Sobre un sacerdote segoviano

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O sobre dos. Un lector me critica, benévolamente, mi opinión sobre n cura segoviano. Está en todo su derecho. lo hace educadamente, y no tengo nada que reprocharle. Le respondí, sin acritud, pero como la entrada está ya en la segunda página no la va a leer nadie o casi nadie. Y como en ella hablo de otros sacerdotes, en mi opinión maravillosos, que Dios me ha hecho el regalo de ponérmelos en mi vida, os traigo mi contestación al comunícate como artículo.

No he encontrado en internet una fotografía de Don Lucas García Borreguero por lo que ilustro su entrada con la del que fue su obispo, cosa que él jamás discutió. También quiero hacer mención aquí de dos muy queridos amigos, notarios ambos, que fueron amigos de mi amigo. Juan Vallet de Goytisolo, figura notabilísima del notariado español, del que en este año se han conmemorado brillantemente el centenario de su nacimiento, en la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación y el en Congreso de la Ciudad Católica, y Antonio Linage, cronista de Sepúlveda e intelectual notable, acreditado en muchas publicaciones, jurídicas e históricas, de los que me consta su honda amistad con mi amigo.

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«Seguramente era el Mardomingo que usted dice. Le oí bastantes misas porque mi familia política hoy, que me acogía mucho cuando sólo era novio de la que hoy es mi mujer y que tenía una preciosa casa entre La Granja y La Pradera, en un lugar que se llamaba El Partidor, el abuelo de mi mujer fue quien construyó la central eléctrica que daba luz a La Granja y Valsaín, y el que proyectó el muchos años después construido embalse de El Pontón. Si usted es de por ahí seguro que conoció la casa. Era una concesión administrativa pues los terrenos eran del Estado y cuando la concesión caducó dinamitaron absurdamente el edificio que podría haber sido magnífico alojamiento cultural. Oí pues muchas misas en La Granja, tanto en el Cristo como en los Dolores, y el párroco, creo que le llamaban el abad, siempre me pareció penosillo, progresisticillo y poquillo. Entonces era yo muy joven y mi admiradísmo amigo, del que guardo un maravilloso recuerdo, incluso con ribetes de santidad, era el canónigo Don Lucas García Borreguero. Podría decir muchísimo de Don Lucas que nos mostró la provincia en unas inolvidables excursiones que hacíamos todos los años. Estuvimos con él días antes de su muerte en la residencia sacerdotal y allí luego ante su cadáver. Él era la oposición más señalada, en Segovia le quería todo el mundo, a la línea del obispos Palenzuela. Tenía una bronquitis crónica que el humilde piso en el que vivía se la acentuaba en los inviernos. Piso que apenas se calentaba con un braserillo debajo de la mesa camilla de su pobre cuarto de estar. Un día, visitándole, helados mi mujer y yo en aquel miserable cuartucho, me atreví a decirle que tenía que instalar calefacción general en el piso. Habitáculo que le impedía salir a la calle, por acentuársele su bronquitis, desde que llegaba el frío del invierno hasta que se consolidaba la primavera. Nos miró con esos ojos suyos a la vez tan inteligentes y cordiales y nos dijo:
¿Queréis que ese dinero se lo quite a los pobres?
Pues no se lo quitó. Y allí vivió hasta que la edad le obligó a pasar a la casa sacerdotal donde no poco después murió. Por lo menos, sin frío.
Conocí otro caso muy parecido, el de mosén Domenech, santo sacerdote también de Tarragona, en lo que uno puede juzgar, por supuesto que sometido al juicio de la Iglesia. En cuya humilde casa estuve también tantas e inolvidables veces. Con tantos sacerdote amigos. Memorables todos. Inolvidables mosenes Ferré, Robert, Llagostera, Paniello. Creo que sólo queda mosén Saludes que si llega a leerme le envío un gran abrazo. Pues mosén Enric no se compraba un televisor para no quitarles ese dinero a los pobres.
Don Lucas era un cura privilegiado de Segovia. Canónigo de su catedral, consejero de la Caja de Ahorros, le sobraban sus ingresos para vivir como el obispo o casi. Pues pasando frío. Y comprometiendo gravemente su salud. Su casa estaba enfrente de la Iglesia de San Martín o de San Millán. Nunca recuerdo cuales la que está arriba y cual abajo. La de él en mitad de la calle Real. Era larguísimo acompañarle, desde la plaza de la catedral hasta su casa o desde el Azoguejo a la misma, por las innumerables paradas. A unos había enterrado o casado a su padres, a otros casado a ellos, dado la primera comunión o bautizado a su hijos… Y todos le querían, le saludaban o se paraban con él. Pese a su sotana, manteo y teja. O hasta es posible que gracias a ella.
Concluyo esta semblanza con una anécdota de mis primeros años del conocimiento de Don Lucas. Yo era muy joven y sabía que su línea no era la de Palenzuela. Publiqué un artículo, supongo que el ¿Qué Pasa? de Pérez Madrigal en el que calificaba al obispo de ser feo, viejo y corcovado. Y con él me fui a la siguiente reunión con Don Lucas. Encantado con mi parida. Conforme lo iba leyendo, al ver su cara, aunque ya nos quería mucho, pensé en aquello que entonces estaba tan de moda del lo cagaste Burt Lancaster. Estaba serio, tardó unos momentos, que me parecieron larguísimos, en decir algo, y sin cambiar de semblante me dijo: Esas cosas, de ser ciertas, las manda Dios y nosotros no debemos entrar en ellas. Me pareció una lección magistral aunque no siempre después la haya seguido. Por culpa mía. No de Don Lucas.

