Arquimedios Guadalajara: 2 de octubre de 1968

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Laura Castro Golarte / Arquimedios Guadalajara.- Para muchas personas, las iniciativas y prácticas para recordar hechos del pasado, por lo general, muy dolorosos, es un ejercicio inútil. ¿Para qué? se preguntan, particularmente porque se trata de otro tiempo, con otros protagonistas y circunstancias distintas; sin embargo, se ha encontrado desde hace muchos años que estos esfuerzos de memoria que cada vez más incluyen museos y memoriales, contribuyen a sanar el presente desde una perspectiva individual y, por supuesto, colectiva, en una práctica que se conoce ya como cultura de la remembranza. Son útiles y necesarios en la medida en que generan conciencia social, conciencia histórica y conciencia crítica.

De todas las utilidades de la historia, en los ejercicios de memoria, salta en primerísimo lugar, aquella máxima de Ortega y Gasset, que parafraseo: quien no conoce su historia está condenado a repetirla. En otras palabras, otra vez: NUNCA MÁS.

¿Y por qué insisto? Se cumplen 55 años de la matanza de Tlatelolco, uno de los sucesos más dolorosos, violentos y vergonzosos que quedaron impunes en nuestra historia nacional.
El 2 de octubre de 1968 cientos de jóvenes salieron a las calles a exigir justicia, libertad, democracia, igualdad y respeto, en un tiempo, en un año, en el que varias estructuras anquilosadas se derrumbaban en el mundo.

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La situación en México era complicada. Después del llamado “milagro mexicano”, cuando salieron a flote una serie de inconformidades sociales en sectores como el campesino, el obrero, el ferrocarrilero, el de los médicos y los jóvenes, el autoritarismo de un sistema que se había consolidado en el poder con una fuerza que parecía indestructible, se encarnizó contra los estudiantes universitarios.

La cultura de la simulación y de las apariencias prevalecía en el marco de las Olimpíadas de ese año y nada podía salir mal, no se permitiría que algo “manchara” o echara a perder ese momento de éxito y gloria para un México que estaba de moda en el mundo por los resultados económicos posteriores a la Segunda Guerra Mundial y una estrecha relación con el vecino del norte. Los aparentes éxitos económicos no eran tan sólidos, había una gran dosis de ficción, hoy lo sabemos, y la expresión en aquellos años fueron justo las manifestaciones sociales y el surgimiento de movimientos guerrilleros.

Fue fácil distraer a los medios de entonces con el control que ya se ejercía y, de cara a la comunidad internacional, la zanahoria fue el discurso de guerra fría y persecución de comunistas. Inmediatamente, como era usual, se descalificó el movimiento estudiantil y se señaló como responsables a agentes comunistas anónimos infiltrados que los habían seducido para que se manifestaran y boicotearan los juegos.

Fueron decenas de jóvenes y de ciudadanos que pasaban por ahí o se habían solidarizado con los estudiantes, los que murieron bajo el fuego del ejército, después de que el escuadrón Olimpia lanzara la señal. Luces de bengala que inmediatamente identificó la periodista italiana Oriana Fallaci y las primeras agresiones contra soldados que iniciaron aquellos jóvenes también, vestidos de civiles con un guante blanco. Hoy lo sabemos. Fue el Estado. Asesinados y desaparecidos o cooptados después por el gobierno, el movimiento se fue apagando, pero de alguna manera sobrevivió porque su fundamento era social, auténtico, pese a los intentos, todavía, por desacreditarlo, por inferir que todo estuvo manipulado desde la Secretaría de Gobernación.

La lucha fue social e iba más allá de la demanda de respeto a la autonomía universitaria. Hoy, estudiosos y sobrevivientes hablan sobre la matanza para que no se olvide, para honrar a quienes murieron en ese momento, en aquellas circunstancias, y para que no vuelva a suceder; pero también para que se revalore el movimiento, las causas que lo originaron, la rebeldía de una juventud que clamaba por justicia y mejores condiciones de vida para todos; que exigía el fin del autoritarismo y una auténtica democracia.

Por eso, es muy importante la cultura de la remembranza, para insistir en la exposición de la verdad y, siempre, en que se haga justicia. Hay heridas que no han cerrado, procesos pendientes, la indignación por la impunidad se traspasa de una generación a otra, no se olvida; y urge sanar.

2 de octubre de 1968

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