¿Quién soy yo para juzgar… a McCarrick?

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Poniéndonos en lo mejor, la carta de Mons. Viganó expresa la verdad del arzobispo. Mejor dicho: parte de su verdad, pues hay episodios personales y aspectos importantes que quedan fuera del escrito, por una u otra razón. Pero evidentemente hay mucho de subjetivo y distorsionado en la interpretación de los hechos. Sobre todo, cuando se percibe que se trata de una carta escrita con intensa emotividad, que ofrece interpretaciones simples de fenómenos complejos que rozan la conspiranoia.
La investigación que –según el Papa- corresponde hacer a la prensa –y quizá a otras instancias civiles y eclesiásticas- debe centrarse en los hechos principales que aporta, y ofrecer la interpretación más coherente con todo lo demás que conocemos. El hecho principal que se denuncia es que el Papa encubrió y encumbró a McCarrick después de que Benedicto lo sancionara.
Aquí hay una primera fuente de confusión en la recepción y valoración del documento: se interpreta por la prensa mainstream y por los comentadores progresistas que se acusa al Papa de encubrir y promover a un abusador de menores a sabiendas de que lo era.
Pero nada hay de eso en la carta. Y es una deficiencia de la misma que no aclare este punto. Las acusaciones contra McCarrick por abuso de menores solo han salido a la luz recientemente y han recibido una inmediata sanción por parte de la Santa Sede, después de una airada reacción mediática.
La acusación es que Francisco sabía –en líneas generales, y con acceso a la información completa por escrito, si se molestaba en ahondar- que McCarrick era acusado de ser un depredador sexual entre el clero y los seminaristas, mayores de edad.
Me parece que hay una explicación que hace creíble que Francisco supiera de estas acusaciones –a través de Viganó y de otros- y sin embargo levantara las sanciones a McCarrick. En resumen: no se fía de los conservadores y sus exageraciones. Al contrario: daba por buena la versión del propio McCarrick, tal como la leemos en la carta de Viganó: quizá había sido imprudente en sus escarceos con jóvenes. Es natural: con el cardenal de Washington le unía una vieja amistad, sintonía ideológica y había recibido su apoyo para la elección como Papa.
Ante ese tipo de comportamientos por parte de un alto eclesiástico, ya sabemos lo que piensa Francisco, porque tenemos el precedente del jefe de Casa Santa Marta, Gian Battista Ricca, sobre el que fue preguntado en una de sus primeras ruedas de prensa en el avión. Francisco negó las acusaciones (relaciones homosexuales con jóvenes), pero aclaró que, aunque fueran verdaderas, “si una persona es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para criticarlo? El catecismo de la Iglesia católica lo explica de una forma muy bella a esto. Dice que no se puede marginar a estas personas por eso. Hay que integrarlas a la sociedad. El problema no es tener esta tendencia. Debemos ser hermanos. El problema es hacer un lobby”.
Francisco bien podría haber aceptado la versión que el propio McCarrick daba a Viganó (“es verdad me he acostado con algún chaval, soy débil, pero quiero ser fiel a la Iglesia”). Para el Papa este comportamiento no es una razón para negarle la confianza a las personas, ni siquiera en cargos de responsabilidad (relativa responsabilidad la de un obispo retirado). Incluso se diría que es una fuente de especial simpatía, como si pudiera demostrar a los fariseos que los pecados de debilidad contra sextum no son lo peligroso para la Iglesia, sino la corrupción y la hipocresía de los rígidos, como suele enfatizar en sus homilías y documentos. Algunos dirán que además genera un vínculo de protección y obediencia entre quienes comparten un secreto, por el que uno queda en deuda y agradecido de por vida (véase el último capítulo de Succession).
Evidentemente, esto supone que Francisco despreciaba la posibilidad de que el comportamiento de McCarrick trascendiera la bragueta, y se plasmara en una red de relaciones y de abusos de poder. Pero incluso implica que ignoraba que las relaciones sexuales entre adultos con dependencia jerárquica –en este caso, además, sagrada- no son solo pecados contra el sexto mandamiento, sino una forma aberrante de abuso sexual y de poder, comparable a los comportamientos del productor de Hollywood Weinstein con sus actrices, que ha generado el movimiento #MeToo en Estados Unidos.
Benedicto sí parece que otorgaba importancia a estos comportamientos, incluso en su versión auto-reconocida de McCarrick, por lo cual quizá no valía la pena continuar con una investigación judicial a fondo de las evidencias de grueso dossier al que hace referencia el exnuncio. O quizá daba todo por probado, no lo sé. En cualquier caso, me parece que, aunque sancionara al cardenal privadamente –como parece que así fue según el entorno del Papa Emérito- no tomó las medidas oportunas: un castigo público y ejemplar, que Viganó había recomendado repetidas veces –y no hay razón para dudar de que lo hiciera-. Más aún, parece que Benedicto no fue capaz de conseguir que sus colaboradores obligaran a McCarrick a seguir la sanción pontificia. Esto último no sería noticia, sabiendo el caos que reinaba en el Vaticano durante el anterior pontificado.
Viganó será un carca y un vengativo. Pero no sabemos de muchos altos jerarcas eclesiásticos que otorgaran a la carnicería de McCarrick la importancia que ahora vemos que tuvo. Si alguien le hubiera hecho caso a este conspiranoico conservador, quizá se hubieran evitado situaciones de riesgo –y quién sabe si desgracias- como las de las fotos de McCarrick con chavales del Instituto del Verbo Encarnado, en cuyo seminario ha vivido durante años después de 2013, según parece.
Concluyo: me parece que los hechos centrales del relato de Viganó –en una versión semejante a la que he ofrecido- resultan creíbles. Es posible imaginar a Francisco encogiéndose de hombros y abrazando con misericordia al cardenal compungido, y decir a sus colaboradores: “quién soy yo para juzgar a McCarrick”. El problema es que el Santo Padre sí es quién para juzgar a las autoridades de la Iglesia, e imponerles sanciones. No digamos para valorar su idoneidad para desempeñar responsabilidad, pues debe saber que que ciertos comportamientos –comprensibles, perdonables- no son compatibles con ciertas misiones, más aún, son dinamita cuando se cruzan con redes de poder e influencia político-económico-religiosa.
No es necesario comprar el relato de la conspiración gay en la Iglesia -tan difícil de probar por otro lado- para deshacerse del enmarcado que el problema de los abusos ha recibido por muchos años: que lo (único) inaceptable son los abusos a menores. La Iglesia más progresista debe despertar y aceptar la gravedad moral y la corrupción sistemática que proviene de estas conductas que parecen normalizadas en tantos ambientes eclesiales. Y la más conservadora debe renunciar a ver en todo progresista liberal con la homosexualidad a un protector de estas redes, o en todo homosexual a un potencial abusador de menores.
Y –me atrevo a sugerir- el Papa debe ponderar cuál debería ser su papel en este cambio. La comprensión misericordiosa, la confianza en personas con graves trastornos en su comportamiento y el prejuicio anti-conservador no le han ayudado hasta ahora a defender la santidad del sacerdocio, la ejemplaridad de los pastores, la credibilidad de la Iglesia.
Fernando Lacalle

