Queremos recuperar la ortodoxia

Padre Georgij Padre Georgij
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(GEORGY KOVALENKO | MARTHA DELL´ASTA-La Nuova Europa)-«Se equivocan quienes creen que nuestra enemistad con el Patriarcado de Moscú es política», nos ha dicho el padre Kovalenko, de la Iglesia autocéfala ucraniana: «Trabajamos por una ortodoxia creíble y fraterna».

Entrevista de Marta Dell’Asta

Una conversación marcada por la tensión entre la necesidad de enraizarse una y otra vez en el fundamento inquebrantable de la vida cristiana y la atención a las distintas posiciones existenciales e históricas. La búsqueda de una difícil reconciliación entre las diferentes filiaciones políticas y eclesiásticas y la necesidad de un testimonio cristiano que sepa situarse por encima de los enfrentamientos, de modo que la unidad sea concebida como un don de Dios que hay que reconocer y servir, y no como el resultado de una práctica política, aunque inteligente y generosa.

Padre Georgij, en la actual situación eclesial ucraniana que ve crecer la tensión entre las dos Iglesias ortodoxas existentes (la vinculada al Patriarcado de Moscú y la autocéfala vinculada al Patriarcado de Constantinopla), existe un grupo llamado «Ortodoxia abierta» que, aunque implicado en el asunto, tiene una posición atípica, ¿puede explicarnos su origen y características?
Después de la Revolución de la Dignidad [el «Majdan» de 2013-2014] se hizo evidente que la Iglesia ortodoxa ucraniana del Patriarcado de Moscú se estaba acercando al «mundo ruso«. Especialmente tras la muerte [en 2014] del primado, el metropolita Vladimir (Sabodan) de Kiev, la Iglesia ucraniana vinculada al Patriarcado de Moscú adoptó una postura más conservadora, incluso se podría decir fundamentalista.

Conocíamos la postura del sucesor y actual primado, el metropolita Onufrij, su forma de pensar. Por tanto, quienes llevaban veinticinco o treinta años trabajando en el campo de la edición y la educación se vieron en la necesidad de definir su posición dentro de la ortodoxia ucraniana. Fue entonces cuando una serie de personas -ucranianas y de otros países- que debatían sobre el futuro de la Iglesia acuñaron la expresión «ortodoxia abierta», que a su vez dio forma al proyecto de la «Universidad ortodoxa abierta», bautizada con el nombre de Santa Sofía Divina Sabiduría. En la práctica, estos proyectos traducían la idea de una asociación pública y un proyecto educativo que ya no estaba vinculado oficialmente a la estructura eclesiástica; era un proyecto en la encrucijada de la Iglesia y la sociedad, interconfesional e interreligioso.

El propio nombre decía que se trataba de una ortodoxia abierta a la sociedad y a sus problemas, al diálogo interconfesional e interreligioso, a los medios de comunicación, a la tecnología y, por último, a la ortodoxia universal y a las relaciones intercristianas.

¿Cuáles son los retos concretos que hay que afrontar en el futuro?

Antes, pero sobre todo durante la guerra, han surgido asociaciones y grupos que tratan de abordar la respuestas a los retos que hoy debemos afrontar juntos la sociedad, el país y la Iglesia, y lo hacemos partiendo de la imagen del futuro de Ucrania y de la Iglesia que nos gustaría ver realizada; es un futuro que hay que construir desde hoy, sin esperar a que llegue por sí solo.

Los retos son sobre todo sociales; son los males que aquejaban a Ucrania antes de la guerra, como la corrupción, los problemas del sistema judicial, los problemas económicos y de desarrollo, la liberación de las supervivencias poscoloniales y postsoviéticas en los distintos ámbitos. En el ámbito eclesial, el reto consiste en tomar conciencia de la singularidad de la tradición ortodoxa ucraniana, restaurar tradiciones que durante mucho tiempo han sido prohibidas o eliminadas: por ejemplo, la elección del clero y el episcopado. En Ucrania, el clero era elegido por el pueblo y los obispos por el clero; así fue hasta mediados del siglo XIX.

En la sociedad actual, ¿no puede convertirse esta práctica en una forma un tanto secularizadora de democratización de la vida de la Iglesia?
Entiendo, pero ¿cómo nos libraríamos entonces del pasado soviético? La Iglesia debe aprender a deshacerse de los residuos imperiales, de las prácticas totalitarias, de la ambigüedad a la que, por ejemplo, el Patriarcado de Moscú educó a generaciones enteras debido a su estrecha colaboración con los Servicios [secretos], por la que se acostumbraba a la gente a ser exteriormente de una manera e interiormente de otra.

