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La ideología de género como abuso

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Por Matthew Hanley

La vuelta del fútbol americano y al aire fresco de otoño son bienvenidos, aun si ser fanático de algunos equipos (como mis 49ers de San Francisco) requiere un acto de fe en verdad sobrenatural este año otra vez. No obstante, para Bennet Omalu, el «médico de la concusión» (así apodado por su papel en dirigir la atención a este tema), es una época del año melancólica. El jefe médico forense en el condado de San Joaquin recientemente especulaba que permitir a los jóvenes jugar al fútbol pronto causará que un fiscal del distrito en algún lugar inicie un procesamiento, dado que este deporte, como él lo expresó, «es la definición del abuso infantil».

Con tanto abuso real para enfrentar, tal exagerada opinión provoca una nota discordante, aun si se puede decir algo acerca de no permitir chocar las cabezas a personas muy jóvenes. Sin embargo, se toma bastante en serio a la curiosa cruzada contra el fútbol; casi tanto como a la que está a favor de normalizar la «variabilidad de género».

Hace poco encontré la edición del verano de 2017 de Stanford Medicine News. Su artículo principal era: «Young and Transgender: Caring for Kids Making the Transition» [Jóvenes y transgénero: cuidar a los chicos que atraviesan la transición]. En él, se idolatra a una pediatra endocrinóloga por sus esfuerzos para «ayudar» a estos niños (por medio de inhibidores hormonales y demás). ¿Inhibir la pubertad ahora es asistencia médica? «A medida que se trata a los adolescentes transgénero con hormonas», explica, «se confirma su identidad». Pasar por el bisturí es solo otro medio de afirmar que su cuerpo se equivoca al madurar de manera normal.

No pretendo apuntar con el dedo a Stanford. Postrarse ante el transgénero ahora es epidémico. El más reciente Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM, por sus siglas en inglés) reemplazó el antiguo diagnóstico de «trastorno de identidad sexual» con «disforia» sexual. Dado que —voilà— ya no existe ningún «trastorno» para tratar con la psiquiatría, el camino apropiado necesariamente se convierte en mutilación (por medio de hormonas y cirugía).

La Asociación Estadounidense de Psiquiatría (APA, por sus siglas en inglés), dejando la cordura de lado, afirma de plano que la transición transgénero no involucra delirio real o alteración de juicio (delirio es definido como «una falsa creencia u opinión equivocada mantenida con convicción a pesar de evidencia incontrovertible de lo contrario»).

Para llegar a tal conclusión, usted debe desestimar la realidad objetiva o sino declararla subordinada a cualquier cosa que el paciente desee definir como «su» realidad. Son los que dicen que son, si ellos así lo afirman. No obstante, si se sigue por ese camino, absolutamente a nadie nunca se lo podría considerar delirante; se invalida el concepto completo de trastorno psiquiátrico. ¿La APA, sin darse cuenta, está tratando de quedarse sin trabajo?

El consentimiento de profesionales muy formados e inteligentes a una mentira tan obvia es una triste, triste imagen de contemplar. Algunos podrán creer los dogmas de género repentinamente «oficiales», aunque irracionales. Mi parecer es que la mayoría no lo hace; en verdad no, pero hay que mantener las apariencias y los trabajos, entonces los acatan.

Lograr tal conformidad de tipo soviética sin un politburó es una hazaña muy notable. Lo podría llamar un tanto a su favor en un partido posmodernista. No es que la legislatura de California (para tomar un ejemplo) no intente alcanzar estatus de politburó; desean multar y hasta encarcelar a las personas que en algunos contextos médicos no se dirijan a los pacientes con el pronombre de su elección, el equivocado, en otras palabras.

Este triunfo de la deshonestidad intelectual es lo suficientemente malo en y por sí mismo; degradar a otros al hacerlos aceptar algo que saben que es una mentira es un sello distintivo del totalitarismo. Peor aún, «ayudar a la transición de los chicos», a diferencia de alentarlos a jugar al fútbol u otros deportes, en realidad sí constituye abuso infantil.

Así lo afirma la doctora Michelle Cretella, la presidenta de la American College of Pediatricians, quien tiene el coraje de no andar con rodeos. Pareciera que muchos de sus colegas no lo hacen, en efecto, más numeroso que aquellos que buscan la «transición» es el aluvión de «profesionales» preparados para otorgar un manto de legitimidad médica a esa imposibilidad absoluta. Con tantos supuestos defensores de la ciencia dando vueltas por ahí, no debería requerir valor expresar que los «sentimientos» no pueden negar el veredicto brindado por los cromosomas masculinos o femeninos que se encuentran en cada célula del cuerpo.

