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La filosofía política de la Navidad (I)

Filosofía política Navidad
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Función pedagógica o envilecedora de la ley

Las investigaciones llevadas a cabo por los especialistas demuestran que existen razones históricas, de calendario, astronómicas y científicas, perfectamente válidas, para ubicar la fecha de la Navidad al final del invierno del año primero antes de Cristo. La razón fundamental por la que se escribieron los Evangelios no era la reconstrucción histórica de los hechos ocurridos en la vida de Nuestro Señor Jesucristo al modo de la crónica periodística. Ahora bien, contienen una información cronológica vinculante. En cuanto al año del nacimiento del Hijo de Dios, existe una larga tradición patrística que converge hacia la datación convencional del inicio de la era cristiana. Lamentablemente, los historiadores contemporáneos, a pesar de tener un mayor acceso que sus colegas del pasado a los descubrimientos de otras disciplinas científicas auxiliares, no suelen acudir a estos estudios. Por lo tanto, permanecen anclados en las conclusiones ya superadas, que se remontan más de un siglo y que, a día de hoy, pueden considerarse obsoletas.

El nacimiento del Hijo de Dios tiene repercusiones jurídicas y políticas. «He aquí mi siervo a quien sostengo, mi elegido en quien me complazco. He puesto mi espíritu sobre él, para que dicte el derecho a las naciones» (Is 42, 1). Una sana antropología reconoce la dimensión religiosa como la más profunda y definitoria de la persona humana, por lo que la celebración de la Navidad (festividad religiosa ya muy secularizada), alcanza así un significado que trasciende los planos litúrgico y cultural para entrar de lleno en el comunitario. Es decir, en el ámbito jurídico-político que pasamos a desarrollar.

Quienes propugnan que las leyes habrían de poseer un carácter aséptico y neutral, bajo pretexto de objetividad, en realidad propugnan una indiferencia o equidistancia respecto al bien y al mal. Actitud basada en el nihilismo para el que el bien y el mal no existen, lo único que tendría una existencia real sería el poder. Es la conducta seguida por la izquierda cuando los asesinatos, violaciones o delitos varios son cometidos por etarras, inmigrantes, mujeres u otros camaradas de ideología. Es decir, la subversión del Derecho.

Aristóteles comenta en Política cómo las leyes tienen un carácter pedagógico y precisamente por ello, la capacidad de originar costumbres que dan lugar a nuevos códigos morales. Si las leyes van dirigidas al bien de la comunidad pueden lograr que rectos principios morales arraiguen en la vida de los miembros de la comunidad, sin embargo, en el caso contrario sus efectos son gravemente funestos no sólo para la paz y el bienestar de la comunidad, sino también para la vida moral y religiosa de todos aquellos que están obligados a cumplirlas. Esta situación era calificada por los autores clásicos como característica de un gobierno tiránico. De ahí que Donoso Cortés afirmara en su Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo una constante histórica: «todo error político entraña un error teológico». Retenga esta verdad amable lector.

El trasfondo de los problemas políticos, o de cualquier otro orden, tiene una raíz religiosa, puesto que los planos natural y sobrenatural no se pueden desligar como pretenden las ideologías modernas. Todo lo humano es inseparable de lo divino, de una manera especial desde que el Hijo de Dios se hizo hombre. Por eso tras la separación del orden político de la verdad religiosa resulta imposible rechazar las fuerzas que desintegran la sociedad permaneciendo al margen de la fe. El principio unificador de la sociedad no es el consenso político de una constitución, el contractualismo liberal, el consumismo o las demenciales políticas de género, sino un principio social que se encuentre por encima de la sociedad. Esto es, la religión revelada, que reconoce y manifiesta la integridad de la vida del hombre: alma y cuerpo. Sólo la verdadera religión aporta al hombre la integridad consigo mismo, con la comunidad de sus semejantes, con la creación y con Dios. La virtud moral de la religión, que es la justicia para con Dios (S. Th., II-II, q. 81, a. 1), describe las obligaciones hacia la verdad.

Desde la Revolución francesa (1789), el proceso secularizador que han sufrido los países de tradición cristiana, es decir, aquellos territorios que habían conformado la Cristiandad medieval, han tenido como uno de sus principales y eficaces instrumentos las leyes de los nuevos Estados. En su labor de gobierno, dichos Estados se inspiraban en las ideologías que desde el siglo XVIII se encuentran en los tratados de filosofía política de autores como Hobbes y Spinoza.

Continua Aristóteles afirmando en Política que: «El Derecho es la determinación de lo que es justo, no la protección de la casuística de las opiniones». Postura diametralmente opuesta al individualismo de origen protestante, propio de la Modernidad anticristiana y de su exasperación en la Posmodernidad nihilista. La aprobación de leyes que promueven la destrucción de la familia, la cultura de la muerte, y, por consiguiente, la disolución de Occidente, son impulsadas por minorías extremadamente sectarizadas pero muy influyentes entre la clase política, los medios de manipulación de masas y el sistema educativo. Una vez aprobadas y llevadas a la práctica durante un periodo de tiempo, producen paulatinamente, aunque cada vez con mayor rapidez, un hondo cambio de la mentalidad en la mayor parte de la población.