 

 

Comentarios
6 comentarios en “Sobre un sacerdote segoviano
  1. Preconciliar, se trata de dos sacerdotes diferentes; uno es don Isidoro Mardomingo, quien ha sido abad-párroco de La Granja de San Ildefonso, y otro, bastante más joven que el primero, don Francisco Jimeno Mardomingo, que ha sido párroco en Cantalejo y luego en Coca. No sé si son familia, pero es probable, pues ambos descienden del mismo pueblo, Escalona del Prado, localidad que históricamente ha dado muchos y muy buenos sacerdotes

  2. 1. Sacerdotes como el que usted retrata, tan magistralmente, hacen que siga teniendo fe.
    2. Y ello a pesar de que el Papa actual, no me ayuda mucho, la verdad.
    3. Pero como decía el ilustre canónigo citado: «Esas cosas, de ser ciertas, las manda Dios, y nosotros no debemos entrar en ellas».
    Pues eso mismo.
    ¡Pero Dios, que sea corto su Pontificado, por favor!

  3. Gracias por la contestación, blogguer. Por edad, pues soy bastante más joven que usted, no conocí la casa a la que se refiere, que supongo vinculada a la presa del Salto del Olvido, en Valsaín. Sí que conocí a don Lucas García Borreguero, a quien hace usted muy bien en traer a este blog de vez en cuando, pues de lo contrario su memoria se perdería, pues en Segovia, veinticinco años después de su fallecimiento son pocas las personas que le recuerdan. Pero también conozco a don Isidoro Mardomingo, quien ha mantenido en su vida sacerdotal un celo apostólico al menos similar al de don Lucas. Don Isidoro, además de abad-párroco de San Ildefonso, ha desempeñado, entre otros servicios diocesanos, el puesto de consiliario de Manos Unidas, tarea en la que ha estado volcado durante años con verdadero ardor misionero

  4. Mardomingo y sus secuaces, ante la pasividad de Gutiérrez Martín, decía que los sacerdotes faltarían para que fueran los fieles en cada pueblo más responsables de sus iglesias. Experimento progre. Seca la fuente de las vocaciones sacerdotales, impulsemos a los laicos. Pero no se dieron cuenta de que, si no hay buenos y suficientes sacerdotes, nunca habrá laicos católicos comprometidos. Además, el sitio de los laicos católicos no está en la sacristía, sino en la calle dando testimonio de Cristo en los ambientes.

  5. El problema de Segovia no es sólo de descristianización. El principal problema es la despoblación. La gente se fue de sus pueblos por falta de posibilidades de trabajo. Sólo quedaron unos pocos ancianos y el paso del tiempo, inexorable, ha hecho su trabajo. Pero también la descristianización, fruto del Vaticano II, ha hecho estragos. Me acuerdo de que, cuando era pequeño, en el pueblo segoviano donde iba los veranos la gente pasaba imágenes de la Virgen y de los santos de casa en casa, metidos en una urna de madera y cristal. Todo el pueblo iba a misa el domingo. De repente, la gente dejó de pasarse esos santos y vírgenes de casa en casa y se puso a jugar al tute. Los sacerdotes, encabezados por Francisco Mardomingo, alejado por don César ahora a Madrid, para ampliar estudios (patada por elevación), empezaron a decir que ya no iban a ir todos los domingos, sino sólo cuando les viniera bien y, ante la ausencia de los sacerdotes, la gente dejó de ir a Misa. Íbamos unos treinta de más de trescientas personas que había en el pueblo en agosto. Triste panorama. El final de una civilización.

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