“Ha­ced lo que Él os diga”, por En­ri­que Be­na­vent, obis­po de Tor­to­sa

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En los acon­te­ci­mien­tos de la vida pú­bli­ca de Je­sús, Ma­ría apa­re­ce en po­cos mo­men­tos, pero to­dos ellos son im­por­tan­tes para en­ten­der su mi­sión en el plan de Dios y su re­la­ción con Cris­to y con toda la humani­dad.

Según el evan­ge­lio de San Juan, la ce­le­bra­ción de una boda en Caná de Ga­li­lea es el mo­men­to en el que Je­sús reali­zó el pri­me­ro de sus sig­nos, con­vir­tien­do el agua en vino. El evan­ge­lis­ta in­ter­pre­tó este he­cho como la pri­me­ra ma­ni­fes­ta­ción de la “glo­ria” de Cris­to, lo que pro­vo­có que los dis­cí­pu­los cre­ye­ran en Él (Jn 2,11). Nos en­con­tra­mos, por tan­to, ante un acon­te­ci­mien­to so­lem­ne, por­que cons­ti­tu­ye el co­mien­zo de la ac­tua­ción sal­ví­fi­ca de Je­sús y de la re­ve­la­ción de su iden­ti­dad di­vi­na, re­ve­la­ción que cul­mi­na­rá cuan­do lle­gue la hora de pa­sar de este mun­do al Pa­dre (Jn 13,1), mu­rien­do y re­su­ci­tan­do por no­so­tros.

En este mo­men­to, en el que el Hijo co­mien­za a ac­tuar, está la Ma­dre. En el cuar­to evan­ge­lio, que no narra los acon­te­ci­mien­tos del na­ci­mien­to y de la in­fan­cia de Cris­to, la boda de Caná de Ga­li­lea es también el mo­men­to en el que Ma­ría apa­re­ce por pri­me­ra vez. Re­apa­re­ce­rá de nue­vo en el Gól­go­ta, jun­to a la cruz. San Juan apro­ve­cha la pre­sen­cia de Ma­ría en esta ce­le­bra­ción para pre­sen­tar­la a los lec­to­res de su evan­ge­lio. En las pa­la­bras y en la ac­tua­ción de la Vir­gen se in­si­núa su mi­sión como coope­ra­ción a la obra de la Re­den­ción.

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La na­rra­ción del mi­la­gro con­ce­de pro­ta­go­nis­mo a Ma­ría. De he­cho, el evan­ge­lis­ta in­di­ca su pre­sen­cia antes que la del Hijo y los dis­cí­pu­los: “ha­bía una boda en Caná de Ga­li­lea, y la ma­dre de Je­sús es­ta­ba allí. Je­sús y sus dis­cí­pu­los es­ta­ban tam­bién in­vi­ta­dos a la boda” (Jn 2,1-2). Ma­ría es tam­bién quien advier­te la si­tua­ción de­li­ca­da en la que se en­cuen­tran los no­vios: “Fal­tó el vino, y la Ma­dre de Je­sús le dice: <<No tie­nen vino>>” (Jn 2,3). Ella es quien per­ci­be la ne­ce­si­dad y la hace ver a su hijo. Pero en este modo de ac­tuar no sólo he­mos de ver la sim­ple in­di­ca­ción de una ne­ce­si­dad: la Ma­dre le está pidiendo al Hijo que ac­túe para so­lu­cio­nar este pro­ble­ma. En este pri­mer mo­men­to de la es­ce­na, Ma­ría apa­re­ce como la que está aten­ta a las ne­ce­si­da­des de aque­llos es­po­sos y las pre­sen­ta a su hijo. Pero la falta de vino es signo de la ne­ce­si­dad de sal­va­ción que tie­ne la hu­ma­ni­dad. Ma­ría le está re­cor­dan­do a Jesús que la hu­ma­ni­dad está ne­ce­si­ta­da de que co­mien­ce a ac­tuar.

La res­pues­ta del Se­ñor di­cién­do­le que to­da­vía no ha lle­ga­do la hora (Jn 2,4), aun­que es cier­ta, por­que la “hora” de la sal­va­ción será su muer­te y re­su­rrec­ción, no des­ani­ma a Ma­ría que, ejer­cien­do ple­na­men­te la au­to­ri­dad que como ma­dre tie­ne so­bre el hijo, dice a los cria­dos: “Ha­ced lo que Él os diga” (Jn 2,5). Esta ac­tua­ción de­ci­di­da pro­vo­ca que se ade­lan­te la hora de la ma­ni­fes­ta­ción me­siá­ni­ca de Cris­to. La Vir­gen ha “for­za­do” a Je­sús a ac­tuar.

La me­di­ta­ción de este acon­te­ci­mien­to nos debe lle­var a una gran con­fian­za en la Ma­dre del Se­ñor: Ella ve nues­tras ne­ce­si­da­des, las pre­sen­ta ante su hijo y le fuer­za a ac­tuar. Pero tam­bién a pen­sar que las palabras di­ri­gi­das a los sir­vien­tes es­tán di­ri­gi­das a to­dos no­so­tros: si que­re­mos ob­te­ner la sal­va­ción, simbo­li­za­da en el vino nue­vo que Je­sús nos da, de­be­mos ha­cer lo que Él nos diga.

Con mi ben­di­ción y afec­to.

+ En­ri­que Be­na­vent Vidal

Obis­po de Tor­to­sa

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