El obispo de Ibiza a Valencia de auxiliar

A ver Juan M. Como se lo explico… Vamos que este señor no cumple con los votos sacerdotales, castidad, celibato etc. No le va el mejillón, sino lo otro. Entendido?
Posdata : lo sé por amigos.

Inefable

Fray Philip Nolan OP
18 de Enero de 2020

Hace varios años, escuché un testimonio de un estudiante universitario.
Sentado en el borde de un escenario, describió por primera vez cómo fue su vida antes de la conversión. Luego habló sobre el momento en el que comenzó a comprender que Dios quería que él fuera Su amigo.
Al contar cómo era su vida en la actualidad, comenzó a balbucear, y ese tartajeo es lo que más recuerdo. No pudo encontrar analogías adecuadas para describir una vida acorde con la luz del Evangelio.

La amistad que Dios nos ofrece es un regalo que nunca podremos describir por completo.
Abundan las imágenes que arrojan luz sobre esta relación: «El Señor es mi Pastor.» (Salmo 23, 1); Dios es «mi refugio y mi fuerza» (Sal 46, 2); “El Señor es mi luz y salvación” (Salmo 27, 1).
Por sugerentes que sean estas imágenes, ninguna de ellas agota por completo lo que es Dios para nosotros. Nuestras palabras se agotan sin haber captado el misterio.

Esta forzosa falta de palabras nos ofrece una opción, que se resume en seguir hablando. Por ejemplo, ¿Qué hacer cuando alguien nos pregunta sobre nuestra fe y caemos en la cuenta que no tenemos la capacidad o la sabiduría adecuadas para responder?
En estas situaciones, es tentador hablar una y otra vez sobre Dios, casi como para convencernos de Su Realidad.
Quizás deberíamos prestar atención a la Compañía CCD (Caffe, Coffe, Day) y extraer la respuesta adecuada a la pregunta.
Pero incluso si alguien más, pudiera responder a la cuestión de manera clara y sucinta, sigue siendo muy cierto que nos vemos en la obligación de afirmar con un deje de tristeza que Dios trasciende nuestro discurso.
Sin embargo, si seguimos hablando ad nauseam, nos convertiremos en gente que sacan mil fotos de una puesta de sol para conservar el recuerdo de su belleza, tan sólo para que cada una de la imágenes posteriormente nos decepcione.

Hay otra respuesta que admite nuestra falta de palabras y pide a Dios que nos proporcione el lenguaje correcto. La resppuesta será nuestra imposibilidad de responder, reconociendo nuestra ignorancia o confusión.
Como respuesta a momentos opacos en humor u oración, cuando Dios parece estar lejos o ausente, y la fe parece ser contradictoria, son posibles en medio de la oscuridad, el silencio y la oración, para recibir la luz necesaria.
El que Dios permita que nos quedemos sin palabras, no sólo hace posible que reconozcamos Su majestad indescriptible, sino también manifiesta que nosotros, como personas únicas hechas a su imagen, compartimos esa indescriptibilidad.
Nuestro monólogo interior sobre quiénes somos y quiénes son los que nos rodean, siempre quedará incompleto.

Quedarse sin palabras ante Dios es disfrutar de nuestra pequeñez y de Su grandeza.
No es sorprendente que la Santa que predica la infancia espiritual, Santa Teresita del Niño Jesús, a menudo se quede sin palabras en sus cartas, al hablar de las realidades divinas. Para concluir, aquí hay un ejemplo de una carta que escribió a su hermana Leonia:

No puedo decirte, querida hermana, todo lo que quisiera. Mi corazón no puede traducir estos sentimientos íntimos con el lenguaje frío de la tierra … Pero un día en el cielo, en nuestra hermosa patria, te miraré, y en mi mirada verás todo lo que me gustaría decirte, porque el silencio es el idioma de los bienaventurados habitantes del cielo.» (Carta 163).