El Papa pide en la Misa de clausura del Sínodo huir de estrategias, cálculos humanos y de las modas del mundo

Francisco durante la homilía en la Misa de clausura del Sínodo Francisco durante la homilía en la Misa de clausura del Sínodo
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Concluye la Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos (y religiosos y laicos) con una Misa solemne presidida por el Papa Francisco, en la que ha recordado a los participantes que la mayor reforma de la Iglesia es “adorar a Dios y amar a los hermanos con su mismo amor” y les pide luchar siempre contra las idolatrías: “Estemos vigilantes, no vaya a ser que nos pongamos nosotros mismos en el centro, en lugar de poner a Dios”.

El Pontífice ha recordado a los participantes del Sínodo que lo importante es «amar a Dios y al prójimo» y «no nuestras estrategias, los cálculos humanos o las modas del mundo».

El Papa ha recordado que «Quien adora a Dios rechaza a los ídolos porque Dios libera, mientras que los ídolos esclavizan, nos engañan y nunca realizan aquello que prometen».

Al mismo tiempo, Francisco ha abogado por tratar de ser «una Iglesia que no exige nunca un expediente de “buena conducta”, sino que acoge, sirve, ama, perdona. Una Iglesia con las puertas abiertas que sea puerto de misericordia».

Les ofrecemos la homilía completa pronunciada por el Papa Francisco:

Es ciertamente un pretexto lo que usa un doctor de la Ley para presentarse a Jesús, y sólo para ponerlo a prueba. Sin embargo, su pregunta es importante, una pregunta siempre actual, que a veces se abre camino en nuestro corazón y en la vida de la Iglesia: «¿Cuál es el mandamiento más grande?» (Mt 22,36). También nosotros, sumergidos en el río vivo de la Tradición, nos preguntamos: ¿Qué es lo más importante? ¿Cuál es la fuerza motriz? ¿Qué es lo más valioso, hasta el punto de ser el principio rector de todo? Y la respuesta de Jesús es clara: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 22,37-39).

Hermanos cardenales, hermanos obispos y sacerdotes, religiosas y religiosos, hermanas y hermanos, al finalizar este tramo de camino que hemos recorrido, es importante contemplar el “principio y fundamento” del que todo comienza y vuelve a comenzar: amar. Amar a Dios con toda la vida y amar al prójimo como a nosotros mismos. No nuestras estrategias, no los cálculos humanos, no las modas del mundo, sino amar a Dios y al prójimo; ese es el centro de todo. Pero, ¿cómo traducir ese impulso de amor? Les propongo dos verbos, dos movimientos del corazón sobre los que quisiera reflexionar: adorar y servir. Se ama a Dios con la adoración y con el servicio.

El primer verbo es adorar. Amar es adorar. La adoración es la primera respuesta que podemos ofrecer al amor gratuito, al amor sorprendente de Dios. El asombro de la adoración es esencial en la Iglesia, sobre todo en este tiempo en el que hemos perdido el hábito de la adoración. Adorar, de hecho, significa reconocer en la fe que sólo Dios es el Señor y que de la ternura de su amor dependen nuestras vidas, el camino de la Iglesia, los destinos de la historia. Él es el sentido de la vida.

Adorándolo a Él redescubrimos que somos libres. Por eso el amor al Señor en la Escritura con frecuencia está asociado a la lucha contra toda idolatría. Quien adora a Dios rechaza a los ídolos porque Dios libera, mientras que los ídolos esclavizan, nos engañan y nunca realizan aquello que prometen, porque son «obra de las manos de los hombres» (Sal 115,4). La Escritura es severa contra la idolatría porque los ídolos son obra del hombre, y son manipulados por él; en cambio, Dios es siempre el Viviente, que está aquí y más allá, «que no es en absoluto como yo lo pienso, que no depende de cuanto espero de él, que puede, por consiguiente, alterar mis expectativas, precisamente porque está vivo. La confirmación de que no siempre tenemos la idea justa de Dios es que a veces nos decepcionamos: me esperaba esto, me imaginaba que Dios se comportaría así, pero me he equivocado. De esta manera volvemos a recorrer el sendero de la idolatría, pretendiendo que el Señor actúe según la imagen que nos hemos hecho de él»(C. M. Martini, El jardín interior. Un camino para creyentes y no creyentes, Sal Terrae 2015, 71). Y esto es un riesgo que podemos correr siempre: pensar que podemos “controlar a Dios”, encerrando su amor en nuestros esquemas; en cambio, su obrar es siempre impredecible, va más allá, y por eso este obrar de Dios requiere asombro y adoración. El asombro es muy importante.

