Mi problema con Francisco

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Me encantaría tener una opinión tan segura como la de unos y otros, a favor o en contra de este Papa. En realidad, preferiría estar a favor.Mi problema es que soy el que menos sé y tampoco ando muy sobrado de entendederas y menos aún de vida de piedad, así que lo que escriba será más bien reflejo de mi perplejidad e impresiones casi instintivas de nulo valor.

Mi problema con Francisco es el siguiente: El mundo le adora. Leo en todas partes que el Papa saca las vergüenzas a los poderosos al clamar por los pobres y los necesitados, pero ¿es eso cierto? No es lo que veo, en absoluto. El Mundo lleva ya siglos usando al pobre y al tirado en su búsqueda de una utopía inhumana. Las palabras del Papa casan perfectamente con la propaganda habitual. Más: si tú eres un jefe (católico) injusto y explotador, que niegas a tus empleados su salario justo y afeitas el huevo y recurres a las peores añagazas para salirte con la tuya, las palabras del Papa pueden usarse más como coartada que como serio aviso de condenación. Después de todo, Francisco dice que «el sistema económico mata».

Y ¿qué puedo hacer yo, anónimo empresario, para cambiar el ‘sistema’? El Papa anterior al anterior también hablaba de ‘estructuras de pecado’. No puedo decir que la expresión o el concepto me entusiasmen o me parezcan demasiado católicos. Cristo habla el alma, está sediento de almas, quiere la conversión de sus hijos. No habla de ‘estructuras’ o ‘sistemas’. Un ‘sistema’ no puede pecar ni arrepentirse. En cambio, puede ser una magnífica excusa para hacer lo uno sin tener que hacer lo otro: no soy yo, es el sistema. El Papa nos pide A TODOS que nuestra caridad sea entrega total, que vayamos donde el pobre y le acompañemos, y eso es Evangelio puro y ok y fenomenal. Se supone que es elmensaje que hace temblar a los poderosos.

¿Habéis visto temblar a alguno? Francisco habla siempre con desprecio del dinero, con horror, pero Cristo no pidió a todos que lo dejaran todo para seguirle, solo a algunos. El enorme problema de hoy, el más visible si nos tomamos la molestia de alejarnos un poquito para ver el cuadro completo, es la familia. Delante de nuestros ojos se está produciendo un cambio histórico de enorme alcance: la desaparición del modelo padre-madre-hijos en una unión estable. Ahora, el padre de familia, el hombre y la mujer que deciden responder al primer mandato de Dios (cronológicamente) de «creced y multiplicáos y henchid la Tierra» no pueden hacerle ascos al dinero. No pueden dedicar sus vidas a acompañar al pobre.

Pueden ser generosos, combatir la codicia (les será relativamente más fácil que al resto, al menos en un sentido obvio), recordar a quienes lo pasan peor que ellos. Pero no, no pueden dedicar la mayor parte de su tiempo al pobre, ni pueden permitirse un desprecio demasiado literal del dinero. El pobre es constantemente recordado por el Mundo, siquiera como carne de cañón para la revolución. El supuesto ‘marginado’ -inmigrante, homosexual, mujer maltratada, x- está en cualquier sitio menos en el margen: ocupa, de hecho, el centro del discurso. Solo hay un personaje que nunca sale en la narrativa del Mundo (pongo Mundo en mayúscula porque me refiero a la realidad teológica, a lo que se opone a la Iglesia), y es el padre de familia.

De mis pastores, de la jerarquía, no espero que sean más santos que cualquiera de nosotros, que todos hemos sido llamados a la misma salvación. Lo que sí espero como marca distintiva de su misión es que sean PROFÉTICOS. Con esto quiero decir que hablen al Mundo de lo que olvida el Mundo. Todos los problemas del hombre son problemas de la Iglesia, pero no debe insistir en aquello en lo que el Mundo está de acuerdo, sino en aquello a lo que el Mundo se opone furibundamente. El Mundo está encantado con Francisco, y eso me alarma. Habla de los horrores de la inundación a un mundo que sufre sequía.

Las cuestiones que «no deben obsesionarnos» y que, sin duda, no constituyen el núcleo el mensaje evangélico, no son una ‘routada’ de la Iglesia, no las impone el programa de la Iglesia en su primera rúbrica, sino que es el Mundo el que nos las impone. No es obsesión de la Iglesia, sino locura del Mundo. No hablaríamos tanto del aborto si este supremo horror no fuera tratado como un derecho aceptado y regularizado como la más trivial de las actividades humanas. No nos opondríamos con tanta frecuencia a cosas como el estúpidamente llamado ‘matrimonio gay’ si el Mundo no lo hubiera convertido en caballo de batalla.

No nos obsesionarían la familia y la vida si el Mundo no pareciera poseído por la insania de acabar con la familia y despreciar la vida. Estos son, dejándome fuera algunos, mis problemas con Su Santidad, en la esperanza menor de que él mismo los disipe con el tiempo y mayor en que Cristo reina y las puertas del Infierno no prevalecerán contra su Iglesia.

Bosco Suabia

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