impulsó a Von der Leyen a tomar medidas. Budapest corre ahora un gran riesgo: si no cumple con las exigencias de la Comisión, puede perder 7.500 millones de los fondos de cohesión (alrededor del 30% de los 22 que debe recibir para el periodo 2021-2027) y 5.800 millones del Plan de Recuperación, que la UE aún no ha aprobado y que, de hecho, tiene como rehenes.

Votos de todo tipo

Pero, ¿es realmente correcta la lectura de que Hungría es un agujero negro de derechos, Orbán un dictador despreciable y el pueblo húngaro lo suficientemente estúpido e inculto como para votarle durante 12 años sin darse cuenta de la deriva autocrática? «La realidad es mucho más compleja», afirma a Tempi Stefano Bottoni, profesor de Historia de Europa del Este en la Universidad de Florencia y autor de la excelente biografía política Orban. Un despota in Europa. El profesor, que vive en Hungría cuando sus compromisos académicos no le llaman a Florencia y que entre 2009 y 2019 fue investigador del Centro de Investigación de Humanidades de la Academia de Ciencias de Hungría, no oculta sus críticas al «sistema gramsciano» creado por Orbán, pero explica por qué el consenso de Fidesz «no se desmorona y se mantiene estable en torno al 40% desde hace más de una década».

No es casualidad, según Bottoni, que Orbán haya obtenido mayorías abrumadoras en cuatro rondas electorales consecutivas (52% en 2010, 45% en 2014, 49% en 2018 y 54% en 2022). «Es un político extremadamente hábil, capaz de proponer diferentes mensajes a distintos grupos sociales. Sabe hablar en inglés de Oxford, pero también utilizar argumentos duros cuando quiere». Su partido es votado tanto por las familias adineradas que viven «en los barrios acomodados de Budapest» como por los pensionistas «que viven en barrios marginales de las afueras». El Fidesz es el partido preferido por las mujeres, «aunque es una formación política patriarcal», pero también por la minoría romaní, «que, a pesar de no tener peso político, está toda del lado de Orbán. Su situación no ha mejorado mucho, pero hace 15 años estaban casi todos en paro, mientras que hoy la mayoría tiene al menos un pequeño trabajo», explica Bottoni. El consenso del primer ministro magiar, en definitiva, «es generalizado y real, no es el resultado de un fraude. Es intergeneracional, interclasista, interurbano, muy fuerte en los pueblos y ciudades pequeñas, pero también notable en la capital».

Tanto consenso se debe a que Orbán fue capaz de sacar al país del estancamiento en el que se encontraba. Bottoni, como historiador, nos invita a situar el éxito del premier en un contexto más amplio. Tras la caída de la Unión Soviética en 1989, los socialistas -que heredaron del régimen de János Kádár el poder económico y cultural y el acceso a los medios de comunicación- condujeron a Hungría hacia la economía de mercado y la integración euroatlántica. Pero algo no funcionó y ya en la década de 2000 «las consignas de la transición democrática postcomunista (Occidente, mercado, democracia liberal) entraron en crisis». «Hacia 2006-2007 la democracia húngara no funcionaba en absoluto», continúa Bottoni: «Estaba plagada de problemas estructurales de corrupción, dominada por los oligarcas, y en profunda crisis económica y de legitimidad».

Zombis políticos como oponentes

Como señala el historiador en su libro, «los años del gobierno de Ferenc Gyurcsány», aún hoy entre los líderes de la oposición socialista, «fueron desde el punto de vista macroeconómico irresponsables y perjudiciales. Entre 2005 y 2008 la economía húngara se paralizó». El ápice del descontento con los socialistas se alcanzó cuando se publicó un audio de Gyurcsány en el que el entonces primer ministro hablaba así a sus diputados a puerta cerrada tras ganar las elecciones: «No hemos hecho nada en el último año y medio salvo mentir mañana, tarde y noche». La situación era dramática, admitió Gyurcsány en la grabación, las cuentas estaban fuera de control a pesar de que «hemos utilizado cientos de trucos que no tenéis por qué conocer». Al escándalo del audio hay que añadir que entre 2008 y 2009 Hungría acabó «al borde del abismo financiero», con el desempleo y la corrupción disparados. Y la culpa es de Bruselas, ya que el entonces comisario europeo de Asuntos Económicos, el socialista Joaquín Almunia, «había tenido conocimiento de las triquiñuelas presupuestarias de los socialistas, pero había preferido posponer cualquier medida para no perjudicar a un Gobierno ‘amigo'».

