Sacerdocio y celibato en perspectiva oriental

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Sacerdote casado junto a su familia. 
Católico de rito ucraniano y párroco en Ontario (Canadá).  

Anthony Dragani es un católico oriental, doctor en Teología. Traducimos algunas respuestas a  preguntas frecuentes sobre el sacerdocio uxorado y célibe en la tradición oriental. 

– ¿En las Iglesias católicas orientales se permite que los sacerdotes se casen?
No, no se permite el matrimonio de los sacerdotes, sino que los hombres casados pueden ser ordenados sacerdotes. Es una diferencia importante.
 En todas las Iglesias católicas orientales –  excepto dos- los hombres casados pueden recibir el orden sagrado.
– Dado que en las Iglesias orientales los hombres casados pueden ser sacerdotes, en estos casos, ¿los matrimonios deben practicar el celibato viviendo como hermano y hermana?
No, continúan viviendo como marido y mujer.
– ¿Por qué las Iglesias orientales admiten clero casado? ¿Cómo hace un sacerdote para dar su vida por su esposa y por la Iglesia?
Existe una diferencia entre las Iglesias occidentales y las orientales sobre cómo entender el papel del sacerdote. En Oriente, el sacerdote es ante todo, y principalmente, un ministro de los Sagrados Misterios (sacramentos).  No se lo considera “separado del mundo”, sino como parte del mundo junto a sus feligreses.
Sin embargo, hay personas en las Iglesias orientales cuyas vidas son un testimonio escatológico, aquellos que viven “separados del mundo”. Son los monjes. Tanto hombres como mujeres pueden ser monjes en las Iglesias de Oriente y se los considera como aquellos que entregan sus vidas por la Iglesia del modo más pleno.
En la Iglesia latina el papel del sacerdote se ha fusionado de alguna manera con el del monje. En un sentido muy real y profundo, los católicos latinos ven a sus sacerdotes como los orientales ven a sus monjes.
No veo esta diferencia en la disciplina como algo problemático. Sólo necesitamos respetar la legítima disciplina de cada Iglesia particular.

– ¿Es cierto que los católicos orientales, si son casados, no pueden ordenarse en su propio rito dentro de los Estados Unidos, sino que deben ordenarse fuera de su territorio?

En los primeros años del siglo XX muchos obispos latinos de los EE. UU se escandalizaron por la presencia de sacerdotes orientales casados. Se dirigieron a Roma, solicitando se revocase el derecho a ordenar hombres casados. Luego de varios años de pedidos reiterados, Roma intervino y prohibió la ordenación de orientales casados en 1929 dentro del territorio de los EE. UU. En ese tiempo, casi todas las parroquias de rito oriental eran atendidas por clero casado y esta prohibición provocó un terrible cisma. Más de la mitad de los católicos bizantinos de Norte América se hicieron ortodoxos. Familias enteras se dividieron en líneas religiosas y se infligió a la Iglesia una herida profunda que no se ha curado completamente.

En la actualidad, Roma no avala esta restricción. En 1992 el Papa Juan Pablo II promulgó el Código de Cánones de las Iglesias Orientales, que reafirma con claridad nuestro derecho a ordenar hombres casados. Desde ese momento, muchos obispos orientales han introducido de nuevo la tradición de los sacerdotes casados, aunque varios todavía tratan de resolver el problema de cómo sustentar a un sacerdote con familia.