Sin embargo, como decía, por un lado se trata de restaurar la tradición porque así había sido hasta mediados del siglo XIX y, por el otro, se trata de asumir los nuevos retos que plantea el mundo moderno, la sociedad moderna: hay que asentar la tradición en los cimientos y a partir de ahí empezar a crear una nueva. Se trata de restaurar y desarrollar la sobornost, tan necesaria hoy en día, pero no todo lo que necesitamos puede encontrarse en el pasado. Hay realidades, espacios que se pueden crear.

Dado que estamos hablando de un oportuno retorno a la tradición del pasado, ¿no cree que en realidad la sobornost ha sido a menudo un puro ideal?

Efectivamente, en el ámbito ortodoxo, la sobornost es muy a menudo un ideal abstracto, pero eso no significa que no haya que esforzarse por alcanzarlo.

Me parece que la sobornost no es solo un ideal abstracto, sino más bien la capacidad concreta de dialogar sobre diversos temas, de tomar decisiones que sean aceptables para la mayoría sin destruir a la minoría; es más, que sea capaz de defender a la minoría Son los mecanismos de participación de los laicos en la vida de la Iglesia, un aspecto muy actual. Son los mecanismos por los que se pueden discutir temas importantes sin que ello se convierta en motivo de alienación o exclusión. Ahora, por ejemplo, está en marcha la reforma del calendario: sin discusión, sin información y diálogo no se pueden resolver estas cuestiones. Por el contrario, hay que dar a los que discrepan la oportunidad de seguir manteniendo su opinión sin encontrarse fuera de la comunidad eclesial. En este sentido, para mí la sobornost es ante todo la capacidad de reconocer que existen opiniones diferentes, sin querer destruir el punto de vista del otro, y de rechazar toda violencia en la resolución de las cuestiones eclesiales. Deben resolverse en el amor y el respeto mutuos, en la humildad mutua, y estas prácticas deben aprenderse una y otra vez, no pueden aprenderse de una vez por todas.

Es una cuestión de eclesiología, pero la naturaleza de la Iglesia, el ideal evangélico deben convertirse en objeto de educación, de discusión y de experiencia en la vida de las comunidades, de toda la Iglesia. Muchas prácticas democráticas de la sociedad actual están más cerca del ideal de sobornost que de las prácticas utilizadas por la Iglesia hoy en día.

El grupo «Ortodoxia Abierta» nació en el seno de la Iglesia del Patriarcado de Moscú, pero ¿en qué punto se encuentra hoy? ¿Todos ustedes se han pasado a la Iglesia autocéfala? Y si es así, ¿tienen voz dentro de ella? 

La idea de «ortodoxia abierta» surgió principalmente entre los fieles y algunos sacerdotes de la Iglesia ucraniana del Patriarcado de Moscú, pero no solo. Como grupo se estableció en 2018 y todos los sacerdotes que lo formaban pertenecían a la Iglesia del Patriarcado de Moscú. Pero cuando las relaciones con el Patriarcado de Moscú se complicaron y comenzó el proceso que llevaría al nacimiento de la Iglesia autocéfala con la concesión del Tomos [en diciembre de 2018], el agosto anterior nos reunimos y emitimos una declaración pública como «Red de la Ortodoxia Abierta»: entendíamos que podían crearse dos jurisdicciones en la ortodoxia ucraniana y que nosotros mismos podíamos acabar en una u otra.

Así que propusimos, en lugar de una guerra entre jurisdicciones, la coexistencia pacífica, la posibilidad de concelebrar y colaborar. Hicimos un llamamiento al diálogo, pero nadie nos escuchó.

Entonces nos encontramos en dos jurisdicciones diferentes y seguimos estándolo, pero no hay conflicto entre nosotros y el diálogo continúa. Hoy, «Ortodoxia Abierta» ha ganado nuevos miembros, pero es la misma experiencia la que continúa. El 11 de octubre de 2018, Constantinopla tomó su decisión con respecto a Ucrania. Su primera decisión no fue concedernos el Tomos, sino reconocer a todos los fieles, sacerdotes y obispos como ortodoxos, y afirmar que si el clero, la Iglesia reunida en Concilio pidiera el Tomos de autocefalia, Constantinopla se lo concedería. Con respecto a esta decisión de Constantinopla, nosotros también hicimos una declaración pública diciendo que si el Patriarcado de Moscú rompía relaciones con Constantinopla, nosotros no reconoceríamos la ruptura, queríamos permanecer en unidad con la ortodoxia universal. Si Constantinopla hubiera reconocido a la nueva Iglesia, habríamos permanecido en comunión eucarística con ella, pero también con el patriarcado de Moscú.

