VIDAS PARALELAS

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El Papa Francisco saluda a Alberto Fernández.
VIDAS PARALELAS
Ayer se encontraron en el Vaticano dos grandes destructores: Alberto Fernández y el
papa Francisco. El primero, desde hace poco más de un mes, liberado de sus lazos a su cargo
de presidente; el segundo, en el ocaso de su gestión. Es la hora, entre dos viejos compañeros
de hacer un balance de la destrucción de la Argentina por una parte y por la otra del intento
infructuoso de acabar con la Iglesia de siempre.
Frutos amargos deja el desgobierno de Alberto: en primer lugar, la sangre inocente de
los abortos seguros, financiados y promovidos. Justo en momentos de colapso demográfico en
los que urge poblar los espacios vacíos del país con nuevos argentinos. La perversidad en este
aspecto es tal que el asesino Herodes en la comparación numérica es un poroto.
Pero además está la sangre inocente derramada todos los días: la de los colectiveros
asesinados en su mismo medio de trabajo, la de las víctimas de las guerras de bandas, las de
los que cayeron al ir a trabajar mientras esperaban en una parada, los ajusticiados para
robarles el celular o la cartera, los policías que murieron en cumplimiento de su deber… y las
consecuencias: familias destrozadas, hijos huérfanos de padre o madre, padres sin hijos, tal
vez único sostén de su vejez.
Después encontramos las consecuencias de la fidelidad de Alberto a la política exigida
por la ideología de género. Continuador del “Chau tabú” de María Eugenia Vidal, se impuso en
los colegios la educación sexual integral que destruye la inocencia de los educandos y les roba
una niñez sana. El escándalo en este caso, ya lo advierte el Evangelio, recibirá un castigo
terrible.
Continúa la destrucción del matrimonio indisoluble, base de la familia y desde el
gobierno y la legislación se promueven diversos tipos de familia, que casi siempre acumulan
individuos con vínculos precarios anudados por el egoísmo.
A la inseguridad y la liquidación de la familia, le sigue el haber transformado a la
política en una empresa idónea para conquistar el poder y medrar desde el mismo. El uso y
abuso de los recursos públicos para el goce privado, la privatización del bien común ordenado
al lucro y bienestar particular.
En estos tiempos tan especiales algunas cosas han prosperado: el narcotráfico, que ya
tiene hasta pistas de aterrizaje y controla barrios de grandes ciudades como Rosario y lugares
del conurbano bonaerense donde impone su ley, los piquetes y cortes de calles y rutas y los
planes sociales, que a veces se usan para viajar al exterior.
Durante el tiempo de la plandemia fuimos gobernados por el triunvirato de los pitufos:
Alberto, el “amigo” Horacio (por Rodríguez Larrata) y el gaucho Kicillof, con severas
restricciones hasta para circular, lo que no impidió las vacunaciones VIP y el conocido festejo
de Olivos.
Otro capítulo son las usurpaciones de inmuebles públicos y privados, las tomas de
tierras, lo que muestra que no existe respeto por la propiedad. En algunas de ellas tuvo un
papel clave el empleado del Vaticano, Grabois.
Todo esto impune, reina el garantismo, impuesto en la Argentina por Eugenio
Zaffaroni, otro empleado de Francisco y sus secuaces. Sin embargo, esto tiene una excepción
con la perversa política de Estado de los derechos humanos, que tiene presos a integrantes de
las fuerzas armadas y de seguridad para quienes “no hubo compasión, ni derechos, ni
garantías, ni piedad, ni misericordia”.
Esa política siniestra fue común al kirchnerismo y al macrismo, por más que Macri
prometió acabar con el “curro de los derechos humanos”. No solo el curro continuó como si
nada hubiera pasado, sino que en la Provincia de Buenos Aires, durante el gobierno de María
Eugenia Vidal, se determinó por ley que los desaparecidos fueron 30.000.
La norma constitucional que exige la idoneidad como requisito para ser designado en
los empleos públicos, brilló por su ausencia.
Todo esto nos condujo al desbarajuste económico en el cual vivimos con una inflación
anual del 211%, el pico más alto desde 1990. De todo estos los usufructuarios se ríen, porque
no les importa y así Alberto, su pareja Fabiola, su hijo y una persona más se dieron el gusto de
saborear la comida en un lugar de Madrid donde el cubierto ronda los 700 euros y agregado el
vino alcanza a 1.000.
En los albores de su gestión en el 2020 Alberto fue recibido por Francisco con bromas y
buen clima. Hablaron a solas durante 44 minutos. Asistieron el presidente a Misa y recibieron
la comunión del obispo argentino Sánchez “Porongo”. Alguna advertencia acerca del sacrilegio
público, alguna inquietud pastoral pensando en el alma de los comulgantes… nada. Muchos
Pilato, ningún San Juan Bautista.
Ayer, la audiencia duró 45 minutos y Alberto fue acompañado por su hijo Francisquito,
por ahora el único inocente de los tres. Fernández declaró que la reunión fue cálida y una foto
muestra sonrientes a este par de irresponsables.
¿Qué hizo Francisco durante este tiempo? Lo que hacen los tiranos, ya advertido por
Platón. Eliminan lo mejor de su cercanía y se rodean de lo peor. La correspondencia entre el
tirano y el adulón es necesaria.
Lo peor para gobernar la Iglesia y de allí la caída en la práctica religiosa, en el número
de sacerdotes, religiosos, monjas, laicos consagrados y fieles; extraño caso de una Iglesia de
“salida” que expulsa a quienes tiene adentro. Esto en casi todo el mundo, con excepción del
África debajo del Sahara y algunos lugares de Asia.
Esto en la Argentina es visible. Liquidados los mejores o menos malos obispos, la
Iglesia languidece en su decadencia. Se persigue a quien tiene algún valor. Se envía a algún
obispo para destruir un patrimonio construido por muchos años de labor. Se utiliza a un
traidor para suprimir el seminario más numeroso del país. Se designan para sedes importantes
a prelados conocidos por algún suceso escandaloso o a panqueques o a trepadores o a
personajes anodinos y sin personalidad.
Esta es la realidad de una Iglesia que es representada por curas villeros o por las
escuelas promovidas por Bergoglio en las cuales el gran ausente es nuestro Dios, o por los
trabajadores de la economía popular.
Como un botón que muestra el nulo interés que tiene Francisco por la justicia, hace
años fue visitado por Alberto Solanet y Gerardo Palacios Hardy para pedirle que intercediera
por los presos militares y de las fuerzas de seguridad, para que se les aplicaran las leyes, se los
tratara con un mínimo de justicia y no fueran muertos civiles en su patria. Después de un
apretón de manos, se retiró presuroso mientras les aseguraba. “nos estamos ocupando, nos
estamos ocupando” lo cual nunca hizo.
Un Estado destruido, una Iglesia destruida. Vidas paralelas de dos mediocres con cierto
poder. Que Dios nos ayude.
Buenos Aires, enero 16 de 2024.
Bernardino Montejano
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