“No os prosternéis ante este mal”: un católico chino habla con motivo de la visita a Hong Kong de un obispo controlado por los comunistas

El arzobispo Li Shan con los cardenales Chow y Tong durante la misa en la catedral de Honk Kong, 15 de noviembre de 2023 (Kung Kao Po). El arzobispo Li Shan con los cardenales Chow y Tong durante la misa en la catedral de Honk Kong, 15 de noviembre de 2023 (Kung Kao Po)
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(The Catholic Herald)-Últimamente oímos hablar mucho de China: desde los discursos oficiales del Vaticano sobre la eficacia del controvertido Pacto sino-vaticano hasta la reciente visita a Hong Kong del obispo Joseph Li-Shan, líder de la Asociación Patriótica Católica China (APCC), invitado por el obispo de Hong Kong, el cardenal Stephen Chow.

El reconocido experto Benedict Rogers, ya ha cuestionado la conveniencia de los acercamientos del cardenal Chow a la APCC, mientras que Lord Patten, el último gobernador británico de Hong Kong, ha calificado el planteamiento del Vaticano de «autoengaño», y poco más que una «política de apaciguamiento» hacia unos «dictadores que hacen gala de matonismo».

Hasta 2018, la Iglesia clandestina de China, leal a Roma desde la toma del poder por Mao Zedong en 1949, y perseguida como consecuencia de esa fidelidad a Roma, era atendida por obispos en comunión con Roma que rechazaban la jurisdicción del Partido Comunista Chino en los asuntos de la Iglesia. Mientras tanto, la APCC proporcionaba una estructura paralela de obispos y diócesis que eran una rama más del Estado chino.

Los obispos de la APCC fueron ordenados válidamente, pero de forma ilícita, por lo que quedaron automáticamente excomulgados. No obstante, Roma permitió que se mantuviera una cierta ambigüedad, quizá con la esperanza de facilitar futuros acercamientos. El pacto sino-vaticano de 2018 pretendía poner orden en la situación y unir a la Iglesia clandestina con la APCC.

De este modo se conseguiría una única Iglesia católica en China: se levantó la excomunión a siete obispos ordenados ilícitamente, y el PCCh iba a pactar con el Vaticano el nombramiento de obispos en el futuro. A muchos les pareció que el pacto sino-vaticano se había hecho a costa del testimonio de los católicos clandestinos que habían sufrido por su lealtad al Papa.

Ésa es la postura del cardenal Joseph Zen, uno de los predecesores de Chow como obispo de Hong Kong y uno de los miembros más respetados del Colegio cardenalicio. Sin embargo, cuando planteó sus preocupaciones sobre el acuerdo propuesto entre el Vaticano y el PCCh, fue ignorado; y cuando solicitó una audiencia urgente con el Santo Padre, fue rechazado. Más recientemente, el cardenal Zen ha sido acosado y arrestado por las autoridades chinas; ahora, a sus noventa años, sigue siendo un hombre vigilado. Mientras tanto, en el nombramiento de nuevos obispos, el Pacto sino-vaticano ha sido violado repetidamente por el PCCh, para sorpresa de nadie, salvo de los diplomáticos vaticanos.

Tal es el alcance del PCCh en la vida de la gente corriente en China que es difícil para los extranjeros comprender la realidad de la vida de los católicos clandestinos allí. Nosotros hemos tenido la suerte de poder hablar con un católico chino, John Paul. Actualmente John Paul vive y estudia en Estados Unidos, está en contacto regular con su familia y amigos en su país, y dado el peligro al que se exponía al hablar con nosotros, le garantizamos el anonimato.

Le preguntamos a John Paul, en primer lugar, que reflexionara sobre el papel que el cardenal Zen ha seguido ejerciendo en los últimos años como cardenal de reputación internacional y no como obispo diocesano en ejercicio en Hong Kong, cargo del que se retiró en 2009. Habló de Zen con cariño y profunda reverencia, citando lo que el «Abuelo» (como se le conoce cariñosamente) dijo en 2019, cuando recibió la Medalla Truman-Reagan de la Libertad.

Dijo: “Estoy aquí para recibir, agradecido, la medalla; no en mi honor, porque casi no he pagado nada por mi libertad, sino por todos los que sufrieron de verdad por la libertad en China y en Hong Kong», dijo. Pero el Abuelo ha pagado un precio; hace poco fue detenido y condenado. Todos estamos en peligro; no sé qué va a ser de mí». A John Paul le preocupa su propio futuro, naturalmente, pero también tiene preocupaciones más amplias.

«Sobre todo», explica, «me preocupa la hipocresía moral y el potencial colapso de la Iglesia Universal». Zen ha planteado preocupaciones similares, más recientemente en sus comentarios sobre el Sínodo de la Sinodalidad. Pero está claro que a John Paul le preocupa que, cuando China se esté reconstruyendo, nadie confiará en la Iglesia.