Por desgracia, Moscú interrumpió su relación con Constantinopla y la mayoría de sus obispos la siguieron y no acudieron al Concilio. Por eso, cuando me preguntan por qué pasé de la Iglesia ucraniana de Moscú a la autocéfala, respondo que no lo hice, me quedé donde estaba, en la Iglesia que tiene su centro en Kiev y está en unidad con la ortodoxia universal. A esta posición añadí la autocefalia. No he interrumpido la relación con nadie, he querido permanecer en la unidad: fue el Patriarcado de Moscú el que rompió relaciones conmigo y con los que eran como yo; rompió relaciones con Constantinopla, no entró en relaciones con la Iglesia ortodoxa autocéfala ucraniana que obtuvo el Tomos y rompió relaciones con todos los sacerdotes que entraron en comunión con la Iglesia autocéfala. Por lo tanto, me parece muy importante señalar que hay dos posturas: la de los que se han adherido a la unidad y la de los que han renunciado a ella.

¿Y todos los que se adhieren al grupo han pasado a la Iglesia autocéfala?
Este proceso sigue en marcha pero, en mi opinión, se basa en una determinada eclesiología, en una concepción errónea o tal vez anticuada de la unidad.

Me parece que la unidad no es algo que existió una vez o que existirá en el futuro. La unidad es algo que existe ahora o no existe, y eso hay que reconocerlo, verlo.

Las formas organizativas de la unidad, cuando todos pertenecen a una misma estructura, no son necesariamente formas unitarias. Si los cristianos de las distintas confesiones se reconocen, ya están unidos de facto en Cristo. Las personas pueden pertenecer a la misma Iglesia y no estar relacionadas entre sí. Por eso me parece que la unidad tiene una dimensión que hay que reconocer y atender. Uno de los fundamentos de la unidad, que en mi opinión debe desarrollarse en la ortodoxia en general y en la ucraniana en particular, es el rechazo de esa forma moscovita de exclusivismo, según la cual «solo nosotros somos ortodoxos, solo nosotros somos canónicos, solo nosotros tenemos la gracia, solo nosotros somos verdaderos cristianos».

Y sin embargo, reconocer al cristiano en el miembro de otra confesión, al creyente en el miembro de otra religión, así como al ortodoxo en el miembro de una jurisdicción distinta de la nuestra, darle el derecho a elegir al obispo, es una cuestión de sobornost, de qué sistema de gobierno de la Iglesia queremos, si monárquico-autoritario o colegial, en el que existe el voto de la comunidad y el del clero, y se desea encontrar un lenguaje común para todos, entre las estructuras verticales de la Iglesia y las horizontales.

Siguiendo en el plano de lo que usted ha llamado «las formas organizativas de la unidad», ¿es bueno o malo el proceso de identificación de las diferentes Iglesias ortodoxas nacionales que se está llevando a cabo hoy en día? Ciertamente se están recuperando las particularidades locales, con toda su riqueza, pero la Iglesia está cada vez más fragmentada, ¿no es este un camino que conduce directamente al etnofiletismo, es decir, a un exclusivismo muy cerrado por el que «estamos en contra de todos los demás»?
Ser «nosotros contra todos los demás» es ciertamente etnofiletismo, pero si somos únicos en algo y vemos la unicidad del otro y sabemos reconocer al otro, esto ya no es etnofiletismo. Al fin y al cabo, en el Apocalipsis se dice que las naciones vendrán a Jerusalén y le traerán su propia gloria y honor (Ap 21,26). Cada pueblo tiene su propia gloria y honor. Por otra parte, me parece muy importante la cuestión de la unidad que no destruye la singularidad, de una unidad que no es uniformidad, sino que reconoce el derecho del otro a ser diferente.

El problema del Patriarcado de Moscú ni siquiera está relacionado con la cuestión nacional, sino con la cuestión imperial.