Ante semejante desastre, ¿quién puede sorprenderse realmente de las repetidas victorias de Orbán? «¿Por qué los húngaros no eligen la oposición? Porque la oposición está dirigida por el hombre que arruinó Hungría, Gyurcsány. Es como si la oposición en Italia hoy en día siguiera encabezada por Achille Occhetto, un zombi político», explica el profesor Bottoni. Por otro lado, Viktor Orbán ha conseguido algunos éxitos: de 2010 a 2018 el número de delitos en Hungría se ha reducido a la mitad, el ‘Sistema de Cooperación Nacional’ creado por el premier, liberal en materia de derechos laborales ‘estilo Thatcher’, basado en un marcado intervencionismo estatal en la economía, en una nueva red de oligarcas pero también en la apertura a las multinacionales, ha hecho crecer el PIB desde 2014 con porcentajes superiores a la media europea, muy por encima del 3%, llevando el desempleo del 11% en 2009 al 4% actual.

Las palancas del poder

Además, al invitar a los húngaros a no avergonzarse de una identidad de derecha fuerte, Orbán ha promovido desde 2014 un modelo «antiliberal» que, según explica Bottoni, reconoce el valor de la libertad pero se opone a «los valores liberales, en términos no tanto de economía como de identidad y bioética». De ahí las leyes a favor de la familia y la natalidad (sobre todo la exención de por vida del pago del IRPF para quienes tengan tres hijos), en las que Budapest ha invertido el 4% del PIB cada año desde 2012 (unos 10.000 millones de euros) y que han permitido en diez años la caída del número de abortos (de 40.000 a 24.000 al año), el aumento de la tasa de fertilidad (de 1,2 a 1,6 hijos por mujer), el crecimiento del 102% de los matrimonios y la caída del 24% de los divorcios.

Hay quienes ven la Hungría de Orbán como un modelo sobre esta base, pero también está la otra cara de la moneda. «El primer ministro magiar estudió el discurso de Antonio Gramsci sobre la hegemonía para su tesis de licenciatura sobre la solidaridad», recuerda Bottoni, «y durante su primera experiencia en el gobierno se dio cuenta de que no se puede hacer nada si no se controlan las palancas de la economía y la cultura». Por eso, en los últimos 20 años Orbán ha conseguido «lo que la derecha italiana nunca ha hecho: invertir miles de millones y miles de millones en cultura» creando una red paralela de revistas y asociaciones. Una vez de vuelta al gobierno, «se hizo con el 90% de los medios de comunicación, se aseguró el control de las universidades», cambió los libros de texto escolares, creó una red de nuevos oligarcas especializados en acaparar fondos europeos hasta crear «un sistema que no puede ser derrocado democráticamente».

