Cuando el IVE cargó contra la FSSPX (3)

|


Tercera parte de nuestra pequeña entrevista a Psique y Eros.  

— Redacción: Volviendo un poco sobre Meinvielle, ¿qué opinión te merece la hipótesis de la “Iglesia de la publicidad”? No me refiero tan sólo al vértice, esa suerte de Papa “bipolar” sobre el que conjeturaba el padre, sino a un fenómeno eclesial muy generalizado de “bipolaridad”, parecido al “doblepensar” orwelliano, o mejor sería decir “doble-enseñar”, por el que hay una doctrina diluida, vaporosa, circiterista, o unos gestos bastante equívocos, todo para consumo publicitario masivo, y cuando se sale de la presión del ambiente, la doctrina es la de siempre. O en el “doble-gobernar” por el que se ven injusticias distributivas clamorosas; una tolerancia de una selectividad incomprensible, como sería la de un juez que deja impunes “asesinos seriales” y de vez en cuando sanciona a un “ladrón de gallinas”. Siempre hubo trigo y cizaña, pero ¿esta cizaña “bipolar” es un claro signo escatológico?
Mmmm… ¿Signo escatológico?… no sé… Lo que vos enunciás en psicología se llama relación de doble vínculo y es uno de los problemas más graves en psicología, de hecho tiene consecuencias esquizofrenizantes. Un niño nacido en una familia constituida estructuralmente por relaciones de doble vínculo, donde hay que defender un ‘relato familiar’ a capa y espada en contra de la realidad misma, seguramente tendrá de mayor gravísimas consecuencias neuróticas, y, si tiene la propensión genética, es altamente probable que desarrolle hasta una esquizofrenia. El doble vínculo es la lacra de las lacras…
Estoy convencido que siempre hubo doble vínculo en la Iglesia, como siempre hubo fariseísmo, que es la modalidad religiosa del doble vínculo. El fariseísmo es eso, el doble vínculo, la prioridad del relato (como producto y por ende elaboración sistemático-interpretativa inmanente) por sobre la realidad. Basta mirar el capítulo 23 de Mateo, es la apoteosis de la denuncia y deconstrucción del ‘relato’ farisaico y el status quo creado en base a tal relato. El fariseísmo, así entendido, eso no es propiedad exclusiva de los círculos tradi o conservadores, hay también fariseísmo progre, y no poco.
El problema es que hoy en día, con los nuevos medios de comunicación, los que tienen la sartén por el mango han perdido el poder de imponer y sustentar el relato a toda costa. Cualquiera, con un blog de morondanga, puede gritar ‘el Rey está desnudo’, y una vez que suena esa voz mina, pone en jaque el relato oficial… listo… hay que discutirlo. Las víctimas salen de su solipsismo existencial (creado por el relato oficial), se juntan, crean consenso, se dan entidad las unas a las otras, comienzan a existir de nuevo. En eso la situación actual es más sana que la de otros siglos. Por ejemplo imaginate el caso Maciel (poniendo entre paréntesis la cada vez menos pacífica tesis de la infalibilidad de las canonizaciones y mirando la iglesia con minúsculas, como comunidad humana) desde los ojos de un no creyente, un observador tal, legítimamente debería concluir que si lo de los Legionarios de Cristo hubiera sucedido en el siglo XVIII hoy en día los católicos estábamos de rodillas y prendiéndole velitas… Cada vez hay menos espacio para imponer despóticamente un relato. Todo se ventila con una velocidad pasmosa. ¿Para mejor? ¿Para peor? En ciertas consecuencias inmediatas obviamente para mejor, las monstruosidades de los relatos oficiales de ciertas instituciones deben ser denunciadas para que no sigan truncando vidas, o para que les quiten las ‘patentes de corso’, como dice Ludovicus. ¿Pero donde está el límite? ¿No nos lleva también esto en la dirección orwelliana del ‘Gran Hermano’ respecto del cual simplemente nos cuidamos más aunque no seamos mejores?
— Redacción: Que todo se ventile tiene un aspecto positivo. Pensemos en los católicos que nos precedieron —una o dos generaciones atrás— y cómo de la asistencia del Espíritu Santo a la Jerarquía —en el ejercicio de la función de gobierno, y no sólo en la de magisterio— extraían como conclusión definitiva la imposibilidad de cualquier crítica a los actos de gobierno. La crisis de los abusos sexuales ha sido tan fuerte que ni siquiera los medios neoconservadores se atreven hoy a pretextar la asistencia del Espíritu Santo para silenciar críticas al mal desempeño episcopal y romano en el manejo de crímenes horrendos. Creo que la dolorosa experiencia va mostrando que el no reconocer errores a tiempo, por miedo a las consecuencias, puede traer efectos mucho peores. Pero sigue en pie, por desgracia, la idea de que la autoridad en línea de principio no debe reconocer equivocaciones para no debilitarse. Es así que queda un largo camino por recorrer, en lo referido a la aprobación y control de movimientos y nuevas congregaciones. 
Y a mi modo de ver, con el Vaticano II sucede algo semejante. Aunque ya diste tu opinión sobre eventuales errores en sentido estricto, tengo la impresión de que la negativa a debatir sobre los textos mismos obedece a este miedo a debilitar una autoridad docente falible. Hace unos meses me decía un amigo tradicionalista que sin reconocerlo públicamente el Catecismo de 1993 había reformado a la Dignitatis humanae, mejorándola en algunos aspectos, y reescribiendo el texto original so pretexto de interpretarlo. Y no le falta razón, porque es sabido que en el Concilio fijó el orden público (parte) y no el bien común (todo) como límite a la inmunidad de coacción. El Catecismo, le enmienda la plana al Concilio cuando dice que el límite es el orden público Y el bien común... Las consecuencias sobre las competencias del Estado son muy distintas en una u otra fórmula. ¿Pensás que este tipo de “parches” magisteriales obedecen también a este temor a reconocer falibilidad? 