De hecho, en la variante actual, ya ni siquiera es la Iglesia del Imperio ruso, sino la Iglesia de la URSS. La Iglesia del Imperio ruso fue destruida en la década de 1920. Es más, las decisiones tomadas por la Iglesia reunida en el Concilio de 1917-1918, sobre cómo debía estructurarse la vida eclesiástica, solo fueron asumidas en el extranjero, en el Instituto San Sergio de París, en las comunidades del padre Sergiy Bulgakov, Afanas’ev, Mejendorf y finalmente Šmeman. En la URSS, sobre todo a partir de los años 40, se creó de hecho una nueva estructura, a la que, además, el Estado había asignado tareas particulares. Ya no era el ideal de la ortodoxia rusa, era una ortodoxia soviética que tenía una peculiaridad muy importante: una tarea especial que le había sido conferida por el Estado, por los Servicios de Seguridad. Esto empezó con el NKVD, continuó con el KGB y hoy vemos que el FSB también trabaja en ello. La Iglesia tiene tareas internas, controlar a los fieles y promover las ideologías que necesita el Estado, pero también tiene tareas externas.

¿Recuerda la historia soviética de la «lucha por la paz»? La Iglesia luchaba por la paz, pero al mismo tiempo promovía ideas útiles para las autoridades soviéticas; era un sistema que también se reflejaba en el ecumenismo de la Iglesia rusa. A finales de los años 90, algunas personas, cuando estaban de misión fuera del país, eran abiertas y ecuménicas, pero una vez en casa, volvían a ser conservadoras, personas completamente diferentes. Me parece necesario subrayar y reconocer que esta ambigüedad es un problema propio de la Iglesia rusa, precisamente porque durante mucho tiempo estuvo, y sigue estando, bajo el control de los Servicios de Seguridad.

Si Rusia está gobernada por un antiguo teniente coronel del KGB, la Iglesia está gobernada por alguien que dirigió actividades controladas por el KGB durante muchos años. Así que quizá exista una ortodoxia rusa ideal sobre la que se han escrito libros, pero la ortodoxia real es la soviética y la postsoviética: por desgracia para el Patriarcado de Moscú, esta riqueza teológica es una historia marginal…

El padre Serguéi Bulgákov fue condenado por el sínodo de la Iglesia rusa y esta condena nunca ha sido anulada. Hablando de acontecimientos más recientes, el padre Alexander Men fue asesinado, murió mártir, pero nunca se ha abierto el proceso para su canonización. Y de nuevo: a partir de 2000, el primero que empezó a hablar del «mundo ruso» fue el patriarca Cirilo, considerado un liberal…

En resumen, la Escuela de París no volvió a Rusia como corriente teológica dominante. Sí, todos leímos, entre finales de los años 80 y principios de los 90, los textos del gran pensamiento religioso ruso, pero estos textos no se enseñaban en el seminario. Y luego, si nos fijamos en la misma escuela de París: ¿de dónde venía Berdjaev? De Kiev. Zen’kovsky fue ministro de religión bajo el gobierno del atamán Skoropadsky. De hecho, muchos de los habitualmente denominados teólogos de la escuela ortodoxa rusa tenían raíces kievitas. Quizás estas ideas sobre la libertad de pensamiento brotaron de la tierra de Kiev a través de Solov’ëv, que estaba muy orgulloso de descender por línea materna del filósofo ucraniano Skovoroda. Lo mismo puede decirse de la filosofía de la vida, de la libertad, del corazón. El propio Serguéi Bulgákov pasó del socialismo al idealismo cuando vino a enseñar a Kiev y empezó a frecuentar un ambiente algo distinto al de la teología de la ortodoxia rusa. Hay que estudiar estas cosas, y no solo para decir que esta teología no es rusa, sino para darle nueva vida. Quizá el regreso de la Escuela de París a Rusia pueda pasar por Kiev; recordemos entonces que estas personalidades expulsadas por el régimen soviético fueron acogidas por el Patriarcado de Constantinopla.

El archimandrita Kirill Hovorun afirma que la única salida a la división es la reunificación de las dos Iglesias ortodoxas en una sola Iglesia ucraniana. Pero hoy parece que los acontecimientos van en dirección contraria…

Me parece que lo que le ocurre hoy a la ortodoxia ucraniana es el resultado de la política adoptada en los últimos años por el metropolita Onufriy y, en general, por el episcopado de la Iglesia ortodoxa ucraniana del Patriarcado de Moscú. No es una cuestión de competencia entre jurisdicciones ortodoxas en Ucrania, es una cuestión del lugar del Patriarcado de Moscú dentro de la sociedad y el Estado ucranianos, y de la negativa de la Iglesia del metropolita Onufriy a romper con Moscú; la suya es de nuevo una postura ambigua, desea permanecer bajo la tutela de Moscú pero al mismo tiempo seguir formando parte de la sociedad ucraniana; una postura que si puede funcionar en tiempos de paz, en tiempos de guerra no funciona en absoluto. Sin embargo, desde los primeros días de la invasión, se le ha ofrecido a Onufrij que condene la guerra y rezar juntos, dejando para más adelante la resolución de las cuestiones administrativas. ¿Por qué pueden rezar con los obispos y sacerdotes del Patriarcado de Moscú y no con nosotros?

