El poder sobrenatural del perdón

Buen ladrón
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( Constance T. Hull en Catholic Exchange)-El pasado lunes por la noche falleció mi suegro. Unas horas antes, aquel mismo día, celebré junto a mi familia el duodécimo aniversario bautismal de mi hija. Falleció el mismo día en que celebrábamos el nacimiento de mi hija a la vida en Cristo y su entrada en Su Iglesia. Y desde entonces rezamos por su entrada a la vida eterna.

Es difícil llorar la pérdida de un hombre al que apenas conocí. A mi marido le ha resultado difícil explicar esto a sus amigos, así como a los sacerdotes que le acompañan y que han estado rezando durante las dos últimas semanas a fin de que tuviese una tranquila y santa muerte. Resulta difícil comprender y explicar el duelo por un hombre ausente durante décadas.

Lo cierto es que fue decisión del padre de mi marido alejarse hace años de él y de sus nueve hermanos. He llorado la pérdida de la relación de su padre, no solo con mi marido, sino también con nuestra hija y conmigo. Mi única esperanza ahora es que en la otra vida todos seamos sanados y reconciliados en Cristo.

Aunque no he tenido una auténtica relación con el padre de mi marido en todo mi matrimonio, sí he recibido la bendición de haber visto las increíbles obras de Dios en mi marido en distintos aspectos. Es a través del testimonio de mi marido que he llegado a una comprensión más profunda de nuestra llamada al perdón y los dones sobrenaturales que Cristo nos da cuando damos un paso hacia los demás en el perdón.

Hace dos años que supimos que su padre moriría en no demasiado tiempo. Tenía Parkinson, demencia, además de haber ignorado un cáncer de piel hasta el punto de que se había extendido hasta el oído y, al final, había llegado a ser fatal, introduciéndose en su cerebro este mismo año. Mi marido estaba cada vez más preocupado por el alma de su padre y por la necesidad de que su padre se reconciliara con los miembros de la familia a los que había hecho daño antes de morir y, aunque era católico practicante, con Dios. La única forma en que mi marido podía iniciar este proceso era afrontar esa dolorosa herida y perdonar plenamente a su padre y decírselo.

Una tarde, mi marido se acercó al hospital a ver a su padre. No resultaba fácil tras no haberle visto hacía décadas. Y es que solo por la gracia de Dios encontramos la fuerza para dejar a un lado lo que nos corresponde en justicia y caridad para volvernos con misericordia hacia quienes nos han herido profundamente. Quería ir solo, para tener una conversación sincera con su padre. Yo me quedé rezando el rosario e intercediendo por él durante toda la visita.

Este momento es uno de los más poderosos que he experimentado en nuestro matrimonio. Vi la fuerza pura del amor de Dios surgir a través de mi marido. Le vi dejar a un lado sus propias penas por el bien de su padre. Se sentó frente a su padre en la habitación del hospital y le dijo que le perdonaba. Su padre no entendía lo que le había hecho a lo largo de los años. No importaba. No se trataba de eso. El perdón debe ser incondicional y libremente dado como Cristo nos lo ha dado y eso es lo que le dijo a su padre.

Después de extender este perdón a su padre, su padre le preguntó si quería algo de él. Mi marido le dijo que no. Todo lo que quería era que su padre se reconciliara con aquellos a los que había hecho daño y que se reconciliara plenamente con Dios. La única preocupación de mi marido era la salvación del alma de su padre y la curación de otros que habían sido heridos. Su perdón era puro don.

Como católicos, este es el nivel de perdón al que estamos llamados. Todavía no puedo decir que lo haya alcanzado. Todavía soy débil y me cuesta perdonar setenta veces siete. Pude ser testigo del poder de este nivel de perdón en el ejemplo de mi marido, que inició un proceso de sanación en mi propia vida, así como en las vidas de otros miembros de su familia. No lo arregló todo y hay heridas profundas y abiertas que han quedado tras la muerte de su padre, pero el Señor empezó a abrir las semillas que mi marido plantó al morir a sí mismo.

La muerte es el igualador definitivo. Todos moriremos. La cuestión a la que nos enfrentamos cada día al experimentar el dolor y los pecados de los demás, además de la realidad de nuestro propio pecado y debilidad, es ¿cómo queremos vivir? ¿Queremos permitir que los rechazos que sufrimos a manos de los demás -especialmente de los más cercanos a nosotros- ahoguen nuestra voluntad y nuestra capacidad de amar a los demás? ¿Queremos aferrarnos al resentimiento, que nos convierte en personas vacías? ¿Queremos unirnos al non serviam de Lucifer porque no queremos ser crucificados en la Cruz del perdón?

No es fácil amar. El amor no es amor sin la Cruz. No es amor sin sacrificio y sufrimiento. El Señor nos muestra que perdonar significa llegar hasta la Cruz por los demás. Incluso por aquellas personas que pecan repetidamente contra nosotros o nos rechazan. En este caso, incluso cuando un padre abandona su puesto y no opta por amar a los que Dios le ha dado. Un hombre que esperamos haya muerto, no solo plenamente reconciliado con Dios a través de los Sacramentos que recibió, sino también aceptando su pasado.

