«Y lo que sigue…»

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Laura Castro Golarte / Arquimedios Guadalajara – El Semanario.- Desde hace más de 40 años, el sistema electoral mexicano ha estado sometido a sucesivas reformas porque se trata de un instrumento, de un conjunto de normas y herramientas que no está acabado, digamos que es un producto beta porque siempre, siempre, siempre será necesario corregirlo, ajustarlo y mejorarlo.

Lo he dicho y escrito en muchas ocasiones desde hace lustros: Más se tarda en entrar en vigor una reforma electoral que los partidos políticos en buscar la manera de darle la vuelta.

¿Y por qué son necesarias las sucesivas reformas? Porque, efectivamente, con un marco legal determinado, los partidos se ponen a trabajar (en eso sí, claro) para encontrar la manera de burlar las leyes. Pasó en 2021 aquí en Jalisco. Aparentemente todo estaba en orden, pero se las ingeniaron para (en el consejo municipal electoral de Guadalajara) sacar (literal) a los representantes de partidos dizque para un receso de una hora porque todo mundo estaba muy cansado. La cuestión fue que los consejeros reanudaron la sesión antes del tiempo acordado y no avisaron. Lo que contaron o no contaron en ese tiempo cayó en un hoyo negro. Hubo quejas, inconformidades, pero al final no pasó nada.

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¿Y para qué son necesarias las sucesivas reformas? Para tratar de mantener en la medida de lo posible los niveles de credibilidad y confianza en la autoridad electoral. El tema es sensible. Los mexicanos venimos de lustros y lustros de fraudes electorales y las prácticas ilegales del PRI durante décadas alimentaron una bien ganada desconfianza. Con la reforma de la que nació el IFE ciudadanizado, las cosas empezaron a cambiar y con los resultados del año 2000, mucho más. Sin embargo, no duró mucho tiempo porque en 2014 se emprendió otra reforma que dio paso al INE aunque no hubo cambios para impedir que los consejeros electorales se asignaran por cuotas a los partidos con base en reglas no escritas desde hacía tiempo, las administraciones de Fox y Calderón no fueron la excepción.

Y así ha sido. Cada tres y cada seis años los ciudadanos nos quejamos de varias cosas relacionadas con las elecciones: gasto excesivo, basura electoral, espectaculares, atiborramiento en medios de comunicación y ahora redes; y porque con todo y reformas (la burra no era arisca) quedan restos tóxicos de desconfianza que no son fácilmente degradables.

La aceptación del IFE de José Woldenberg es algo que quizá no volvamos a ver; en todo caso, el actual consejo está a prueba totalmente, bajo la lupa, en la mira.Pues bien, todo esto para concluir que es más que evidente la necesidad de una nueva reforma porque los partidos políticos, todos, emprendieron procesos que no son exactamente precampañas aunque todos sabemos que sí lo son. Y como si no fuera algo extraordinario, en el círculo rojo, después de que las corcholatas fueron cuestionadas; al salir la oposición con lo mismo (taparroscas les dicen por ahí), se acabaron los señalamientos y todos, todos, están bailando en la misma fiesta.

En este orden de ideas, me llaman poderosísimamente la atención las consideraciones de varios opinólogos que de pronto hablan como si ya estuvieran las campañas presidenciales en marcha. Aunque todo está muy, pero muy adelantado, pareciera que las definiciones de aquí a que arranque el proceso electoral en septiembre próximo ya son definitivas. No lo creo, más bien nos falta mucho por ver.

De entrada, han prevalecido cuestionamientos sobre propuestas, quizá algo cambie las cosas desde ahí: están saliendo un montón de asuntos a la luz que se tendrán que resolver de alguna manera porque este tren electoral ya nadie lo para. En los procesos electorales, de principio a fin, se suceden fenómenos interesantísimos, como para estudiar después, porque las percepciones, las reacciones y las lecturas son muy diversas y con frecuencia sorpresivas, desconcertantes. Hay quienes hacen cálculos, estimaciones y pronósticos que rara vez se confirman (ya estarían cantaleteando sus atinos), al contrario, por lo general hay fallas. Y esto sucede porque es muy común que se consideren factores políticos y mediáticos, y se desdeñen los sociales y colectivos; pese a que estos últimos son los que más pesan, son, de hecho, los que definen resultados.

Entonces, de aquí al 2 de junio de 2024 todo puede suceder. Como ciudadanos y futuros electores del destino del país para los próximos seis años (2024-2030), simplemente toca estar atentos porque, estoy convencida, falta mucho por ver.

 

 

 

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