– La existencia de clero casado entre los sacerdotes orientales, ¿socava  la valiosa disciplina celibataria de la Iglesia latina? ¿No es superior la disciplina occidental?
Pienso que puede defenderse la disciplina occidental sin denigrar a la disciplina oriental. Del mismo modo, creo que es posible defender la tradición oriental de sacerdotes casados sin denigrar ni socavar la tradición occidental de sacerdotes célibes.
Entre las Iglesias orientales y occidentales existen no sólo diferencias litúrgicas sino también diverso ethos. Nuestras Iglesias orientales y occidentales tienen costumbres diferentes y por ello las diferencias disciplinares se ajustan mejor a las diversas circunstancias. Por tanto, me atrevo a decir que el celibato obligatorio es mejor para la Iglesia latina y que la admisión de sacerdotes casados se ajusta mejor a las Iglesias orientales.
Esta comprensión viene reforzada por el Concilio Vaticano II:
“La historia, las tradiciones y muchísimas instituciones eclesiásticas atestiguan de modo preclaro cuán beneméritas son de la Iglesia universal las Iglesias orientales. Por lo que el santo Sínodo no sólo mantiene este patrimonio eclesiástico y espiritual en su debida y justa estima, sino que también lo considera firmemente como patrimonio de la Iglesia universal de Cristo. Por ello, solemnemente declara que las Iglesias de Oriente, como las de Occidente, gozan del derecho y deber de regirse según sus respectivas disciplinas peculiares, como lo exijan su venerable antigüedad, sean más congruentes con las costumbres de sus fieles y resulten más adecuadas para procurar el bien de las almas” (Orientalium Ecclesiarum, n. 5). 
Diría que nuestra tradición de sacerdotes casados es “más armónica con las costumbres de nuestros fieles”. Sin embargo, esto no significa que armonice bien con las costumbres de los fieles latinos.
– No estoy seguro de comprender cómo los orientales desarrollaron su tradición de clero casado desde el primer siglo. Mi dificultad es el canon III del Concilio de Nicea: “De las mujeres subintroductas*. Prohíbe enteramente el santo concilio que se permita bajo ningún concepto al obispo, presbítero, diácono, ni a clérigo alguno, tener en su casa mujer extraña como no sea su madre hermana o tía paterna o materna porque en estas solas personas, y en otras semejantes, cesa toda sospecha procedente de las mujeres. Y el que lo contrario hiciere correrá peligro de ser depuesto de su clero.”
Este canon singular se introdujo para prevenir que los clérigos se enredasen en actividades escandalosas. El término “subintroducta” indica a una mujer que vive como discípula de un sacerdote por motivos espirituales. Algunos clérigos llevaban a sus casas a estas mujeres y eran sus mentores en algo más que la fe cristiana. [Práctica conocida como «sineisactismo», «matrimonio espiritual» por el que los clérigos tenían bajo su mismo techo a «esposas espirituales»]
Recientemente, he podido concluir un amplio estudio acerca del celibato clerical en la Iglesia primitiva, que espero se publique en breve. Mis hallazgos demuestran de manera concluyente que en tiempos del Concilio de Nicea, la mayoría de los clérigos, en las Iglesias occidentales y orientales, eran hombres casados. Sin embargo, durante el siglo IV, en la Iglesia occidental se inició un movimiento para promover el celibato clerical, comenzando con un canon del Concilio de Elvira. Pero tomó muchos siglos para que esta disposición se volviera la norma en Occidente. En Oriente, nunca se promulgó una ley de esa naturaleza, a pesar de que el Concilio de Trullo estableció el celibato obligatorio para los obispos.
Por supuesto que últimamente esta cuestión [del canon 3 del Conc. de Nicea] se ha vuelto poco relevante. Es más importante la legislación vigente en la Iglesia católica. El Papa Juan Pablo II ha fijado la ley para los católicos orientales, por la que difícilmente podríamos ser considerados desobedientes:
“El celibato de los clérigos, elegido por el Reino de los cielos y muy conveniente para el sacerdocio, debe ser tenido en todas partes en grandísima estima, según la tradición de la Iglesia universal; así también debe ser tenido en honor el estado de los clérigos unidos en matrimonio, sancionado a través de los siglos por la práctica de la Iglesia primitiva y de las Iglesias orientales.” (CCEO, can. 373).

– ¿Está de acuerdo en que el celibato sacerdotal configura más perfectamente con la persona de Cristo?

Las Iglesias orientales siempre han considerado al celibato como una vocación elevada para quienes poseen este don. Así como ordenamos a hombres casados, también reconocemos que aquellos que tienen el don del celibato deben ser alentados para cultivarlo y hacerlo fructificar.
Hieromonje.

Sin embargo, para nosotros, cristianos orientales, la persona que se configura de manera más perfecta con Cristo no es el sacerdote sino el monje. Para nuestra teología, la vida monástica es la más alta vocación posible y un elemento importante de la vocación monástica es el don del celibato. Por consiguiente, en esencia, debo concordar con la opinión del P. Echert. Aunque para los cristianos orientales la formularía de modo diferente: “el celibato configura al monje de modo más perfecto con el celibato de Cristo”.