Las reformas exigidas por la Unión

¿Volvemos a la acusación del Parlamento Europeo, es decir, que Hungría es una «autocracia electoral»? «Esto es lo que ha dicho un organismo político como el Parlamento Europeo. Pero no olvidemos que una acusación no es una condena», dice a Tempi Schanda Balázs, juez del Tribunal Constitucional húngaro desde 2016 y ex decano de la Facultad de Derecho de la Universidad Católica Pázmány Péter entre 2007 y 2013. La acusación más grave que hace Bruselas a Hungría es que su sistema judicial no es independiente, «pero no es así», señala el juez. «Nuestro sistema judicial es rápido, llega a un veredicto en un tiempo razonable y el hecho de que más del 90% de los casos se cierren en primera instancia significa que la acusación y la defensa suelen coincidir en los veredictos. Hablar de una justicia no independiente en Hungría es simplista y exagerado». Sin embargo, hay quienes señalan con el dedo a la Oficina Nacional de la Magistratura (Noj), cuyo presidente, nombrado por los políticos, se encarga de supervisar el funcionamiento del poder judicial, pero también del nombramiento de los jueces, creando un desequilibrio entre el poder político y el judicial. «En los dos últimos años se han nombrado 85 jueces, y en más del 80% de los casos el presidente de Noj aprobó los nombramientos que le llegaron de los distintos tribunales», explica Balázs. «Los que acusan a nuestro sistema judicial de no ser independiente también deberían aportar pruebas de lo que dicen».

Si se examina más detenidamente, casi ninguna de las acusaciones formuladas por el Parlamento europeo contra Hungría entra dentro de los problemas planteados por la Comisión en torno al Estado de Derecho según la interpretación oficial del Tribunal de Justicia. Sin embargo, es esto último lo que pone en riesgo miles de millones de financiación crucial para las arcas de Budapest. Para no perderlos, Hungría ha acordado con Bruselas 17 reformas para garantizar que los fondos europeos se gasten bien y no se pierdan en las mallas de la corrupción. Según la Oficina Europea de Lucha contra el Fraude (Olaf), de hecho, en Hungría se han certificado irregularidades en la asignación y el gasto del 4% de los fondos europeos entre 2015 y 2019, muchos de los cuales habrían ido a parar a empresas de familiares o aliados de Orbán. Nadie, según Olaf, lo hace peor que Budapest en Europa. «La corrupción existe en todas partes, no solo en Hungría», comenta el juez Balázs, «y no creo que sea peor aquí que en otros países. En cualquier caso, el Parlamento trabaja junto con la Comisión».

Ley «anti-LGBT» y aborto

«Hemos cumplido todas las exigencias al pie de la letra», subraya en Tempi Zsolt Némethémeth, presidente de la Comisión de Asuntos Exteriores del Parlamento húngaro. «Ahora la pelota está de nuevo en el tejado de la Comisión, pronto sabremos si su prioridad son realmente los aspectos legales o si en lugar de proteger su propia respetabilidad querrá ceder al chantaje del Parlamento europeo». La alusión de Németh, en política desde la caída del régimen, uno de los fundadores del Fidesz y secretario de Estado en el Ministerio de Asuntos Exteriores entre 2010 y 2014, es clara: Bruselas utiliza el arma del reglamento de condicionalidad para castigar la heterodoxia de Orbán, cada vez más crítico con la Unión Europea, a la que recientemente comparó con la Unión Soviética. Tres medidas en particular estarían en el punto de mira: la mencionada ley «anti-LGBT», la medida que obliga a las mujeres a escuchar el latido del bebé antes de abortar, y una política exterior demasiado cercana a la de Rusia y China y alejada de Ucrania.

La primera medida es la que prohíbe la propaganda LGBT en las escuelas y exige que la presencia de relaciones homosexuales o de elementos relacionados con la teoría de género se indique en la portada de los libros o al principio de las películas. El juez Balázs, debido al cargo que ocupa, no puede entrar en el fondo de la conveniencia de aprobar dicha ley, pero intenta explicar su fundamento: «En Hungría no se ha prohibido ningún libro o película con personajes LGBT. El legislador considera simplemente que, en materia de educación sexual, la autoridad educativa corresponde exclusivamente a los padres, que deben poder decidir libremente qué mensajes enviar a sus hijos menores de edad y cuáles no».
En cuanto a la normativa sobre el aborto, el juez constitucional húngaro se limita a señalar que «el acceso al aborto no se ha restringido en modo alguno en el país»: la interrupción del embarazo está siempre permitida hasta la duodécima semana y, en muchos casos, incluso hasta la vigésimo cuarta.