Los sacerdotes del Patriarcado de Moscú son considerados una quinta columna. Entiendo que los prorrusos son probablemente una minoría, pero ¿dónde está el juicio de autoridad que debería ser inteligible para la sociedad? Está claro de qué lado están, pero la sociedad se ha dado cuenta de que el concilio del 27 de mayo de 2022 [cuando Onufriy declaró verbalmente su independencia de Moscú, pero sin seguirlo con ningún documento oficial] no tomó ninguna iniciativa oficial sobre la ruptura con Moscú, y al final resultó ser un engaño. No hay voluntad por su parte de comunicar y explicar su posición al pueblo. En el fondo, estaba claro desde el principio de la guerra que no sería posible la coexistencia dentro de ella de que aman el «mundo ruso» y los simples sacerdotes que viven con su propio pueblo, así que el problema es interno. Al principio de la guerra, más de 400 sacerdotes del Patriarcado de Moscú exigieron que se juzgara al patriarca Cirilo. Luego dejaron de conmemorarle en masa y han presionado en este sentido al episcopado.

¿Así que no hubo ningún gesto clarificador?
Al final, estos mismos sacerdotes, unos cientos de ellos, formularon diez preguntas al Sínodo: «Decidnos si habéis roto con el Patriarcado de Moscú, mostradnos el documento», pero no hubo respuesta, y hace unos días, uno de los sacerdotes más activos de este grupo, el padre Andrej Pinčuk, fue suspendido a divinis. Sin embargo, los sacerdotes y obispos que han huido a Rusia no han sido suspendidos a divinis; los que han sido condenados por los tribunales ucranianos por el hecho real de colaborar con los ocupantes o ayudar e instigar crímenes de guerra no han sido suspendidos a divinis. Esto significa que cuando quieren saben tomar decisiones… Me parece que si se tomaran decisiones adecuadas, tal vez la situación sería diferente.

Por desgracia, el sínodo de la Iglesia ortodoxa ucraniana en Moscú y su episcopado han elegido el camino de la defensa corporativa de sus intereses, su poder, su estructura, quizá su estatus…

Así que una solución podría ser que, sorteando el episcopado, los sacerdotes optaran por unirse a la otra Iglesia. ¿Es una posibilidad real?
En la actualidad, algunos sacerdotes se unen a la Iglesia autocéfala de Ucrania. Sin embargo, toda esta confusión da lugar a un descontento local. Porque en varias localidades las comunidades parroquiales están divididas. Los fieles, por ejemplo, no le dan al sacerdote la oportunidad de rezar con los sacerdotes de la Iglesia autocéfala y de la Iglesia greco-católica. La tensión se aliviaría si rezáramos juntos, si los funerales de los soldados caídos se celebraran juntos, si hubiera gestos comunes: estamos abiertos a ello desde el primer día de la guerra.

A veces tengo la impresión de que los dirigentes de la Iglesia ucraniana del Patriarcado de Moscú se encargan de agravar la situación… pero no los sacerdotes. Centenares de sacerdotes de la Iglesia ucraniana del Patriarcado de Moscú han firmado valientemente llamamientos, han expresado su opinión, han hecho peticiones al episcopado, algunos se han pasado a la Iglesia ucraniana autocéfala; unos cientos han escrito una petición a Constantinopla para encontrar una solución. Cuando nos reunimos por primera vez con los sacerdotes de la Iglesia ucraniana del Patriarcado de Moscú en la basílica de Santa Sofía de Kiev el pasado mes de julio, queríamos reunirnos para iniciar un diálogo; el mero hecho de iniciar un diálogo alivia la tensión. Por parte de la Iglesia de Onufrij, no asistieron representantes oficiales, sino sacerdotes que tomaron una iniciativa personal. Fue un encuentro entre personas de ambas partes.

¿Cree que este trabajo tiene perspectivas?
Yo era muy escéptico sobre estas reuniones, hasta que empecé a participar en ellas….

Entonces, cuando nos vimos cara a cara, me di cuenta de que son un momento muy importante, en el que no podemos hablar unos de otros basándonos en mitos o eslóganes propagandísticos.

