Asistir a los enfermos en el hospital: ¿Un «servicio» más?

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Uno de los mayores peligros de la Iglesia en el mundo moderno es reducir su misión a su labor asistencial, es decir, convertirla en la mayor ONG del mundo.

Leo en Religión Confidencial un artículo en el que entrevistan a un capellán de hospital y que titulan con una cita textual del entrevistado: “No creo que nadie se atreva a suprimir la ayuda del servicio religioso”.

Sinceramente, se me ocurren pocos sitios donde la asistencia de un sacerdote pueda ser más útil que en el lecho del dolor. No es solo ya que Cristo incluyera específicamente entre las Obras de Misericordia visitar a los enfermos; es que la enfermedad y la proximidad de la muerte son ocasiones ideales para que se susciten esos ‘signos de contradicción’ que empujan de forma especial al encuentro con Cristo y a la renovación de la fe.

Si la Iglesia no está en los hospitales, no está al lado de los que sufren, difícilmente se la hallará en ninguna otra parte. Impedir que quienes sufren puedan darle un sentido al dolor y unirlo a la Cruz; que quienes tal vez estén a punto de morir tengan la última ocasión de encontrar significado a toda su vida, sería, ciertamente, un acto tiránico en grado supremo.

En ese sentido, no tenemos más que admiración por el capellán de la noticia y no podemos estar más de acuerdo en el fondo, si no tanto en la forma, con el sacerdote cuando afirma que “los enfermos tienen derecho a recibir asistencia religiosa y tienen derecho a que un capellán permanezca en el centro determinadas horas y forme parte del personal”.

Pero, a partir de ahí, el asunto entra en otra derivada que va a dar de bruces con uno de los serios problemas de la Iglesia hoy: la política.

Se resume en una sola cita: “Mi sueldo lo paga el Insalud que lo manda al arzobispado y el arzobispado me paga a mí. Es un servicio más como cualquiera que está aquí, desde el trabajador social hasta el vigilante”.

¿El Insalud? ¿Por qué tiene que pagarlo el Insalud? Porque, prosigue el sacerdote, es «un servicio más como cualquiera que está aquí». ¿De verdad cree eso? Entre las labores del capellán está, por ejemplo, confesar al enfermo o darle la comunión. ¿Es eso «un servicio más como cualquiera»?

En esta frase y en este caso están resumidos dos de los mayores peligros y de los graves problemas de la Iglesia en el mundo moderno, ambos derivados de su incómodo contubernio con el poder político. Me apresuro a decir que nada de esto supone crítica alguna al sacerdote en cuestión, cuyos veinte años al servicio de los enfermos no puedo más que encomendar y agradecer.

El primer peligro es reducir la misión de la Iglesia a su labor asistencial, es decir, convertirla en la mayor ONG del mundo cuya encomiable tarea consiste en dar de comer al hambriento, dar posada al peregrino y todo lo demás, sumándole, si viniera al caso, un vago ‘consuelo’ espiritual con cierta tendencia a concretarse en terapia psicológica.

Si el Estado aconfesional y crecientemente anticristiano ‘paga un servicio’, este deberá aportar algo que pueda entenderse y justificarse desde la increencia. En el caso que nos sirve de ejemplo, sería ese ‘apoyo psicológico’ del que hablábamos antes.

Esa visión, de universalizarse, destruiría la Iglesia en cinco minutos. Si lo importante de los misioneros es que construyan pozos y luchen contra las injusticias y den de comer a los pobres, por encima de evangelizar y anunciar a Cristo, todo lo demás está de más; sobran los sacramentos, sobra el mensaje de salvación.

Cristo no ha venido al mundo, no ha muerto y resucitado ni fundado una Iglesia para lanzar una labor asistencial. Siendo Dios, igual que alimentó a quinientos un día con cinco panes y dos peces podría dar de comer a 7.500 millones toda su vida, y no lo hace.

La espectacular labor asistencial de la Iglesia desde su origen no es su razón de ser ni la esencia de su mensaje, sino una consecuencia natural e inmediata del mismo. Pervertir esa relación es dejar la consecuencia sin la causa, es decir, vaciar el cristianismo de sentido.

El segundo peligro es algo que parece ya insinuarse a simple vista, y es que la Iglesia se convierta en un departamento estatal más, su secuestro por el poder. Una Iglesia que depende del Poder para tantas cosas -esta del ejemplo es solo una entre miles- no puede ser libre y, mucho menos, profética.

Tenderá, como vemos a todas horas, a acentuar más la cautela que la audacia evangélica, a poner sordina al mensaje por «no molestar», a aguar el tono. Quien paga al gaitero, reza un refrán inglés, decide la melodía.

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Comentarios
3 comentarios en “Asistir a los enfermos en el hospital: ¿Un «servicio» más?
  1. Y si encima en esos hospitales se practican abortos y eutanasias es que hemos equivocado el norte totalmente. Y más con una Roma inoperante o, si operante, en el sentido equivocado, quizás hasta de propósito.

  2. Pero a ver, hombre, que lo de este artículo es mezclar churras con merinas. Dejando a un lado la cuestión nada irrelevante del sueldo del cura, el problema es que sir el capellán no está encuadrado dentro de la organización del propio hospital no habrá modo de que nadie le pase aviso de los enfermos ni que le dejen visitar las habitaciones. Y por supuesto que un estado aconfesion al puede subvencionar un servicio religioso como subvenciona un museo de arte moderno o un equipo de water-polo… salvo que asumamos la teoría liberal del estado para la que sólo debería pagar a jueces y policías, lo que no es acorde a la visión sobre el estado por parte de la Doctrina Social de la Iglesia. Por favor mucho liberal hay aquí…

  3. Desde mi perspectiva de no católico, no entiendo que el sueldo de un capellán deba ser pagado por las instituciones. Considero que el derecho a recibir asistencia religiosa es incuestionable. Para tal fin, la administración pública debe permitir, facilitar, incluso dotar con un espacio (no tiene porque ser en exclusiva) a los diferentes ministros, pastores, sacerdotes, rabinos o imanes, para que el derecho de los pacientes se garantice. Incluso debe dar información si se le solicitare al personal hospitalario de los «servicios» religiosos. Pero creo que sería incluso bueno para cada iglesia, contar con la independencia suficiente para realizar sus acciones sin subsidios ni sueldos.

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