Fiabilidad sacerdotal

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atraccion-impulsada-4Durante la Misa pontifical celebrada por el señor Obispo de Oruro en la fiesta del Corpus Christi recientemente pasada, el prelado en su estupenda e inspirada homilía, también puso de manifiesto el hecho de que los fieles tienen la obligación de informar al Obispo cuando se dieran abusos en la celebración de la santísima Eucaristía, sobre todo si la Misa es celebrada por un presbítero bajo los efectos de «alcohol o drogas». La administración de sacramentos por parte de cualquier sacerdote en estado ebriedad es sacrílega e irreverente, además de escandalosa para los fieles. En su acepción teológica el escándalo es «un dicho o hecho menos recto que proporciona al prójimo ocasión de pecado» (R. Marín, Teología de la caridad). Los respectivos obispos, tienen la obligación de corregir y sancionar las inconductas sacerdotales. Diariamente los medios de comunicación nos arrojan escándalos sin cuenta, de personas que viven al margen de la moral y sin embargo son bautizados, y muchos de ellos se glorían de ser católicos. La hipocresía es fulminante: con la boca se confiesa la santidad y con los hechos se manifiesta lo contrario. Jesús nos ha impuesto el deber de ser luz en el mundo. Mostrar al mundo que somos seguidores de Jesús, no es una simple exhortación, sino una obligación gravísima del cristiano. Nos servirá para comprenderlo el episodio de San Francisco de Asís. Invita al discípulo a salir a la ciudad con la intención de predicar, van descalzos, con unos hábitos de lana gruesa y picante y con unos rostros macilentos por la penitencia. Giran calle por calle, barrio por barrio, sin abrir la boca, al regresar al convento, el compañero dice a Francisco: “Pero, ¿no me dijiste que íbamos a predicar?, «Sí, ¿y acaso no hemos predicado?» Es la predicación muda del buen ejemplo. No de todos los cristianos se podrá afirmar que son hombres de Dios. Sus ideales, su conducta, su sed de bienes terrenos, su espíritu cómodo, todo en él demuestra que busca la mundanidad y sus consecuencias. No el seguimiento de Jesús pobre y crucificado. Es que no se fijan seriamente en el influjo que sus actos pudieran tener en los prójimos. El cristiano habrá de omitir muchas cosas que si sólo se tratara de sí mismo, podrían parecer buenas, pero que pueden producir un efecto nocivo para el prójimo. Por el contrario, hay cosas que deberán hacerse cuando han de ser un estímulo para el prójimo, aunque consideradas en sí, parece que pudieran omitirse, pero una cosa hay que advertir siempre, y es que no se ha de obrar únicamente para el buen ejemplo, sino también por el valor intrínseco de la buena obra realizada, pues de lo contrario, tal manera de obrar no se vería libre del estigma de la hipocresía, con lo que el buen ejemplo perdería toda su fuerza. El Salvador Divino, la noche suprema de su amor, después de haber lavado los pies a sus discípulos, apeló a su ejemplo, y con ello les dijo que había experimentado su amor y que su ejemplo debía consistir sobre todo en hacer experimentar a los hombres el amor bienhechor y desinteresado que les profesaba. Sólo tiene influjo verdaderamente eficaz la persona realmente amada, por eso, el primer requisito de quienes quieran ejercer su influjo apostólico, aprovechando todas las virtudes de su personalidad, es ganarse el afecto de las almas que se les confían. Las almas bondadosas, sólo ellas gozan de un enorme poder conquistador. Lamentablemente también entre los presbíteros podemos encontrar dos grupos: aquellos en los que se puede confiar, que son íntegramente sacerdotales, que no solamente lo aparecen, sino que lo son, y, los que no lo son tanto, aunque lo aparenten, así, hoy por hoy, hay comunidades parroquiales que viven una dinámica no siempre constructiva, porque el progreso o retroceso de las parroquias, se debe en gran parte a quienes las encabezan. Hay parroquias que se llevan de la «Montaña Rusa» a la «Rueda de Chicago», sin estabilidad pastoral, en un ambiente maledicente, en las que se fomenta la desconfianza entre unos y otros, la instigación, la calumnia y la descalificación como recursos para cubrir desaciertos pastorales y debilidades, en las que la liturgia parece ser más una reproducción pentecostal, posiblemente más atractiva en términos relativistas, pero cada más protestantizada y por lo tanto menos católica, prácticamente se obliga a todos a entrar en ese ping pong. ¿Cómo puede ser fiable, quien arrincona personas, familias y hasta asociaciones completas, porque cree que hacen sombra a «su» pastoral? ¿Cómo se puede confiar en quien enfrenta a unos con otros, manipulando situaciones y conciencias? Podemos ser un ejemplo de santidad, también podemos ser verdaderos demonios que incitemos a los demás a una mala conducta. El ser humano posee las dos vertientes ¿cuál de ellas empleamos nosotros?

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