Algunos dirán que afirmar lo que es real es «prejuicioso». No obstante, el mismo esfuerzo para hacer obedecer la aceptación del transgénero viola la creencia del no prejuicio. Por lo tanto, mientras se manifiesten las opiniones, la mayoría de las personas, aun hoy, estarían de acuerdo en que los profesionales que lo hacen posible (i.e. abusivos) son mucho, mucho más culpables que los adolescentes confundidos que necesitan compasión y guía firme. Los resultados de aquellos que se someten a procedimientos «trans» no son buenos; los informes así lo muestran. Los «curanderos»—junto con las escuelas, los medios, las corporaciones, y demás— que hacen de cuenta que lo anormal es lo normal son abusivos por definición.

No importa el inquietante paralelo entre las agresiones transgénero a la anatomía saludable y la práctica rotundamente repudiada de la mutilación genital femenina.

La «transición» se presenta como un triunfo de la ciencia y el progreso, aunque con el acuerdo de que cierta clase no debe ser en lo absoluto tolerada. Me refiero, por supuesto, a la posibilidad de alguien que desea abandonar la homosexualidad a favor de la heterosexualidad.

Que esto mismo esté prohibido —literalmente ilegal en algunos contextos— muestra las cartas: cuando la elección personal es reprendida de manera tan sorprendente, a pesar de la típica retórica de lo contrario, es una señal de que todo esto en realidad se trata de avanzar hacia un destino elegido, no de ensalzar la «elección» en sí misma.

El fin que en verdad se persigue no es otro que destruir el orden y la ética impartida por la tradición judeocristiana. Todo es cuestión de tener poder para redefinir las reglas; invertir lo que es bueno por lo que es malo. El juego se llama desintegración total.

El abuso no solo es un producto secundario ocasional e incidental de la revolución mayor, en la cual la variabilidad de género es nada más que la última salva: es el corazón del problema.

Acerca del autor:

Matthew Hanley es miembro emérito en la National Catholic Bioethics Center. Junto con el doctor Jokin de Irala, es el autor de Affirming Love, Avoiding AIDS: What Africa Can Teach the West, el cual recientemente ganó un premio al mejor libro por parte de la Catholic Press Association. Las opiniones expresadas aquí son las del señor Hanley y no de la NCBC.

Comentarios
4 comentarios en “La ideología de género como abuso
  1. HUMANAE VITAE e ideología de género

    La actual ideología de género remite a argumentar sobre el origen de la vida humana. Es simple y elemental lo evidente, y de sentido común, que ante determinadas circunstancias, la única explicación válida a veces ante lo antinatural es no querer aceptar, y admitir lo natural como normalidad. Los elementos y principios básicos en reproducción humana y biología están bien establecidos a partir de la unión de dos células con dotación cromosómica bien definida, cada una con sexo genético diferente, femenino y masculino. Ambas células con su adecuada y consecuente diferenciación celular, determinan al unirse un hombre y una mujer bien distintos, cada uno del otro. Esta diferenciación genética imprime de forma natural, desde el punto de partida del propio ser, bajo circunstancias de normalidad la sexualidad humana diferenciada. La determinación antropológica de la dotación celular se manifiesta fenotípicamente en la diferenciación sexuada de la corporalidad (1). Desde el instante en el cual se unen un espermio y un óvulo, se origina un cigoto, sin saltos cualitativos en el tiempo, es embrión y continua su proceso de desarrollo en feto, niño, adolescente y adulto, hasta el deterioro de las funciones propias en la edad madura del hombre, lo cual culmina con la muerte, de forma natural e ininterrumpidamente (2).
    Siguiendo esta línea de pensamiento lógico, a su vez se puede decir de una manera rápida, que la corporalidad está conformada por cuerpo y alma. Esta unidad confiere al ser humano una serie de funciones cognitivas que le permiten definir su individualidad como persona, su capacidad de relación, de memorizar, de atender, de amar. Las cualidades propias de la persona humana determinan la personalidad y diferenciación del ser. Diferencias y características que se desarrollan ordenadamente según la naturaleza propia del ser humano, perfectamente definidas y evolutivas desde el mismo instante de la concepción.
    Por ello desde un punto de vista natural, todo ser vivo tiene derecho a la vida desde el mismo momento de la concepción y merece que sea respetado integralmente.
    La naturaleza humana tiene sus funciones propias que determinan su ulterior desarrollo, de tal forma que todo organismo, y cada sistema por separado forman un todo armónico e indiviso, individual y uno a la vez, con funciones condicionadas por su naturaleza humana (3).
    Ahora bien si se manipulan células embrionarias en el principio de la vida, incluso si se destruyen masas de células organizadas de un ser vivo desde los inicios de la vida; embrión, feto, y se admite y se queda indiferente ante tal agravio: ¿porqué no anular o disminuir una función cognitiva, o una característica propia de la naturaleza sexuada, incluso manipular el organismo arbitrariamente como se quiera?
    Desde el punto de vista de la ideología de género, la anterior pregunta, podría encuadrarse dentro de un paso más allá de la “sexualidad” a la carta. Es decir que en orden a la disolución de la ley primaria de la diferenciación ordenada en dos caracteres sexuales bien definidos, se tiende a un “orden de la naturaleza” al albedrío de cualquier banalidad en una etapa vulnerable propia del desarrollo de las funciones madurativas del ser humano, “ordenadas a un principio diferente no bien establecido”. Alterar el orden natural es ir en contra de la propia naturaleza, y tarde o temprano pueden manifestarse las consecuencias de obrar a espaldas del propio ser.
    Tal comportamiento se justifica en lo llamado ideología de género, la cual origina aberraciones en el comportamiento, al desvincular la procreación del factor unitivo de la sexualidad (4). De la misma manera que en estadíos precoces se atenta contra la vida, el desvincular de la unidad la diferenciación sexuada, en etapas posteriores, sería correr el mismo riesgo, que en fases iniciales de la vida. Esta misma tendencia propia de la ideología de género: interpreta, deforma, manipula, desvirtúa, dirige a cualquier orientación la identidad sexuada, ya no determinada genéticamente, si no al albedrío de no se sabe qué. Las consecuencias y riesgos actuales, serían la variedad de terminologías transgénicas, ante el intento de justificar el caracterizar las deformaciones de género de un origen natural previamente establecido. Estas tipificaciones desviadas de la sexualidad desordenada, serían el resultado de la alienación del ser ante el intento de desdiferenciar lo diferenciado por naturaleza, como podría llegar a ser una no expresión del la ley natural, apartándose cada vez más del amor de Dios, que El mismo ha dispuesto en la creación del hombre.

