SAN PEDRO Y SAN PABLO

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En la solemnidad de san Pedro y san Pablo - Archidiócesis de Sevilla
SAN PEDRO Y SAN PABLO
Hoy, 29 de junio, los católicos celebramos el martirio de las dos principales columnas
de la Iglesia, San Pedro, predicador entre los judíos, San Pablo, predicador entre los gentiles. Y
como afirma con suavidad, pero a la vez con firme convicción, una distinguida feligresa,
llamada María Esnaola, la mejor forma de empezar el día, es participando en la Misa.
Y como asistentes a la capilla del Santo Cristo tuvimos una vez más el privilegio de
escuchar el sermón del celebrante, el sacerdote Pedro Gómez O.S.B. La homilía fue un ejemplo
de ordenada síntesis: Dios envía a su Hijo, Jesús. Jesús nos envía al Espíritu Santo, pero además
también elige discípulos.
Nombra a Pedro cabeza de la incipiente Iglesia y con él comienza la sucesión
apostólica. Pablo también es elegido para llevar el Evangelio a los gentiles.
Pero además de ellos, hay una verdadera cadena de gracias sobrenaturales y es Dios
quien las administra.
Este es un misterio que nos supera y no podemos nosotros, cuestionarlo ni razonarlo,
es obra de Dios.
Profetas, apóstoles, mártires, santos han sido inspirados por Dios y están en nuestro
camino por voluntad de Dios.
Esta es la síntesis de la homilía, bien teocéntrica, abierta al misterio, que enfrenta el
antropocentrismo que nos agobia. Porque, como bien decía nuestro teólogo telúrico, Rafael
Jijena Sánchez, aquí, “la razón entiende que hay razones superiores a la razón”
Porque al fin y al cabo la Iglesia, el Cuerpo místico de Cristo, también es un misterio.
De las primeras vísperas, queremos compartir el Himno muy elocuente:
La hermosa luz de eternidad inunda
con fulgores divinos este día,
que presenció la muerte de estos Príncipes
y al pecador abrió el camino de la vida.
Hoy lleváis la corona de la gloria,
padres de Roma y jueces de los pueblos:
el maestro del mundo, por la espada;
y por la cruz, el celestial portero.
Dichosa tú que fuiste ennoblecida,
oh Roma, con la sangre de estos Príncipes,
y que vestida con tan regia púrpura,
excedes en nobleza a cuanto existe.
Honra, poder y sempiterna gloria
sean al Padre, al Hijo y al Espíritu,
que en unidad gobiernan toda cosa
por infinitos e infinitos siglos. Amén.
La primera lectura, es de la carta de San Pablo a los gálatas, en la cual nos dice que
visitó a Cefas y a Santiago en Jerusalén, quienes reconocieron que él había recibido la misión
de predicar el Evangelio a los gentiles, como a Pedro le dio poder para ejercer el apostolado
entre los judíos.
La segunda lectura es un sermón de San Agustín, quien recuerda lo sagrado de este
día, porque en él celebramos el martirio de los santos apóstoles Pedro y Pablo.
El doctor africano nos recuerda que “antes de su pasión, Jesús eligió a sus discípulos, a
los que dio el nombre de apóstoles. Entre ellos, Pedro fue el único que representó la totalidad
de la Iglesia… de ahí la excelencia de la persona de Pedro en cuanto representaba la
universalidad y la unidad de la Iglesia. En este mismo sentido, el Señor, después de su
resurrección, encomendó también a Pedro sus ovejas para que las apacentara. No es que él
fuera el único de los discípulos que tuviera el encargo de apacentar las ovejas del Señor; es que
Cristo, por el hecho de referirse a uno solo quiso significar con ello la unidad de la Iglesia; y si
se dirige a Pedro, con preferencia a los demás, es porque Pedro es el primero entre los
apóstoles”.
Finalmente, el obispo de Hipona nos exhorta que al recordar a estos grandes mártires
“procuremos imitar su fe, su vida, sus trabajos, sus sufrimientos, su testimonio y su doctrina”.
Y como vivimos en la Argentina que alguna vez fue católica, en una Iglesia “de salida”,
que en realidad es “en liquidación”, para avivar la memoria de nuestros pastores y poner en su
lugar a quienes mezclan lo sagrado con la praxis política, queremos acabar esta nota con la
Primera epístola de San Pedro, coincidente en todo con la de San Pablo a los Romanos,
cuando ordena a los cristianos: “Sed sumisos, a causa del Señor, a toda institución humana,
sea al rey como soberano, sea a los gobernantes enviados por él para castigo de los que obran
el mal y alabanza de los que obran el bien. Porque esta es la voluntad de Dios: que, obrando el
bien, cerréis la boca a los ignorantes insensatos. Obrad como hombres libres y no como
quienes hacen de la libertad un pretexto para la maldad, sino como siervos de Dios. Honrad a
todos, amad a los hermanos, temed a Dios, honrad al rey”( 2, 13/17).
Y en ese momento el “rey” no era san Fernando de Castilla, ni san Luis, rey de Francia,
ni santa Isabel de Portugal, sino emperadores que, como buenos romanos, pronto dejarán
pruebas de sus barbaridades, en las actas de los mártires.
Buenos Aires, junio 29 de 2024. Bernardino Montejano
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