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Comentarios
3 comentarios en “¿Quién soy yo para juzgar… a McCarrick?
  1. El asunto es que la red homosexual en la Iglesia es algo ya muy difícil de negar, también por este testimonio de Mons. Viganó que viene a sumarse a todo lo anterior. El 81 % de los casos de «pedofilia» fueron casos de homosexualidad. Y estos altos prelados que nombra Viganó tienen varios de ellos en común o el practicar la homosexualidad, como McCarrick, o el encubrirla, o el ser doctrinalmente favorables a ella. Seguir con el «tic» progre de que nombrar la homosexualidad en forma no laudatoria es tabú y carca no ayuda a ver la realidad en el momento presente.

  2. para juzgar»?). Ahora bien, quien padece de la inclinación al desorden sexual, pero incluso padece de una inclinación desordenada que violenta hasta el mismo orden natural, es ilógico pensar que va a mantenerse dentro del orden en su desorden sexual, respetando a las personas sobre las que tiene preeminencia por ser su superior jerárquico, por tener más edad, o bien porque es un simple fiel ante su pastor. Me constan abusos sexuales graves cometidos por personas homosexuales contra niños. Por ello pienso que es UNA GRAVÍSIMA IRRESPONSABILIDAD relativizar que ES UN GRAN PELIGRO ADMINISTRAR EL SACRAMENTO DEL ORDEN SAGRADO a una persona que tiene inclinaciones a cometer pecados de impureza graves y que claman al Cielo, poniendo así EN GRAVE PELIGRO a los fieles, ESPECIALMENTE A LOS MÁS INDEFENSOS. Atte. en Cristo.-

  3. Don Martín Bilotta tiene muchísima razón y el señor Lacalle también sin embargo, no se puede denostar el mayor miedo que en estos tiempos persiste, el de ver en cada homosexual un posible pedófilo, duele hasta admitirlo, pero hay que asumirlo con firmeza…

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