Ayer tuve la suerte de recibir en mi casa a unos viejos amigos. Son Juan José y Emilia. Ambos llevan años educando a sus hijos en la propia casa. Emilia es maestra de escuela, como ella le gusta que la llamen. Tenía sus oposiciones ganadas, ejerció el magisterio en primaria un tiempo. Juan José es profesor en un instituto de secundaria. Han tenido tres hijos.
Por mutuo acuerdo, Emilia pidió la excedencia en la escuela. Y se dedicó con absoluta entrega a educar a sus hijos, tres varones, en su propia casa. Los niños acuden por libre a examinarse a final del curso. Consiguen buenas notas y uno de ellos empezará primero de secundaria, tambien en la casa, donde será atentido por su padre. Se puede afirmar que la vivienda de Juan José y Emilia es una escuela familiar. Así les gusta a ellos que se les llame.
Estuvieron contándome cómo les va. Se han organizado tan bien que nadie está sin hacer nada. El padre hace la compra de alimentación. La madre cuida la casa en todos sus exigencias. Los niños colaboran en la limpieza de sus habiaciones, en el lavado de ropa, en el planchado, en poner y quitar la mesa y acudir por lo más inmediato al supermercado de la esquina.
En este marco de responsabilidades, la madre es la maestra de sus hijos, quienes trabajan encantados y sacan un buen aprovechamiento. En el aspecto físico, el padre, por las tardes, acude con sus hijos al parque cercano y hacen el deporte correspondiente.
Los fines de semana los chicos salen con sus amigos, cuando acuden a la parroquia a participar de la Eucaristía, y después se dan una vuelta con ellos, la mayoría de las veces acompañados de los padres y de otros matrimonios amigos que envidian la forma de vida que han elegido Juan José y Emilia.
El cura de la feligresía pasa un rato largo por la casa escuela y les enseña la parte de la Religión Católica que corresponde al curso de cada niño. En este caso se cumple el ideal de la unión entre parroquia, escuela y familia.
Mis amigos narran que conocen a otros matrimonios que han hecho igual ante el panorama educativo de la eseñanza pública y privada. Porque en la primera los contravalores sociales y morales los sirven en bandeja. Y en la privada, ya no dan clases ni religiosos ni monjas, porque no existen y están en manos de profesores laicos entre los cuales existe de todo como en botica.
A diario, esta familia no cesa de dar gracias al Señor por la fuerza que les regala para llevar la educación plena de sus hijos en sus propias manos y le ruegan que nunca les falte la presencia de Jesús, Divino Maestro, en tan importante misión de padres pegagogos.
A este mismo deseo me uno y los saco aquí para conocimiento de los lectores.
Tomás de la Torre Lendínez