En muchos sentidos, el perdón es una crucifixión. Es la voluntad de morir a nuestro deseo de justicia. Es la voluntad de dejar de lado la esperanza de reconciliación en esta vida con quienes deciden rechazarnos. Es la voluntad de no endurecer el corazón ante el abuso, el abandono y el rechazo. Es la voluntad de dar rienda suelta al amor donde no lo hay. San Juan de la Cruz decía: «Donde no hay amor, pon amor y hallarás amor». Mi marido encontró el amor cuando se unió a Cristo crucificado y perdonó a su padre de todo corazón.

El perdón no ignora las heridas y la injusticia. No significa que las relaciones se arreglarán en esta vida. En la mayoría de los casos, se trata de una esperanza propia de la vida eterna. El perdón significa dejar ir la deuda que otro tiene con nosotros. Esto es exactamente lo que Cristo hizo por nosotros en la Cruz. Esto es lo que significa amar como Cristo ama. Estamos llamados a ser crucificados en el amor por nuestros enemigos. A veces, nuestros enemigos fueron personas a las que amábamos profundamente o que debían amarnos y protegernos, pero que, por diversas razones, se apartaron de nosotros.

Todos tenemos personas en nuestras vidas a las que necesitamos perdonar, yo incluida. El camino hacia el perdón no suele ser inmediato en el caso de heridas más profundas. A menudo necesitamos oración, ayuno y los sacramentos para abrirnos a la gracia que Cristo quiere darnos y que nos permitirá perdonar. Por muy buenos y santos que sean, también tenemos que renunciar a nuestros sueños y esperanzas de relacionarnos con personas que nos rechazan.

Mi marido tuvo que renunciar a su sueño de tener un padre cariñoso, cercano y comprensivo para poder perdonar a su padre. El Señor proveyó de otras maneras a través de un vecino anciano al que mi marido cuidaba antes de su repentina muerte hace dos años y que lo veía como a un hijo. El Señor también proveyó a su propio padre adoptivo como un padre para él.

San José ha sido un verdadero padre espiritual para mi marido. La intercesión de san José y su amorosa paternidad espiritual han supuesto una importante sanción en nuestra familia. Mi marido encontró en san José al padre que necesitaba. Un padre cuya fuerza silenciosa, obediencia y amor le ayudaron a perdonar a su padre terrenal y le condujeron más profundamente hacia el Padre Eterno.

El Señor quiso que supiera que san José es su padre haciéndole un regalo el día en que supo que su padre terrenal había muerto. Al entrar en la misa diaria, un señor que conocemos se me acercó con un libro sobre san José y una coronilla de san José. No sabía que el padre de mi marido había muerto durante la noche. San José quería que mi marido supiera que estaba con él ese día y todos los días. El Señor siempre provee cuando el mundo y las debilidades de los hombres fallan.

La muerte nos llegará a todos. La lectura del Evangelio del martes -el día en que nos enteramos de su muerte- se centraba en el ladrón que viene de noche y en que no sabemos la hora. Tenemos un tiempo limitado en esta tierra para aprender a amar como Cristo ama. Para llegar a ser santos, debemos aprender a perdonar heroicamente las heridas más profundas. Mi marido ha sido testigo del poder redentor del perdón ofrecido a imagen de Cristo crucificado y gracias a su testimonio Dios ha sido glorificado.

Rezo por el descanso del alma de mi suegro. Espero que se regocije con los ángeles y los santos, o si está en el Purgatorio, que su purificación pueda suponer su pronto ingreso en el banquete de las bodas del Cordero.

 

Publicado por Constance T. Hull en Catholic Exchange

Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana

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Comentarios
3 comentarios en “El poder sobrenatural del perdón
  1. Pues lo siento mucho, pero esto no lo entiendo: Si Dios, que es omnipotente, no puede perdonarnos de manera unilateral. incondicional, sino que nos pide arrepentimiento como condición previa para poder perdonarnos, ¿cómo es que se pretende que nosotros que no podemos nada, perdonemos incondicional y, unilateralmente, sin necesidad de que haya arrepentimiento por parte de quien nos ha hecho un daño injusto y que muchas veces se mantiene dispuesto a continuar causándonos nuevos daños? No digo que no sea así, pero no lo entiendo, me da la imágen de que los hambrientos y sedientos de justicia se van a quedar como están. Si algún sacerdote me puede iluminar al respecto, se lo agradeceré mucho.

    1. Buena pregunta, pero tenga en cuenta que no es lo mismo una ofensa a Dios, por parte de una criatura que una ofensa de una criatura a otra.
      Creo que ahí esta la clave. Nosotros somos iguales, pero Dios no. Cualquier ofensa hacia el es muchismo mas importante. Necesitamos perdonar para no alimentar odio o resentimiento y estar limpios de cara a Dios, al que nosotros le hemos ofendido mucho mas, siempre. Es mucho mas grandioso el perdon de Dios, empeñado en salvarnos a pesar de nosotros, que el mayor perdon que podamos ejercer nosotros con la mejor voluntad.

  2. Dios quiere que perdonemos, es decir, que no nos venguemos ni tengamos rencor en nuestro corazón (los sentimientos es una cosa, basta la voluntad de no querer alimentar rencor, odio ni venganza). Otra cosa es que si hay que denunciar, se denuncia porque la Justicia es una virtud cardinal y hay que impedir que el malhechor haga daño etc. También, y contestó a TANHAUSSER, se debe saber que Dios será el que juzgue el día en que el malhechor muera :debe este estar arrepentido y reparar, si no, le espera juicio y pena. Dios es MISERICORDIOSO PERO TAMBIÉN JUSTO, no lo olvidemos

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