Editorial Centro Católico Multimedial. «Aires de mariconeo»

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Editorial CCM / En días pasados, el Papa Francisco, hablando el clero de la diócesis de Roma, a través de preguntas expresas de sus sacerdotes, habló de las tendencias homosexuales de candidatos al sacerdocio. El reconocimiento papal de este problema viene del avance de la mal llamada cultura homosexual en todos los ámbitos haciéndonos creer que todos, son excepción, debemos aceptar estos moldes que nos han infundido que ser homosexual es una cosa gratuita de la naturaleza.

Independientemente de lo anterior, esa llamada cultura ha venido instalándose al seno de la Iglesia y, poco a poco, ha ocupado posiciones privilegiadas socavando valores y tradiciones que no deberían estar sujetas a componendas y negociaciones. El Papa, en su respuesta, ha dado claves para entender que los homosexuales deben ser acompañados y atendidos, pero reconoce que el homosexualismo se ha instalado hasta en el Vaticano.

¿Qué decir de esto? La aceptación de la cultura homosexual ha avanzado sigilosamente hasta instalarse en nuestra sociedad y en la Iglesia católica es una realidad que no pasa de largo. Efectivamente, hay homosexuales en el clero, obispos y sacerdotes, con esas tendencias y preferencias. Visten bien y pretenden lucir gustos exquisitos y refinados. El punto nodal llega a una crisis cuando se ha desplazado el Evangelio y la tradición católica para pintarla de arcoíris. Vicios que se estiman por valores y defectos que se tienen por virtudes. Ejemplos sobran y han lastimado muchísimo a la Iglesia y ofendido a los fieles haciéndolos entrar en verdaderos conflictos.

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Algunos sacerdotes han cobrado una conveniente fama a través de una llamada pastoral homosexual que, en realidad, es fincar un edificio hueco disfrazado de homosexualismo; otros, abonando a  esa destrucción, hablan impunemente desorientando a los fieles católicos haciéndoles creer que las relaciones y actos homosexuales son don de Dios, tolerados y aceptados por la Iglesia.

Otros más han formado, en contubernio, detestables lobbies que han capturado congregaciones enteras o están cerca de los obispos como eminentes colaboradores jugando un rol de hipocresías arcoíris que los hacen estar en alta estima de potentados, ricos y bien posicionados personajes que les recompensan en especie o dinero.

Pero han hecho mucho daño. Esos reductos de poder clerical homosexualista han desvirtuado la labor de la Iglesia para obligarla a instalarse en la putridez de una ideología. Eliminan buenas y sinceras vocaciones, suplantan el evangelio por frases multicolores, hacen caer el estandarte de Cristo para izar la bandera del orgullo y, en los casos más preocupantes, han abusado de su poder cometiendo, incluso, actos delictivos que han lastimado muy duro a la Iglesia.

La doctrina católica es clara al respecto. Ningún homosexual o lesbiana puede abrazar la vida sacerdotal o la consagración religiosa. Jesucristo no fue homosexual, pero algunos de sus pretendidos ministros han elevado su preferencia al grado idolátrico, instalándose en el sacrilegio y lo ilícito. Se han colado, es verdad. Y por eso la frase del Papa que causó mucho revuelo y ofensa entre curas homosexuales y religiosas lesbianas usa un adjetivo que implica algo más que ser homosexual, eso es el abuso de poder:  “Quiero decir una cosa: estoy preocupado por la cultura gay aquí. Dije que sí, hay un aire de mariconeo…”

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