El problema de la imposibilidad de cualquier crítica al gobierno concreto de la Iglesia, a partir de la mala interpretación de la asistencia del Espíritu Santo, no es un problema solamente de una incorrecta traspolación doctrinal, y, en lo personal, pienso que ni siquiera es lo principal en la pretensión histórica de los gobernantes de la Iglesia de imponer un relato ‘único’, aunque esa burda traspolación contribuya, y no poco, a sostener el problema.
Creo que lo primordial y fundante de esta dificultad está, de nuevo, en una de las consecuencias de la relación de doble vínculo. A partir de esa supuesta asistencia, mal traspolada, quien gobierna se coloca en el lugar de observador absoluto, es decir en un lugar de absoluta inmodificabilidad del observador por parte de la cosa observada, no se mete en el juego, no se involucra, no deja una puerta abierta para un feedback, el punto de vista del otro, lo cual es un elemento esencial en toda comunicación humana sana. Desde su sede gobierna ‘pontificando’ y vos, en cuanto gobernado, quedás absolutamente imposibilitado de retornarle cualquier devolución, quedás cristalizado en el determinismo de la visión ‘pontificante’ de quien gobierna. Y, si, a pesar de todo, le hacés llegar tu protesta, te responde diciéndote ‘cómo deberías obrar aún en el caso de que él estuviese equivocado’. Esto, como superior, es ser un perfecto hdp. Porque nunca la dificultad del gobernado es una pura dificultad de él, es siempre dificultad, en alguna medida, de ambos y humanamente el mensaje que necesito del superior no es ‘que es lo que tengo que hacer yo para que no haya problemas’, sino que es lo que vamos a hacer ambos para que las cosas mejoren. La comunicación humana, para que sea humana, necesita que ambos emisores reconozcan su falibilidad y su posibilidad de enriquecerse con el otro. De otro modo no hay comunicación sino apenas un gélido y unilateral pronunciamiento dantesco: ‘Dejad fuera toda esperanza’, estás condenado a ser disuelto en el relato de observador absoluto del que te juzga, ahí se entiende la afirmación sartreana de ‘el infierno son los otros’.
Creo que el problema es muy grave, desde Sócrates hasta hoy la pedagogía de la comunicación con el otro no ha avanzado demasiado. Todos conocemos la mayeutica, la hemos leído como una doctrinita menor de un filósofo menor pero sólo Kierkegaard la elevó a categoría metafísica. Otro que es tenido por un autor piadoso, interesante de leer, pero poco significativo en la estructura metafísica de la realidad. No es extraño que no haya muchos en el realismo que lo rescaten, espero no pecar de ignorante pero en la primera mitad del siglo XX, que yo sepa, los únicos que estudiaron seriamente a Kirk fueron Fabro y Castellani.
Su ‘capolavoro’, Posdata definitiva a las nonadas filosóficas, es la catedral de la estructura de la comunicación con el otro, allí se plantea la posibilidad de la transmisión de lo aprendido y la posibilidad del maestro. Esquemáticamente concluye que hay dos tipos de maestros, el Maestro Divino, que es Cristo, que es el único que puede comunicar directamente y el maestro humano, Sócrates, que sólo puede comunicar indirectamente, desapareciendo siempre él mismo. Paradójicamente, Kirk, fue víctima de su propia premisa, casi nadie logró reconocer la genialidad de su creación y se le cumplió, en toda la línea, la oración-aspiración de Ludovicus: ‘Cuando sea grande quiero hacer una obra religiosa tan enorme, tan densa metafísica y teológicamente que casi nadie, excepto algún agnóstico progre se de cuenta’.
Los intérpretes del rol apostólico en la historia, en su inmensa mayoría, ni siquiera conocieron esta distinción y la necesidad de desaparecer en la comunicación, y, la gran mayoría también, se apropiaron acríticamente de la comunicación directa, poniéndose a sí mismos en el rol del Divino Maestro, sin el contraseguro necesario del auriga que grita internamente la propia nada y la necesidad de desaparecer para dar lugar a una comunicación indirecta, totalmente necesaria y previa al ‘enseñar en nombre de’, propio del apóstol. Se tragaron el personaje y entonces, paradójicamente, no pudieron comunicar ni a Cristo ni al hombre, sino a sí mismos disueltos en un rol que no les pertenece… lo que es menos que nada.
Vos me hablás de un temor en la jerarquía a reconocer la falibilidad, y seguramente existe, pero del otro lado, desde el lugar de la inmensa mayoría de los cristianos, existe una necesidad atroz de tal reconocimiento de la falibilidad y de la demitificación total de la heteropraxia ‘pseudoinfalible’ engendrada en la ulcerante y burda traspolación de la doctrina de la asistencia del Espíritu Santo. Y en eso todo el clero debería hacer su examen de conciencia, hasta el más insignificante director espiritual que invoca su ‘gracia de estado’ para dar un consejo… Si habré escuchado monstruosidades provenientes de gente de buena voluntad pero que ni de cerca imagina que la clave de bóveda de una comunicación sana es la iconoclastia de sí mismo, permanente, cruel, desgarradora, vigilante y tenazmente destructora de todo intento de crear ‘un padre santo’ que ilumina al mundo….
Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *