(Horace Gates en Crisis Magazine)-El anuncio de que el papa Francisco quiere ser enterrado en la basílica de Santa María la Mayor fue un recordatorio inevitable de que el lino arde poco en este pontificado.
Más bien como una llama que arde con más fuerza antes de extinguirse, ha habido una ráfaga de pronunciamientos papales, allanando el camino para lo que puede ser un curso atrincherado, si no irreversible, que su sucesor deberá afrontar.
Esto trae a la mente de los así inclinados el monólogo dramático escrito por Robert Browning en 1845: «El obispo ordena su sepulcro en la iglesia de Santa Práxedes». El obispo se obsesiona con su difunto rival, Gandolf, cuya exigua tumba debe ser superada. No es insignificante que el papa Francisco esté tan empeñado en marcar un contraste con sus predecesores que haya alterado el protocolo papal citándose a sí mismo mucho más que a los papas anteriores en sus documentos magisteriales. Esto se traduce en hechos; por ejemplo, al desvirtuar la filosofía moral de Juan Pablo II en el Kristallnacht del Instituto Juan Pablo II para el Matrimonio y la Familia y al cauterizar el Summorum Pontificum de Benedicto XVI con el irónicamente titulado Traditionis Custodes.
Este tipo de cosas son más que inquietantes para los piadosos herederos de la suposición de que, aunque la infalibilidad y la omnisciencia son diferentes, han sido muy cómodas compañeras en la imagen pública de una línea inusualmente larga de papas estimables. Para no insistir en la trillada metáfora del hombre astuto de Waugh, Rex Mottram, que asumía que los papas no pueden equivocarse en nada, incluido el tiempo (Mottram habría sido un perito útil en una conferencia sobre el cambio climático), el hecho es que cuando la Iglesia empezó a recoger los pedazos después de la Edad de la Razón, que fue más cínica que racional, se desarrolló una progresión romántica desde la actitud defensiva al triunfalismo en el ejercicio de la autoridad papal. El papa no sería una marioneta de los poderes imperiales, sino que sería imperial en sí mismo.
E incluso con la pérdida de los Estados Pontificios, este imperium espiritual se inclinó hacia una centralización burocrática que se hizo más intensa a medida que se extendían las fronteras cristianas y comenzaban las comunicaciones modernas. A menudo, las diócesis llegaron a considerarse, al menos en la percepción secular, franquicias de la oficina central. El obispo y patriota croata Josip Juraj Strossmayer dijo tras el Concilio Vaticano I: «Entré como obispo y salí como sacristán».
La Propagación de la Fe perfeccionó la microgestión, no sin algunos resultados eficaces, y las órdenes religiosas centraron sus mandos en Roma, como la Confederación Benedictina instituida por León XIII en 1893. La proliferación de nunciaturas ha provocado tensiones en algunas conferencias episcopales, a menudo con buenos resultados, pero siempre aleccionadas por el recordatorio de que de los Doce Apóstoles solo uno fue diplomático, y se ahorcó. Ejemplos más contemporáneos de este tipo de economía han sido la inexplicable destitución de obispos y la reestructuración de la Orden de Malta y el Opus Dei.
El ultramontanismo o el hiperpapalismo, como audaces reacciones a los excesos politizados del galicanismo y el febronianismo, tuvieron una expresión popular relativamente inofensiva en el tradicionalismo romántico con su culto a la personalidad en torno al papado. La antigua indiferencia romana de «Morto un papa se ne fa un altro» [«Muerto un papa, se hace otro otro»] se convirtió en «Santo subito!«. Más recientemente, hubo entusiastas que predijeron que un «efecto Francisco» «cantaría el nacimiento de una nueva Iglesia» con una marea de vocaciones y conversiones espirituales. Estaban encantados de que el nuevo Papa hubiera llegado a la portada de la revista Rolling Stone sin un sentido de su ironía. Ahora están en ansiosa negación como «explicadores del papa», tratando de explicar que la heterodoxia magisterial en sus diversas formas es solo una doxia demasiado sutil para que la apreciemos. Explicando por qué una declaración magisterial es lo contrario de otra de apenas un par de años antes, suenan como el turista al que le muestran dos cráneos de Alejandro Magno y se ofrece voluntario a decir que uno debe ser él de niño.
Si no tiene cuidado al buscar en Google «hiperpapalismo», es posible que aparezca «hiperplasia», que es un agrandamiento de un órgano o tejido sano causado por un aumento de la reproducción celular. Puede ser inofensiva como hiperplasia fisiológica, pero también podría ser una hiperplasia patológica, que es la primera etapa de un cambio precanceroso. Así pues, por transposición, el hiperpapalismo tiene una forma inocente como hiperpapalismo fisiológico: complacerse en afinidades con Guardias Nobles emplumados, tiaras triples, la sedia gestatoria y ensueños de la Casa de Habsburgo.
Pero cuando una voz ronca dice «se acabó el carnaval» y un pontífice se reviste de extravagante humildad, se insinúa algo que no es benigno. Es más bien la forma en que los antiguos paganismos al menos tenían sus divertidas travesuras en las arboledas sagradas, pero un nuevo tipo de paganismo es mortalmente serio al insultar el decoro ritual con groseros vernacularismos. Puestos a elegir, tal vez hubiera sido más soportable que un druida me matara de un hachazo que tener que escuchar charlas dispersas en el Dicasterio para la Promoción del Desarrollo Humano Integral.
El cardenal Fernández ha atribuido al papado metastásico una autoridad que incluso podría haber sorprendido a Bonifacio VIII: «El papa no solo tiene el deber de custodiar y conservar el depósito estático de la fe, sino también un segundo carisma único, solo dado a Pedro y a su sucesor, que es un don vivo y activo». Incluso si esto fuera así, y si la comisión petrina diera a los papas una autoridad absoluta en asuntos temporales e incluyera el don de una inspiración más vital que la tradición caricaturizada como estática, no habría motivo para argumentar a partir del «desarrollo de la doctrina», porque lo que es estático no puede desarrollarse. La tradición, por su esencia, no puede ser estática.
Tal vez en plena efervescencia de hiperpapalismo sea difícil confesar, como hizo Benedicto XVI, que partes del Concilio Vaticano II fueron francamente pelagianas y que la frustrada expectativa de un «Segundo Pentecostés» fue el resultado inevitable de pensar que Pentecostés necesita una secuela. Ese optimismo decepcionado, hijastro de la esperanza, ha conducido a una falta de confianza en la propia Iglesia, reduciendo el Cuerpo de Cristo a una agencia trivial en el mundo, una ONG en el parlamento de las naciones. Después de todo, Pablo VI dijo durante su viaje a Nueva York, en un extraño corrigendum de Juan 14,27: «Los pueblos de la tierra se dirigen a las Naciones Unidas como última esperanza de paz».
San John Henry Newman no era ciertamente un hiperpapalista, y advirtió elocuentemente contra la idealización de las prerrogativas papales. En contra de las afirmaciones de un «segundo y único carisma de los papas», citó la nota 2 de la Pastor Aeternus del Concilio Vaticano I: «El Papa tiene esa misma infalibilidad que tiene la Iglesia». ¡Pío IX no era nada vanidoso cuando dijo: «Io, io sono la tradizione! Io, io sono la chiesa!» [«¡Yo, yo soy la tradición! ¡Yo, yo soy la Iglesia!»]. No reivindicaba un carisma especial único para él, pues declaraba su subordinación a la tradición y a la Iglesia que él encarnaba.
En su ensayo «Límites de la infalibilidad papal», Newman vuelve a referirse a Pastor Aeternus: «… La proposición definida no tendrá ningún derecho a ser considerada vinculante para la creencia de los católicos, a menos que haga referencia al ‘depósito’ apostólico a través del canal de la Escritura o de la Tradición, y aunque el papa es el juez de si es referible o no, la necesidad de que profese atenerse a esta referencia es en sí misma una cierta limitación de su acción dogmática».
Los católicos serios que pueden sentirse desconcertados e incluso traicionados por las circunstancias actuales, no fueron engañados por la Sagrada Tradición sino por la seductora nostalgia. Y la nostalgia solo es historia después de unos cuantos martinis. El Depósito de la Fe, precisamente por no ser estático, transmite la verdad constante de época en época a través de perplejidades propias de cada una. Esto es lo que Newman entendía por «preservación del tipo» en el desarrollo de la doctrina, y marca la diferencia entre la benignidad y la malignidad.
La verdad no es una moda de la mente o del populacho, una eclosión del ego o un eslogan de la multitud. No es subjetiva, como en el engreimiento de muchos pensadores inadecuados, como la Dra. Gay de Harvard, que en su penosa disculpa tras su testimonio ante un comité del Congreso habló de «mi verdad». Si al menos hubiera plagiado Juan 17,17: «Tu palabra es verdad». La verdad no es mía ni tuya. La verdad es Cristo uniendo el Camino para vivir con la Vida misma. El desconcierto y la traición son a menudo el pathos del engaño, síntomas de una confianza equivocada en «príncipes o en cualquier hijo de hombre», y eso puede incluir incluso a los siervos de los siervos de Dios.
Autor
Horace Gates es el pseudónimo de un sacerdote católico que vive en el noreste de Estados Unidos.
Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana
Ayuda a Infovaticana a seguir informando
Bergoglio, Tucho y su odiosa camarilla eclesiástica han traicionado la fe de Jesús que juraron custodiar. No hacen falta interesantes artículos como éste para percibirlo enteramente y de un golpe de vista. Quien prefiera engañarse –por lo cómodo y ventajoso del autoengaño–, que se lo explique luego al Ángel de Dios en su juicio particular.
¿Y define eso? ¡Ah, por supuesto! Tú lo defines con tu autoridad superior a la de Jesús, por eso te crees censor del mismísimo Sucesor de Pedro. Un consejo te doy, bájale un par de rayitas a tu arrogancia y pide a Dios la virtud de la humildad.
Yo importo menos que nada. Lo tremendo es lo que han hecho justo antes de Navidad estos malos de mitra y capelo, que no se cómo pueden dormir siendo encima tan viejos. Ya no van a poder disimular que hace casi sesenta años le secuestraron la Iglesia a Dios. Tiempo al tiempo. Pero… «Deus non irridetur».
*sé
KIKIPOLLAS
Antes de dar consejos a nadie, mirate el eco dentro de tu cerebro, y pidele a Dios que te duplique las neuronas, así con dos igual dices menos chorradas.
«Incluso si esto fuera así, y si la comisión petrina diera a los papas una autoridad absoluta en asuntos temporales e incluyera el don de una inspiración más vital que la tradición caricaturizada como estática, no habría motivo para argumentar a partir del «desarrollo de la doctrina», porque lo que es estático no puede desarrollarse. La tradición, por su esencia, no puede ser estática.»
Magistral, tiene toda la razón. Este y otros párrafos son prácticamente exactos e infalibles en su diagnóstico.
Recortando papelitos te las pintas solo…
Que lo tiren al mar océano, así cumple su vocación ecológica.
Lastima de los peces que comerán chatarra
Chatarra no. Mucho peor aún: algo en estado de putrefacción.
Muy cierto. Dios te bendiga.
Ay, querido energúmeno.. si tú supieras lo que es la verdadera caridad cristiana, y si de verdad fueras tú quien entendieses las enseñanzas de Jesús, dejarías de decir las majaderías que sueltas por aquí.
Y mezclar todas esas chorradas con la misa en latín… Chaval, ¿Sabes de lo que hablas acaso? ¿Sabes en qué consiste el rito tridentino? ¿Has tenido la oportunidad de asistir a una misa así?
En fin, quítate la venda de los ojos. Ya va siendo hora.