En una decisión que vuelve a poner de manifiesto la creciente centralización de poder en la Santa Sede, el Papa Francisco ha aceptado la renuncia de Mons. Dominique Rey como obispo de la diócesis de Fréjus-Toulon, a pesar de que Rey tiene apenas 72 años.
Según el derecho canónico, los obispos diocesanos deben presentar su renuncia al cumplir los 75 años, lo que deja esta medida como un gesto excepcional que roza el abuso de poder.
La decisión no solo resulta desconcertante, sino que también refuerza la percepción de una doble vara de medir en Roma. Mientras que los obispos progresistas y de inclinaciones heterodoxas son promovidos y premiados, como el reciente caso del controvertido cardenal Robert McElroy, ascendido a la archidiócesis de Washington, aquellos que se identifican con las tradiciones y enseñanzas más conservadoras son perseguidos y apartados sin contemplaciones.
Por enésima vez, el Vaticano aparca la sinodalidad y vuelve a tomar decisiones con puño de hierro a pesar de que llevan años predicando lo contrario. La realidad vuelve a dejar de manifiesto que con este Papa el poder es cada vez más absoluto y despótico y la forma de gobernar del Pontífice es extremadamente vertical y férrea
Una diócesis viva, en el punto de mira
La diócesis de Fréjus-Toulon es conocida por su vitalidad. Bajo el liderazgo de Mons. Rey, ha mantenido una vibrante vida diocesana, un seminario floreciente y ha acogido a numerosos grupos y comunidades tradicionalistas. Pero precisamente esta inclinación por la tradición ha puesto a la diócesis en el punto de mira del Vaticano desde 2022.
El primer golpe llegó cuando Roma ordenó la suspensión de las ordenaciones sacerdotales previstas para ese año, alegando que el seminario era «demasiado tradicional» y que había recibido «demasiadas» comunidades religiosas.
A pesar de estas medidas drásticas, no se ha señalado ningún problema moral o dogmático en la diócesis. Es más, las vocaciones y la formación en Fréjus-Toulon destacan en un contexto europeo marcado por la falta de sacerdotes.
El escándalo de Brignoles y la persecución a la Misa tradicional
Uno de los episodios más mediáticos que enfrentó la diócesis fue el conflicto con el monasterio de Brignoles, una comunidad monástica apegada a la tradición litúrgica. Tras las ordenaciones irregulares realizadas sin el consentimiento del obispo Rey, Roma intervino y, finalmente, se disolvió la asociación pública de fieles que regía la comunidad. Este incidente sirvió como pretexto para intensificar la vigilancia sobre una diócesis cuya «culpa» principal parece ser su fidelidad a la tradición.
La aplicación del Motu Proprio Traditionis Custodes en la diócesis también ha generado tensiones. Mons. Rey tuvo que restringir el uso del Misal Tradicional y someter la recepción de nuevos sacerdotes a la aprobación del Consejo Presbiteral, decisiones que han desalentado tanto al clero como a los fieles.
Investigación del Vaticano a la diócesis de Toulón
En junio del 2023 concluyó la inspección que hizo el Vaticano a la diócesis francesa. El resultado fue que meses más tarde la Santa Sede dispuso un obispo coadjutor para Frejús-Toulón.
El arzobispo Antoine Hérouard, arzobispo de Dijon, recibió el encargo del papa Francisco de hacer una «visita apostólica», que realizó desde mediados de febrero hasta mediados de marzo, un total de 110 audiencias de una hora cada una, dijo a la AFP. Según él, se recibieron unos 600 testimonios en la dirección de correo electrónico de contacto que había sido establecida por la diócesis.
Se redactó su informe y se enviaron «más de 20 kg de documentos» a Roma, a donde acudió a finales de mayo para reunirse con los responsables de «los dos dicasterios de Obispos y del Clero», ha precisado.
Un obispo fiel y un Papa implacable
Mons. Dominique Rey ha dirigido la diócesis de Fréjus-Toulon durante más de 20 años, siempre destacando por su cercanía a los movimientos tradicionalistas y su defensa de la doctrina católica. Sin embargo, sus esfuerzos por mantener viva una diócesis han sido recompensados con ataques reiterados y ahora con una expulsión disfrazada de «renuncia aceptada».
El Papa Francisco ha demostrado una vez más que la «sinodalidad» y el «diálogo» que tanto proclama no se aplican a aquellos que abrazan la tradición. Los obispos no son meros empleados del Papa; son sucesores de los apóstoles con una misión pastoral que no puede ser subordinada a las preferencias ideológicas del pontificado de turno.
Es urgente que los fieles reflexionen sobre el futuro de la Iglesia y el papel que están desempeñando las actuales autoridades en la persecución de quienes mantienen viva la fe y la tradición.