El engaño que se esconde tras la sinodalidad mal entendida

Francisco y Grech Mario Grech, secretario del Sínodo de los obispos con el Papa Francisco
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La semana pasada el Papa Francisco dejó claro en una audiencia con religiosas italianas que «el camino sinodal no es un parlamento».

De algún modo, el Papa parece ser consciente de que el Sínodo está siendo utilizado y manipulado por algunos con espurios intereses. Confiamos en que cuando concluya este proceso, la desilusión de los ‘sinodalistas’ sea mayúscula. Significará que todas sus demandas y propuestas habrán quedado en papel mojado.

Es habitual leer como los partidarios del Sínodo defienden que de lo que esto trata es de escuchar al Espíritu… siempre y cuando sople en la dirección que ellos ansían y que no suele coincidir con el Magisterio de la Iglesia.

Hace algunos años el autor y conferenciante estadounidense, Christopher West, escribió un libro en el que hace un repaso exhaustivo sobre la teología del cuerpo de san Juan Pablo II. En ese libro, hablando sobre la moral y la conciencia hace un acertado diagnóstico sobre el problema que padecemos hoy en la Iglesia a causa de la sinodalidad mal entendida.

Escribe West en su libro que «la Iglesia no es una democracia. La verdad sobre Jesucristo y sobre sus enseñanzas no puede determinarse por votación popular. Si Dios nos revela algo como verdadero, eso no está abierto a un «diálogo» sobre si es o no cierto».

Explica este conferenciante estadounidense que «si por diálogo entendemos una conversación abierta sobre una doctrina determinada, con el fin de entender por qué la Iglesia enseña lo que enseña, eso es legítimo. Pero si por diálogo queremos decir que la Iglesia tiene que escuchar otras opiniones, con el fin de estar dispuesta a cambiar sus enseñanza definitivas sobre fe y moral, eso no es legítimo. La Iglesia simplemente no puede cambiar lo que el Espíritu Santo ha revelado como cierto. No se trata de testarudez, sino de imposibilidad». Es precisamente uno de los grandes males de nuestro tiempo. Que todo el mundo opine de todo aunque no tenga ni idea, pero que opinen.

Christopher West arroja luz a este debate de la siguiente manera: «Por ejemplo, no tiene sentido dialogar sobre si 2+2 son 4. Podemos «dialogar» sobre por qué 2+2 son 4 con el fin de explicarlo a los que no lo entienden, pero no podemos esperar cambiar el hecho de que 2+2 sean 4. Dios no cambia. Nosotros tenemos que cambiar para Él. Nuestro orgullo se rebela. Pero hasta que no aceptemos esta realidad fundamental, que no somos Dios, entonces estaremos viviendo una ilusión».

La sinodalidad como excusa para ocultar las faltas

Este es otro de los grandes pecados de hoy en día: el orgullo. Nuestras faltas, pecados y bajas pasiones secuestran la voluntad del individuo hasta el punto de pensar que es imposible cumplir con ciertos mandamientos y obligaciones que nos manda la Iglesia, no por capricho, sino por mandato del mismo Dios que nos ha revelado sus enseñanzas a través de la Biblia.

Es el orgullo, que mata y anula a la persona, lo que provoca que muchos que dicen ser católicos aboguen por reformas de calado dentro de la Iglesia. Seguramente, en algunos casos, sean prisioneros y esclavos de sus malas inclinaciones y vean como la única salida cambiar la norma antes que cambiar una determinada conducta o superar un vicio.

Es caer en otro pecado: la pereza. Siempre será mucho más cómodo adecuar nuestro modo de pensar a nuestro modo de vivir ya que supone menos esfuerzo que hacer el itinerario contrario. Buscar cambiar los mandatos divinos para calmar la conciencia solo lleva al autoengaño y a agrandar el problema.