Pablo VI: ¿es posible el celibato?, ¿por qué?, ¿para qué?

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  pablo-vi_101252 Francisco dijo en el avión de vuelta de Tierra Santa unas palabras que, siendo verdaderas, han hecho correr ríos de tinta: “el celibato no es un dogma”. Estas palabras han sido utilizadas para hacer intentar ver que su abolición se está planteando en el seno de la Iglesia como una posibilidad real y a corto plazo. No obstante, el propio Francisco dijo que el celibato era un “don para la Iglesia”, lo cual apenas fue mencionado. Cuando sale este tema en los medios, cosa que ocurre cada cierto tiempo, siempre aparecen columnistas que hablan sobre la no utilidad del celibato o sobre la imposibilidad de vivirlo. La beatificación de Pablo VI nos brinda una ocasión maravillosa para que algunos de sus escritos vuelvan a ver la luz.  Un fragmento de su Encíclica “Sacerdotalis Caelibatus”, aclara muchos de los puntos sobre este aspecto que es una riqueza para la Iglesia y que es perfectamente posible frente a los sabidos contraargumentos que se dan. Aquí los tienen: La raíz del problema No se puede asentir fácilmente a la idea de que con la abolición del celibato eclesiástico, crecerían por el mero hecho, y de modo considerable, las vocaciones sagradas: la experiencia contemporánea de la Iglesia y de las comunidades eclesiales que permiten el matrimonio a sus ministros, parece testificar lo contrario. La causa de la disminución de las vocaciones sacerdotales hay que buscarla en otra parte, principalmente, por ejemplo, en la pérdida o en la atenuación del sentido de Dios y de lo sagrado en los individuos y en las familias, de la estima de la Iglesia como institución salvadora mediante, la fe y los sacramentos; por lo cual, el problema hay que estudiarlo en su verdadera raíz. Renunciar al matrimonio por amor La Iglesia, como más arriba decíamos, no ignora que la elección del sagrado celibato, al comprender una serie de severas renuncias que tocan al hombre en lo íntimo, lleva también consigo graves dificultades y problemas, a los que son especialmente sensibles los hombres de hoy. Efectivamente, podría parecer que el celibato no va de acuerdo con el solemne reconocimiento de los valores humanos, hecho por parte de la Iglesia en el reciente concilio; pero una consideración más atenta hace ver que el sacrificio del amor humano, tal corno es vivido en la familia, realizado por el sacerdote por amor de Cristo, es en realidad un homenaje rendido a aquel amor. Todo el mundo reconoce en realidad que la criatura humana ha ofrecido siempre a Dios lo que es digno del que da y del que recibe El celibato, don de la gracia Por otra parte, la Iglesia no puede y no debe ignorar que la elección del celibato, si se la hace con humana y cristiana prudencia y con responsabilidad, está presidida por la gracia, la cual no destruye la naturaleza, ni le hace violencia, sino que la eleva y le da capacidad y vigor sobrenaturales. Dios, que ha creado al hombre y lo ha redimido, sabe lo que le puede pedir y le da todo lo que es necesario a fin de que pueda realizar todo lo que su creador y redentor le pide. San Agustín, que había amplía y dolorosamente experimentado en sí mismo la naturaleza del hombre, exclamaba: «Da lo que mandes y manda lo que quieras« Dificultades superables El conocimiento leal de las dificultades reales del celibato es muy útil, más aún, necesario, para que con plena conciencia se dé cuenta perfecta de lo que su celibato pide para ser auténtico y benéfico; pero con la misma lealtad no se debe atribuir a aquellas dificultades un valor y un peso mayor del que efectivamente tienen en el contexto humano y religioso, o declararlas de imposible solución. El celibato no contraría la naturaleza No es justo repetir todavía (cf. n. 10), después de lo que la ciencia ha demostrado va, que el celibato es contra la naturaleza, por contrariar a exigencias físicas, psicológicas y afectivas legítimas, cuya realización sería necesaria para completar y madurar la personalidad humana: el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios (Gén 1, 26-27), no es solamente carne, ni el instinto sexual lo es en él todo; el hombre es también, y sobre todo, inteligencia, voluntad, libertad; gracias a estas facultades es y debe tenerse como superior al universo; ellas le hacen dominador de los propios apetitos físicos, psicológicos y afectivos. Mayor vinculación a Cristo y a la Iglesia El motivo verdadero y profundo del sagrado celibato es, como ya hemos dicho, la elección de una relación personal más íntima y completa con el misterio de Cristo y de la Iglesia, a beneficio de toda la humanidad; en esta elección no hay duda de que aquellos supremos valores humanos tienen modo de manifestarse en máximo grado. El celibato y la elevación del hombre La elección del celibato no implica la ignorancia o desprecio del instinto sexual y de la afectividad, lo cual traería ciertamente consecuencias dañosas para el equilibrio físico o psicológico, sino que exige lúcida comprensión, atento dominio de sí mismo y sabia sublimación de la propiapsiquis a un plano superior. De este modo, el celibato, elevando integralmente al hombre, contribuye efectivamente a su perfección. El