La cuestión de las relaciones con Rusia

Pero la posición de Orbán sobre la guerra en Ucrania aleja aún más a Budapest de otras capitales europeas. Opuesto a la limitación del precio del gas, al embargo petrolero de Moscú y, en general, a todas las sanciones contra Rusia, la excesiva cercanía del primer ministro magiar a Putin es vista con creciente recelo y molestia en Bruselas. «La invasión de Rusia es inaceptable, pero no es nuestra guerra y no estamos de acuerdo con quienes quieren utilizarla para debilitar a Moscú», dice el presidente de la Comisión de Asuntos Exteriores para explicar la posición de Budapest. «El interés europeo es que el conflicto termine cuanto antes. Votamos a favor de todas las sanciones, pero pedimos la exención de las sanciones energéticas porque, a diferencia de los países sin litoral, no tenemos alternativa al gas ruso y no podemos construir nuevos gasoductos en pocos meses. La UE no puede soportar las consecuencias de las sanciones y nosotros menos que otros, porque nuestro país no es tan rico como los de Europa Occidental». Németh está de acuerdo con las críticas de Orbán a Bruselas: «Si la Unión Europea es hoy débil en el tablero internacional, es porque no tiene ejército y trata de compensar su debilidad militar con duras declaraciones. Pero las palabras nunca pueden sustituir a los hechos, y empujar a Rusia a vender su energía barata a Asia, en lugar de a nosotros, no me parece una gran estrategia».

Independientemente de cómo acabe la diatriba entre Budapest y Bruselas, la Hungría de Orbán sigue siendo un país en claroscuros. Interesante, por un lado, porque, como señala Balázs, recuerda a Europa que «la unidad no puede convertirse en uniformidad» y que las decisiones de los votantes, aunque no les gusten, «deben respetarse siempre, pues de lo contrario no puede haber diálogo en la Unión».

Cuestión de «fundamentos morales»

Además, Hungría, a pesar de no ser un país especialmente religioso en comparación con, por ejemplo, Polonia, en una Europa demasiado a menudo dominada por el laicismo, ha tenido el valor de reconocer secularmente que «las comunidades necesitan una base moral y una experiencia común, y que la religión es fundamental para transmitir los valores y la cultura». Orbán, a su pesar, también ha dado voz a una cuestión compartida por muchos en Europa y enunciada por el juez constitucional húngaro de la siguiente manera: «El proyecto europeo no es solo cuestión de dinero, sino también de valores: ¿quién ha dicho que solo deben ser los de la cultura progresista y no también los de la tradición judeocristiana?».

Sin embargo, por otro lado, Hungría también es problemática porque, el profesor Bottoni está convencido, Orbán «ha establecido un sistema casi feudal en el que tiene un enorme margen de maniobra y ya no tiene que responder ante nadie». En los últimos años, Bruselas ha abandonado la vía de la diplomacia y el primer ministro holandés, Mark Rutte, llegó a aconsejar a Orbán que sacara a Hungría de la Unión Europea. Sin embargo, la estrategia de confrontación frontal no ha conducido a nada bueno y la propia idea de deshacerse de Budapest es mala. «Si hay una contribución original que podemos aportar a Europa», razona Balázs, «es la experiencia de una vida vivida sin libertad. Sabemos lo que significa estar bajo un régimen, y por eso también tenemos una sensibilidad diferente en muchos aspectos. Somos celosos y apegados a nuestra historia, cultura e identidad. Nuestra democracia no es perfecta, lo sabemos, tiene muchos problemas y experimenta muchas dificultades. Pero no creo que sea tan diferente de la de otros países. La UE debería ayudar a Budapest a corregir sus distorsiones, y no ceder a la tentación -simplista y arrogante- de tirar al bebé con el agua del baño».

