Por Stephen P. White
A principios de este mes, el Papa Francisco publicó una exhortación apostólica, Laudate Deum («Alabado sea Dios»), que sirve como una especie de secuela de su encíclica de 2015, Laudato Si: la primera encíclica social dedicada enteramente a las preocupaciones ambientales y ecológicas, o como dice la encíclica, al «cuidado de nuestra casa común.» Laudate Deum (la nueva exhortación) es un documento curioso en varios sentidos, pero para entender por qué, merece la pena reconsiderar la encíclica (Laudato Si) a la que hace de segundo plato.
Gran parte de los comentarios -tanto elogiosos como de otro tipo- que acompañaron a la publicación de Laudato Si se centraron en el extenso examen que hizo el Santo Padre de diversos datos científicos relativos al cambio climático, y en los análisis de sus causas, predicciones sobre su progresión y prescripciones políticas sobre cómo frenar ese cambio y mitigar sus efectos secundarios negativos.
El tema políticamente cargado, junto con el tono urgente de la encíclica, reforzó una cierta presión para aceptar complejos análisis científicos sobre la base de la autoridad religiosa, una situación un tanto embarazosa que podría describirse como el «Galileo al revés».
Como era de prever, las reflexiones teológicas y antropológicas que constituyen el corazón de la encíclica se pasaron por alto en gran medida en favor de las complejas cuestiones científicas, económicas y políticas -es decir, como señala la propia encíclica, sobre asuntos acerca de los cuales «la Iglesia no tiene razones para ofrecer una opinión definitiva.»
Si esto era previsible, también es una lástima. En el fondo, Laudato Si contiene una visión bíblica de la Creación bellamente articulada. Con el telón de fondo de esta visión Bíblica y sacramental de la realidad, el Papa Francisco ofrece una crítica convincente y muy necesaria del materialismo práctico que domina gran parte de la vida contemporánea, incluso entre cristianos.
Laudato Si no es la primera encíclica que aborda las preocupaciones ecológicas. El cuidado de la creación ha sido un tema constante (aunque auxiliar) de la enseñanza papal durante al menos medio siglo. Pero en Laudato Si, el Papa Francisco extiende un hilo bien establecido de la enseñanza papal.
Pablo VI, escribiendo en 1971 para conmemorar el 80 aniversario de la Rerum Novarum de León XIII, por ejemplo, subrayó la conexión entre la ruinosa explotación del mundo natural y la degradación del hombre mismo:
De repente, el hombre toma conciencia de que con una explotación irreflexiva de la naturaleza corre el riesgo de destruirla y de convertirse a su vez en víctima de esta degradación. No sólo el entorno material se convierte en una amenaza permanente -contaminación y desechos, nuevas enfermedades y capacidad destructiva absoluta- sino que el marco humano deja de estar bajo el control del hombre, creando así un entorno para el mañana que puede resultar intolerable.
Juan Pablo II retomó este mismo tema cuando escribió sobre la importancia de la «ecología humana», vinculando la preocupación por el mundo natural y material con el carácter irreductiblemente moral del entorno humano. El hombre, como cualquier animal, necesita ciertas cosas materiales para sobrevivir -comida, agua, techo, etc. Pero al ser una criatura racional, el hombre también necesita un cierto entorno moral para prosperar y desarrollarse plenamente.
La administración del mundo material natural está, pues, inextricablemente ligada a cuestiones más amplias de economía, familia, política y la defensa de la vida humana como tal. Cuando fracasamos en la administración de la creación, el resultado no es sólo un daño material, sino también moral. El Papa Benedicto XVI, en Caritas in Veritate, expuso esta cuestión con su habitual concisión: «El modo en que la humanidad trata el medio ambiente influye en el modo en que se trata a sí misma, y viceversa«.
Pero Laudato Si es mucho más que una reiteración de las recientes enseñanzas papales sobre la buena administración del medio ambiente. El Papa Francisco une estos filamentos en un hilo coherente. Su tratamiento del «paradigma tecnocrático» -por el que las relaciones humanas se reducen inconscientemente a cálculos de dominio y poder, reconociendo sólo los límites de la tecnología y la voluntad, al tiempo que oscurece cualquier sentido de trascendencia o el significado intrínseco de la realidad misma- es una crítica tan completa y profunda de la modernidad como es probable encontrar en cualquier documento de la doctrina social de la Iglesia.
Lo que nos lleva de nuevo a la reciente exhortación apostólica Laudate Deum, que, por desgracia, magnifica algunos de los defectos de Laudato Si, al tiempo que resta importancia a algunos de los puntos fuertes de la encíclica.
Laudate Deum se dirige a «todos los hombres de buena voluntad», pero su público objetivo -como suele ocurrir con los documentos papales- es algo más restringido. Se redactó en previsión de, y se promulgó para que coincidiera con, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático («COP28«), que se celebrará en Dubai a finales de este año. El documento, en consecuencia, se inclina hacia las consideraciones científicas y políticas que probablemente estarán en primer lugar en las mentes de los participantes en esa conferencia.
Más concretamente, el Papa Francisco dirige su retórica más enérgica contra quienes siguen expresando escepticismo sobre las pruebas científicas que el Santo Padre acepta como convincentes. «En los últimos años, algunos han optado por ridiculizar estos hechos. Ya no es posible dudar del origen humano -‘antrópico’- del cambio climático. … Me siento obligado a hacer estas aclaraciones, que pueden parecer obvias, a causa de ciertas opiniones despectivas y poco razonables que encuentro, incluso dentro de la Iglesia católica».
Y así sucesivamente.
Se mencionan las singulares ideas espirituales y teológicas de Laudato Si, pero brevemente y con mucho menos brío. El resultado es una carta del Papa que es más enfática y urgente -y más punzante en su retórica- precisamente en aquellos aspectos de la cuestión sobre los que está menos cualificado para exponer y sobre los que, según su propia afirmación, ya existe un consenso predominante.
Sobre todo si se tiene en cuenta que la carta se escribió pensando en los participantes en la COP28: expertos en climatología, economistas, políticos, diplomáticos y todo tipo de ONGs internacionales. Uno se pregunta cuántos de ellos no comparten ya la opinión del Papa sobre la ciencia.
El Papa Francisco ha demostrado ser capaz de ofrecer una contribución convincente y singularmente católica a los debates globales sobre ecología. Uno espera que esas ideas no se ahoguen en medio de un énfasis tecnocrático en la ciencia.
Acerca del autor:
Stephen P. White es director ejecutivo de The Catholic Project en The Catholic University of America y miembro en Catholic Studies en el Ethics and Public Policy Center.
Sigue la censura incomprensible en INFOVATICANA. Nada ofensivo había en mi último comentario y lo suprimieron. En cambio permiten que se insulte permanentemente al papa Francisco y a sus colaboradores inmediatos. Muy mal uso hacen ustedes de sus medios. ¡Libertad para los hijos de Dios!
Positiva valoración del aporte del papa FRANCISCO con la segunda parte de «Laudato síi». Lo cual me alegra porque he visto demasiadas objeciones a un documento cuya fuerza no está tanto en la probabilidad de sus datos científicos y conclusiones, que también, sino sobre todo en el énfasis de la responsabilidad de los cristianos y todos los hombres de buena voluntad, del cuidado de la casa común. Más ahora que con la multiplicación de los incendios se está acabando con buena parte de la flora y también de la fauna global. Y todavía más con las guerras tan devastadoras para con el medio ambiente. Las sequías que se han hecho más frecuentes y devastadoras son otro llamado más para que todos cuidemos la casa común.