Películas sobre la persecución religiosa en México

Mirando al Cielo
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Esta semana, los cinéfilos cristianos volvemos a estar de enhorabuena, pues el viernes llegará a nuestras pantallas Mirando al cielo, una cinta sobre el santo niño José Sánchez del Río, martirizado durante la persecución religiosa en México.

Al igual que advertíamos con motivo del estreno de Vencer o morir respecto del genocidio de la Vandea, debemos decir que la masacre de católicos en el país azteca es un evento poco conocido para el público en general, anestesiado por el buenismo que asola el mundo de hoy; por desgracia, también es ignorado por buena parte de la platea cristiana, que se ha enmarado igualmente en la trapisonda buenrrollista de la que ahora le resulta harto difícil escapar. Por este motivo, la llegada a España de este filme es una estupenda noticia, ya que abrirá los ojos de muchos espectadores.m

Sin embargo, no es la primera vez que la persecución religiosa mexicana se deja ver en pantalla grande, pues en 2012 llegó a ella la archiconocida Cristiada, una superproducción que pretendía, precisamente, recordarle al mundo el martirio de numerosísimos sacerdotes, religiosos y laicos que prefirieron entregar la zalea antes que abjurar de su fe. En la retina del espectador se habrá fijado, sin duda, la sobrecogedora imagen —tan real como la vida misma— de aquellos hombres colgados de los postes a orillas de la vía férrea, o quizás la del mentado san José Sánchez, que, con solo catorce años, camina descalzo hasta la huesa que acogerá su maltratado cuerpecito. Evidentemente, aquellos hombres que perpetraron semejante agresión —igual que los que arrasaron la Vandea— lo hicieron en aras de la libertad, una palabra que, desde la Revolución francesa, actúa como finta ideológica para acometer los crímenes más atroces de la humanidad (¿alguien ha dicho marxismo?).

Hoy por hoy, Cristiada quizá sea el título referencial cuando queremos hablar sobre el pogromo cristiano en México, pero ya en tiempos hubo algún que otro filme, de mayor modestia, que pretendió dar este a conocer. El que más apasiona al que suscribe se llama El fugitivo, que, a pesar de su nombre, nada tiene que ver con la recordada película de Harrison Ford. Esta, empero, está dirigida por otro Ford: John, que en su haber tiene cintas como La diligencia, Fort Apache y El hombre tranquilo. En ella, un sacerdote norteamericano —impagable Henry Fonda— es perseguido por las autoridades mexicanas por el simple delito de mantener abierta su parroquia; como en la puerta de esta se encuentran apostados varios agentes de la ley, se ve obligado a huir por todo el país, sin que por ello deje de ser hostigado por aquellos, que tienen como único objetivo acabar con su vida (por supuesto, lo hacen para mantener en vigor la libertad religiosa del pueblo azteca, ¡solo faltaba!).

La película está basada en la novela El poder y la gloria, de Graham Greene, que, aterrorizado por la violencia ejercida contra los cristianos en el estado de Jalisco, la escribió a fin de que el mundo fuera consciente de ella. Según parece, John Ford, de origen irlandés y orgulloso católico, quiso que el pueblo norteamericano también conociera este exterminio, totalmente ignorado por él, pese a que se trate de la nación vecina, y aunque pasó por taquilla sin pena ni gloria —valga la chanza—, siempre la consideró su mejor obra (junto con María Estuardo y El hombre tranquilo, todo hay que decirlo). El motivo, conforme a su propia confesión, el desprecio que él mismo sentía en razón de su fe, que nunca fue bien recibida en el Hollywood de entonces…, ¡y eso que estamos hablando de los años 40 y del cineasta mejor valorado de la historia del celuloide!

La cinta inspiró otro título la mar de curioso, que no en balde fue reconocido por la Santa Sede en 1995 como uno de los mejores largometrajes católicos jamás realizados: Nazarín. Quizás el lector más avezado recuerde este nombre, pues se trata de un filme dirigido por el aragonés Luis Buñuel. Ciertamente, el ateísmo y la mala baba de este director es proverbial entre nosotros, pero ello no le impidió profundizar en la virtud cristiana que mayor confusión le generaba: la caridad. Así es, si uno lee sus memorias, Mi último suspiro, se dará cuenta de que, ya desde niño, veía como un contradiós que los sacerdotes de su pueblo fueran buenos con quienes no lo merecían y que incluso recibieran como pago las injurias de los beneficiados. Pues bien, de eso trata el largometraje: de un sacerdote extremadamente caritativo y pobre que, en vísperas de la persecución religiosa, nunca ceja en su empeño de seguir las pautas del Evangelio. En el fondo, consciente o no, elabora un retrato perfecto de lo que supone el amor a los demás cuando es tamizado por el amor a Cristo.

Un último título que podemos revisitar antes de ver Mirando al cielo es Sucedió en Jalisco, de 1946, que probablemente esté en la base de la mencionada Cristiada. Me perdonará el lector si no la recuerdo muy bien, pues llegó a mis manos hace ya mucho tiempo y no he tenido oportunidad de revisarla antes de escribir estas líneas. Se trata de un filme que versa asimismo sobre los albores de la persecución religiosa y las consecuentes guerras cristeras, pero, si la memoria no me falla, intenta templar gaitas entre las dos facciones enfrentadas, cosa que no me sentó del todo bien, pues justifica de algún modo la inefable actuación del Gobierno mexicano, que en absoluto obró de buena fe. Lo único que recuerdo con agrado (o al menos, eso creo) es la descripción de la vida familiar de los protagonistas, en cuyo seno se encuentran partidarios de uno y otro bando, dándonos a entender con este recurso que a la postre fue un combate entre hermanos (sí, eso nos recuerda a nuestra propia Guerra Civil).

En definitiva, estoy francamente contento con el estreno de Mirando al cielo, porque pone sobre el tapete un asunto silenciado hoy por el marasmo ideológico del progresismo buenista, que se ha aposentado con firmeza en nuestra Iglesia. Espero, pues, que su visionado despierte las conciencias de no pocos espectadores y que descubran, de este modo, que el Señor no nos prometió un camino de rosas, sino de ríspidas espinas que, como a él, arañarán y punzarán nuestra sienes. ¡Qué bien harían muchos curas si releyesen de vez en cuando aquel pasaje de un librito que han hojeado pocas veces: «En el mundo tendréis persecuciones» (Jn 16, 33)! Aunque, por supuesto, quedémonos con el colofón exhortativo de esta sentencia: «Tened valor: yo he vencido al mundo».

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