Limpieza moral

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Artículo publicado hoy en el Diario Ideal, edición de Jaén, página 29

Nuestro tiempo aprecia mucho la higiene, la limpieza y la salubridad, tanto en el propio cuerpo, como en la alimentación y en el aire que respiramos. Esto es muy bueno. Pero, cuando leemos en nuestro diario que una madre australiana alerta cómo su hijo se ha contagiado de tres enfermedades graves por haberlo sentado en un carrito de la compra en una gran superficie comercial; y a la vez la DGT envía a los dueños de determinados coches una pegatina donde se evidencia si pertenecen al grupo de los más contaminantes o no, entonces, es cuando debemos preguntarnos si tanta limpieza no será tan efectiva como sospechamos.

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Jesús de Nazaret, conocedor de la humanidad, al ser el Hijo de Dios hecho hombre igual en todo a nosotros menos en el pecado, nos dejó instituido el sacramento de la Penitencia, donde acudimos los católicos arrepentidos de nuestros pecados buscando que Dios nos perdone y nos limpie con su Gracia vivificadora, pidiéndonos, a cambio, que tengamos un firme propósito de la enmienda de nunca más pecar. Podemos decir que el amor a la limpieza de nuestra conciencia es la mejor patente para asumir la responsabilidad de no desear contaminar el mundo que nos rodea porque es la casa común que nos ha regalado el Señor para vivir, nunca para destruir.

La sociedad, por el contrario, quema los bosques, desperdicia el agua de los ríos, atormenta a los animales, ensucia el aire con los gases tóxicos salidos de las chimeneas de hogares, fábricas y coches, sin tener en cuenta que cuando se acabe con la belleza de nuestra tierra y la convirtamos en un inhóspito desierto, solamente entonces, despertaremos del maltrato que le damos a este planeta azul, donde somos administradores de su mantenimiento.
Dios, en la creación del mundo, entregó a la primera pareja humana la bella tierra para vivir en ella y de ella, pero nunca para derretirla como un azucarillo en el café mañanero, que es lo que ha hecho el ser humano desde la protohistoria hasta nuestros días.

Comparto, pues, la educación en la limpieza de nuestro entorno. Admiro a los grupos ecologistas que son pitidos constantes invocando el respeto a la vida total, es decir, a la naturaleza y a la vida completa, comenzando por la tierra, y continuando por la vida humana desde el seno materno hasta el último suspiro en la cama de un hospital.
Esta ecología católica, defensora de la vida completa, es la que ha elevado a una categoría de magisterio ordinario de la Iglesia Católica el papa actual  con una carta dada a la luz pública hace unos meses.

Seguramente, lo que necesitamos todos es tener la conciencia limpia de pecado, pasando por el sacramento de la Penitencia, para contribuir a la limpieza de nuestro ambiente familiar, social y urbano, porque solamente quien se siente en realidad limpio y libre anímicamente, podrá no ensuciar con malas palabras, peores pensamientos, y pésimos modos de contaminación individual, social y urbana el escenario donde vivimos, nos movemos y existimos.  El delincuente contaminante vive escondido entre la basura, como en ese carrito del supermercado donde el niño australiano ha pillado tres importantes enfermedades que le han puesto al borde de morir.

Tomás de la Torre Lendínez

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