Si no nos reunimos se produce una deshumanización y una mitificación mutua, pero cuando nos reunimos y nos decimos «Cristo está en medio de nosotros», cuando rezamos juntos como hicimos al principio del primer y el segundo encuentro en Santa Sofía, cuando hacemos declaraciones importantes sin esperar a las decisiones oficiales y también expresamos dudas (porque podemos no estar de acuerdo en ciertas cosas, pero al menos dialogamos), entiendo que eso es mejor que no reunirse y fomentar el odio recíproco.

La declaración final de su segunda encuentro me parece bastante dura. Al principio condena la guerra…

Todos condenamos la guerra… Pero si la condena de la guerra en los primeros meses del conflicto podía ser suficiente, hoy ya no lo es. Es una condena evidente, pero hay que repetirla, porque los obispos vinculados a Moscú han elegido cuidadosamente sus palabras, y esto atestigua que no han cortado los lazos con Moscú y no se han declarado en contra del agresor… En este sentido, me parece que lo que puede parecer duro en Occidente, en realidad no lo es lo suficiente en Ucrania. Pero la cuestión es otra: necesitamos gestos reales y no solo declaraciones, la guerra no es tiempo de discursos, sino de gestos reales.

¿Qué obras reales hay en marcha hoy en día?
Por ejemplo, un sacerdote que ha sido suspendido a divinis por el Patriarcado de Moscú se ocupa de miles de refugiados y desplazados. Ha sacado a gente de Járkov, de la región de Zaporiyia, ha ayudado realmente a la gente, y su autoridad en la sociedad es bastante grande, a pesar de que es un sacerdote de la Iglesia que sigue perteneciendo al Patriarcado de Moscú.

Luego intentamos rezar juntos. Si estos momentos de oración en común continuaran, esto también fomentaría la unidad y mostraría a la sociedad que existe un verdadero movimiento cristiano. Repito: nadie ha puesto como condición vinculante que todas las asociaciones deban formar parte de una única realidad eclesiástica. La propuesta oficial de la Iglesia ucraniana autocéfala ha sido la de iniciar el diálogo sin condiciones previas.

Pero, repito, las declaraciones del concilio del 27 de mayo de 2022 queridas por el metropolita Onufrij atestiguan en esencia que no hay ninguna intención de proseguir ningún diálogo. El hecho es que la dirección de la Iglesia ucraniana del Patriarcado de Moscú sigue estando de alguna extraña manera vinculada a Moscú, desde donde se difunden los ideologemas nacidos entre la Lubjanka y el Monasterio Danilovsky.

Por desgracia, desde fuera parece que la forma de actuar de la Iglesia autocéfala ucraniana refleja a veces ciertas viejas costumbres del Patriarcado de Moscú. Por ejemplo, la presencia del presidente Porošenko en la entrega del Tomos, y hoy las nuevas leyes estatales sobre el Monasterio de las Cuevas. ¿Acepta tranquilamente la Iglesia autocéfala el apoyo del Estado?
De hecho, en la Ortodoxia, y no solo en la Ortodoxia ucraniana, hay muchas cosas que hay que trabajar y replantear; por ejemplo, nosotros, como Iglesia autocéfala ucraniana, hemos empezado a trabajar sobre el importante documento publicado por el Patriarcado ecuménico Para la vida del mundo, el primer compendio de doctrina social ortodoxa. Lo hemos difundido y nos hemos dado cuenta de que era necesario actualizarlo. Estamos reflexionando sobre él, discutiéndolo, comentándolo, haciendo propuestas prácticas, y empezamos este trabajo literalmente un mes antes de la guerra; desgraciadamente por el momento no es posible continuar con él, pero tenemos la intención de seguir adelante.

Diría que la Iglesia autocéfala ucraniana se mueve y es dúctil, sigue en formación, no es una estructura esclerotizada. Por supuesto, tiene sus defectos y sus males: al fin y al cabo, sus ministros han estudiado los mismos textos y han asistido a los mismos seminarios que la Iglesia de Moscú; durante mucho tiempo, la Metrópoli de Kiev vivió con la idea de ser igual al Patriarcado de Moscú. Probablemente no todos se han dado cuenta de que ya no es necesario parecerse al Patriarcado de Moscú, y que es necesario desarrollar la tradición de Kiev y, en general, mirar al futuro de la ortodoxia con una visión mundial, en el contexto de la ortodoxia mundial, de los problemas y desafíos que afectan a todos los cristianos. En este sentido, la Iglesia autocéfala ucraniana tiene un gran potencial. Además, tenemos un primado joven (esto también es importante), que desde el principio ha dicho que la Iglesia autocéfala ucraniana es una Iglesia abierta.

