El acto fallido, y la falla

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Por Robert Royal

Mis amigos y familia a veces me reprenden (con delicadeza) por el hábito que tengo hace tiempo —desde mis años en la adolescencia— de leer la New York Review of Books. En verdad, muchas otras cosas podrían llamarles más la atención. A pesar de que es la principal reseña de libros de Estados Unidos, NYRB es muy cerrado. (Sería posible llamarlo la New York Review de Nuestros Propios Libros). En su mayoría son judíos, seculares, liberales de Nueva York, y casi siempre promueven un punto de vista que se puede predecir sin necesidad de leer. Hay días en los que yo mismo me pregunto si NYRB y la mayor parte de la clase intelectual estadounidense solo se inquietan y pierden el tiempo con obsesiones seculares frívolas mientras nuestra civilización entera se incendia.

No obstante, además de las reseñas a los libros de los que quizás nunca se escucharía, NYRB es una manera conveniente de tomar la temperatura de la cultura. Además, a veces hay una sorpresa, como en un artículo reciente de Frederick Crews acerca del derribo de Sigmund Freud en el campo académico. Nadie habla mucho sobre él estos días, pero es un excelente ejemplo de un fenómeno más grande en la cultura moderna: la forma en que algunos intelectuales muertos, como bien dijo una vez John Maynard Keynes, continúan esclavizando incluso a hombres y mujeres sensatos del mundo, a pesar de que sus teorías, que alguna vez se creyó eran la última palabra de la racionalidad y revolución social, se demostraron que eran falsas.

Freud escribió acerca de Dios como la proyección psicológica de un gran padre en su famoso libro El porvenir de una ilusión, y es responsable en gran parte del secularismo moderno (y de la revolución sexual). No obstante, como con frecuencia sucede con las personas que están alteradas psicológicamente, fue Freud quien se estaba proyectando en una serie de nociones que afirmaba eran científicas, pero cada vez más se ha demostrado que eran características de un cierto sector de Viena en su época y, aun más revelador, de su propia psiquis peculiar.

Muchos biógrafos, hasta algunos que desean continuar defendiendo el freudismo, notaron las inconsistencias y claras contradicciones en su trabajo, comenzando con su falta de observación cuidadosa o percepción real de las personas y el mundo a su alrededor. A pesar de que trabajó mucho para convertir a su hija Anna en su heredera material e intelectual, nunca notó por ejemplo, que era lesbiana.

Sin embargo, eso es solo el comienzo. Crews afirma que la biógrafa más reciente documenta como, «Freud era lento para reconocer la amenaza nazi a los judíos en general y el psicoanálisis en particular. Explica cómo el patriarca enfermo, obsesionado con su enemigo elegido en secreto, la Iglesia católica, se cegó a sí mismo a una amenaza mayor y entonces, cuando se materializó, no logró adoptar una postura de principios en su contra. Hasta asintió en la purga de judíos de la rama alemana de su movimiento, el cuál sobrevivía solo en nombre».

No obstante, ¿qué hay con la teoría —el complejo de Edipo, ello-yo-superyó, la sexualidad sublimada, el acto «fallido» (revelador de secretos)— que desde el comienzo del siglo XX se les enseñó a los universitarios y con frecuencia se lo creyeron? (Da la impresión de que una gran cantidad de escritores y lectores de NYRB están personalmente involucrados, como psicólogos o pacientes, en el psicoanálisis). Lejos de ser el resultado de una cuidadosa observación empírica de los hechos que luego fueron ensamblados en un marco científico explicativo, Freud en esencia lo inventó todo: «[La teoría de Freud] se entiende mejor no como una imagen precisa de la mente sino como una porción de romanticismo recalentado, sazonado con una engañosa pizca de determinismo». El «esquema» de Edipo, por ejemplo, «se le impuso a los pacientes de Freud en vez de ser inferido de sus casos».

No sorprende que, en contextos clínicos, la terapia psicoanalítica verbal prolongada y muchas veces inefectiva diera lugar a tratar a los pacientes con medicamentos; incluso peor, al reduccionismo en ocasiones deshumanizante de la neurociencia. Irónicamente, desde Freud, adoptamos una visión tan superficial de nosotros mismos que, aun si fue mayormente una fantasía, el enfoque de Freud parece casi humanista en comparación. Al menos él sabía quién fue Edipo, y conocía suficiente latín para pensar términos como id-ego-superego (ello-yo-superyó). ¿Cuántos «científicos» en la actualidad llegan a ese nivel de instrucción?

Toda esta historia revela cuán obcecados son los mitos culturales, aun después de haber sido desacreditados basándose en los hechos. Se podría demoler fácilmente a Karl Marx en cuanto a teoría, sin mencionar la evidencia de los horrores que se infligieron durante el siglo XX a las poblaciones de cada nación donde sus teorías fueron ensayadas. Sin embargo, en algún lugar en el fondo, para todos, los vestigios freudianos y marxistas continúan deformando nuestra visión de nosotros mismos y el mundo.

En una cultura científica como la nuestra, valoramos con razón la manera en que hemos desarrollado la agricultura, la ciencia médica, Internet. Asimismo, es comprensible que nos volvamos al paradigma científico para ayudarnos con la comprensión de nosotros y nuestra sociedad. Aunque dado que la verificación científica no parece tener demasiado peso contra las teorías populares, el Gulag y el interminable, el hecho de que haya habitantes de Manhattan que pasan horas infructuosas en el diván no parece haber reducido mucho la influencia del marxismo o el freudismo.

El elemento común de las dos ideologías —y lo que se puede decir que las hace a las dos tan atractivas a cierta clase de persona— es que ambas toman la posición de que usted es la víctima de la «falsa conciencia» (Marx) u oscuras fuerzas inconscientes (Freud). En otras palabras, sus opiniones y acciones no son verdaderas y son impulsadas por motivos vergonzosos que usted esconde de otros (e incluso de usted mismo). Entre tanto, ellos (freudianos y marxistas) tienen la verdad real suya y del mundo. En nuestra época, hacen causa común en lo que a veces se llama «marxismo cultural», lo cual se convirtió en una parte tan grande de nuestros supuestos sociales, que pocos pueden detectarlo o resistirlo.

Cualquier cristiano, basándose simplemente en el autoexamen, de inmediato debería admitir con cuánta frecuencia escondemos de nosotros mismos nuestra ambición, egoísmo, todos los pecados capitales. La diferencia es que creemos que el remedio yace en los comprobados senderos del arrepentimiento, la conversión y la gracia. El antiguo enfoque marxista/freudiano mostró su agotamiento, no solo en la teoría, sino en todas sus ahora infames obras y pompas.

Acerca del autor:

Robert Royal es editor jefe de The Catholic Thing y presidente del Faith & Reason Institute en Washington, D.C. Su libro más reciente es A Deeper Vision: The Catholic Intellectual Tradition in the Twentieth Century, publicado por Ignatius Press. The God That Did Not Fail: How Religion Built and Sustains the West está disponible actualmente en edición de bolsillo de Encounter Books.

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