¿Por qué tiene que suceder así? La frustración de John Paul se hace patente de inmediato: «En un momento en que necesitábamos desesperadamente apoyo, Roma nos ha traicionado. Ahora, al silencio del Vaticano sobre las persecuciones sistémicas en China se suma su ruidosa promoción de la inmoralidad sexual, que llevará a mi nación por el mismo camino del desorden occidental.»

No hay lugar para la ambigüedad, como cuando se refiere a la reciente y controvertida carta de católicos chinos publicada por The Remnant, en la que (entre otras cosas) se suplica al Santo Padre que ponga fin al Pacto sino-vaticano y reexcomulgue a los obispos de la Iglesia oficial.

«Los miembros de la Iglesia oficial controlada por el PCCh -continúa John Paul- siguen utilizando la opinión del Papa Francisco de que los chinos pueden ser buenos cristianos y buenos ciudadanos al mismo tiempo. Pero el Santo Padre no califica al régimen como antidemocrático. De hecho, cualquier cristiano de verdad que desee ser un ciudadano patriótico -en lugar de un súbdito pro PCCh- sufre mucho bajo la dictadura china.»

Mientras tanto, la página web del Centro Jesuita de Pekín, quizá la única entidad de una congregación religiosa no condenada al ostracismo por el PCCh, asegura a los estudiantes visitantes estadounidenses que «vivir en un país comunista no es necesariamente muy diferente de vivir en un país con un sistema político democrático». Hay hermosas iglesias oficiales, ciertamente, pero no han brillado con la luz de la verdad desde la toma del poder por los comunistas en 1949. Necesitamos la verdad del evangelio, no el catolicismo sinicizado del presidente Xi. Necesitamos una doctrina social que enseñe sin ambigüedades por qué el comunismo es enemigo del cristianismo.»

Volviendo al día a día de los católicos en China, es obvio que John Paul piensa que la persecución ha aumentado, en lugar de disminuir, desde que el Vaticano cerró su acuerdo con China en 2018. La tentación de rendirse ha sido fuerte: «un número creciente de sacerdotes clandestinos -coaccionados por el PCCh y alentados por Roma- comenzaron a registrarse ante el gobierno. Inmediatamente se les permitió presidir misas y administrar los sacramentos en las iglesias oficiales.»

«Pero al mismo tiempo también se volvieron vulnerables a la presión del Estado, por lo que suelen acatar la orden de prohibir la entrada en las iglesias a los niños y los campamentos de verano, o que comprometan o distorsionen su predicación sobre la doctrina, la moral y las relaciones entre la Iglesia y el Estado. Esta es una realidad inevitable a la que nadie puede escapar. Este grupo es lo que yo llamo la clandestinidad moderada, en contraposición a la clandestinidad dura que se niega en redondo a rendirse al PCCh».

Es una distinción importante, y John Paul la explica con más detalle. «Los católicos clandestinos en general son rurales, sin educación y de bajo nivel socioeconómico. Pero los del grupo duro comparten varias cosas específicas. Se identifican fuertemente con los mártires posteriores a 1949 y se niegan a unirse a la Iglesia oficial como forma de reforzar su heroica lealtad a la Santa Sede. Siguen haciendo circular cartas de Pío XII, Juan Pablo II y Benedicto XVI que condenaban el régimen y apoyan a los perseguidos».

«Se sienten totalmente traicionados por el acuerdo entre China y el Vaticano, hasta el punto de que consideran que los sacramentos de la Iglesia oficial no son válidos. Como se niegan a asistir a las misas oficiales y rara vez pueden encontrar un sacerdote no registrado -los llaman ‘sacerdotes leales’- que celebre una misa clandestina en un lugar seguro, tienen que recibir los sacramentos sólo en espíritu. Unos pocos ‘sacerdotes leales’ restantes dicen misas privadas en casas».

«Este grupo clandestino también da mucha importancia a las prácticas devocionales, tienen una visión conservadora en cuestiones morales y les horroriza la sugerencia de que las enseñanzas sociales tradicionales de la Iglesia puedan ser ahora objeto de debate. Les cuesta creer que el Santo Padre haya permitido que surja esta interpretación».

«Mientras tanto, también es cierto que, cuando quedó claro que el grupo duro se enfrentaba a la extinción sin nuevos obispos elegidos por Roma, algunos sacerdotes decidieron ordenar a sus propios obispos sin la aprobación papal. Otros se unieron a la Iglesia oficial, pero lo negaron o lo ocultaron a su rebaño para evitar perder su confianza; y sus ingresos, porque los sacerdotes clandestinos dependen principalmente de sus estipendios de misa. Abundan las divisiones internas y el caos».