Debemos luchar siempre contra las idolatrías; las mundanas, que a menudo proceden de la vanagloria personal, como el ansia de éxito, la autoafirmación a toda costa, la avidez del dinero —el diablo entra por los bolsillos, no lo olvidemos—, la seducción del carrerismo; pero también las idolatrías disfrazadas de espiritualidad: mi espiritualidad, mis ideas religiosas, mis habilidades pastorales. Estemos vigilantes, no vaya a ser que nos pongamos nosotros mismos en el centro, en lugar de poner a Dios. Y ahora volvamos a la adoración. Que sea central para nosotros como pastores; dediquémosle cada día tiempo a la intimidad con Jesús buen Pastor ante el sagrario. Adorar. Que la Iglesia sea adoradora; que se adore al Señor en cada diócesis, en cada parroquia, en cada comunidad. Porque sólo así nos dirigiremos a Jesús y no a nosotros mismos; porque sólo a través del silencio adorador la Palabra de Dios habitará en nuestras palabras; porque sólo ante Él seremos purificados, transformados y renovados por el fuego de su Espíritu. Hermanos y hermanas, ¡adoremos al Señor Jesús!

El segundo verbo es servir. Amar es servir. En el gran mandamiento, Cristo une a Dios y al prójimo para que no estén nunca separados. No existe una experiencia religiosa que permanezca sorda al clamor del mundo, una verdadera experiencia religiosa. No hay amor de Dios sin compromiso por el cuidado del prójimo, de otro modo se corre el riesgo del fariseísmo. Quizás tengamos realmente muchas ideas hermosas para reformar la Iglesia, pero recordemos: adorar a Dios y amar a los hermanos con su mismo amor, esta es la mayor e incesante reforma. Ser Iglesia adoradora e Iglesia del servicio, que lava los pies a la humanidad herida, que acompaña el camino de los frágiles, los débiles y los descartados, que sale con ternura al encuentro de los más pobres. Dios lo ha ordenado —lo hemos escuchado— en la primera Lectura.

Hermanos y hermanas, pienso en los que son víctimas de las atrocidades de la guerra; en los sufrimientos de los migrantes; en el dolor escondido de quienes se encuentran solos y en condiciones de pobreza; en quienes están aplastados por el peso de la vida; en quienes no tienen más lágrimas, en quienes no tienen voz. Y pienso en cuántas veces, detrás de hermosas palabras y persuasivas promesas, se fomentan formas de explotación o no se hace nada para impedirlas. Es un pecado grave explotar a los más débiles, un pecado grave que corroe la fraternidad y devasta la sociedad. Nosotros, discípulos de Jesús, queremos llevar al mundo otro fermento, el del Evangelio. Dios en el centro y junto a Él aquellos que Él prefiere, los pobres y los débiles.

Es esta, hermanos y hermanas, la Iglesia que estamos llamados a soñar: una Iglesia servidora de todos, servidora de los últimos. Una Iglesia que no exige nunca un expediente de “buena conducta”, sino que acoge, sirve, ama, perdona. Una Iglesia con las puertas abiertas que sea puerto de misericordia. «El hombre misericordioso —dijo san Juan Crisóstomo— es un puerto para quien está en necesidad: el puerto acoge y libera del peligro a todos los náufragos; sean ellos malvados, buenos, o sean como sean […], el puerto los protege dentro de su bahía. Por tanto, también tú, cuando veas en tierra a un hombre que ha sufrido el naufragio de la pobreza, no juzgues, no pidas cuentas de su conducta, sino libéralo de la desgracia» (Discursos sobre el pobre Lázaro, II, 5).

