Expulsión del Espíritu Santo

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seminaristas_carismaticosAnte la cantidad de libros de «espiritualidad» que hoy abundan, de pseudo teologías evasionistas, y alienantes como la «Teología de la liberación» -de la que se dice que «está muerta», pero que contrariamente viene resurgiendo con otras etiquetas-, hay libros espirituales que no envejecen, ya sea por la profundidad teológica de sus autores, como por la doctrina inmutable de la Iglesia en temas doctrinales. No podemos menos de admirar por su vitalidad persistente, el titulado «Aprecio y estima de la divina gracia» del Padre Juan Eusebio Nieremberg, SJ. Nos habla del Espíritu Santo y de su acción en el alma, y fija poderosamente su atención en el rechazo que la persona admite de la acción  santificadora del Espíritu, con un rico estilo oratorio emociona por la fuerza de sus argumentos teológicos. Escuchémosle, para que nos demos cuenta de la tragedia que causa un pecado mortal en cualquiera que lo cometa. Dice Nieremberg:

«Verdadero don es aquel que se da para no tornarlo a quitar. El Espíritu Santo es verdadero don, porque Dios lo da para no quitarlo, don inmutable y eterno de suyo; mas lo que Dios nunca nos quitará, el hombre, a quien le está bien, lo renuncia, desprecia y acaba. ¡Qué inhumanidad usa consigo el pecador privándose de tal bien! ¡Que irreverencia para con Dios despreciando su don! ¡Qué impiedad para consigo y con Dios, qué irreverencia y qué inhumanidad arrojar de sí al Espíritu Santo, dejarle sin templo y sin su dulce morada! Exhórtanos el Apóstol que no queramos contristar al Espíritu Santo, en el cual somos santificados (Ef. 4, 30). ¿Cómo hay atrevimiento para injuriarle, para arrojarle a la cara sus dones y echarlos a la calle, y a El de su casa? Esto hace con una persona divina quien comete un pecado mortal. Si un sacerdote, llevando el cuerpo de Cristo nuestro Redentor en las manos, se lo dejara caer adrede o diese con él por las paredes y le despreciase ignominiosamente, ¿a quién no temblarían las carnes de sólo verlo? Pues ¿cómo no es horror pensar que se haga con la divinidad del Espíritu Santo, que tiene quien está en gracia en su pecho?»

Son expresiones que parecen pasadas de moda, ya que hoy se pide que el sacerdote hable suave, acariciadoramente, pero ahí está la realidad que no debe disimularse de que el pecado mortal es un ingreso de Satanás en el alma que posee a Dios y un arrojarle violentamente de su corazón. Precisamente porque no reflexionan sobre el caso, y no se asustan ante esta tremenda realidad se explica que haya cristianos que vivan de ordinario en pecado, resbalando al abismo de su condenación, pero sin sentir ni temor ni preocupación alguna, la moda es pasar por alto en la Biblia los pasajes que hablan de la condenación o querer interpretarlos como simplemente simbólicos. No gusta hoy la predicación severa como la de Jesús. A los predicadores que hablan de la condenación se les considera anticuados como si el gran problema de la salvación y condenación no afectara a los cristianos de hoy. Nieremberg recuerda a la paloma y al cuervo del Arca de Noé y comenta:

«Para que se desengañen los hombres que no estará el Espíritu de Dios donde hay obras de carne. Limpísimo es este Señor, y quiere gran limpieza de afectos; huye de cuerpos muertos y de todo lo que está muerto en Adán. La paloma que salió del arca de Noé (Gen. 8,11) tomó un ramito verde de oliva, y, no queriendo poner sus pies sobre algún cuerpo muerto, muy limpia se volvió al arca. El cuervo todo se cebó en comer carne muerta (Gen. 8,7). La paloma es figura del Espíritu Santo, que es todo vida y limpieza; y quien la tiene ha de vivir una vida limpia, pura, espiritual y santísima. No se ha de mirar ya como hombre quien se ha confesado con verdadero arrepentimiento de su vida pasada; no se ha de mirar como de carne y sangre, sino como un ángel, como quien tiene consigo el Espíritu de Dios: de todas las aficiones que antes tenía a cosas de la tierra, ya ha de estar olvidado; las inclinaciones de la carne halas de aborrecer; todas las pasiones desbocadas ha de refrenar; no debe tener otro sentimiento vivo sino de las cosas divinas; no le ha de quedar otro afecto sino de Dios. El Espíritu Santo es el amor de Dios; y así, quien le tiene, todo ha de ser amor, no de tierra, no de carne y sangre, sino de Dios».

Además de las virtudes teologales de fe, esperanza y caridad, que son infundidas por el Espíritu Santo en el alma de los fieles para hacerlos capaces de obrar como hijos suyos y merecer la vida eterna (cf. Catecismo 1813), «la vida moral de los cristianos está sostenida por los dones del Espíritu Santo» que son «disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir» sus impulsos. El Espíritu Santo viene a habitar el alma para conceder sus verdaderos dones: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios, en cambio el pentecostalismo y su versión católica del carismatismo enfatizan «la profecía, la sanación, el don de lenguas» y otros, mismos que por cierto no son necesarios para la salvación, ni para alcanzar la santificación personal.

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