¿El siguiente paso? El hombre artificial

Inteligencia artificial
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(Giulia Bovassi, investigadora y experta en bioética, en Il Timone)-Actualmente la IA es presentada como una ayuda y un apoyo útil. Pero, impulsada por los intereses económicos y la robótica, la opción transhumanista -por la que algunos abogan- corre el riesgo de sustituir algún día a los humanos. El reto ya está lanzado

La inteligencia artificial (IA) determina y da forma a la realidad. Aunque esta tecnología ofrece grandes ventajas y simplificaciones, también conlleva enormes riesgos debido al poder que se le confía. No todos los usos de la IA son “transhumanistas» y el transhumanismo no es únicamente lo que determina las herramientas de la IA. Pero, al igual que otras tecnologías, también puede conducir al hombre nuevo, híbrido y empoderado (cy-borg), a la transición hacia lo posthumano y a un futuro marcado por la singularidad tecnológica, ese punto de no retorno de la innovación que escapa al control y la predicción. Existen innumerables usos posibles de la IA, con problemas éticos similares y al mismo tiempo, muy diferentes. Como siempre en el eterno problema hombre-tecnología, esta última sigue siendo el único actor responsable, teniendo en cuenta que si la inteligencia humana (IH) ha sido comparada con la inteligencia artificial, es lógico suponer que se desarrollará en analogía con ella, y no al revés. De hecho, el discernimiento ético sobre el beneficio o el riesgo/perjuicio se ve obligado, por la propia naturaleza del instrumento a entrar en las cuestiones centrales; ¿quién es “el humano” hoy en día? ¿Debemos razonar sobre otras formas de subjetividad futuras que sean identificadas como «personas»? ¿Qué relación habrá entre condición artificial, autonomía y responsabilidad? ¿Podemos seguir hablando de libre albedrío y conciencia? ¿Cómo podemos formar a la IA en los valores correctos si no existe una ética compartida?

Negación del alma

Debemos reflexionar sobre este cambio crucial: el hecho de razonar sobre la posibilidad de “construir” una máquina consciente, una nueva especie dotada de conciencia, no se debe al tecnoutopismo, sino a una visión del hombre que tiende a negar su alma, toda metafísica y a reducir la conciencia a una función orgánica del individuo o del cerebro, a menudo llamada por muchos transhumanistas como “saco de carne”.

Las aspiraciones vertidas sobre la condición artificial de la IA responden a una visión precisa del hombre como “máquina” y como tal, replicable. La IH, la comprensión total del ser humano, incluso desde el reduccionismo impropio de su verdad a solo el funcionamiento cerebral y los procesos cognitivos, es la fuerza atractiva para los desarrolladores de la IA, ya que esta no es más que el proyecto declarado de simular y reproducir la inteligencia humana desvinculada de la experiencia emocional, sensorial y corporal. El efecto paradójico de la introducción de estas tecnologías es que nacen con la intención de imitar la inteligencia humana y acaban convirtiéndose en la mayor provocación actual para que la humanidad se conozca a sí misma. La progresiva sofisticación, sin embargo, ha hecho que la IA sea capaz de realizar funciones y razonamientos normalmente exclusivos de la IH hasta el punto de poder hablar de autonomía, poniendo en cuestión la libertad de decisión y el sentido de la moral. Esta es la razón por la que el debate en los foros institucionales, académicos y políticos se centra en el concepto de Artificial moral agent: el intento de instalar una moralidad informatizada y con ella, funciones emocionales como la compasión y la empatía, o funciones relacionales como la socialidad, el cuidado, la afectividad y la escucha.

La abolición de la vulnerabilidad

Un futuro simbiótico de coexistencia entre humanos y “máquinas morales”, tal y como autorizó Hiroshi Ishiguro, uno de los pioneros más influyentes de la IA humanoide en la Universidad de Osaka (autor de los Geminold, androides a su semejanza), con el proyecto Inorganic intelligent life (vida inteligente inorgánica): una humanidad hibridada con máquinas e inmortal gracias a la sustitución de carne y órganos humanos por material inorgánico mediante la transferencia de cerebros a dispositivos no biológicos (mind uploading). Ishiguro afirma tener como objetivo la comprensión de lo humano, que para él es opaco y similar a una compleja máquina por explorar, desgraciadamente frágil. El principal enemigo transhumanista es la caducidad: “La humanidad”, leemos en el Manifiesto transhumanista, “será transformada radicalmente por la tecnología del futuro. Prevemos la posibilidad de rediseñar la condición humana para evitar la inevitabilidad del proceso de envejecimiento, las limitaciones del intelecto humano (y artificial) […] y el sufrimiento en general”. El hombre sintético no sufre, no envejece, no muere y puede autodirigir su propia evolución potenciando indefinidamente sus capacidades.

Abolir la vulnerabilidad por un principio de bienestar y autorrealización, en la visión radical del transhumanismo, es un imperativo moral global.

El abandono del cuerpo

Günther Anders anticipó proféticamente el advenimiento de esta nueva fase de la humanidad cuando habló de la “vergüenza prometeica”, ese sentimiento que experimentaría la humanidad al enfrentarse al potencial, a la perfección y a la reproducibilidad de sus productos. La incomodidad del hombre posmoderno por estar sometido a la precariedad (la muerte involuntaria, la enfermedad, el déficit, la vejez, la discapacidad, etc.) y la singularidad (la “aleatoriedad” de sus propios orígenes no planificados), a las que tiene que responder y dar un sentido metafísico, espiritual, existencial. Viceversa, sus artefactos gozan de un estatus incorruptible y constantemente mejorable. Si reducimos al hombre a un conjunto de genes, conexiones neuronales, datos, órganos y funcionalidades, a algo determinado sin alma, ¿qué impide que sea reproducido, programado, mejorado (enhancement) o quede obsoleto? El objetivo es abandonar el cuerpo, el origen de todo lo que obstaculiza la evolución autodirigida, sustituyéndola por una envoltura biomecánica inmune a los límites humanos, manipulada y organizada según criterios de perfección para alcanzar la inmortalidad cibernética (digitalización de la mente, separada del cuerpo biológico) que deberá atravesar necesariamente una fase problemática de discriminación social entre humanos y post o trans-humanos, ¿Tendremos que pasar por una serie de nuevas “batallas civilizadoras” para el reconocimiento del estatus  transhumano? La respuesta es  sí. Definido como “la idea más peligrosa del mundo” (Francis Fukuyama) el transhumanismo, entrando en el dominio de la religión y el humanismo, lanza a la humanidad a un desafío antropológico sin precedentes.

 

Publicado por Giulia Bovassi, investigadora y experta en bioética, en Il Timone

Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana

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