C.S. Lewis y el desarrollo de la doctrina

First edition of The Abolition of Man (1943)
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Por Luis E. Lugo

Hay una breve sección en el clásico de C.S. Lewis, La abolición del hombre, de cuya publicación celebramos recientemente el 80 aniversario, que arroja alguna luz sobre los debates actuales en la Iglesia Católica acerca de lo que constituye una comprensión correcta del desarrollo de la doctrina. A diferencia de su compatriota John Henry Newman, Lewis no abordó directamente la cuestión del desarrollo doctrinal. Sin embargo, lo que tiene que decir en La abolición sobre el progreso en el lenguaje y en la moral tradicional proporciona algunas ideas valiosas sobre la cuestión del desarrollo de la doctrina cristiana.

En La abolición, Lewis, que creo que puede describirse con justicia como un anglicano con fuertes sensibilidades católicas en su forma de pensar sobre el mundo, ofrece una vigorosa defensa de la ley natural, lo que él llama el Tao, frente a lo que en otro contexto califica de veneno del subjetivismo. Tras afirmar con rotundidad el carácter objetivo y universal de estos primeros principios de la razón práctica, Lewis plantea esta pregunta: «¿Significa esto, entonces, que nunca podrá tener lugar ningún progreso en nuestra percepción de valores?». Por el contrario, argumenta, «se requiere cierto desarrollo genuino». Pero, ¿qué constituye un auténtico desarrollo en contraposición a una corrupción, una mera ruptura con la moral tradicional?

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Antes de abordar esa cuestión en su aplicación a la moral, y casi como un aparte, Lewis aborda su aplicación en el ámbito del lenguaje, un tema sobre el que sabía mucho. Aquí compara cómo un teórico del lenguaje se acerca a su lengua materna frente a cómo podría hacerlo un gran poeta.

El teórico, escribe Lewis, se aproxima al lenguaje «desde fuera», y realiza alteraciones en su lenguaje u ortografía basándose en consideraciones externas al propio lenguaje. Lewis menciona la exactitud científica y la conveniencia comercial como dos ejemplos de tales consideraciones externas.

Por el contrario, el gran poeta «trabaja desde dentro» de la lengua para sacar a relucir sus potencialidades; Lewis señala aquí la diferencia entre Shakespeare y el inglés básico. Es la propia lengua la que inspira los cambios, no una consideración externa. En otras palabras, el cambio es «orgánico», en contraste con el enfoque «quirúrgico» del lingüista.

La descripción que hace Lewis del cambio orgánico en el lenguaje se parece mucho a lo que el entonces cardenal Ratzinger dijo sobre el desarrollo litúrgico en El espíritu de la liturgia, su tratamiento magistral del tema: «Puede haber un tipo de desarrollo completamente vivo en el que una semilla en el origen de algo madura y da fruto».

De forma similar al desarrollo lingüístico, argumenta Lewis, «el Tao admite el desarrollo desde dentro». Cuando se hace en el espíritu del Tao, el avance moral es posible; de lo contrario, es «una mera innovación».

Nietzsche, afirma Lewis, fue un mero innovador porque rompió radicalmente con el Tao y propugnó una moral desde fuera. En cambio, Lewis considera que la evolución de la Regla de Plata confuciana a la Regla de Oro es un ejemplo de avance real. Esto es así porque la segunda («Haz lo que quieras que te hagan») es una extensión orgánica del principio contenido en la primera («No hagas a los demás lo que no te gustaría que te hicieran a ti»).

Como afirma Lewis, «del interior del propio Tao procede la única autoridad para modificar el Tao«.

Trató la idea del desarrollo orgánico con mucha mayor extensión en una de sus obras posteriores, Los cuatro amores. En ella toma prestado de La imitación de Cristo el principio de que «lo más alto no se sostiene sin lo más bajo», y desarrolla la noción de un auténtico progreso en la moralidad, abordando sucesivamente distintas facetas del amor, como el afecto, la amistad, el eros y la caridad.

En la breve sección mencionada anteriormente en La bolición, proporciona pocos ejemplos, aunque ofrece una observación interesante que resume muy bien su pensamiento sobre el tema: «Es Pablo, el fariseo, el hombre ‘perfecto en cuanto a la Ley’ quien aprende dónde y cómo esa Ley era deficiente». (Filipenses 3:6) San Pablo no hace aquí sino seguir el ejemplo de su Maestro, quien afirmó que no había venido a abolir la Ley, como se proponía hacer Nietzsche, sino a cumplirla, es decir, a profundizarla desde dentro y extender su alcance. De nuevo, el desarrollo es orgánico, desde dentro.

Lewis reconoce que la línea que separa las distorsiones del auténtico desarrollo a veces no está claramente marcada, y observa en otro lugar que estas cuestiones no se prestan a una precisión matemática. Aquí escribe: «En casos particulares puede ser, sin duda, una cuestión de cierta delicadeza decidir dónde acaba la crítica interna legítima y dónde empieza la crítica externa fatal.» Los ataques frontales son más fáciles de detectar, señala, pero otros -como la afirmación de que la práctica o el principio en cuestión entra en conflicto con un precepto aún más fundamental- son mucho más difíciles de discernir.

Entonces, si no existen fórmulas matemáticas precisas para tomar tales decisiones, ¿qué debemos hacer? Lo que se necesita para hacer juicios morales sólidos, sostiene Lewis, es un profundo entrenamiento en las virtudes. Sólo cuando estas virtudes se hayan interiorizado y se conviertan en una segunda naturaleza seremos capaces de tomar tales decisiones. Como escribe Lewis, haciendo referencia a la República de Platón (y probablemente también a Dante), «Sólo aquellos que practican el Tao podrán entenderlo. Es el hombre bien educado, el cuor gentil, y sólo él, quien puede reconocer la Razón cuando llega».

El equivalente, con respecto al desarrollo de la doctrina cristiana, es aquel que está empapado de la Gran Tradición, tal y como se expresa en el Depósito de la Fe, y no, digamos, del análisis sociológico, por muy apropiado que éste sea en determinados contextos.

Como nuestro Señor instruyó a sus discípulos, es el escriba bien preparado para el reino de los cielos quien, como un amo de casa, «saca de su tesoro lo nuevo y lo viejo». (Mateo 13:52)

Acerca del autor:

Luis E. Lugo es un profesor universitario jubilado y ejecutivo de una fundación que escribe desde Rockford, Michigan.

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