«Fe y caridad sin esperanza, sólo son un cementerio»

Antonio Socci Antonio Socci
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(Lorenzo Bertocchi en Il Timone)-Un sienés escribe un libro para decir que Dios vive en la Toscana. Es mucho más que un viaje a la estupenda región italiana, entre otras cosas porque quien lo escribe es Antonio Socci.

«Nosotros vivimos algo único». Esta es la frase con la que me recibe un toscano que vive en la Toscana y ha escrito un libro titulado Dios habita en la Toscana. Teniendo en cuenta el alto grado de parroquialismo que suele acompañar a los habitantes de la región, se podría pensar que estamos ante un libro partidista. Una especie de viaje a través de la Toscana, como tantos otros quizá, pero más devoto, puesto que ha sido escrito por un auténtico sienés como Antonio Socci.

Disculpe, ¿no es demasiado fácil para alguien como usted decir que Dios vive en la Toscana?

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«¿Puedo empezar por el principio?»

Por supuesto.

«En primer lugar, Dios es todo en todo».

Tal vez eso es muy desde el principio….

«Quiero decir que para comprender racionalmente que Dios existe y que el hombre tiene un alma inmortal, y que hay una ley moral en nosotros, y que hay un orden racional de extraordinaria magnitud en el Universo no hacía falta el cristianismo, porque los griegos ya habían llegado a esa conclusión. Podemos citar a Aristóteles: “De tal principio penden el cielo y la naturaleza, y su modo de vivir es el más excelso, Y tiene vida, pues el acto del entendimiento es vida y él es el acto. Y el acto por sí de él es vida nobilísima y eterna. Así, Dios puede ser llamado Viviente, Eterno y Excelente. De modo que a Dios pertenece una vida eternamente continua y eterna”».

De acuerdo, Dios existe, pero, insisto, ¿qué tiene que ver la Toscana?

«Tiene que ver con el hecho de que Dios se encarnó. La novedad absoluta del cristianismo es esta, que Dios se hizo carne».

Porque el hombre necesita tocarle, abrazarle, estar unido a Él con todas sus fuerzas. Cuántas veces en el Evangelio se dice que “querían tocarle», buscaban tocar incluso su ropa. Es la necesidad de ver, de tocar, la necesidad carnal de tenerlo entre nosotros, con nosotros, a nuestro lado. Esto es el cristianismo, y el título del libro se refiere al prólogo de San Juan, que dice precisamente cómo el Verbo, el Logos “se hizo carne y habitó entre nosotros». Y eso no es todo, porque “vino a habitar entre nosotros” significa que está entre nosotros. Está presente desde hace dos mil años en todas las parroquias del cristianismo. Está presente en los rostros de los Santos, de los pobres y de los que sufren, está realmente presente en los sacramentos. Pues bien, todo esto, esta gran y constante epifanía, incluso en la imperfección de los hombres, por no hablar del carácter de los toscanos, es rotundamente evidente en la Toscana».

¿En qué sentido?

«Porque aquí se juntan una enorme y extraordinaria cantidad de gracias: de santidad, de inteligencia, de arte, de cultura, de ingenio. Aquí ha florecido una civilización cristiana que lo ha modelado todo, incluso el paisaje, de una forma única. Pensemos, por ejemplo, en el arte toscano que dio origen al arte occidental, empezando por Giotto y Nicola Pisano, que introdujeron la corporeidad en el arte. ¿Por qué? Fue San Francisco quien devolvió a la espiritualidad cristiana el amor por la humanidad concreta del Salvador, desde su nacimiento en Belén hasta su muerte en la cruz. De ahí el realismo de Giotto y también la recuperación del arte clásico en la escultura. Más tarde sería Miguel Ángel quien exaltaría el cuerpo en el que se manifiesta toda la historia de la salvación».

No creo que se pueda dudar del florecimiento de la civilización que brota de la presencia de Cristo, abrazando además a un pueblo, con santos sí, pero también pecadores. Me parece que esto puede enseñar algo ante todo a los creyentes, hoy a menudo replegados en formas de fe demasiado sentimentales o demasiado escrupulosas.