    Referencias:

    1- Vanrell JA. Fertilidad y esterilidad humanas. 2 edición. Masson; 2000. 8. Bruce M
    2- Bruce MC. Embriología humana y biología del desarrollo. 3 edición. Elsevier; 2004.
    3- Murcia Lora JM, Esparza Encina ML. VENTAJAS DE LA REPRODUCCIÓN HUMANA NATURAL Persona y Bioética, Vol. 13, Núm. 32, enero-junio, 2009, pp. 85-93. Universidad de La Sabana Colombia.
    4- CARTA ENCÍCLICA HUMANAE VITAE DE S. S. PABLO VI. 25-Julio-1968.

  2. Soy padre de familia casado por la Santa Madre Iglesia. Hace algún tiempo que conozco este blog. He leído por casualidad algunos comentarios del mismo, y un amigo me anima a participar. Algunas ideas me llevan a pensar lo que sería una voluntad sin razón en cuestión de unión conyugal e ideología de género GLBT.

    La claridad del evangelio en la cita de San Marcos 10, 8-12, ratifica la voluntad de Dios en cuanto a la naturaleza propia del matrimonio, confiriéndole el carácter de indisoluble. Es tal la fuerza que emplea Nuestro Señor Jesucristo que unifica la dignidad del matrimonio en una sola carne, siendo esta frase una expresión gráfica de la característica propia de la unión en si misma, acorde con su naturaleza, sin dejar duda a otro tipo de interpretación.

    No hay disolución, no hay ruptura en su naturaleza misma que sea capaz de fraccionarla en cuanto a su realidad ontológica. Cada cuerpo se funde con el ser en cuanto a su naturaleza antropológica, y a su vez la naturaleza propia del matrimonio se manifiesta en la corporalidad, lo cual en definitiva viene a significar y proteger la expresión de la unión natural, que admite el ser elevada a categoría sacramental. Es tal esta unión, que el hombre por si mismo no tiene poder sobre la naturaleza humana para irrumpir en la naturaleza propia que define la unión corporal como persona. Sólo cabe la muerte para contemplar el ser individual integro en su naturaleza, desde un punto de vista natural desprovisto de una unión carnal esponsal. Tal es el grado de esta unión que solo cabe la afrenta de repudio ante la fragmentación de la unidad natural (1). Es grave por tal motivo atentar contra si misma esta unión, en cuanto que dejaría de ser naturaleza capaz de ser receptiva a la realidad natural que admite, y a su vez por consecuencia de la capacidad divina, en la medida que contempla el ser elevada por naturaleza filial a la unión con Dios.

    Por ello, me lleva esta reflexión a pensar que en la medida que se admite una fragmentación ontológica en el estado de la unión marital, encajaría esta disolución en la comunicación natura-teológica. Se destruya por consecuencia la posibilidad del ser dentro de la naturaleza misma, incapaz de admitir la gracia que le santifica, y cabría entonces cualquier realidad no ordenada a la ley natural, como continuación de este proceso disolutorio antinatural. El hecho de contemplar el vivir espaldas a Dios, espaldas a si mismo, espaldas a la identidad del ser como persona, rompe consigo mismo la naturaleza, la misma unión matrimonial; y por tal motivo la naturaleza desprovista de la protección no fragmentada, se quedaría expuesta a las consecuencias de todo tipo de alienación carnal; desaparece Dios de la unión, y queda sujeta al voluntarismo sin razón, de una sinrazón sin sentido, y como consecuencia desformaciones propias de la ideología LGTB.

    1- San Marcos 10, 8-12

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