En cuanto a la relación con el Estado, por supuesto que en la tradición ortodoxa siempre existe el riesgo de crear una Iglesia de Estado y una Iglesia de tipo imperial, ya sea moscovita o bizantina. Pero en Ucrania no existe ese riesgo, porque hay dos Iglesias ortodoxas, más la Iglesia greco-católica, que es bastante fuerte, la Iglesia católica de rito latino y los protestantes… La Iglesia autocéfala ucraniana no es una Iglesia de Estado.

¿Y qué hace el Estado con la Iglesia de Moscú?
La ley dice que si el Estado encuentra vínculos con el país agresor, encargará un peritaje y propondrá a la asociación religiosa que elimine el problema. Pero si la asociación religiosa se niega a hacerlo, el Estado recurrirá a medios legales para obligarla, y puede llegar a poner fin a su actividad. ¿Pero qué actividad? La capacidad de llevar a cabo acciones jurídicas, económicas y patrimoniales, aquí no se trata de actividades religiosas. Entender esto es muy importante.

En cuanto al Monasterio de las Cuevas, sigue siendo propiedad estatal y el Estado, como ocurre en todo el mundo, tiene recursos para defender su posición. Ciertamente, en los últimos años, en la zona baja del monasterio los gobiernos anteriores han hecho la vista gorda ante las numerosas violaciones y construcciones ilegales, pero ahora vemos por parte de las autoridades eclesiásticas una negativa a negociar, a llegar a un acuerdo con concesiones recíprocas. Entre otras cosas, el Estado declara, junto con la sociedad, que no tiene ningún interés en que cese la oración en el monasterio, que de hecho debe seguir; pero por otro lado, debe ser un lugar de oración, no de abusos económicos y de propaganda política.

Por consiguiente, yo diría que la causa de los problemas de la Iglesia ucraniana del Patriarcado de Moscú es la falta de trabajo interno, que no se ha hecho, y que sin duda el Estado no hará. El Estado resolverá sus problemas de seguridad, pero estoy convencido de que no se ocupará sistemáticamente de la Iglesia de Moscú, que tendrá oportunidades desde este punto de vista, como la de purificarse internamente, si así lo desea.

Pero también la Iglesia ucraniana autocéfala tendrá oportunidades; por ejemplo, la oportunidad de no parecerse al Patriarcado de Moscú. Me parece que es en esto en lo que debemos centrarnos, por ejemplo en el desarrollo de esos servicios reales que se necesitan hoy en día, no me refiero a edificios eclesiásticos o cuestiones organizativas, sino al servicio pastoral, en el ejército y los hospitales, en la rehabilitación de soldados y civiles, algunos de los cuales son refugiados…

La historia de la «ortodoxia abierta» debe encarnarse en comunidades reales, en textos, cursos y lecciones, en programas de educación para el clero, para los fieles. Por ejemplo, está la cuestión de los refugiados, es decir, si la Iglesia puede ser un instrumento de comunicación entre los ucranianos que permanecen en Ucrania y los expatriados, dos grupos que tienen problemas diferentes, tragedias diferentes, y es importante que se entiendan y sigan sintiéndose parte de un todo.

Por otra parte, es importante que estos fieles ortodoxos ucranianos se comuniquen con el mundo cristiano, que no permanezcan encerrados en su gueto sino que reconozcan a cristianos de otras tradiciones, que recen juntos y realicen alguna obra común, que estudien la cultura, y esto me parece una gran posibilidad, tanto para la sociedad como para la Iglesia.

Esta guerra es, por un lado, un tiempo de gran incertidumbre y, por el otro, un tiempo de posibilidades. El futuro empieza a construirse hoy, sin esperar a que llegue la paz. Cómo será esta paz depende de lo que hagamos y seamos hoy.

¿Comparten su posición dentro de la Iglesia autocéfala o la suya es una voz solitaria?
Me resulta difícil juzgarlo, tengo una buena relación con el primado, pero el campo en el que me muevo ahora no es la construcción de la Iglesia desde dentro, sino la participación como cristiano y sacerdote en proyectos de reconstrucción de la sociedad. No encuentro obstáculos en mi camino, no pido ayuda especial porque comprendo que soy yo quien debe aportar algo. Ahora no tengo funciones oficiales pero es mi elección, en esta posición siento que puedo hacer muchas cosas útiles; sin embargo mis reflexiones sobre el futuro de la Iglesia se publican en la revista oficial de la Iglesia.