«Un evocador retrato poético de la vida cristiana es el de T. S. Eliot: “A través de la Pasión y el Sacrificio salvados a pesar de su ser negativo/bestiales como siempre, carnales, egoístas como siempre/ interesados y obtusos como nunca y sin embargo siempre luchando, siempre reafirmándose, siempre desandando su marcha por el camino iluminado por la luz/ a menudo deteniéndose, perdiendo el tiempo, extraviándose, demorándose, regresando, pero sin seguir nunca otro camino”. En Florencia estaban los güelfos y los gibelinos, los mediceos y los antimediceos, y se peleaban entre ellos, pero el 25 de marzo estaban todos ante la Santissima Annunziata golpeándose el pecho, reconociéndose pecadores y dispuestos a volver a empezar, de nuevo». 

Entonces, ¿el problema hoy es que ya no sabemos mirar todos hacia el mismo lado?

«Quizá simplemente no nos reconocemos como pobres que anhelan ser perdonados, amados y curados, salvados. No miramos a Jesús con esta herida ardiente, o lo hemos olvidado».

Esto puede valer para un creyente, pero ¿qué podemos decir ante aquellos que no creen?

«Como nos enseñan los griegos, el hombre tiene dentro de sí la percepción del bien y del mal, pero sin la ayuda de la gracia esto se pierde. Y llegamos a Nietzsche, al predominio del más fuerte.

Nuestra época ama presentarse a sí misma como humanitaria, pero me parece que en realidad queda muy poco de la herencia cristiana y está más influenciada por el pensamiento de Nietzsche. Por eso he citado algunas páginas del libro, para compararlas con la civilización que inventó los hospitales (como el de Siena, que tiene mil años). Una civilización que construyó hospitales como catedrales, viendo en los débiles, en los que sufren, en los más miserables, el rostro del Hijo de Dios crucificado. Quién arrancó la máscara de nuestra época fue la Madre Teresa de Calcuta en su «discurso por el Nobel».

¿Cuándo habló del aborto?

«Exactamente»

Además, debemos decir que en la antigua Toscana no había gobiernos teocráticos.

«De hecho, si observamos los frescos de la Alegoría del Buen Gobierno de Ambrogio Lorenzetti conservados en el Palazzo Pubblico de Siena y que datan de 1338, veremos claramente que se inspiran en una concepción del bien común y del gobierno de la polis que proviene de Aristóteles leído a través de Santo Tomás de Aquino. Aquella época valoraba la racionalidad heredada de la civilización griega y romana, pero sabía que ese ideal necesitaba una energía moral extraída de la vida cristiana.

No es casualidad que en la gran sala del mapamundi está representada la Majestad de Simone Martini, la Virgen como Reina de Siena».

Situémonos frente a la catedral de Siena: allí hay un punto focal que explica todo este florecimiento de belleza y civilización y es la Madonna Annunziata. Usted escribe, citando a Peguy, que se trata de la “pequeña joya de abril”, la esperanza, esa virtud que también permite que la fe y la caridad no se conviertan en algo de lo que se habla pero que luego no se vive. ¿Una advertencia para el hoy de los fieles?

«Sí, he vuelto a leer esa inmensa representación simbólica de la catedral y del antiguo hospital frente a ella (fe y caridad) a través de Peguy, que escribe que sin la “pequeña gema de abril”, la esperanza precisamente, incluso la fe y la caridad son sólo un cementerio. Sólo arqueología. En el libro explico qué se entiende por esperanza, que, por otra parte, está estupendamente representada en el púlpito de Nicola Pisano en el interior de la catedral de Siena».

Entonces, ¿Dios sigue habitando en la Toscana, en Occidente, o se ha trasladado?

«“Y vino a habitar entre nosotros” es un presente actual, nunca es el pasado». 

De acuerdo, pero si hay una disminución de la esperanza, como hemos dicho, es como si, de alguna manera, Dios haya sido desalojado…

«Pero, repito, hay que entender qué es la virtud teológica de la esperanza. Porque no creo que se sepa realmente. Basta con que dos personas vivan ese asombro y esa mendicidad para que siglos de historia y de belleza canten… como dijo Jesús: “Gritarán las piedras”…».

¿Entonces no es verdad que del cristianismo sólo quedará un cementerio?

«Esta idea en el fondo es una falta de fe. Porque decir “Dios vive en Toscana” significa que Dios obra, Dios obra hoy, Dios obra ahora, decir “Dios vive en Toscana” para mí es también decir que Dios vive en mi vida».

Dante, Leonardo, Miguel Ángel, Boccaccio, Maria Valtorta, Don Divo Barsotti, Piero della Francesca, Santa Catalina, San Bernardino de Siena, Gemma Galgani, sólo por nombrar algunos toscanos que se encuentran en las 400 páginas del libro, en su opinión, en una palabra, ¿qué tenían en común? 

«Jesús».

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