Aguiar y el problema del ‘proselitismo’

Americo Aguiar Americo Aguiar, obispo auxiliar de Lisboa
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Tras el coro de respuestas indignadas aparecidas en la prensa especializada y en las redes sociales, el neocardenal y obispo auxiliar de Lisboa, Americo Aguiar, organizador de la inminente Jornada Mundial de la Juventud, por haber dicho en una entrevista televisiva que “nosotros no queremos convertir a los jóvenes a Cristo”, el prelado salió inmediatamente a la palestra para defenderse con la más pedestre y común de las explicaciones: sus detractores han “sacado de contexto” sus palabras.

Uno no es exactamente fluido en portugués, pero me tomé la molestia de escuchar, al menos, todo el bloque aludido de la entrevista y, en cualquier caso, es difícil imaginar un “contexto” en el que un prelado pueda decir “no queremos convertir a los jóvenes a Cristo” sin encontrar críticas justificadas. La frase, lógicamente, no está aislada, como ya contamos aquí, y sigue con la idea de que el fin de la JMJ es, más bien, la “experiencia de la fraternidad” al margen de la confesión religiosa de cada cual. Pero Aguiar lo intenta.

Durante una conversación telefónica con el portal The Pillar, el obispo sostiene que “desde la primera edición de la JMJ, los papas han estado invitando a todos los jóvenes a encontrarse, encontrarse con el Papa y experimentar a Cristo vivo. Eso es lo que queremos que suceda, y eso es lo que estaba tratando de transmitir”.

“Y el objetivo es que cada persona, después de volver a casa, se sienta llamada a la conversión, a ser mejor, a tomar decisiones para su vida en términos de vocación, familia, trabajo y diferentes proyectos, pero marcada por la experiencia de haber conocido estos jóvenes que quieren dar testimonio del Cristo vivo”.

“Pero no veo la JMJ como una oportunidad para el proselitismo activo, como un evento para tratar de convertir a todos los que vienen”, añade el cardenal electo. “Entiendo que, aisladamente, esa frase podría haber causado cierta perplejidad y podría leerse de manera equivocada”.

Ahí está: “proselitismo”. Cuando, en una de las entrevistas no desmentidas con el difunto periodista ateo Eugenio Scalfari, en los inicios de su pontificado, el Papa calificó el proselitismo como “un solemne disparate”, sus palabras causaron un considerable revuelo, con muchos bienintencionados comentaristas alegando que no se habían entendido bien las palabras del Pontífice. Desde entonces, el Papa lo ha repetido muchas veces, incluso in crescendo, consignando al malvado ‘proselitismo’ en los últimos círculos del infierno.

Y hasta hoy, cuando el mediático sacerdote Santiago Martín, fundador de los Franciscanos de María, lo vuelve a citar para explicar las palabras de Aguiar. Dice Martín en su editorial semanal de Magnificat TV que “hacer proselitismo es intentar que una persona se haga de lo que tú eres -una religión, un partido político o incluso un club de fútbol- a base de meterle miedo o a base de comprarle”. Con esta definición, naturalmente, solo puede condenarse el proselitismo.

El problema es que eso se puede hacer con cualquier palabra y, de hecho, en nuestra época es común que se haga. Porque el Diccionario de la Real Academia no define así el proselitismo, que sería en realidad “celo de ganar prosélitos”, y un prosélito sería, siguiendo con el DRAE, una “persona incorporada a una religión”.

De hecho, el propio Francisco, siempre insistente en los males del proselitismo, ha hecho poco para deslindarlo del apostolado. Por lo que se puede colegir de sus palabras, el segundo estaría más ligado a un testimonio de vida que atraería a los demás. Lo cual está muy bien, es ciertamente lo importante, pero sigue sin dejar claro por qué elude necesariamente el “compelle intrare”.

La Jornada Mundial de la Juventud, como institución auspiciada por Juan Pablo II, no tiene otro interés, pese a las palabras de su actual organizador, que acercar a los jóvenes a Cristo, siguiendo las palabras de un pontífice tan poco sospechoso de rigidez como San Pablo VI: “Evangelizar es, en efecto, la gracia y la vocación propias de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, para ser canal del don de la gracia, para reconciliar a los pecadores con Dios y para perpetuar el sacrificio de Cristo en la Misa, que es memorial de su muerte y resurrección gloriosa”.

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