Hermanos y hermanas, se concluye la Asamblea sinodal. En esta “conversación del Espíritu” hemos podido experimentar la tierna presencia del Señor y descubrir la belleza de la fraternidad. Nos hemos escuchado mutuamente y, sobre todo, en la rica variedad de nuestras historias y nuestras sensibilidades, nos hemos puesto a la escucha del Espíritu Santo. Hoy no vemos el fruto completo de este proceso, pero con amplitud de miras podemos contemplar el horizonte que se abre ante nosotros. El Señor nos guiará y nos ayudará a ser una Iglesia más sinodal y más misionera, que adora a Dios y sirve a las mujeres y a los hombres de nuestro tiempo, saliendo a llevar la reconfortante alegría del Evangelio a todos.

Hermanos y hermanas, por todo esto que han hecho en el Sínodo y que siguen haciendo les digo gracias. Gracias por el camino que hemos hecho juntos, por la escucha y por el diálogo. Y al agradecerles quisiera expresarles un deseo para todos nosotros: que podamos crecer en la adoración a Dios y en el servicio al prójimo. Adorar y servir. Que el Señor nos acompañe. Y adelante, ¡con alegría!

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Comentarios
14 comentarios en “El Papa pide en la Misa de clausura del Sínodo huir de estrategias, cálculos humanos y de las modas del mundo
  1. Ya dijo el obispo holandés Rob Mutsaerts, que Francisco «es desastroso.»
    El Papa ha caído en la idolatría (lo demostró con lo de la pachamama). Francisco es un hombre autorreferencial, que no tiene misericordia, y cierra las puertas a los que no pensamos como él. A él no le duele el daño que provoca el aborto, ni la perdición de las almas que causa la ideología de género. Francisco no escucha el clamor del mundo. Sólo está centrado en sus obsesiones sobre temas políticamente correctos para las élites del mundo. Este Papa no escucha al Espíritu Santo ni escucha a los fieles, sino que actúa como un totalitario, que se ha propuesto imponer su ideología, y para eso ha creado el sínodo de la sinodalidad, para que le sirva de apoyo a sus planes para modificar la doctrina. Pero semejante actuación carece de validez, y los católicos fieles debemos resistir frente a esos errores.

    1. «Una Iglesia que no exige nunca un expediente de “buena conducta”, sino que acoge, sirve, ama, perdona».
      Palabras terribles. Eso quiere decir que nadie debe reprender a las personas que yerran, porque cada uno sabe lo que hace.
      Cada día está peor. Es un gusano que corroe las almas.

      1. No entendéis nada. Que es verdad que ni Dios pide un expediente de «buena conducta» como requisito para acercarse al trono de la gracia. El Hijo mismo de Dios vino a los pecadores y se sentaba en medio de ellos, algo que escandalizaba mucho a los autoreferenciales y puritanos escribas y fariseos.

        1. «No entendéis nada»

          Menos mal que la divina Providencia le ha traído a usted aquí para «iluminarnos».

          «ni Dios pide un expediente de ‘buena conducta’ como requisito para acercarse al trono de la gracia»

          Además de ser usted un cursi, como suelen ser todos los heterodoxos, ¿de dónde se ha sacado tal idea? No hace falta que conteste: es una pregunta retórica, ya que los autoengaños de los de «mala conducta» nos los conocemos de sobra. ¿O cree que usted es el primero?

          «El Hijo mismo de Dios vino a los pecadores y se sentaba en medio de ellos»

          Vino a llamarles a la conversión y al arrepentimiento, no a confirmarles en sus pecados.

          «algo que escandalizaba mucho a los autoreferenciales y puritanos escribas y fariseos»

          El mismo escándalo autorreferencial y puritano que muestra usted ante la llamada a la conversión y al arrepentimiento que hacen los demás. Así que, déjese de «Gracias, Señor, por no hacerme como los publicanos infovaticanos».

