SAN MARINO Y SU CÁRCEL

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SAN MARINO Y SU CÁRCEL

Siempre hemos tenido interés por los pequeños Estados; así un día estuvimos de pasada en Mónaco, conocimos Andorra en cuyas montañas pudimos comprobar que las nubes envolvían nuestro auto y que decía la verdad Saint-Exupéry cuando hablaba de los cielos de España, donde el avión debía esquivar las montas entre las nubes y ante un artículo aparecido en “Il giornale” el 11 de mayo del 2008, “L’unico detenuto di San Marino”, allí fuimos en el 2011.

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Quiero dejar constancia que pudimos ingresar a la minúscula república gracias a nuestro inolvidable amigo Claudio Finzi, quien consiguió contactarse con un ciudadano de San Marino, quien nos presentó en la entrada, como una delegación de la Argentina interesada por visitar la cárcel.

Como en la nota de ayer acerca de la dignidad humana visitamos con el papa Francisco la cárcel de mujeres de Venecia, nos pareció bueno seguir con el tema y compartir nuestra visita a un penal muy distinto, el de San Marino.

Ahora un poco de la historia de ese pequeño país. Su origen es legendario y su fundación se atribuye a un dálmata llamado Marino quien, para evitar la persecución de Diocleciano, proclamado emperador en el año 284, se refugia con sus compañeros en el escarpado monte Titano.

Referencias documentales encontramos en el siglo XI cuando para defensa de musulmanes y normandos se construyen tres torres-fortalezas. Su organización política data de fines del siglo XIII, pues en el año 1291 se constituye la Asamblea de los jefes de familia y el papado reconoce su independencia.

Es la república más antigua de Europa y su organización viene del siglo XIII. El gobierno lo ejercen dos regentes elegidos cada seis meses por el Gran Consejo de 60 miembros elegidos cada cinco años por sufragio universal.

Tiene una población de unos 30.000 habitantes más otro tanto de italianos que vienen a trabajar, a los cuales se agregan turistas y visitante ocasionales.

Llegamos a la cárcel, que funciona en la parte de un convento. Nos atiende el brigadier que ejerce la jefatura de seis gendarmes, quienes divididos en tres turnos vigilan al único preso, quien no quiere hablar con nosotros, pero que además ha salido, pues todos los días goza de un par de horas para ventilarse fuera del convento.

El jefe, muy amable nos muestra las instalaciones, las seis celdas, los baños, el salón para estar, con televisión e internet, la biblioteca, un pequeño gimnasio, el comedor, aunque no se cocina por no existir comodidades, sino que la comida se trae de un restaurante, incluso para el preso, quien solo puede elegir la comida en Navidad o Primero de año, porque el resto de los días debe comer lo que le indica la nutricionista. Todo avalado por la psicóloga y asistente social que lo acompaña. También existe la posibilidad de trabajar una pequeña huerta, pero al preso no le interesa.

Nos cuenta que el año anterior tuvo siete presos, pero que, si no existiera ninguno, la cárcel se cerraría y ellos volverían a patrullar las calles.

Concluida la vista fuimos con Finzi a almorzar a un restaurante próximo y nos sorprendió el ingreso del jefe y dos subordinados para lo mismo; justo era el que alimentaba a los guardias y al preso.

Y ahora vemos el contraste entre San Marino, república en la cual reinan el orden, la justicia, la paz y seguridad y la Italia que la rodea en la cual las cárceles están superpobladas por la multiplicación de los delitos; en el 2011, la cárcel de Bolonia prevista para 480 reclusos hospedaba a 1.150.

Y si nos trasladamos a la Argentina, gracias a Eugenio Zaffaroni y sus secuaces, la situación es mucho peor. Existen lugares como Rosario, donde matar por encargo cuesta treinta mil pesos, donde organizaciones delictivas reciben órdenes de presos vip, donde la espiral de violencia no se puede detener, a pesar de los esfuerzos del nuevo gobierno.

Respecto del anterior, solo diremos que hasta tenía su “Batallón militante” y que es el gran culpable por sus leyes, sus políticos, sus jueces y sus policías corruptos de haber creado el clima que estimula al transgresor, al delincuente y persigue al hombre de bien, el espacio para que los detenidos se fuguen de las comisarías y de las cárceles para cometer nuevos delitos.

Todo lo contrario de lo que sucede en San Marino y por eso no hay casi delitos: ante todo, fronteras seguras, nadie ingresa sin cautelas; unos guardianes enérgicos e incorruptibles; una justicia independiente y rápida; unos castigos que se cumplen. Existen pobres, pero no miserables, ni Villas Miseria que los acojan. Por eso es un lugar tan seguro.

En el libro de un anónimo del siglo XVII “Il trihonfo della libertà perpetua(A cura di Claudio Finzi), Il Cerchio, Rimini, 2006, leemos: “en este mundo perverso, donde reinan la guerra y la discordia, donde los hombres mienten, matan, roban, engañan, existe y resiste una excepción, minúscula por dimensión pero grandísima por su significado: la República de San Marino”(p.55); la obra concluye con referencia a su origen: “fundada por la obra de un santo que primero da vida y ordenamiento a la comunidad; el mismo santo que vive en la gloria de los cielos la custodia y protege contra los enemigos externos. Esta es la verdadera salvaguardia de la Republica”.

El modelo de San Marino, solo se puede aplicar en ciudades chicas o medianas. En las grandes urbes es imposible.

Pero lo que sí es posible es tener en cuenta criterios saludables: control estricto de las fronteras; pocas leyes, pero que sean claras y se observen, premios y castigos que se apliquen, cárceles dignas, que ayuden a la rehabilitación física, moral y espiritual del preso.

Buenos Aires, abril 30 de 2024 Bernardino Montejano

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