Actualmente, el ambiente que más frecuento es el laico, gente que no tiene vínculos particulares con la Iglesia, que trabaja en el Estado, empresarios, activistas sociales, hombres de cultura. Y me alegro incluso de ello, porque me parece que ahora muchas cosas tienen que crearse ya no dentro de la Iglesia, sino fuera de ella, en libre colaboración, en diálogo con la sociedad, con la ciencia, con el mundo de la educación, con personas de distintas opiniones, de distintas religiones y credos. Me parece que hoy tiene más perspectiva no construir la vida dentro de la Iglesia sino hacer preguntas, por ejemplo sobre cuestiones ecológicas, la ecología como virtud de la limpieza no solo interna sino también externa.

Además, cuando hago algo, la responsabilidad es mía. Es una cuestión de toda la Iglesia, tener una cierta autonomía, una cierta libertad y al mismo tiempo responsabilidad. Por un lado, no debemos romper con la tradición, sino encontrar un equilibrio entre la continuidad de la tradición y la investigación basada en la creatividad. Hoy me ocupo de esto y me parece que en la Iglesia autocéfala ucraniana existe esta posibilidad. Mientras que en la Iglesia del Patriarcado de Moscú era evidente que no había necesidad de ello.

Georgij Kovalenko

Nacido en 1968 y sacerdote de la Iglesia autocefala ucraniana, es uno de los fundadores del grupo mixto «Ortodoxia abierta» y rector de la Universidad ortodoxa abierta Santa Sofía Sabiduría Divina de Kiev.

Marta Dell’Asta

Marta Carletti Dell’Asta es investigadora en la Fundación Rusia Cristiana, donde se ha especializado en temática del disenso y política religiosa del Estado soviético. Publicista desde 1985, es directora responsable de la revista La Nuova Europa.

 

Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana

 

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Comentarios
5 comentarios en “Queremos recuperar la ortodoxia
  1. Los líos que tienen con la guerra de Ucrania manifiestan un fallo fundamental de los Ortodoxos, por más que hablen de sobornost que sería catolicidad. Dependen demasiado de la política de manera que después de un siglo itentando convocar un Sínondo Panortodoxo, no lo lograron. La Iglesia Católica a lo largo de los últimos siglos pudo haber caído en los mismos problemas con el galicanismo, febronianismo, josefinismo etc. ¿Qué nos salvó de eso? Pues el Primado de Roma. Ahora tenemos un cisma en progreso debido a la falta de actuación correcto del Papa Bergoglio. Ahora bien, me parece que hay que reducir el papado a su verdadera categoría y examinar el modo de ejercerlo, por ejemplo, en la época del Papa León Magno.
    El entrevistado piensa que la Rusia actual corresponde la Unión Soviética, algo que los estadounidenses piensan también debido a que Putin fue de la KGB. No hace ningún análisis de las causas de esta guerra y el hecho de que EEUU ha promovido el rusofobia.

  2. A pesar del cesaro-papismo vigente en las cismáticas «iglesias ortodoxas» (sujeción al poder político de turno, ya sea zarista, soviético, ucrano-zelensky, etc.), es necesario reconocer que se ha mantenido la sucesión apostólica y la vida sacramental y de verdadera fe cristiana. No sé explica son la asistencia divina. Dios escribe recto con renglones torcidos.

    A o largo de la historia, también ha habido herejías en el seno de las comunidades ortodoxas, pero, sin la asistencia divina, han tendido a desaparecer.

    1. Podrán tener la mejor buena voluntad, pero son cismáticos y herejes. A lo sumo podrían tener sucesión apostólica material, pero jamás formal. Sus obispos no son verdaderos sucesores de los apóstoles. Son una rama seca separada de la Iglesia, con un caos doctrinal.
      El único modo de que recuperen la ortodoxia es que abjuren de su error y vuelvan a la Iglesia.

  3. Artículo tan largo como una liturgia ortodoxa. Confieso que me dio pereza leerlo todo y me detuve en el primer tercio. Ellos tienen un contexto enredado, lleno de historia, jurisdicismos e imperialismos. La idea de sobornost, de ortodoxia abierta, diálogo y más diálogos, de ver la unidad entre cristianos de una forma bien amplia, entre otros temas podría llevar a algunos ortodoxos a una situación similar al pensamiento secular occidental. Ellos con sus cosas y nosotros con las nuestras, las cuales no están mucho mejores.

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