PAPÚA NUEVA GUINEA
Este año el papa Francisco aterrizará en Papúa Nueva Guinea, país de Oceanía, de poco más de 10 millones de habitantes, en su gran mayoría cristianos, donde encontrará a compatriotas del Instituto del Verbo Encarnado, que desde 1997 se encuentra allí y también con las Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará, que llegaron a estas tierras el 24 de marzo de 2002, para sumarse a la misión.
Pensamos que en su interior le sucederá algo análogo a lo que debe sentir todos los días cuando habla con los sacerdotes del IVE a cargo de la única iglesia católica de Gaza. La obra que quiso destruir y no pudo, la obra que todavía tiene comisionada bajo la tiranía de un tal Santos y Abril, en su rama masculina, lo recibirá sin rencores, como le informa todos los días lo que sucede en Gaza, que sufre en medio de la guerra.
Pero también será recibido por los integrantes de la conferencia episcopal con quienes coincide en defender una laicidad “positiva” y a esto queremos referirnos.
Con motivo de una proyectada reforma constitucional, la Conferencia Episcopal de Papúa Nueva Guinea, ha dirigido una carta al presidente de la Comisión Parlamentaria para las Reformas Constitucionales, sobre la manera de enfocar la religión en la sociedad.
Ante propuestas presentadas relativas a la fuente de la autoridad política, al nombre del país y a la promoción de los principios cristianos, efectuadas por cristianos separados, los obispos plantean sus objeciones.
El planteo es el clásico de los enemigos de la cristiandad y nos recuerda los debates alrededor de lo religioso en la vida pública suscitados en la Argentina con motivo de la última reforma constitucional.
Después de ella, permanece Dios como “fuente de toda razón y justicia” en el preámbulo, con lo cual todavía gozamos de una constitución teocéntrica; en cambio, en Papúa Nueva Guinea, la referencia al Dios trinitario como fuente última de la autoridad política es objetada por los obispos católicos, pues haría de ella un país confesional. Esto nos recuerda al preámbulo de la Constitución de Irlanda de 1937 que comienza así: “En el nombre de la muy Santa Trinidad, de la cual se deriva toda autoridad y a la cual como a nuestro fin, todas las acciones de los hombres y de los Estados deben referirse” y que jamás molestó a un no católico.
En 1994, en nuestro país, desaparecieron de la Constitución las cláusulas religiosas, excepto “el sostenimiento del culto católico apostólico romano” (art. 2), pero lo más interesante en el debate es el tema indígena, pues en el texto de 1853 se encomendó al Congreso “el ocuparse de la conversión de los indios junto con su pacificación”.
Lo increíble es el documento de nuestro episcopado elaborado por una comisión presidida por el cardenal Raúl Primatesta, según el cual “debe suprimirse el inciso 15 del artículo 67, pues hoy resulta ofensivo para los pueblos indígenas, para la Iglesia Católica y también para el Congreso Nacional”.
Lo que en 1853 era caritativo, compasivo, misericordioso, hoy es ofensivo o sea afrentoso, agraviante, injurioso. ¿En qué quedamos en este país de locos?
Otra era la interpretación de Santiago de Estrada: “¡Notable abolengo el de esta cláusula constitucional! Mediante ella el quehacer de la República entronca con la misión encomendada por los Papas a los Reyes Católicos” y en 1988 critica la oportunidad para cancelar la cláusula “cuando la Cristiandad se apresta a celebrar el medio milenio del comienzo de América, es una declaración de apostasía, que ningún argentino con sentido del honor podría soportar” en “La Iglesia y la Constitución”, Gladius, 1988, ese sentido que nuestros obispos en general, ya lo habían perdido entonces.
Ahora bien, ¿es ofensivo predicar y convertir? ¿No precisó Cristo la misión a sus discípulos? No ordenó en su despedida: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado” (Mateo, 28, 19/20); ”Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará, el que no crea, se condenará” (Marcos, 16, 15/16).
Lamentablemente los obispos de Papúa Nueva Guinea no entienden que, en un ambiente regido por principios cristianos, que no se imponen a nadie, pero que están vigentes y se ponen en práctica, que arraigan en las costumbres, es más fácil predicar y convertir a quienes practican las religiones tradicionales, el animismo o el sincretismo. Es Cristo quien manda proclamar a todos la Buena Nueva.
Es increíble que hoy existan cristianos, incluso obispos, enemigos de la evangelización de los paganos de este tiempo, similares a quienes se refiere el libro de la Sabiduría: “por la consideración de las obras, no alcanzaron a conocer al artífice. Por el contrario, al fuego, al viento, al aire o al círculo de los astros, al agua impetuosa o a las lumbreras del cielo, tomaron por dioses rectores del universo” (13, l y 2).
La respuesta a quienes no comprenden el sentido ascensional que va de las obras al Artífice, ya que “los cielos y la tierra, cantan la gloria de Dios, manifiestan al Creador, se la da un indio wichí que vive en el norte de Salta, provincia argentina, Cornelio Segundo, cacique de “La Curvita”, que responde a un curioso periodista: “Brujo no hay. Solo hay que creer en Dios. Antes la gente pensaba que al padre del pescado hay que hablarle para que nos de pescado. Otros decían que el monte tiene su dueño. Cada pájaro tenía su jefe. Igual los árboles. Ahora que estamos más despiertos se da que Dios es padre de todas las cosas” (“Clarín” 9/1/2001).
Este indio, gracias a la evangelización está más despierto que ciertos pastores dormidos, aunque se ocupen de la pastoral indígena.
Buenos Aires, abril 27 de 2024. Bernardino Montejano
Hablando de Oceanía, ayer, 27 de abril, se ordenó al nuevo obispo coadjutor de la diócesis de Rarotonga; el filipino Reynaldo Getalado, de la Sociedad Misionera de (las) Filipinas. Lo curioso del caso es que el obispo al que, Dios mediante, sucederá algún día, cumplió ya los 75 años el pasado enero por lo que cabe preguntarse por qué en vez de sustituto le han nombrado un coadjutor; máxime cuando es una diócesis con solo 4 sacerdotes (uno diocesano y tres religiosos) que no tiene ni 2600 católicos.
Don Santos Abril y Castelló es uno de los cardenales más perversos de la Iglesia (nombrado, por cierto, por Beredicto XVI, de donde se deduce que no todos los purpurados malvados fueron creados cardenales por el funesto pontífice actual).