‘No hay lugar del mundo que escape a la victoria de Cristo Resucitado’

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En la audiencia general de este miércoles, el Papa Francisco ha centrado su meditación en el tema “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo “(cfr Mt 28,20): La promesa que da esperanza.

A continuación, la catequesis del Papa Francisco durante la audiencia general:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

«Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Las últimas palabras del Evangelio de San Mateo recuerdan el anuncio profético que encontramos al comienzo: «Se le dará el nombre Emanuel, que significa: Dios con nosotros» (Mt 1,23; cf. Isaías 07:14). El Evangelio entero está encerrado entre estas dos citas, palabras que comunican el misterio de un Dios cuyo nombre, cuya identidad es ser-con, sobre todo con nosotros, es decir, con la criatura humana. El nuestro no es un Dios ausente, atrapado en un cielo lejano; es, en cambio, un Dios «apasionado» del ser humano, lleno de tanta ternura amorosa que es incapaz de separarse de él. Los seres humanos somos hábiles en romper lazos y puentes. Él, en cambio, no. Si nuestro corazón se enfría, el suyo permanece incandescente. Nuestro Dios siempre nos acompaña, aunque, por desgracia, nos olvidásemos de Él. En la cresta que divide la incredulidad de la fe es decisivo el descubrimiento de ser amados y acompañados por nuestro Padre, de que no nos deja solos.

Nuestra existencia es una peregrinación, un camino. Incluso aquellos que están motivados por una esperanza simplemente humana, perciben la seducción del horizonte, que les lleva a explorar mundos que no conocen. Nuestra alma es un alma migrante. La Biblia está llena de historias de peregrinos y viajeros. La vocación de Abraham comienza con esta orden: «Sal de tu tierra» (Gn 12,1). Y el patriarca deja aquel pedazo de mundo que conocía bien y que era una de las cunas de la civilización de su tiempo. Todo parecía indicar lo insensato de ese viaje. Sin embargo, Abraham sale. No nos convertimos en hombres y mujeres maduros si no percibimos el atractivo del horizonte: ese límite entre el cielo y la tierra, que pide ser alcanzado por un pueblo de caminantes.

En su camino en el mundo, el hombre no está nunca solo. Especialmente el cristiano nunca se siente abandonado porque Jesús nos asegura que no nos espera sólo al final de un largo viaje, sino que nos acompaña en cada uno de nuestros días.

¿Hasta cuándo durará el cuidado de Dios por el hombre? ¿Hasta cuándo el Señor Jesús, que camina con nosotros, hasta cuándo cuidará de nosotros? La respuesta del Evangelio no deja lugar a dudas: ¡Hasta el fin del mundo! Pasarán los cielos, pasará la tierra, no habrá ya esperanza humana, pero la Palabra de Dios es más grande que todo, y no pasará. Y Él será el Dios con nosotros, el Dios Jesús que camina con nosotros. No habrá día de nuestras vidas en el que dejemos de ser una preocupación para el corazón de Dios. Pero alguno podría decir: “Pero ¿qué dice?”. Digo: No habrá día de nuestras vidas en el que dejemos de ser una preocupación para el corazón de Dios. Dios se preocupa por nosotros, camina con nosotros. ¿Y por qué lo hace? Sencillamente, porque nos ama. ¿Entendido? Nos ama. Y Dios, ciertamente, se ocupará de todas  nuestras necesidades, no nos abandonará en tiempos de prueba y de  oscuridad. Esta certeza pide anidarse en nuestro corazón para no apagarse nunca. Algunos la llaman por el nombre de «Providencia». Es decir, la cercanía de Dios, el caminar de Dios con nosotros se llama también “la Providencia de Dios”: El provee a nuestra vida.

No es casualidad que entre los símbolos cristianos de la esperanza haya uno que me gusta mucho: es el ancla. Expresa que nuestra esperanza no es vaga; que no se debe confundir con los sentimientos cambiantes de aquellos que quieren mejorar las cosas de este mundo de forma ilusoria, basándose únicamente en su propia fuerza de voluntad. La esperanza cristiana, de hecho, hunde sus raíces no en el atractivo del futuro, sino en la seguridad de lo que Dios ha prometido y realizado en Jesucristo.

Si Él nos ha garantizado que nunca nos abandonará, si el inicio de toda vocación es un «Sígueme», con el que asegura que va siempre delante de nosotros, ¿por qué temer? Con esta promesa, los cristianos pueden caminar por todas partes. Incluso atravesando regiones del mundo herido, donde las cosas no van bien, estamos entre aquellos que incluso allí, siguen esperando. Dice el Salmo: «Aunque pase por valle tenebroso, ningún mal temeré, porque tú estás conmigo» (Sal 23,4). Y precisamente allí donde se extiende la oscuridad es donde hay que mantener una luz encendida. Volvamos al ancla. Nuestra fe tiene su ancla en el cielo. Nuestra vida está anclada en el cielo. ¿Qué tenemos que hacer? Agarrarnos a la cuerda: está siempre allí. Y vamos adelante porque estamos seguros de que nuestra vida tiene como un ancla en el cielo, en aquella orilla a la que llegaremos.

Por supuesto, si tuviéramos que confiar únicamente en nuestras propias fuerzas, tendríamos motivos para sentirnos decepcionados y vencidos, porque el mundo a menudo resulta refractario a las leyes del amor. Prefiere, tantas, tantas veces las leyes del egoísmo. Pero si sobrevive en nosotros la certeza de que Dios no nos abandona, de que Dios nos ama tiernamente a nosotros y a este mundo, cambia inmediatamente la perspectiva. «Homo viator, spe erectus», decían los antiguos. En el camino, la promesa de Jesús ‘Yo estoy con vosotros’ nos hace estar de pie, derechos, con esperanza, confiando en que el buen Dios ya está trabajando para lograr lo que parece humanamente imposible porque el ancla está en la playa del cielo.

El santo pueblo fiel de Dios es gente que está de pie –homo viator- y camina, pero derecha, “erectus”, y camina en la esperanza. Y donde quiera que va sabe que el amor de Dios lo precede: no hay lugar del mundo que escape a la victoria de Cristo Resucitado. ¿Y cuál es la victoria de Cristo Resucitado? La victoria del amor. Gracias.

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Comentarios
2 comentarios en “‘No hay lugar del mundo que escape a la victoria de Cristo Resucitado’
  1. “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Las últimas palabras del Evangelio de San Mateo recuerdan el anuncio profético que encontramos al comienzo: “Se le dará el nombre Emanuel, que significa: Dios con nosotros” (Mt 1,23; cf. Isaías 07:14)
    Pero quienes son esos vosotros, nosotros o muchos:
    . Los que siguen las enseñanzas y prácticas de Jesús Cristo, se arrepienten de sus pecados e intentan, de buena fe y todo corazón, no volver a pecar. Además de seguir fielmente los sacramentos y dogmas de la Iglesia Católica. O todos.
    Cierto es que la misericordia de Dios es grande, pero los pecadores confesos y conscientes de atentar contra las leyes naturales, morales y de Dios, deberán purgar sus pecados en el infierno y arrepentirse de ellos antes de ser recompensados con ella y obtener la paz para sus almas.

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