+ Padre Christian Viña
Cambaceres, jueves 4 de octubre de 2018.
Memoria de San Francisco de Asís.
Según una antigua tradición, un día San Francisco le dijo a uno de sus amigos: Ven conmigo, vamos a evangelizar. Y salieron del convento a recorrer las calles de Asís. Durante todo el día caminaron sin hablar con nadie, y al atardecer volvieron sin haber dicho ni media palabra. Intrigado, el hermano le preguntó al santo: ¿Acaso no íbamos a evangelizar? Hemos perdido el día caminando sin proclamar la Palabra de Dios. A lo que Francisco replicó: Estuvimos evangelizando, hermano. Con nuestro testimonio… Afirmación contundente para demostrar que, vestidos como frailes, caminando como frailes, y comportándose como frailes, el Poverello, y su hermano de religión predicaron a Cristo; trayendo un poco de eternidad al convulsionado tiempo.
El famoso refrán El hábito no hace al monje, repetido hasta el hartazgo por los enemigos del distintivo religioso, esconde una verdad a medias; o sea, la peor de todas las mentiras. Ciertamente, no es en sí mismo garantía de virtud o de santidad en quien lo lleva; pero sí es constitutivo del ser religioso. O sea, signo exterior que expresa la consagración interior de quien, muerto para el mundo, vive para Dios y, desde Él, para los hermanos.
El hábito distingue al monje; y lo protege y lo defiende, frente a las acechanzas del enemigo. Y es un llamado permanente a la coherencia y la búsqueda de la santidad. El hábito se lleva no solo para uno mismo sino, también y, sobre todo, para los demás. ¡Solo Dios sabe cuánto consuelo, cuánta fe, cuánta esperanza y cuánto amor porta en todas las circunstancias! Revelación del alma que es el cuerpo, la fuente del dolor y de la vida, diría Unamuno, en el segundo poema, de la primera parte, de El Cristo de Velázquez.
Salvo honrosas excepciones, los monjes y las monjas que se quitaron el hábito, en aras de una supuesta mayor cercanía a los demás, terminaron alejándose de Dios y de los hermanos. Escandalizada una monja me contaba que, por haberse quitado el hábito, sus hermanas de comunidad terminaban gastando cualquier cantidad de dinero en ropa, zapatos y ¡hasta en peluquería!… Ellas –afirmó desconsolada- hacen el voto de pobreza, y nosotras lo cumplimos…
La Hermana Juliana es de esas monjas habitadas, que constituyen una bocanada de aire puro en nuestra complicada realidad eclesial. La conozco desde hace casi treinta años; mucho antes de que decidiera ingresar al Seminario. Como periodista difundía su extraordinaria labor, desde hace más de cuarenta años, con los pobres más pobres de la zona de Once y Congreso; en pleno centro de la Capital Federal. Siempre esquivó las cámaras; y solo aceptaba una corta intervención mediática, a la hora de pedir donaciones o voluntarios. Su evangélica y no ideológica opción por los pobres no la llevaba a hablar de ellos, sino a vivir, como esposa de Cristo, entre ellos, por ellos, y para ellos. Y llegó, así, junto con otros religiosos, a fundar y llevar adelante, primero un comedor, y luego un Hogar para cerca de doscientos ancianos de la calle.
Con sus 93 años, y con una larga colección de infartos, achaques de todo tipo e, incluso graves accidentes de tránsito, sigue haciendo cada día las compras y cocinando para la benemérita obra. Indómita y siempre sorprendente dejó boquiabiertos a todos los médicos cuando, en su última internación, con dos infartos a cuestas, no quiso someterse a una operación, aunque le daban horas de vida… Desde aquello pasó más de un año; y aquí estoy –enfatiza- para seguir trabajando hasta que Dios me llame.
No es, ni de lejos, una mera asistente social. Es una monja, bien monja; honrada de su consagración, que no hace política con los que más necesitan; ni se sirve de la Iglesia para buscar efímeros aplausos mundanos. Siembra Evangelio y, por lo tanto, esperanza, entre el guiso y la soledad; en el corazón de quienes, con la dignidad agonizante, descubren en ella una caricia de ese Dios que ni los usa, ni los abandona.
Viste como monja, y vive como monja. Salvo en aquellos días en que obligada permaneció en cama, sin poder moverse, jamás faltó a Misa. Es un alma orante, y cuidadosa de su relación con el Señor. Y como vive de realidades bien concretas, huye en cuanto le es posible de esas reuniones interminables, en las que se habla mucho, y de las que sale poca o nula acción… Su programa, su plan pastoral, su compromiso es buscar la gloria de Dios y su propia santidad. Y, por cierto, todo lo demás, le viene por añadidura (Mt 6, 33).
Hace pocos días, luego de varios meses sin verla, pude rencontrarme con ella; y disfrutar, como siempre, de un momento hondamente cristiano, entre consagrados. Su aliento, su afecto, sus consejos y su cercanía de tiempo completo, fueron importantísimos en mi camino al Sacerdocio. En horas bien difíciles, abandonado por no pocos, y hostigado abiertamente por personajes encumbrados, su presencia fue sanante y reconciliadora. Fue testigo privilegiado de aquellos, mis tiempos más duros; con toda la calidez y maternidad de una auténtica alma grande.
Por eso, en esta fiesta de San Francisco de Asís, quise rendirle este nuevo homenaje; por el que seguramente recibiré otro de sus retos, ya que –me dirá- no estoy para la propaganda… Sabe, de cualquier modo, que en ella les rindo tributo a tantas monjas, a tantos curas, y a tantos consagrados que no cuentan para el mundo, por no ser protagonistas de escándalos. Y sabe que, más allá de su bajo perfil, como Iglesia necesitamos más que nunca mostrar los buenos ejemplos; ante las lacerantes lacras que están saltando aquí y allá…
Hace unas horas, en una de las habituales Veladas poéticas, que comparto con mi querido hermano, el diácono Santiago Agustín Alemán, leyendo el libro Postales, del reconocido poeta argentino Eduardo Allegri, encontramos una expresión, referida al Poverello de Asís que bien podría aplicarse a nuestra monja: Curioso ejemplar que miraba las cosas del mundo con una mirada que espantaba a los sensatos, y hacía sonreír con benevolencia a los prudentes…
Siga, así, mi queridísima Hermana Juliana. Siga siendo la insensata de lo políticamente incorrecto, y la sonrisa de los prudentes. Siga luciendo, con natural sencillez, ese hábito al que usted honra. Siga demostrándonos, en esta Iglesia que nos duele hasta el hueso –y que, por eso, amamos más que nunca- que, por ser auténticamente monja, no es esclava de estos tiempos terribles…
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Difícilmente logra uno hacer entrar los comentarios,. Si llega,.pues un cariñoso saludo para Usted y su monjita, que seguro entrará al cielo con el hábito puesto, y con todo y sandalias