Con todas estas divisiones, ¿es difícil relacionarse con los distintos chinos que se identifican como católicos? John Paul explica lo complicado que es, diciendo que «cuando los miembros oficiales y los que apoyan el acuerdo secreto afirman que ‘hay una sola iglesia en China’, aceptan que una iglesia que no tiene libertad para predicar toda su verdad y vivir sus enseñanzas morales, sociales y políticas. La mayoría tiende a defender al PCCh y no le importan en absoluto las persecuciones generalizadas de quienes dicen la verdad o luchan por sus derechos».

«Mientras tanto, cuando los miembros clandestinos y los que se oponen al acuerdo secreto afirman que «hay una Iglesia en China», aceptan la Iglesia una, ortodoxa y libre para predicar. Sin embargo, la mayoría carece de educación.»

John Paul obtuvo permiso del cardenal Zen y de George Weigel para convertir en archivos de audio su biografía de Juan Pablo II en versión china, cuya publicación está prohibida en China. El texto también fue censurado para que no apareciera en Internet, así que organizó un club de lectura Zoom para hablar de las grabaciones. «Hice un folleto promocional en el que destacaba las tres estrategias de lucha del Papa polaco: batalla por la memoria, resistencia cultural y revolución de la conciencia», explica. Pero no ha sido nada fácil.

«Monjas, sacerdotes y fieles laicos de ambas iglesias expresaron su interés, así como algunos protestantes. Pero a medida que avanzábamos en la lectura y añadíamos más contexto histórico y político, la mayoría de los católicos abandonaron e incluso me bloquearon. Querían saber sobre el énfasis de Juan Pablo II en la misericordia, pero no en la justicia, y se negaban a aceptar lo que sus enseñanzas exponían sobre la naturaleza maligna del proyecto de sinicización del PCCh y los peligros a los que se enfrenta la creciente debilidad del Vaticano en este contexto.»

John Paul también publicó artículos en un blog para animar a los clandestinos, pero, como él mismo explica, «mi cuenta fue cerrada definitivamente tres días después. Sospecho que fui denunciado a las autoridades por miembros de la Iglesia oficial». Sin embargo, los halagos al papa Francisco y al presidente Xi no tienen problemas de difusión.»

Las historias humanas, inevitablemente, pasan a primer plano. Una destaca entre las demás: la de Xavier, también nonagenario como el cardenal Zen. «Es el último testigo de muchos mártires», dice John Paul. Antiguo seminarista, Xavier fue detenido en tiempos del cardenal Kung, cuando el PCCh reprimió Shanghai en 1955. Tres décadas después, volvió al seminario para enseñar inglés y canto gregoriano.

«Después de 30 años de persecución, las cosas empezaron a revivir», dijo Xavier a John Paul. «Muchos hijos e hijas leales que pudieron salir de los campos de trabajo regresaron a sus pueblos y parroquias. Los sacerdotes se esforzaban por oficiar misa, administrar los sacramentos y predicar de casa en casa; las iglesias se recuperaban y reconstruían. La antigua misa en latín se conservaba bien, porque China estaba cerrada al mundo desde 1949».

Ha habido mucha angustia y enfado entre quienes han mantenido viva la llama de la fe en China; en gran parte dirigidos contra el Papa Francisco. Ante esto, el cardenal Zen ha llamado a la prudencia. «No os rebeléis; calmaos», ha dicho a la Iglesia clandestina. «Sé que estáis enfadados. Habéis sido leales a la Santa Sede y al Papa y por ello sufristeis durante décadas. Ahora el Vaticano os dice ‘estáis equivocados, salid de la clandestinidad’.

«Os han traicionado», les ha dicho. «Pero sólo puedo deciros esto: no iniciéis una revolución. Si os quitan la iglesia, si no podéis ejercer vuestras funciones ¿qué hacer? Volved a casa, rezad con vuestra familia y esperad un tiempo mejor. Volved a las catacumbas: El comunismo no es para siempre».

El cardenal Zen sabe perfectamente cuál es el precio: «muchos amigos que están en la cárcel en Hong Kong esperan que los visite», ha dicho. Como los líderes de la Iglesia primitiva, dice a los suyos que no busquen el martirio – «no hagáis sacrificios innecesarios»-, pero está dispuesto a hacer honor a su túnica roja, que histórica e intencionadamente es el color del martirio: «Haré mi propio sacrificio con alegría, si Dios quiere. Mi trabajo no es ser dócil; mi trabajo es decir la verdad».

¿Qué mensaje tiene John Paul para los católicos de Occidente, alejados de la realidad de las dificultades sobre el terreno en China? Hace referencia a la carta del cardenal Zen a los miembros del Colegio cardenalicio de 2019, en la que preguntaba: «¿Podemos asistir pasivamente a este asesinato de la Iglesia en China por parte de quienes deberían protegerla y defenderla de sus enemigos?». Imploró a sus hermanos cardenales que actuaran: «Os lo ruego de rodillas».

«Me uno de rodillas al Abuelo», dice John Paul. «Os lo ruego; no os prosternéis ante este mal».

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