La racionalidad propia del ser humano le permite discernir entre el bien y el mal, es decir, la capacidad para calificar y enjuiciar sus acciones. Modificado el paradigma religioso y moral de la mayor parte de la población, muta también su concepción de la ley, del derecho, abominando de la definición clásica de Santo Tomás de Aquino: «El derecho es el objeto de la justicia» (S. Th. II-II, q. 57, a. 1),

El paradigmático caso español de la perversión del derecho

Las leyes inicuas existentes en España fueron promulgándose de una forma progresiva. Inicialmente con cierta lentitud, ante el silencio y la inoperancia eclesial, que supone la colaboración al mal por un grave pecado de omisión en su deber de pastores. Como escribe Plutarco en Moralia: «La omisión del bien no es menos reprensible que la comisión del mal». Salvo con honrosas excepciones, como son el caso del cardenal D. Marcelo en Toledo y de Mons. Guerra Campos en Cuenca. Sin embargo, cada vez con mayor intensidad y celeridad, dichas leyes, todas emanadas por el PSOE, y todas mantenidas y asentadas por el PP, se han desplegado e implantado en toda su profundidad descristianizadora.

Se empezó con la ley del divorcio en 1981, justificada previamente por el cardenal Tarancón (18-6-1978), y ésta sí promulgada por la derecha de la UCD de Adolfo Suárez, enterrado en la catedral de Ávila como premio episcopal a su carrera política. Continuó con una ley del aborto falsamente restrictiva del PSOE en 1985. De este modo se ha desembocado en las aberrantes leyes de género, aborto y eutanasia, en las que desaparece legalmente la misma antropología del matrimonio como raíz y fundamento natural de la familia, y la desprotección absoluta de la vida de los más débiles de la sociedad:

a) Legitimando el asesinato de los más inocentes, los niños no nacidos con el aborto, un «crimen abominable» (Gaudium et spes 51, 3).

b) Glorificando el suicidio para los enfermos y ancianos con la ley de eutanasia, que conlleva destruir, previamente, su integridad psíquica.

Se está culminando el proceso jurídico-político del borrado de las características originarias, es decir biológicas, del ser humano en su realidad de división sexual como hombre y mujer. El objetivo es claro: hacer desaparecer del horizonte del pensamiento y de la vida cotidiana la huella del Dios Creador, sustituyéndolo por la fuerza de la voluntad humana autodeterminada, a fin de vivir bajo la férula del actual Leviatán o Estado moderno, omnipresente y omnipotente. La idea falsa de la libertad como autodeterminación necesita transformar la naturaleza humana. Sin embargo, lo que anhela la naturaleza humana es la quietud, la estabilidad, es decir, el ser. Mientras que los ingenieros sociales intentan continuamente cambiar la naturaleza humana, a fin de que no se conciba como algo estable sino como un puro devenir.

Cuando la propaganda consigue que la sociedad sustituya el raciocinio por el sentimentalismo, las emociones y efusiones, se la puede manipular a capricho por quien concentre el poder. El individuo queda tiranizado por la parte volitiva de su personalidad frente a la parte intelectiva.

Funcionarios eclesiásticos colaboradores con el mal

Consecuencia de esta laminación antropológica, a la Iglesia como signo visible, sensible (sacramento) de la presencia de Cristo entre los hombres, se la hunde en la total irrelevancia. Máxime cuando buen número de sus jerarquías colaboran en esta dirección, publicitando una Iglesia nueva que profesa la religión de la izquierda:

a) Culto al líder supremo, sacralizando todo lo que tenga que ver con él.

b) Ecologismo panteísta y catastrofista, unido al indigenismo marxista.

c) Promoción del inmigracionismo, reeditado como nueva lucha de clases.

d) Feminismo destructor de la institución matrimonial y familiar.

e) Asamblearismo de los años setenta, denominado ahora sinodalidad.

La secularización interna de la Iglesia ha quebrado la correa de transmisión de la fe entre las generaciones, dando paso a una religión prostituida por su mundanización. Completamente distinta a la que había sido transmitida hasta hace pocas décadas y cuyos rasgos principales eran:

a) La fe de los Apóstoles, transmitida por la Tradición y el Magisterio. Pero ha de tenerse muy presente en este punto, que no cualquier declaración de los pastores es Magisterio de la Iglesia, por mucho membrete oficial y títulos que ostente. Su función es definir y confirmar no opinar. Conservar no inventar.

b) La sacralidad de la liturgia romana tradicional. No artificiales sucedáneos fabricados en un laboratorio por modernistas que buscaban desesperadamente la complacencia del protestantismo, debido a su complejo de inferioridad.

c) La doctrina de los Santos Padres y Doctores de la Iglesia, junto con la memoria de los santos, los mártires y misioneros. O sea, la Iglesia histórica tan políticamente incorrecta, y de la que hoy tanto se avergüenzan los funcionarios eclesiásticos.

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