 

Publicado por Leone Grotti en Tempi

Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana

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Comentarios
17 comentarios en “Viktor Orbán, un líder con destreza
  1. Por lo menos es coherente, no como España, que la dictadura de partidos , al servicio de intereses extranjeros, está arruinada moralmente, etc etc

  2. Orbán es un modelo a seguir. Es uno de los pocos estadistas que defienden los valores cristianos. Precisamente por ello es denostado por los políticos y prensa del NOM.

    1. Es un aliado traidor, que solo mira por su culo, y un enemigo para la seguridad de Europa. Este mes de agosto visitó Transilvania y creó un conflicto diplomático con Rumanía que a punto estuvo de crear graves disturbios en la zona, por manifestar durante su visita, apoyando a los separatistas pro húngaros, que Transilvania pertenece a Hungría. Que no le ofrezca Rusia, a cambio de su apoyo, Transilvania, que como ya lo hicieron en la segunda guerra mundial, los húngaros, a los que los alemanes tenían por basura, cambian de chaqueta en santiamén.

  3. Estos demócratas tragalodos y mataniños califican a Orban de dictador cuando no hay dictadura más perniciosa que la del pecado que promueven constantemente. De nuevo, sepulcros blanqueados, llenos de rapiña y podredumbre… No hagamos caso del criterio de aquellos que todo lo ven distorsionado por su propio pecado personal y estructural. El axioma » por sus obras los conoceréis» sigue siendo la manera más acertada de enfocar las realidades humanas y políticas. Quien recoge con nosotros, no desparrama. Orban defiende el matrimonio cristiano, la vida del no nacido y los valores de la civilización cristiana: Recoge con nosotros. Adelante.

  4. Una ponderada visión del gobierno húngaro.
    Muy positiva -y desde luego a imitar, como mínimo- me parece la medida de hacer oír el latido del feto como requisito para abortar.

    1. A mí a Hitler a quien más me recuerda es a Satánchez, partido de izquierdas (los nazis eran SOCIALISTAS, a ver si se enteran todos de una vez) y queriendo dominar y exterminar a los que no piensan como él (Hitler quería la raza aria, Satánchez quiere exterminar España y a los españoles, vendiéndonos a los etarras y los separatas xenófobos). PSOETA, izquierda putrefacta y pervertida, no hay cosa peor.

    2. ¿A qué consenso se refiere? Hitler ganó con mayoría relativa, y la distribución del voto del Partido Nacional Socialista fue muy irregular. Arrasó en ciudades y provincias de mayoría secularizada y protestante, y fue claramente minoritario en los lander de mayor presencia católica como Baviera o, en menor grado, Renania Westfalia.

    3. Digo como Aliseya: no sé para qué se remonta a la primera mitad del siglo pasado, teniendo ejemplos actuales para advertir que se tenga cuidado: Brasil, Argentina, la misma España… Es que el socialismo es la peste, sea nacionalista (como el de Hitler) o pacte con ellos (como el de Sánchez). Pero Orbán no es socialista, así que no hay peligro.

  5. 1 – Como católico anti-liberal, no me gustan los herejes calvinistas. 2 – Tambien no me gustan los apoiantes de la maquiavélica cleptocracia del kremlin. 3 – Me gusta el anti-liberalismo de Orban. 4 – Me gusta mas, el gobierno católico polaco y su condena de las politicas injustas y cleptocraticas de Putin.

    1. No se trata de lo que le guste a usted o no. Y en Hungría la alternativa a Orbán no es ningún gobierno católico. Por otra parte, tanto mirar a Occidente está acabando con el rasgo más distintivo e importante de Polonia como nación: su fe católica. Cuando se den cuenta será tarde.

  6. El problema es que la UE es un ensayo y experimento para la instauración del gobierno mundial que es objetivo de la Agenda.
    Cada país tiene tres niveles burocráticos, para qué uno más regional? Mas Estado, más gasto, más corrupción.
    Hay que reducir. Cada ciudad se puede arreglar sola. Hay hombres capaces en cada localidad.

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