  2. La moda ecológica de emergencia climática, la moda inmigracionista sin fronteras, la moda de los cien géneros, la moda indigenista hispanófoba…. ¡Hay tantas modas que nos alejan de Dios y nos acercan a este mundo perdido y anestesiado!

    1. Siempre hace lo mismo, acusar a «otros» (así, en plan aleatorio) de lo que él SABE que hace, para que cuando le acusen, diga «no, eso yo ya lo dije también»… Es actuación típica comunista, la de la proyectar en el otro la propia decadencia.

  3. Creo que es de lo mejorcito que he escuchado del Papa Francisco en días. Anima a ir a contracorriente de lo que la sociedad quiere, de las ideologías y situaciones morales que ahora quiere el mundo.

    El Papa tendrá sus errores, pero de momento no ha cedido en nada de lo que le piden los progresistas.

    Lástima que su pontificado se ha centrado en la ecología en vez de hablar de asuntos cristianos.

    1. «Anima a ir a contracorriente de lo que la sociedad quiere, de las ideologías y situaciones morales que ahora quiere el mundo»

      Que no «anime» tanto y se lo aplique él, en vez de predicar en la misma dirección de la corriente, de lo que la sociedad quiere, de las ideologías y situaciones morales que ahora quiere el mundo.

      «El Papa tendrá sus errores, pero de momento no ha cedido en nada de lo que le piden los progresistas»

      Defina «ceder». ¿No es «cesión» que en los puestos clave del mal llamado «sínodo» sólo haya colocado heterodoxos, dedicados a difundir a base de entrevistas las inmoralidades que desean ver implementadas en la Iglesia? ¿O que permita las bendiciones de parejas homosexuales sin destituir ni a un solo obispo, que además de hacerlo lo cacarean a los medios de comunicación, por lo que no puede decir que no está informado de ello? Este no es el pontificado ecológico, sino el subversivo de la heterodoxa «Amoris laetitia».

  4. Dios me perdone, pero en boca de este Papa, toda referencia a Dios y a Cristo me suenan a excusas, puro palabrería. En el día a día, en sus decisiones y gestos, muestra un total alejamiento de la búsqueda de lo que dicen el Evangelio, la Tradición y la Doctrina. Lo bueno, me parece, que el fruto de este Sínodo -primera etapa- es la nada.

    1. Pides que Dios te perdone de antemano por aquello que sabes puede ser pecado y vas y lo haces. ¿No estarás cayendo en la calumnia al decir que las enseñanzas del Papa son solo palabrería? ¿Qué conoces tú del alma y conciencia del Papa para determinar algo tan grave como eso? ¿Eres capaz de negar que el Papa no tiene fe ni vive la fe con sinceridad? ¿Quién eres tu para juzgar el alma de un ministro de Dios?

      A estos extremos hemos llegado…

      1. «Pides que Dios te perdone de antemano por aquello que sabes puede ser pecado y vas y lo haces»

        No se emocione usted, que eso es una expresión que se dice cuando uno señala algo malo de otro, aunque lo dicho sea cierto, reconociendo así que uno no es perfecto, sino que también es pecador, lo cual no exime de advertir a los demás para prevenir el escándalo. Sería escandaloso no corregir al que yerra por el mero hecho de que uno no sea perfecto. Por un lado, Cristo nos instó a ser perfectos como nuestro Padre celestial. Por otro, dijo que quien esté libre de pecado que tire la primera piedra. Pero corregir no es apedrear, sino una obra de misericordia.

        «¿Qué conoces tú del alma y conciencia del Papa…»

        ¿Y quién ha juzgado el alma y la conciencia de nadie? Usted, si acaso. Los errores y disparates de Francisco son externos, no hacen falta rayos X para verlos. Pero usted no sólo no corrige sus yerros, sino que ataca a quien sí lo hace.

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