celibato y la maduración de la personalidad El deseo natural y legítimo del hombre de amar a una mujer y de formarse una familia son, ciertamente, superados en el celibato; pero no se prueba que el matrimonio y la familia sean la única vía para la maduración integral de la persona humana. En el corazón del sacerdote no se ha apagado el amor. La caridad, bebida en su más puro manantial (cf. 1Jn 4, 8-16), ejercitada a imitación de Dios y de Cristo, no menos que cualquier auténtico amor, es exigente y concreta (cf. 1Jn 3, 16-18), ensancha hasta el infinito el horizonte del sacerdote, hace más profundo amplio su sentido de responsabilidad -índice de personalidad madura, educa en él, como expresión de una más alta y vasta paternidad, una plenitud y delicadeza de sentimientos, que lo enriquecen en medida superabundante. El celibato y el matrimonio Todo el Pueblo de Dios debe dar testimonio al misterio de Cristo y de su reino, pero este testimonio no es el mismo para todos. Dejando a sus hijos seglares casados la función del necesario testimonio de una vida conyugal y familiar auténtica y plenamente cristiana, la Iglesia confía a sus sacerdotes el testimonio de una vida totalmente dedicada a las más nuevas y fascinadoras realidades del reino de Dios. Si al sacerdote le viene a faltar una experiencia personal y directa de la vida matrimonial, no le faltará ciertamente, a causa de su misma formación, de su ministerio y por la gracia de su estado, un conocimiento acaso más profundo todavía del corazón humano, que le permitirá penetrar aquellos problemas en su mismo origen y ser así de valiosa ayuda, con el consejo y con la asistencia, para los cónyuges y para las familias cristianas (cf. 1Cor 2, 15). La presencia, junto al hogar cristiano, del sacerdote que vive en plenitud su propio celibato, subrayará la dimensión espiritual de todo amor digno de este nombre, y su personal sacrificio merecerá a los fieles unidos por el sagrado vínculo del matrimonio las gracias de una auténtica unión. La soledad del sacerdote célibe Es cierto; por su celibato el sacerdote es un hombre solo; pero su soledad no es el vacío, porque está llena de Dios y de la exuberante riqueza de su reino. Además, para esta soledad, que debe ser plenitud interior y exterior de caridad, él se ha preparado, se la ha escogido conscientemente, y no por el orgullo de ser diferente de los demás, no por sustraerse a las responsabilidades comunes, no por desentenderse de sus hermanos o por desestima del mundo. Segregado del, mundo, el sacerdote no está separado del pueblo de Dios, porque ha sido constituido para provecho de los hombres (Heb 5, 1), consagrado enteramente a la caridad (cf. 1Cor 14, 4 s.) y al trabajo para el cual le ha asumido el Señor Cristo y la soledad sacerdotal A veces la soledad pesará dolorosamente sobre el sacerdote, pero no por eso se arrepentirá de haberla escogido generosamente. También Cristo, en las horas más trágicas de su vida, se quedó solo, abandonado por los mismos que él había escogido como testigos y compañeros de su vida, y que había amado hasta el fin (Jn 13, 1); pero declaró: «Yo no estoy solo, porque el Padre está conmigo» (Jn 16, 32). El que ha escogido ser todo de Cristo hallará ante todo en la intimidad con él y en su gracia la fuerza de espíritu necesaria para disipar la melancolía y para vencer los desalientos; no le faltará la protección de la Virgen, Madre de Jesús, los maternales cuidados de la Iglesia a cuyo servicio se ha consagrado; no le faltará la solicitud de su padre en Cristo, el obispo, no le faltará tampoco la fraterna intimidad de sus hermanos en el sacerdocio y el aliento de todo el pueblo de Dios. Y si la hostilidad, la desconfianza, la indiferencia de los hombres hiciesen a veces no poco amarga su soledad, él sabrá que de este modo comparte, con dramática evidencia, la misma suerte de Cristo, como un apóstol, que no es más que aquel que lo ha enviado (cf. Jn 13, 16; 15, 18), como un amigo admitido a los secretos más dolorosos y gloriosos del divino amigo, que lo ha escogido, para que con una vida aparentemente de muerte, lleve frutos misteriosos de vida eterna (cf.Jn 15-16, 20).

Comentarios
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  1. Muchos de los tesoros de la Iglesia, dones del Espíritu Santo para ella, no son dogma. La afirmación que el celibato no es dogma implica que todo lo que no es dogma se puede cambair, pero no es así. Entiendo que el entonces arzobispo de Buenos Iaries,, Jorge Bergoglio afirmó que «de memento» le parece bien el celibato sacerdotal.
    De hecho desde 1967 cuando Pablo Vi escribió su magistral encíclica sobre el celibato existe un notable cuerpo de estudios serios y muy solventes que demuestran que la continencia y el celibato del clero es algo que tiene origen apostólco. El celibato tiene un sólido fundamento en la tradición de la Iglesia. Es cierto que eln el primer milenio se ordenaba a hombres casados al ministerio sacerdotal, pero ellos y sus esposas tenían que comprometerse a vivir en continencia, es decir, como hermano y hermana. ¿Eso es lo que quieren las voces dentro y fuera de la Iglesia que claman por el fin del celibato sacerdotal?

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