Las democracias occidentales: responsables de la persecución cristiana en Irak

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GEORGE BUSH TONY BLAIR

Los actuales acontecimientos de Irak no pueden leerse sin mirar atrás, a las dos guerras más recientes ocurridas en ese territorio, pues el vínculo con la actual persecución de los cristianos es fuerte y claro. No fue sin ningún motivo que las dos últimas guerras del Golfo Pérsico encontraron una gran oposición desde dentro de la Iglesia, y que uno de los más constantes vociferantes en contra de su realización fue el mismo Papa, San Juan Pablo II.

Durante la oración del Ángelus del 16 de marzo del 2003, aquel Papa ya viejo y enfermo, sacaba la voz que le quedaba para hablar de «las tremendas consecuencias que una operación militar internacional tendría para las poblaciones de Irak y para el equilibrio de toda la región de Oriente Próximo, ya tan probada, así como para los extremismos que podrían derivar de ella». «Aún hay tiempo para negociar», decía el Santo Padre,  «¡No a la guerra! ¡No a la guerra!».

En España, un ministro católico practicante y de misa diaria firmaba personalmente la autorización de guerra, a pesar de la constante oposición del Máximo Pontífice, así como de gran parte de la población, cuyo clamor era tildado de «izquierdismo pacifista» por un gobierno obstinado en entrar en una guerra cuyo vínculo previo con España aún es difícil de establecer.

Una guerra comenzada por los Estados Unidos para salvaguardar la «integridad» de un pueblo dominado por un dictador, Sadam Hussein, a quien se le acusaba de la posesión de unas armas químicas que, como todos recordamos, nunca fueron encontradas. El Consejo de Seguridad de la ONU jamás aprobó la intervención, pero eso no representó ningún obstáculo para los aliados.

Las protestas contra la guerra aparecieron en todo el mundo, no solo donde ésta afectaría, sino en todos los sitios donde surgió la indignación por una guerra considerada injusta y que violaba todas las reglas internacionales. ¿Y Los católicos? Los hubo de todo. Algunos supieron ver en las palabras de San Juan Pablo II una verdadera directiva, otros lo atribuyeron a un «pacifismo buenista» del anciano Papa, sin considerar que para pocas guerras había levantado la voz con tanto encono como en ésta. Las palabras del Santo Padre quedaron como flatus vocis en el corazón de millones de católicos horrorizados por los terribles crímenes que, según los medios de comunicación estadounidenses y de las demás democracias occidentales, había cometido el dictador Hussein, aunque después ninguno de estos crímenes fuera probado.

Importante es saber que Sadam Hussein, como muchos otros militares que gobernaban los países de medio oriente, era quizás el único freno al creciente islamismo radical que hoy en día goza de enorme representación en la mayoría de los pueblos árabes. Durante los últimos dos años, la llamada «Primavera Árabe» ha sido el renacimiento del islamismo más estricto, aquél que en Irak y Siria le corta la cabeza a los «infieles». En Egipto, la mayoría de la población vio con buenos ojos el regreso del gobierno militar tras comprobar el horror del gobierno surgido por esta llamada «primavera», un gobierno islámico que se presentaba como democrático y surgido de la voluntad popular. El problema es cuando la voluntad popular elige como sus representantes a radicales que deciden exterminar a la parte de la población que no pertenece a los grupos mayoritarios.

En ese contexto, los llamados dictadores y reyes absolutos de medio oriente han sido los únicos capaces de contener las masacres, como la que ocurre actualmente en Irak, y en otros países donde ha vencido la «primavera». El gobierno de Hussein, sin duda estaba lejos de ser perfecto, no obstante, es necesario recordar que en ese gobierno estaba asegurada la tolerancia y la seguridad de todos los ciudadanos, un cristiano ocupaba el ministerio de Asuntos Exteriores en un país de mayoría musulmana, los cristianos que se encontraban en misa todos los domingos ascendían a 400 mil, donde ahora los obispos lloran por la desaparición completa de sus diócesis.

No fue un afán pacifista lo que movió a la Iglesia a oponerse a la guerra, fue un afán de verdad y de justicia, pues como buena lectora de los tiempos, sabía que la guerra que se gestaba no era una «guerra justa» y sus motivaciones no parecían ser las que predicaba: paz, libertad y democracia.

En el año 2011, el secretario personal de Juan Pablo II, el ahora cardenal Dziwisz, confesaba que al Papa polaco, a quien se le atribuía un fuerte carácter, solamente le había visto verdaderamente enfadado en dos ocasiones, cuando habló contra la mafia en Agrigento, y en aquél Ángelus del 2003, en el que se encontraba indignado por la situación de Irak. Ya sabía el Santo Padre acerca de las consecuencias desestabilizadoras que tendría esta guerra para los iraquíes, así como para «los extremismos que podrían derivar de ella», como dijo aquél 16 de marzo.

Una guerra para «liberar» al pueblo iraquí de su dictador ha tenido como consecuencia el desenfreno de los grupos islámicos, y por lo tanto, de los horrores por ellos cometidos. ¿Guerra justa? Sus motivos resultaron falsos, y sus consecuencias son las que vemos ahora.

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