Gran parte de la mentalidad subyacente en las Iglesias orientales y occidentales es que los católicos romanos ven a sus sacerdotes bajo la misma luz que nosotros, los cristianos orientales, vemos a nuestros monjes.
– ¿Acaso el celibato no era la norma para los sacerdotes en la Iglesia primitiva? ¿No es el sacerdocio de los casados un desarrollo posterior?
El sacerdocio de los casados fue la norma en la Iglesia primitiva, aunque también hubo hombres que eligieron la vida célibe. A partir del siglo IV comenzó en Occidente un movimiento para alentar a los sacerdotes casados a vivir en continencia, absteniéndose de las relaciones conyugales. Este movimiento nunca arraigó en Oriente.
Durante la crisis arriana, en la que muchos obispos y sacerdotes abrazaron la herejía que negaba la divinidad de Cristo, la Iglesia fue salvada por los monjes. Los monjes célibes  preservaron la recta doctrina y la Iglesia fue extremadamente agradecida con ellos. Por lo que, en Occidente, muchos concilios locales comenzaron a legislar acerca del celibato clerical, exaltando la vocación monástica como un ideal para todos los sacerdotes. En aquellos tiempos, obispos como san Agustín, exigieron que los sacerdotes vivieran en comunidad con sus ordinarios.
En Oriente, la reacción fue un tanto diferente. En vez de exigir el celibato a todos los clérigos, las Iglesias orientales en el Concilio de Trullo (692) exigieron que todos los obispos fuesen monjes. Esta ha sido la ley para las Iglesias de Oriente a partir de ese momento.
– ¿Por qué las Iglesias orientales rechazan la disciplina del celibato obligatorio?
No es que “rechacemos” la disciplina del celibato obligatorio, sino que siempre hemos conservado nuestra tradición de clero casado. Las razones para esto son tanto históricas como prácticas.
En Occidente siempre existió la tendencia hacia un clero célibe. A partir del siglo IV, encontramos sínodos locales que legislaron sobre el celibato clerical y exigieron que los sacerdotes casados se abstuvieran de las relaciones conyugales. Los cánones de los sínodos de Elvira y de Cartago, por ejemplo, establecieron la continencia perpetua para diáconos, sacerdotes y obispos. También el Papa Siricio hizo mucho para promover el celibato en la Iglesia latina.
En Oriente, la tradición del clero casado siempre tuvo alta estima, aunque hubo algunas facciones favorables al celibato. La cuestión se presentó pronto en el Concilio de Nicea, pero se decidió no establecer el celibato obligatorio para toda la Iglesia de Oriente y Occidente. El primer sínodo oriental que abordó la cuestión fue el Concilio de Trullo, el cual comenzó y terminó en el siglo séptimo. Se decidió que los obispos deberían ser célibes, pero que los hombres casados podrían seguir recibiendo el diaconado y el presbiterado. Esta ha sido la norma para las Iglesias de Oriente desde entonces.
Desde un punto de vista práctico, las Iglesias orientales consideran ventajoso preservar el sacerdocio de los casados. Nuestra vida parroquial se ajusta típicamente a un sacerdote con familia y esto ha funcionado muy bien para nosotros por dos mil años. Nuestro pueblo está muy acostumbrado a esta situación y prefiere que las cosas se mantengan de este modo. A comienzos del siglo XX hubo esfuerzos para imponer el celibato a nuestros clérigos en los Estados Unidos, lo que llevó a una discordia generalizada y favoreció dos cismas trágicos. Aunque el celibato obligatorio funciona bien para la Iglesia latina, no funciona para nosotros, porque es ajeno a nuestra tradición. El Vaticano II reconoció este hecho de manera autoritativa al declarar que:

“…las Iglesias de Oriente, como las de Occidente, gozan del derecho y deber de regirse según sus respectivas disciplinas peculiares, como lo exijan su venerable antigüedad, sean más congruentes con las costumbres de sus fieles y resulten más adecuadas para procurar el bien de las almas”. (Orientalium Ecclesiarum, n. 5). 

A pesar de esta y de otras diferencias, somos la misma Una, Santa, Católica y Apostólica Iglesia, como usted ha dicho. Tiendo a pensar que estas diferencias resaltan la belleza de la pluralidad en la Iglesia universal y son fruto del Espíritu Santo. 


* N. de R.: sobre la traducción de «subintroducta», agregamos como aclaración al texto de Dragani la siguiente nota filológica que además contiene alusión al texto latino del canon 3 de Nicea:
SUBINTRODUCTAE. Συνείσαϰτοι in Concilio Nicæno I. can. 3. quas Extraneas vocant Synodus Carthag. I. can. 3. Ilerdensis can. 15. Hispalensis I. can. 3. Braccarensis III. can. 5. et Lex 19. Cod. de Episc. et Cleric. (1, 3.) quarum commercium et habitationem vitare jubentur Clerici.
Concilium Romanum sub Zacharia PP. cap. 2 : 
Presbyteri vel Diaconi Subintroductas mulieres nullo modo secum audeant habitare, nisi forsitan matrem suam, aut proximitatem generis sui habentes.
Ita et in Concilio Forojul. cap. 4. et Romano ann. 1059. cap. 3. Rotomagensi ann. 1072. cap. 15. Ita perinde Dionysius Exiguus in Codice canonum Ecclesiæ Romanæ et Nicolaus et Alexander PP. cap. 5. 6. dist. 32. Consule, quæ de ejusmodi Extra-neis et Subintroductis mulieribus passim annotarunt qui concilia expenderunt, Justellus, Binius, etc. Iis adde Muratorium in Disquisit. de Synisactis et Agapetis inter Anecd. Græca pag. 218. Vide etiam infra Superinducta. Glossar. med. Græcit. col. 1483.

Cfr. Du Cange, et al., Glossarium mediae et infimae latinitatis, éd. augm., Niort : L. Favre, 1883‑1887, t. 7, col. 630a.

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