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Lamentando la reforma de Lutero

Luther makes TIME, March 24, 1967
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Luther makes TIME, March 24, 1967

Por Charlotte Allen

Hoy se cumple el quinto centenario del día en que Martín Lutero (supuestamente) clavó sus noventa y cinco tesis en la puerta de la iglesia del castillo de Wittenberg, lo cual inició la Reforma. En 1999, los católicos y luteranos fumaron la pipa de la paz teológica, publicaron una declaración en conjunto que afirmaba que las dos ramas cristianas en realidad coincidían en el mismo punto por el cual Lutero había roto con la Iglesia católica: esa «justificación», es decir, el perdón de los pecados de los hombres por medio del poder salvador de Cristo, se consigue solo con la gracia de Dios, no del mérito humano como algunos católicos habían argumentado (o parecían argumentar). Luego, el 19 de octubre de este año, el obispo italiano Nunzio Galantino, secretario general de la conferencia de los obispos italianos, dio otro paso y declaró que Lutero ni siquiera era hereje y que la Reforma fue «obra del Espíritu Santo». Bien, yo en verdad no iría tan lejos, pero siento algún tipo de obligación ecuménica de decir alguna cosa buena acerca de Martín Lutero.

Hay un problema con lo anterior: es difícil pensar en algo. No hace falta suscribir la tradición freudiana de El joven Lutero para llegar a concluir que Lutero era un desastre. Era arrogante, egocéntrico, melodramático y pensaba que el mundo giraba alrededor de su persona porque era más inteligente y superior en espíritu que todos los demás.

Pasó los primeros años de su adultez sin saber qué hacer con su vida (y gastando el dinero que su padre había destinado para su educación universitaria) en una época —finales de la Edad Media— en la que los adultos jóvenes no podían darse el gusto de vacilar porque la mayoría no vivía mucho más de 40 años. Entonces, cuando al fin ingresó a un monasterio agustino (en uno de sus típicos gestos melodramáticos: «Nunca jamás» me volverán a ver), se regodeó en la desdicha durante diez años porque no le podían garantizar que su alma sería salvada; un pecado contra la virtud cristiana de la esperanza.

En cuanto a «reformar» la Iglesia después de 1517, lo que Lutero en realidad no quería no se hacía, por ejemplo, terminar con la venta de indulgencias o que «nunca jamás» lo volvieran a ver. Se lo vio en todos lados: codeándose con poderosos príncipes alemanes que tenían quejas contra el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, ayudándolos a confiscar monasterios a diestra y siniestra (¿no tenía ni un recuerdo afectuoso de los agustinos con los que había vivido tantos años?), y persiguiendo con maldad a los anabaptistas, ancestros de las amables señoras Amish que venden tomates de granja en la feria de productores de mi ciudad.

Lutero predicaba sola scriptura, pero se metía a gusto con la Biblia cuando no se ajustaba a su teología. Incluyó la palabra «sola» luego de «fe» en su traducción al alemán de la Carta de Pablo a los romanos e intentó relegar la Epístola de Santiago a un nivel de segunda categoría porque mencionaba buenas obras. En materia de casamiento, no pudo solo conformarse con una buena alemana de padre burgués. Tenía que casarse con una exmonja, Katharina von Bora, a quien en persona tentó para que saliera del convento.

¿Cuán provocador y en contra de la Iglesia católica se tiene que ser? Los dos se mudaron a un monasterio confiscado, lo cual era similar a expulsar a un vecino para poder quedarse con su casa. Lutero por sí mismo fue responsable de la completa destrucción de invaluables piezas de arte medieval, ya que incontables nuevos luteranos con regocijo pintaron de blanco los frescos en sus antiguas iglesias católicas y arrojaron al fuego imágenes de santos. Por fortuna, Lutero no era italiano, por eso aún nos quedan algunos Giottos.

También tenía una extraña fijación escatológica, con una boca bastante sucia cuando se trataba de insultar a sus enemigos, lo cual hacía con frecuencia porque ganó muchos. Además, encima de todo, era antisemita en forma encarnizada. Es cierto, los católicos medievales no eran la gran cosa en cuanto al tratamiento de los judíos, pero al menos ninguno de ellos escribió un tratado breve titulado Sobre los judíos y sus mentiras que fue uno de los libros favoritos de Julius Streicher.

Aparte, Martín Lutero no inventó el árbol de Navidad. Nunca escribió «Lejos en un pesebre». No obstante, lo que sí no logró hacer fue arruinar Halloween cuando le cambió el nombre a Día de la Reforma. Qué aguafiestas, ¿no podía haber clavado esas noventa y cinco tesis el 30 de octubre en cambio?

Para ser justos, en realidad hay algunas cosas buenas que se pueden decir de Martín Lutero. Las describo en una lista aquí:

  • Vender indulgencias era una mala idea en verdad. Si él tan solo se hubiera detenido en este punto.
  • Estaba dedicado a sus hijos, eso es bueno.
  • Se decía que Katharina von Bora elaboraba una excelente cerveza, pero apuesto que aprendió a hacerlo en el convento.
  • «Castillo fuerte es nuestro Dios» (que Lutero escribió) es un himno fantástico.
  • S. Bach fue el compositor más grandioso que existió; Søren Kierkegaard, uno de los teólogos más extraordinarios; Dietrich Bonhoeffer, uno de los mártires cristianos más nobles.
  • Los luteranos de hoy en día que convirtieron a la región central de Estados Unidos en un bastión del conservadurismo social (y excelentes escuelas públicas) son la sal de la tierra; aunque esos guisos de crema de hongos y ensaladas con gelatina que sirven en las cenas de la iglesia dejan que desear.

En este punto, mis lectores protestantes y evangelistas pueden estar pensando que solo soy una versión actual del padre Feeney, que despotrica en forma indiscriminada contra «nuestros hermanos separados», como los católicos los llamamos estos días. No es así, ¡mi marido es protestante! Me saco el sombrero con los hermanos Wesley, William Wilberforce, C.S. Lewis, Billy Graham, el erudito anglicano especialista en Biblia N.T. Wright, y muchos, muchos otros testigos de la vibrante fe cristiana fuera de la Iglesia católica. No estoy de acuerdo con su visión de lo que la iglesia de Cristo es o debería ser, pero su intensa relación con Cristo mismo repercute en mí profundamente.

Solo me gustaría que el que comenzó todo esto no hubiera sido… Martín Lutero.

Acerca del autor:

Charlotte Allen posee un doctorado en estudios medievales de la Universidad Católica de América y es autora de The Human Christ: The Search for the Historical Jesus. Es columnista de First Things y escribe con regularidad para el Weekly Standard, Acculturated, y el Wall Street Journal.

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